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La primera barrera del Himalaya. Rothang La

La primera barrera del Himalaya. Rothang La

En el 2004 hice la carretera de Manali a Leh en autobús e incluso así me pareció muy duro.

Los paisajes que podía disfrutar a través del sucio cristal del autobús  eran increíblemente bonitos, y con cada curva el paisaje cambiaba tanto que parecía transportarme a lugares a miles de kilómetros.

La carretera de Manali a Leh atraviesa el Himalaya para llegar al altiplano tibetano al valle del río Indo, uno de los ríos más importantes de la historia, y donde en su valle nació una de las civilizaciones más importantes de la historia, y la única que hoy perdura. La civilización hindú.

Para llegar a Leh hay que atravesar numerosos puertos, casi todos rondando los 5000 metros, aunque el que más duro me pareció, con 54 kilómetros de subida, fue el más bajo de todos, el paso de Rothang, que en el idioma local significa “montones de cuerpos muertos”, con poco más de 3800 metros.

Es la primera gran barrera del Himalaya donde las nubes descargan la lluvia en forma de nieve, y en la época de calor el deshielo de sus paredes de hielo y los glaciares que  asoman en las cimas de sus cumbres nevadas, convierte el camino en ríos de barro haciendo el ascenso y el descenso en algo casi sobrehumano…

…aunque antes de volver al frío pude disfrutar de los frondosos valles del himalaya y las maravillas que la naturaleza nos ofrece…

…y disfrutar por última vez a este lado de las montañas de las diosas vacas…

Fueron 8  horas de subida notando la altitud en cada metro por la falta de oxigeno. Cada pedalada era seguida por varios segundos de recuperación, casi a cámara lenta, hasta que al alcanzar la cumbre, a 3.800 metros, colándose por las paredes de hielo me esperaban unas  increíbles vistas del Himalaya, donde las nubes parecían volar acariciando las montañas…

En 17 kilómetros de bajada las zapatas de mis frenos estaban completamente gastadas, y todavía tenía por delante más de 300 kilómetros y numerosos puertos para llegar a a Leh. No tenía otra opción que buscar una tienda donde comprar nuevos repuestos. El único problema era que esa tienda estaba al otro lado del puerto que acaba de cruzar, y  la idea de volver a pasarlo en bicicleta no estaba en mi cabeza. Dejé la bicicleta en Keylong y subí en un autobús que en poco más de 8 horas me dejó en Manali donde  encontré una sencilla tienda de bicicletas.

Ahora ya estaba todo listo para seguir por una de las carreteras mas duras, peligrosa y bonita del mundo.

Por el valle Kinnaur. Tocar y volver

Por el valle Kinnaur. Tocar y volver

La última vez en mucho tiempo que pude disfrutar de una puesta de sol en el horizonte…

A partir de ahora el sol se esconderá tras las montañas mientras subo por los valles hasta llegar de nuevo a la meseta tibetana. Será por el valle Kinnaur, en la antigua carretera hindo-tibetana construida por los británicos.

Uno de los tres pasos más importante entre el Tíbet y el subcontinente indio.

Me cuesta creer que no muy lejos de aquí y no mucho tiempo atrás el calor asfixiante no me dejaba descansar.  Al hacer el mínimo esfuerzo el sudor empapaba todo mi cuerpo, dejando el cuadro de la bicicleta blanco del sudor seco que chorreaba sin parar por mi barbilla.

Ahora el clima es fresco y he podido sacar del fondo de mis alforjas la ropa de invierno, que llevaba cargando  desde hace 6 meses y que hasta ahora no había podido usar.

Me he vuelto a encontrar con el Himalaya, ese gigante accidente geográfico que desde muy pequeño me hipnotizaba cuando lo encontraba en los mapas. Esa gran barrera que  hace que su su norte se haya convertido en desierto y el sur cubierto de valles y tierras fértiles.

La naturaleza en su estado más puro y agresivo, con sus enormes montañas y sus glaciares donde nacen grandes ríos que al bajar  por los valles erosionan,  casi tanto como el hombre, todo lo que se encuentran a su paso…

Las carreteras de montaña serpentean por laderas con pendientes casi en vertical…

… o  en vertical…

Pero no solo cambia el terreno.

A medida que voy subiendo veo que los rasgos de la gente cambian tanto como las vistas que el paisaje me regala.

Y cuando la cosa se ponía mas interesante, por no tener pasaporte me deniegan el permiso necesario para continuar hacia el valle Spiti, en zona restringida por encontrarse en la frontera con el Tíbet. La historia del pasaporte la contaré mas adelante.

Ahora toca deshacer el camino, en autobús por supuesto, e intentar llegar al otro lado del valle Kinnaur ya fuera de la zona restringida, y continuar mi camino hacia Ladakh.

Ya huele a montaña

Ya huele a montaña

Las altas temperaturas, la gente rodeándome a todas horas y esa sensación de sentirte observado pero no invitado es lo que recuerdo de la India.

Calor, polvo, humo, tráfico, gente por todos lados, bocinas…

Ahora queda atrás esa parte de la India que ya empezaba a agobiarme. Ya van apareciendo las primeras colinas y los valles que preceden al Himalaya….

…ya en el estado de Uttarkhand.

El clima se volvía mas fresco, y la actitud de la gente cambiaba. Notaba mas cordialidad y hospitalidad hacia mí, y las conversaciones llegaban mas lejos que  las reiterativas preguntas que escuchaba a lo largo del día durante todos los días, y en las que después dos minutos se me consideraba como un errante de la vida de una casta baja. La idea de irse a la aventura es algo casi inconcebible en la India. Un país donde el cricket podría ser considerado un deporte de aventura y riesgo, la idea de dejar las comodidades para salir a conocer el mundo en bicicleta es algo que causa hasta rechazo. Si viajas solo es porque tu gente te ha dejado, y si viajas en bicicleta es porque eres pobre y no puedes viajar en moto, tren o avión. El significado de inquietud aquí es casi desconocido.

-¿De dónde eres?

-¿Cuáles son tus estudios?

-¿Cuánto ganas?

-¿Cuánto vale esto?

-¿Cómo se llama tu padre?

-¿Cuánto vale esto otro?

-¿Por qué viajas en bici y no en moto? ¿No tienes amigos? ¿No estas casado?

Por las noches me era fácil encontrar un lugar tranquilo donde acampar…

Una noche me pasó algo que echaba de menos. Mientras estaba acampado, unos hombres se me acercaron sin intención de hacerme fotos ni observarme. Tan solo me preguntaron si necesitaba comida o agua. Eran inmigrantes nepalíes que trabajaban en la construcción de una pequeña carretera, y vivían bajo unos plásticos a lo largo de ella, mientras avanzaban lentamente en su construcción picando a mano las piedras.

A medida que subía volvía a disfrutar de la naturaleza, de caminos o carreteras tranquilas…

…que a veces me recordaban  los veranos en Galicia…

…y finalmente tras superar dos grande puertos me encontré de nuevo con el río Ganges, completamente diferente a cuando lo dejé atrás en Varanasi…

…y ahora a descansar en Rishikesh, un lugar de peregrinación hindú a orillas del río sagrado…

Cuando el camino lleva a Varanasi

Cuando el camino lleva a Varanasi

Tardé relativamente poco en llegar a Varanasi desde Calcuta. Fueron siete días para recorrer algo más de 700 Km, dejando la costa y adentrándome poco a poco en el interior, en el estado de Jharkhand, donde durante el día la temperatura sobrepasaba los 40ºC  y el viento seco me dejaba la piel como la de un touareg…

Los campos verdes del estado del estado de Bengala occidental desaparecen, y con ello la riqueza de la tierra, que se refleja en la pobreza de sus habitantes, en una de las zonas más pobres de la India…

…y la mirada de las personas reflejaba una vida muy dura en el presente…

…y en el pasado…

Me levantaba antes del alba y a las once tenía que parar cuatro horas para que pasara el calor extremo y siempre buscando el cobijo de una sombra,  pero no era yo el único que las buscaba …

El paisaje se volvía cada vez más árido…

…las noches más calurosas,  y yo tan solo pensaba en llegar al Himalaya. Bebía al día casi veinte litros de agua cálida con sabor a tierra que cogía de los pozos.  Necesitaba descansar y Varanasi no me pillaba muy lejos.

A mitad de camino entre Calcuta y el cominezo del Himalaya, se encuentra Varanasi, a orillas del río sagrado: el  Ganjes, que viendo las áridas tierras  que atraviesa en los meses fuera del monzón y que se convierten en tierras fértiles,  se puede llegar a entender porque es sagrado.

Entrar en Varansi fue una locura y al llegar a la ciudad antigua me habían golpeado cinco veces, una de ellas con caída al suelo  y yo me llevé a un peatón por delante,  todo sin la más mínima importancia.

Sabía que estaba en Varanasi porque mirase a donde mirase había siempre alguna vaca.

Estacionadas…

…pastando…

…paseando…

…o simplemente sin enterarse de nada…

Aunque sabía que no era una ciudad propicia para descansar y recuperarse,  logré disfrutar de esta ciudad  y de la vida que transcurre a orillas del rio y por sus estrechas  callejuelas  que a veces se asemejan a la medina de alguna ciudad árabe…

Calles llenas de vida, por donde grupos de hombres cargan  con muertos en su camino hacia los crematorios, para arrojar después sus cenizas al Ganjes y terminar el ciclo de las reencarnaciones para llegar al nirvana, aunque el precio que hay que pagar lo limita a las personas mas ricas, aquellas de las castas mas altas.

¿Viajo solo?

¿Viajo solo?

Cuando uno se imagina a alguien viajando solo, mejor ponerlo en situación en cualquier país menos en la India.
Un país donde pasaría más desapercibido teniendo cabeza de elefante que viajando en bicicleta.

Hacer un alto parar descansar y aprovechar  para tomar un té no es más que parar a no descansar, por el barullo que se forma a mi alrededor y de mi nueva nave espacial, que me ha dejado incluso, a mí, en un segundo plano.
Son sus simple botellines de agua los que atraen a las masas. Algunos me preguntan si llevo oxigeno, otros que si llevo gas, y la mayoría que si llevo gasolina. Se les queda cara rara cuando les digo que llevo agua, y encima caliente, que no podría ser de otra manera calentando el sol como calienta y que hace que la temperatura pase de los 40ºC.
Con este calor no me queda otra que intentar dormir bajo un ventilador, por lo que una tarde me acerco a un colegio para preguntar si me pueden dejar pasar la noche en una de sus aulas.

Los alumnos, que están saliendo del colegio, se concentran  a mí alrededor a pesar de mi olor tras una larga jornada bajo el sol. Uno de ellos decide pedirme un autógrafo y que se lo firme en su libro de matemáticas. Es entonces cuando todos los allí presentes imitan a su compañero y me rodearon cuaderno en mano pidiéndome un autógrafo.
El director me invita a  dormir en la cantina. Meto la bicicleta entre decenas de curiosos y les pregunto por una fuente donde pueda lavarme.
La gente que me rodea va en aumento y me tengo que quitar la ropa bajo mi pareo con el máximo cuidado,  ya que quedarme desnudo delante de la muchedumbre (sólo hombres, ni una sola mujer) podría resultarme bastante incómodo.
Con nada más que mi pareo cubriendo mi cuerpo me dirijo a la fuente, y el número de personas que me observa y me sigue no para de aumentar.
Me enjabono, me enjuago y me seco. Me siento como un oso panda en un zoo.
Me graban, no paran de hacerme fotos y alguno mientras me graba me dice que diga algo. Me pongo nervioso y sonrío, y ellos me responden  con una sonrisa a la vez que hacen oscilar su cuello de lado a lado.
Finalmente, ya tarde, consigo quedarme solo. Me había dicho que saldría a las cinco.
Cuando me levanto, a las cinco, había curiosos que desde la ventana me observaban  mientras dormía. Les miro asombrado y saludo a lo que  me responden con un movimiento de cuello de lado a lado.
Al día siguiente después de desayunar en un restaurante de carretera pregunté por el baño. Por respuesta me dieron una jarra de agua y me señalaron el otro lado de la carretera, detrás de las vías del tren. Congregados alrededor de mi bici habia varias personas que comprobaban si las ruedas estaban hinchadas y me preguntaban si llevaba gasolina en los botellines.
Ya al otro lado de las vías del tren, mientras estaba haciendo la faena pasó un tren atestado de gente, y con el sol naranja asomándose detrás de mí en el horizonte, a los pasajeros les debió dejar grabada en su retina una estampa única e irrepetible.Tuvo que ser como ver el amanecer en los templos de Angkor.

Un momento de intimidad junto a mi bicicleta mientras intentaba tomar un zumo de mango…

Momento de intimidad junto a mi bicicleta

Vuelta a la bici. Vuelta al campo

Vuelta a la bici. Vuelta al campo

Nunca  imaginaría que acabaría estando agradecido a los incompetentes de aduanas en la India, ya que al tener que esperar por la nueva bicicleta que Orbea me ha dado para que pueda continuar, haya convertido mi estancia de más de un mes  en esta ciudad en los mejores días del viaje.

Gente increíble en una ciudad increíble, que sin duda hará de los próximos días las etapas mas difíciles del viaje.

Ahora mal acostumbrado a estar siempre con gente, rodeado de amigos y de facilidades, tomando gazpacho, agua fría y un ventilador que me refresque por las noches, costará adaptarse a justo todo lo contrario.

A la vez ilusionado al tan solo pensar en la cantidad de lugares que me quedan por recorrer y gente que me queda por conocer, pero también asustado por las altas temperaturas que preceden el monzón, y sobre todo, la forma maníaca de conducir en la India. Mejor pensar en todo esto como  un reto  que luego ayudará a disfrutar todavía más y harán los momentos más dulces.

No he fijado mi siguiente destino, seguramente porque tengo la mente puesta en miles de kilómetros, en el Himalaya, donde volveré a disfrutar del aire fresco, cielos estrellados y ríos limpios donde lavarse, pero hasta que llegue allí me quedan miles de kilómetros y un país que atravesar tan fascinante como la India. Y es la India rural la que quiero, fuera del mundo de hormigón, asfalto, ratas, cucarachas, miseria y olor a cloaca de las ciudades.

Y por fin, pongo rumbo de nuevo.

Con el cantar de los cuervos y las ventanas abiertas de par en par para hacer  algo más soportable el calor, me levanto pronto, de madrugada, con la almohada empapada en sudor .

Lo primero que hago es mirar a la bicicleta que con las alforjas montadas está apoyada a los pies de la cama. Me recorre el cuerpo una sensación de miedo y pena por dejar increíbles momentos atrás.

Luego el ritual que desde hace meses no hacía: Crema solar, estirar y poner el cuenta kilómetros a cero.

Antes de que saliera el sol, aunque con luz en el cielo, recorro las calles de Calcuta todavía casi vacías pero con sus aceras llenas de  familias que todavía siguen durmiendo  sobre cartones.

Cruzo el puente de acero  Howrah que atraviesa el rio Hoogly sin más direcciones que guiándome hacia el oeste, justo donde empieza a alumbrar el sol. Luego enciendo el GPS y sin darme cuenta ya estaba fuera de Calcuta.

Entonces el amarillo artificial de la ciudad…

…es sustituido por el amarillo natural de los campos de arroz…

… atrás también dejo el ruido caótico de coches,buses, rickshaws y camiones,  y ahora comparto la carretera con dioses …

Es la verdadera India. La India rural, donde la mayoría de sus habitantes siguen ganándose la vida de la manera más sencilla. Trabajando el campo.

Ajenos a la globalización, millones de personas trabajan su pedazo de tierra, que es lo que les da de comer…

Es el día a día lo que rige sus vidas de una manera más humana que la vida ratonera de las ciudades.

A medida que dejo Calcuta para adentrarme en el interior, de camino al estado de Jharkand, la temperatura va en ascenso y llega a superar los 40 grados. El aire seco corta la piel.

El cielo está quemado por la luz del sol, y los campos sin vegetación. Son muchos los meses sin ver llover.

Es la época que precede a las lluvias, con temperaturas extremas en la que poco a poco aumentará la humedad y haga que estalle definitivamente el deseado monzón.

El agua escasea y es cuando falta cuando te das cuenta de su importancia. Los arrozales no son más que tierra y polvo.

Tras varios meses de época seca el agua ya no fluye por los ríos, que ahora se han convertido en secarrales, y son los pozos de las aldeas de donde mana la vida…

Veo pobreza pero no miseria. Una vida más humana, más sencilla y más feliz.

La gente mucho más amable y sonriente.

Pero hay cosas que son lo mismo, ya sea campo o ciudad…

Festival holi

Festival holi

En el festival Holi, también conocido como el festival del color…

…las calles, casi libres de vehículos, eran animadas por los sonidos de tambores y la gente bailando y cantando que  dibujaban con su paso las calles de colores…

…pero no solo acababan las calles llenas de colores…

…que luego ni frotando…

Las manos delatan…

…y al final todo el mundo acaba igual…

…

Dos días más tarde…

Good morning Calcuta

Good morning Calcuta

Pronto, por la mañana, dejo Dhaka, justo cuando empiezan a montar los puestos…

… y al atardecer todavía no había salido de Bangladesh… 

Entrada  la noche llego a Calcuta. Aunque todavía no dormida la ciudad, hay señales de que horas antes la vida en las calles tuvo que ser muy diferente.

No me cuesta encontrar un puesto donde comer y me acuesto  imaginándome que es lo que me encontraría al levantarme por la mañana cuando la famosa ciudad de Calcuta funciona a todo motor, una vida muy diferente a la de  la noche que es cuando la ciudad para a darse un respiro hasta el día siguiente.

Me cuesta dormir por el ruido del ventilador que parece que en cualquier momento va a despegar y los mosquitos, aunque en mucha menos cantidad que en Dhaka, siguen celebrando los banquetes justo debajo de mis tobillos.

Me levanto y el ventilador sigue ahí. Por debajo de la puerta entra la única señal de que afuera es de día.

La habitación donde me alojo es un zulo sin ventanas y esa luz blanca me avisa de que fuera ya se ha dado el pistoletazo de salida, y sin esperar más, salgo rápidamente a la calle a ver que me encuentro.

¡Buenos días Calcuta!

El sol calienta fuerte, el incienso ya arde en las tiendas, las bocinas de los coches ya están al rojo vivo, las vacas están buscando comida en la basura y los hornos fuera de los restaurantes no paran de sacar chapatis. Comparado con Dhaka todo parece tranquilo y aquí es mucho fácil pasar desapercibido.

Calcuta es una de esas ciudades en las que es mejor dar rienda suelta a la imaginación, pues son tantas las historias que han salido de esta ciudad, que es difícil no imaginársela de alguna manera.

La vida no transcurre escondida tras una puerta, y la calle es el escenario de la vida de muchos de sus habitantes…

…una película llena de color…

…donde no es muy difícil imaginarse su banda sonora…

..ni su escenografía…

Podría encontrarme en otra época, con diferentes escenarios pero historias parecidas…

Desgraciadamente la pobreza tiene un importante papel en el guión…

Es como estar en una película. Una película compleja pero que al mismo tiempo parece transcurrir con mucha normalidad.

Y a pesar de las adversidades, se puede respirar un ambiente feliz…