A 75 metros bajo tierra.

A 75 metros bajo tierra.

Hace diez años, una compañía minera australiana compró unos terrenos en el norte de Sulawesi a unos escasos 20Km de Manado, capital del norte de Sulawesi, en la que viven más  de medio millón de personas.
El resultado de sus prospecciones  decían que había un yacimiento de oro. La noticia se propagó y la gente se les adelantó en la explotación del aurífero, hoy en día son ellos quienes excavan y horadan la tierra.
El proceso para obtener el oro es una larga cadena que va desde el minero que se sumerge en la tierra 75 metros, al que separa el oro del lodo con el mercurio, y el que arrienda los terrenos para instalar la maquinaria donde se separa el oro. Todos ellos sacan tajada de este rico negocio.
Cientos de cuadrillas se asientan en pequeñas parcelas bien marcadas y mejor vigiladas en la falda de la montaña por la que fluye bordeando el río Talawaan.

Me interesé en la zona porque en Manado me dijeron que el uso del mercurio como procedimiento para conseguir oro está causando un gran impacto negativo ambiental que además afecta a la salud de la población que se abastece de agua del río Talawaan que desemboca en la bahía de Manado.

Durante mi semana de  estancia en Manado, recorrí diariamente en bicicleta los más de 20 kilómetros que hay hasta la montaña.
La gente del pueblo me aconsejaba que debería volver antes del anochecer ya que la zona durante la noche se vuelve en un lugar peligroso por el alto consumo de alcohol.
No me costó mucho encontrar las minas, aunque nadie en Manado sabía de su existencia y me fue muy difícil recabar algo de información.
La primera vez que me acerqué a las minas noté que a medida que me acercaba a la montaña el  tamaño de las iglesias empezaba a crecer y se convertían en imponentes estructuras  que se asemejan a  catedrales y todas ellas en medio de pequeñas aldeas. Cuanto más me acercaba a la montaña más proliferaban los chiringuitos a lo largo de la carretera y cuyo único negocio es la venta de alcohol.
En este primer viaje me paré a hablar con un hombre que  escuchaba música en su todo terreno a la sombra de un árbol, y con muy  buen acento inglés -había vivido varios años en Estados Unidos- me dice que el terreno donde se trabajan las piedras extraídas de la mina es suyo, y que ese mismo día habían conseguido un kilo de oro. El gramo lo venden a 330.000 rupias( unos 30 euros)
Le pregunto si me puede ayudar a visitar alguna de las minas y me responde que es imposible, que tengo que encontrar al  capataz, y que en esos momentos no estaba , pero me cita para que vuelva al día siguiente.
Disgustado me doy media vuelta. En el camino alguien me saluda  y aprovecho para presentarme y ver de que manera puedo conseguir que me ayude para concertar una visita a alguna de las minas. Se llama Andy y sin mayor complicación se ofrece a llevarme a la que él trabaja y que tiene 75 metros de profundidad.
Dejé la bici candada a un árbol.
Desde la carretera no se ve nada, tan solo vegetación espesa, pero después de atravesarla por unos senderos llenos de barro y de subir una colina, empiezan a aparecer entre las palmeras grandes lonas que protegen las minas de la lluvia.
Finalmente llego a la mina de Andy, donde algunos mineros estaban tendidos en el suelo descansando sobre unos plásticos.
Sorprendidos de verme allí, algunos empiezan a hacerme fotos con sus móviles.
Le pregunto a Andy si hay alguien abajo y me dice que sí, que siempre hay alguien cavando.
¿Y puedo bajar yo?- le preguntó
¿Tú? ¡¡Claro!!
Andy muy ilusionado me da unas botas de goma y me ofrece una vieja camiseta.
El baja primero  y yo le sigo.
Como en la mina no hay luz, tenemos que llevar linternas frontales.
Es un agujero de un metro de diámetro que baja en vertical y tienes que ir apoyándote en trozos de madera incrustados entre las rocas de la pared.
La cuerda esta mugrienta y es resbaladiza.
Poco a poco empezamos a descender, cada metro que descendemos sentimos más humedad y más calor.
Miro hacia arriba y ya no se ve luz, abajo veo la luz de la linterna de Andy que desciende con gran agilidad.
A mitad de camino estoy a punto de darme la vuelta y regresar a la superficie, pero me vence la intriga y las ganas de ver el final de este túnel que parece infinito.
El agua ya no gotea, sale a borbotones por las paredes y el calor empieza a ser insoportable, y no hemos hecho ni la mitad del descenso.
Los golpes y temblores en la pared que escuchamos nos avisan de que pronto llegaremos al final. Abajo nos encontramos con tres jóvenes picando piedra. Se asombran al verme llegar e intuyo por sus risotadas que deben de haber hecho algún comentario jocoso sobre mí.

Los últimos 2 metros no los puedo descender ya que abajo no hay espacio para nadie mas.
Mis manos están llenas de barro y me es imposible quitarme el sudor de la cara.
La cámara de fotos acaba  recubierta de barro.
Finalmente, decidimos volver a la superficie, y descubro que la subida es muchísimo más difícil que la bajada. Tengo que subir trepando por las paredes con mucho cuidado de no resbalarme y de no caer por el agujero.

7 thoughts on “A 75 metros bajo tierra.

  1. Si la bici estaba entera cuando volviste entonces valio la pena 😉
    Aunque quiza ahora tengas unos gramos de mercurio de mas en los pulmones.
    Toda una aventura

  2. Hola Javier. Me encanta lo que estas haciendo.Es enorme.Te acompañaría en ese grandísimo viaje.Actualmente estudio Historia y tambien Japones, este año voy a estudiar algo de hindi y persa…Me gustaria hacer un doctorado sobre Asia en la Edad Antigua…¿Sabias que el la isla de Flores existio el homo Floresiensis? una especie de hominido que no tuvo nada que ver con la nuestra.Un saludo aventurero.

  3. Javier, soy amigo de tu padre, de los que paseamos los perros en el parque todas las tardes.
    Además de felicitarte por tu increible aventura, quisiera que me dijeras donde compraste esas maravillosas cubiertas Schwalbe Marathon XR 26″x2. Y dime si son tan buenas contra los pinchazos.
    Suerte y adelante, pero cuidado con esos agujeros, yo no me metería ni de coña.
    Un fuerte abrazo

  4. Que lástima que al final no pudieses bajar, con la flor que tienes donde ya sabes seguro que encontrabas algo a la segunda palada.

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