Después de pasar unos días de relax en Jakarta y disfrutar de las comodidades de una capital, recorrí los 135km que me separaban de Merak, el puerto más occidental de Java, de donde salen los ferrys para Sumatra.
Fue un día incomodo circulando entre un tráfico intenso de camiones pesados y una carretera polvorienta con grandes socavones que hacían imprescindible pedalear con mucha atención.
Llegué al puerto de Merak una vez anochecido, y tras el ofrecimiento de unos policías de dejarme dormir en la mezquita del puesto, decidí montar mi tienda en la pradera frente al cuartelillo.
Por la mañana con la ilusión que conlleva el comienzo de una nueva etapa, en este caso el recorrido de una nueva isla, las cosas no pudieron empezar mejor ya que no me quisieron cobrar el pasaje y viajé gratis en el ferry. Algo sorprendente por estas latitudes.
Sumatra me recibió con una cuesta, de las que pones plato pequeño y piñón grande e incluso así, tienes que pedalear de pie, aunque pasados unos kilómetros la carretera se volvió placentera para pedalear, con escasas pendientes y sorprendentes paisajes que se avistaban a lo lejos y presagiaban que jornadas mas duras estaban por llegar. Los volcanes y montañas de Sumatra..
En tan solo un día me planté en Lampung, la ciudad más grande al sur de Sumatra.
Allí me esperaba un contacto que me había facilitado la organización de ciclistas de Jakarta que fomenta el uso de la bicicleta como medio de transporte.
Solihin y su familia me acogieron en su casa y pasamos un día entero limpiando, reparando y poniendo a punto mi bicicleta, que después de más de 3000km comenzaba a mostrar signos de “fatiga” y las marchas empezaban a fallar.
Solihin sacó de una de sus cajas unas Shimano Deore, idénticas a las mías pero sin estrenar, y me las regaló.
De Lampung a Bengkulu, donde tenía que renovar el visado, había 563km, que ya me habían advertido que eran muy montañosos, pero no solo me encontré con montañas, sino con el peor enemigo de un ciclista: el maldito viento.
Con paisajes muy variados la carretera transcurrió casi todo el tiempo bordeando la costa, pero el ingeniero de caminos no tuvo ninguna piedad a la hora de diseñar la carretera. Un subir y bajar constante, que acompañado del viento han hecho parte de esos cinco días una pesadilla.
Al tercer día la carretera atravesó una selva tropical con especies protegidas como el elefante de Sumatra y el tigre, a los cuales no tuve la buena suerte de encontrarme. La zona a pesar de ser un espacio protegido muestra los efectos devastadores de la tala de árboles, donde campos de arroz y plantaciones de palma han ido ganando terreno a la vegetación virgen.
La carretera serpenteaba entre árboles gigantes mientras escuchaba cantos hipnotizadores de pájaros mezclado con un ruido constante y ensordecedor provocado por miles de insectos de todas clases.
Las hojas que caían de los árboles eran arrastradas por el viento a la velocidad de mi bicicleta.
El fresco de las sombras y la humedad de la vegetación, me hacían sentir muy lejos de la civilización. Lejos de los rascacielos de Jakarta, lejos del metro de Madrid, lejos de cualquier ordenador o televisor, y mas lejos todavía de la Navidad.
Subiendo y bajando cuestas, esquivando agujeros más grandes que la bicicleta, escuché a lo lejos el mar. Entre la densa vegetación y árboles que se pelean por llegar más alto, puedo entrever el color turquesa del agua del mar.
“Empiezo a bajar una gran cuesta y al girar en una curva, veo una playa de arena blanca entre unos acantilados, cubiertos de verde por la vegetación y con el agua espumada del rompiente de las olas me parecía como si estuviera en un paisaje de la película Avatar”
Todavía no había desayunado nada, ya que el día anterior se me hizo de noche y para dormir había acampado en una zona donde me fue imposible encontrar nada para comer, y por la mañana tuve que atravesar la selva con el estomago vacío.
Las piernas empezaban a flojear, y no fue hasta pasados otros 20km que encontré un sitio para llenar el estómago que empezaba a rebelarse.
Comencé a padecer flojera. Los 3 días sobre la bici empezaban a pasar factura. Mi cuerpo me pedía un descanso, pero tenia los días justos para llegar a Bengkulu y poder renovar mi visado a tiempo.
Retomé la bici y seguí pedaleando contra el viento y el ingeniero de caminos que decidió no hacer curvas en la carretera, sino trazarlas verticalmente sobre las colinas.
La gente grita: “Hey mister” más que en ningún otro sitio de este inmenso país. Incluso más que en Sumbawa o Flores. A veces no sabía si llamaban al ganado o me estaban llamando a mí, lo digo por la forma de gritar.
En muchos tramos de la carretera había templos hindúes, ya que en los 90, la política de redistribución de la población por parte del gobierno indonesio, de trasladar a miles de personas que habitaban las zonas mas pobladas de Bali o Java, a otras zonas de Indonesia, hace que en medio de zonas musulmanas te encuentres con aldeas hindúes. En más de una ocasión se han producido enfrentamientos entre las poblaciones y continúa siendo un problema latente, con frecuencia hay fricciones entre comunidades.
Finalmente pude recorrer los 563 km in 5 días, pero espero no tener que volver a pegarme estas palizas en mucho tiempo.
Hoy al fin, y después de haber dormido en una cama por primera vez en más de 2 semanas, vengo de recoger en inmigración el pasaporte con un nuevo visado, que me da la posibilidad de estar hasta finales de enero en Indonesia y poder recorrer la isla de Sumatra con tranquilidad.
Todo tiene su recompensa.
La llegada en barco a Jakarta…
…y las vistas desde casa de Rodrigo…
La feria ecologica y 0% emisiones de carbono…
Una playa virgen donde solo habia…
…unas cuantas vacas tomando el sol…
Carretera serpenteando por la costa…
…y mas costa…
Si os fijais en las palmeras se puede apreciar bien el viento…
Selva…
…y mas selva…
…y lo que antes era selva.