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Author: Javier Bicicleting

¡¡Y todavía queda bajar!!

¡¡Y todavía queda bajar!!

Sabíamos que los días que teníamos por delante iban a ser muy duros. Estos días atrás se unió Natalia, que recién llegada de Madrid, en sus primeros días del largo viaje que nos queda para llegar juntos a Europa, se iba a encontrar con 2 de los 3 puertos más altos del mundo. A la dificultad de llevar una bicicleta cargada con alforjas y grandes pendientes en los monstruosos puertos, había que sumar la falta de oxigeno que hay a estas alturas, aunque nunca le ha faltado ni fuerza física ni mental.

Fue en el segundo día que nos encontramos en nuestro camino hacia el lago Pangong con el impresionante puerto de Chang La, de 5340 metros de altura -el tercer puerto más alto del mundo- y posiblemente uno de los puertos más duros por las condiciones de su terreno pedregoso y sus grandes  pendientes…

Pero no sabíamos que la realidad superaría la imaginación.

33 Km de subida, desde los 3800m hasta los 5300m, primero nublado, luego con lluvia, y cuando las fuerzas fallaban por la falta de oxigeno y con el estomago vacío y un largo y duro día de esfuerzo pedaleando y empujando la bicicleta, a tan solo unos kilómetros de la cima y haciéndose casi de noche, una nube entró por el valle que nos trajo primero primero una densa niebla  y luego una fuerte ventisca…

El transportín de Natalia se soltó y era imposible arreglarlo en esas condiciones, pero un ángel de la guarda acudió en nuestra ayuda y en ese preciso instante bajo la ventisca vimos las luces de un coche. Dos amables indios, no se pensaron en ofrecernos su ayuda y montar la bicicleta de Natalia en el jeep y llevarla hasta la cima, que tristemente estaba a poco más de un kilómetro.

Kiko y yo seguimos por el camino de piedras, con los pies empapados y helados al tener que cruzar ríos con agua del deshielo. La fuerte ventisca nos azotaba un lado de la cara, pero sacábamos fuerzas allí donde no las había.Kiko, empujando delante de mí, estaba cubierto de nieve….

Finalmente, tras empujar las bicicletas un largo rato bajo la incesante nieve y casi atrapados por la oscuridad de la noche, vimos el paso de Chang La. Estábamos muertos de frío, y Natalia en el jeep sufría síntomas del mal de altura.

Calados hasta los huesos y con el frío dentro nuestros cuerpos, buscamos un lugar donde ponernos ropa seca y abrigarnos al máximo ya que todavía quedaba bajar el puerto.Ya era completamente de noche.

Nos indican una caseta, y un hombre al entrar en ella nos dice:

-”No os preocupéis, estáis a salvo. Somos el ejército indio”

Tuve la suerte de que mi bicicleta tuviera luces y bajar el puerto de noche no fuera un ‘’gran problema ‘’para mi.

Kiko no tenía la misma suerte que yo, pero el jeep en el que iba Natalia nos acompañaría en el descenso y le alumbraría desde atrás. Para yo evitar ser cegado por la luz del coche, bajé lo más rápido posible para que no fuera más que mi luz la que me alumbrara el camino.

Tardamos poco con la ropa seca. El camino era un río lleno de piedras, en el que alguna vez teníamos que cruzarlo y el agua nos cubría hasta las rodillas. El viento, el frío, los pies mojados,  el camino lleno de piedras, y la visibilidad era los pocos metros a los que alcanzaba mi luz, hicieron los 29 kilómetros de bajada interminables. Una vez más, un poco antes antes de terminar la bajada del puerto, me había vuelto a quedar sin frenos.

Aunque lo peor fue acostarse después de un día tan duro con el estomago vacío.

Manali-Leh. Vuelta al altiplano

Manali-Leh. Vuelta al altiplano

Finalmente junto a Kiko, otro español viajando en bici por la India y que gracias a tener que ir a comprar unas nuevas zapatas para los frenos, tuve la suerte de conocer y de seguir el camino juntos.

¿Preparados para ver increíbles paisajes, sufrir el mal de altura, pasar frío y disfrutar de la naturaleza en su estado más puro?

Bienvenidos a Ladakh, el paraíso en la India…

El camino empieza por valles todavía verdes…

…aunque es poco lo que tarda en cambiar. Casi a la misma velocidad con la que se sube un puerto con una bici que pesa 70Kg…

… el primero de los grandes puertos, rozando casi los 5000 metros…

Cada vez que pasábamos un puerto el clima se volvía más seco y el paisaje mas desértico…

…nunca dejando de estar sorprendidos por la diversidad de los paisajes, en los que cada curva, cada valle, parecían querer transportarnos a lugares que podrían estar en cualquier otro rincón del mundo…

A la hora de acampar buscábamos un lugar protegido del viento y desde donde poder ver las estrellas…

…durante las noches a bajo cero, pero eran esas noches en las que se podía contemplar tan gran espectáculo que merecía la pena pasar frío. Las estrellas eran tan brillantes que el cielo, sin luna, parecía iluminar levemente la noche…

…y era una estrella, la polar, que cada noche nos recordaba hacia donde nos dirigíamos…

A medida que cruzamos el Himalaya estábamos mas cerca del altiplano, trayéndome dulces recuerdos de mis días en el Tíbet. El mal de altura pasaba factura no solo por la fatiga. Un fuerte dolor de cabeza me acompañó los primeros días, y a veces a media noche me despertaba sin respiración. Era parte de la aventura y esa sensación hacia que sintiera más todavía el lugar donde me encontraba, aunque el viento que azotaba mi tienda cada noche también me lo recordaba.

Sin darnos cuenta ya estábamos en el altiplano. En la vida del altiplano, en la vida de los nómadas…

Los yaks volvían a formar parte del paisaje. Eran parte de un escenario del que al haber llegado con nuestro propio esfuerzo y sufrimiento nos hacía disfrutar del momento todavia más, y esta vez tenía a alguien con quien compartirlo.

Tierra árida que los elementos han convertido en un lugar hostil para las personas, a la que la gente del altiplano se ha adaptado a esta dura y difícil vida…

Son gente fuerte y hospitalaria, acostumbrada a la vida del viajero, pues no hay mas viajero que ellos mismos, desplazándose de un lado a otro buscando tierras donde puedan pastar sus animales…

…unos con más suerte que otros…

Los atardeceres eran eternos, poniéndose el sol lentamente tras las montañas, que con las sombras de las nubes casi rozando el suelo, los rayos de sol se colaban entre ellas iluminando el paisaje de manera surrealista…

Fueron siete dias que se me han hecho demasiado cortos, pero ahora en Leh toca recuperarse y seguir recorriendo el increible Himalaya…

Tagangla,5340metros.India dice ser el segundo puerto mas alto del mundo, aunque en el tibet estuve en uno 40 metros mas alto…

La primera barrera del Himalaya. Rothang La

La primera barrera del Himalaya. Rothang La

En el 2004 hice la carretera de Manali a Leh en autobús e incluso así me pareció muy duro.

Los paisajes que podía disfrutar a través del sucio cristal del autobús  eran increíblemente bonitos, y con cada curva el paisaje cambiaba tanto que parecía transportarme a lugares a miles de kilómetros.

La carretera de Manali a Leh atraviesa el Himalaya para llegar al altiplano tibetano al valle del río Indo, uno de los ríos más importantes de la historia, y donde en su valle nació una de las civilizaciones más importantes de la historia, y la única que hoy perdura. La civilización hindú.

Para llegar a Leh hay que atravesar numerosos puertos, casi todos rondando los 5000 metros, aunque el que más duro me pareció, con 54 kilómetros de subida, fue el más bajo de todos, el paso de Rothang, que en el idioma local significa “montones de cuerpos muertos”, con poco más de 3800 metros.

Es la primera gran barrera del Himalaya donde las nubes descargan la lluvia en forma de nieve, y en la época de calor el deshielo de sus paredes de hielo y los glaciares que  asoman en las cimas de sus cumbres nevadas, convierte el camino en ríos de barro haciendo el ascenso y el descenso en algo casi sobrehumano…

…aunque antes de volver al frío pude disfrutar de los frondosos valles del himalaya y las maravillas que la naturaleza nos ofrece…

…y disfrutar por última vez a este lado de las montañas de las diosas vacas…

Fueron 8  horas de subida notando la altitud en cada metro por la falta de oxigeno. Cada pedalada era seguida por varios segundos de recuperación, casi a cámara lenta, hasta que al alcanzar la cumbre, a 3.800 metros, colándose por las paredes de hielo me esperaban unas  increíbles vistas del Himalaya, donde las nubes parecían volar acariciando las montañas…

En 17 kilómetros de bajada las zapatas de mis frenos estaban completamente gastadas, y todavía tenía por delante más de 300 kilómetros y numerosos puertos para llegar a a Leh. No tenía otra opción que buscar una tienda donde comprar nuevos repuestos. El único problema era que esa tienda estaba al otro lado del puerto que acaba de cruzar, y  la idea de volver a pasarlo en bicicleta no estaba en mi cabeza. Dejé la bicicleta en Keylong y subí en un autobús que en poco más de 8 horas me dejó en Manali donde  encontré una sencilla tienda de bicicletas.

Ahora ya estaba todo listo para seguir por una de las carreteras mas duras, peligrosa y bonita del mundo.

Por el valle Kinnaur. Tocar y volver

Por el valle Kinnaur. Tocar y volver

La última vez en mucho tiempo que pude disfrutar de una puesta de sol en el horizonte…

A partir de ahora el sol se esconderá tras las montañas mientras subo por los valles hasta llegar de nuevo a la meseta tibetana. Será por el valle Kinnaur, en la antigua carretera hindo-tibetana construida por los británicos.

Uno de los tres pasos más importante entre el Tíbet y el subcontinente indio.

Me cuesta creer que no muy lejos de aquí y no mucho tiempo atrás el calor asfixiante no me dejaba descansar.  Al hacer el mínimo esfuerzo el sudor empapaba todo mi cuerpo, dejando el cuadro de la bicicleta blanco del sudor seco que chorreaba sin parar por mi barbilla.

Ahora el clima es fresco y he podido sacar del fondo de mis alforjas la ropa de invierno, que llevaba cargando  desde hace 6 meses y que hasta ahora no había podido usar.

Me he vuelto a encontrar con el Himalaya, ese gigante accidente geográfico que desde muy pequeño me hipnotizaba cuando lo encontraba en los mapas. Esa gran barrera que  hace que su su norte se haya convertido en desierto y el sur cubierto de valles y tierras fértiles.

La naturaleza en su estado más puro y agresivo, con sus enormes montañas y sus glaciares donde nacen grandes ríos que al bajar  por los valles erosionan,  casi tanto como el hombre, todo lo que se encuentran a su paso…

Las carreteras de montaña serpentean por laderas con pendientes casi en vertical…

… o  en vertical…

Pero no solo cambia el terreno.

A medida que voy subiendo veo que los rasgos de la gente cambian tanto como las vistas que el paisaje me regala.

Y cuando la cosa se ponía mas interesante, por no tener pasaporte me deniegan el permiso necesario para continuar hacia el valle Spiti, en zona restringida por encontrarse en la frontera con el Tíbet. La historia del pasaporte la contaré mas adelante.

Ahora toca deshacer el camino, en autobús por supuesto, e intentar llegar al otro lado del valle Kinnaur ya fuera de la zona restringida, y continuar mi camino hacia Ladakh.

Ya huele a montaña

Ya huele a montaña

Las altas temperaturas, la gente rodeándome a todas horas y esa sensación de sentirte observado pero no invitado es lo que recuerdo de la India.

Calor, polvo, humo, tráfico, gente por todos lados, bocinas…

Ahora queda atrás esa parte de la India que ya empezaba a agobiarme. Ya van apareciendo las primeras colinas y los valles que preceden al Himalaya….

…ya en el estado de Uttarkhand.

El clima se volvía mas fresco, y la actitud de la gente cambiaba. Notaba mas cordialidad y hospitalidad hacia mí, y las conversaciones llegaban mas lejos que  las reiterativas preguntas que escuchaba a lo largo del día durante todos los días, y en las que después dos minutos se me consideraba como un errante de la vida de una casta baja. La idea de irse a la aventura es algo casi inconcebible en la India. Un país donde el cricket podría ser considerado un deporte de aventura y riesgo, la idea de dejar las comodidades para salir a conocer el mundo en bicicleta es algo que causa hasta rechazo. Si viajas solo es porque tu gente te ha dejado, y si viajas en bicicleta es porque eres pobre y no puedes viajar en moto, tren o avión. El significado de inquietud aquí es casi desconocido.

-¿De dónde eres?

-¿Cuáles son tus estudios?

-¿Cuánto ganas?

-¿Cuánto vale esto?

-¿Cómo se llama tu padre?

-¿Cuánto vale esto otro?

-¿Por qué viajas en bici y no en moto? ¿No tienes amigos? ¿No estas casado?

Por las noches me era fácil encontrar un lugar tranquilo donde acampar…

Una noche me pasó algo que echaba de menos. Mientras estaba acampado, unos hombres se me acercaron sin intención de hacerme fotos ni observarme. Tan solo me preguntaron si necesitaba comida o agua. Eran inmigrantes nepalíes que trabajaban en la construcción de una pequeña carretera, y vivían bajo unos plásticos a lo largo de ella, mientras avanzaban lentamente en su construcción picando a mano las piedras.

A medida que subía volvía a disfrutar de la naturaleza, de caminos o carreteras tranquilas…

…que a veces me recordaban  los veranos en Galicia…

…y finalmente tras superar dos grande puertos me encontré de nuevo con el río Ganges, completamente diferente a cuando lo dejé atrás en Varanasi…

…y ahora a descansar en Rishikesh, un lugar de peregrinación hindú a orillas del río sagrado…

Cuando el camino lleva a Varanasi

Cuando el camino lleva a Varanasi

Tardé relativamente poco en llegar a Varanasi desde Calcuta. Fueron siete días para recorrer algo más de 700 Km, dejando la costa y adentrándome poco a poco en el interior, en el estado de Jharkhand, donde durante el día la temperatura sobrepasaba los 40ºC  y el viento seco me dejaba la piel como la de un touareg…

Los campos verdes del estado del estado de Bengala occidental desaparecen, y con ello la riqueza de la tierra, que se refleja en la pobreza de sus habitantes, en una de las zonas más pobres de la India…

…y la mirada de las personas reflejaba una vida muy dura en el presente…

…y en el pasado…

Me levantaba antes del alba y a las once tenía que parar cuatro horas para que pasara el calor extremo y siempre buscando el cobijo de una sombra,  pero no era yo el único que las buscaba …

El paisaje se volvía cada vez más árido…

…las noches más calurosas,  y yo tan solo pensaba en llegar al Himalaya. Bebía al día casi veinte litros de agua cálida con sabor a tierra que cogía de los pozos.  Necesitaba descansar y Varanasi no me pillaba muy lejos.

A mitad de camino entre Calcuta y el cominezo del Himalaya, se encuentra Varanasi, a orillas del río sagrado: el  Ganjes, que viendo las áridas tierras  que atraviesa en los meses fuera del monzón y que se convierten en tierras fértiles,  se puede llegar a entender porque es sagrado.

Entrar en Varansi fue una locura y al llegar a la ciudad antigua me habían golpeado cinco veces, una de ellas con caída al suelo  y yo me llevé a un peatón por delante,  todo sin la más mínima importancia.

Sabía que estaba en Varanasi porque mirase a donde mirase había siempre alguna vaca.

Estacionadas…

…pastando…

…paseando…

…o simplemente sin enterarse de nada…

Aunque sabía que no era una ciudad propicia para descansar y recuperarse,  logré disfrutar de esta ciudad  y de la vida que transcurre a orillas del rio y por sus estrechas  callejuelas  que a veces se asemejan a la medina de alguna ciudad árabe…

Calles llenas de vida, por donde grupos de hombres cargan  con muertos en su camino hacia los crematorios, para arrojar después sus cenizas al Ganjes y terminar el ciclo de las reencarnaciones para llegar al nirvana, aunque el precio que hay que pagar lo limita a las personas mas ricas, aquellas de las castas mas altas.

¿Viajo solo?

¿Viajo solo?

Cuando uno se imagina a alguien viajando solo, mejor ponerlo en situación en cualquier país menos en la India.
Un país donde pasaría más desapercibido teniendo cabeza de elefante que viajando en bicicleta.

Hacer un alto parar descansar y aprovechar  para tomar un té no es más que parar a no descansar, por el barullo que se forma a mi alrededor y de mi nueva nave espacial, que me ha dejado incluso, a mí, en un segundo plano.
Son sus simple botellines de agua los que atraen a las masas. Algunos me preguntan si llevo oxigeno, otros que si llevo gas, y la mayoría que si llevo gasolina. Se les queda cara rara cuando les digo que llevo agua, y encima caliente, que no podría ser de otra manera calentando el sol como calienta y que hace que la temperatura pase de los 40ºC.
Con este calor no me queda otra que intentar dormir bajo un ventilador, por lo que una tarde me acerco a un colegio para preguntar si me pueden dejar pasar la noche en una de sus aulas.

Los alumnos, que están saliendo del colegio, se concentran  a mí alrededor a pesar de mi olor tras una larga jornada bajo el sol. Uno de ellos decide pedirme un autógrafo y que se lo firme en su libro de matemáticas. Es entonces cuando todos los allí presentes imitan a su compañero y me rodearon cuaderno en mano pidiéndome un autógrafo.
El director me invita a  dormir en la cantina. Meto la bicicleta entre decenas de curiosos y les pregunto por una fuente donde pueda lavarme.
La gente que me rodea va en aumento y me tengo que quitar la ropa bajo mi pareo con el máximo cuidado,  ya que quedarme desnudo delante de la muchedumbre (sólo hombres, ni una sola mujer) podría resultarme bastante incómodo.
Con nada más que mi pareo cubriendo mi cuerpo me dirijo a la fuente, y el número de personas que me observa y me sigue no para de aumentar.
Me enjabono, me enjuago y me seco. Me siento como un oso panda en un zoo.
Me graban, no paran de hacerme fotos y alguno mientras me graba me dice que diga algo. Me pongo nervioso y sonrío, y ellos me responden  con una sonrisa a la vez que hacen oscilar su cuello de lado a lado.
Finalmente, ya tarde, consigo quedarme solo. Me había dicho que saldría a las cinco.
Cuando me levanto, a las cinco, había curiosos que desde la ventana me observaban  mientras dormía. Les miro asombrado y saludo a lo que  me responden con un movimiento de cuello de lado a lado.
Al día siguiente después de desayunar en un restaurante de carretera pregunté por el baño. Por respuesta me dieron una jarra de agua y me señalaron el otro lado de la carretera, detrás de las vías del tren. Congregados alrededor de mi bici habia varias personas que comprobaban si las ruedas estaban hinchadas y me preguntaban si llevaba gasolina en los botellines.
Ya al otro lado de las vías del tren, mientras estaba haciendo la faena pasó un tren atestado de gente, y con el sol naranja asomándose detrás de mí en el horizonte, a los pasajeros les debió dejar grabada en su retina una estampa única e irrepetible.Tuvo que ser como ver el amanecer en los templos de Angkor.

Un momento de intimidad junto a mi bicicleta mientras intentaba tomar un zumo de mango…

Momento de intimidad junto a mi bicicleta

Vuelta a la bici. Vuelta al campo

Vuelta a la bici. Vuelta al campo

Nunca  imaginaría que acabaría estando agradecido a los incompetentes de aduanas en la India, ya que al tener que esperar por la nueva bicicleta que Orbea me ha dado para que pueda continuar, haya convertido mi estancia de más de un mes  en esta ciudad en los mejores días del viaje.

Gente increíble en una ciudad increíble, que sin duda hará de los próximos días las etapas mas difíciles del viaje.

Ahora mal acostumbrado a estar siempre con gente, rodeado de amigos y de facilidades, tomando gazpacho, agua fría y un ventilador que me refresque por las noches, costará adaptarse a justo todo lo contrario.

A la vez ilusionado al tan solo pensar en la cantidad de lugares que me quedan por recorrer y gente que me queda por conocer, pero también asustado por las altas temperaturas que preceden el monzón, y sobre todo, la forma maníaca de conducir en la India. Mejor pensar en todo esto como  un reto  que luego ayudará a disfrutar todavía más y harán los momentos más dulces.

No he fijado mi siguiente destino, seguramente porque tengo la mente puesta en miles de kilómetros, en el Himalaya, donde volveré a disfrutar del aire fresco, cielos estrellados y ríos limpios donde lavarse, pero hasta que llegue allí me quedan miles de kilómetros y un país que atravesar tan fascinante como la India. Y es la India rural la que quiero, fuera del mundo de hormigón, asfalto, ratas, cucarachas, miseria y olor a cloaca de las ciudades.

Y por fin, pongo rumbo de nuevo.

Con el cantar de los cuervos y las ventanas abiertas de par en par para hacer  algo más soportable el calor, me levanto pronto, de madrugada, con la almohada empapada en sudor .

Lo primero que hago es mirar a la bicicleta que con las alforjas montadas está apoyada a los pies de la cama. Me recorre el cuerpo una sensación de miedo y pena por dejar increíbles momentos atrás.

Luego el ritual que desde hace meses no hacía: Crema solar, estirar y poner el cuenta kilómetros a cero.

Antes de que saliera el sol, aunque con luz en el cielo, recorro las calles de Calcuta todavía casi vacías pero con sus aceras llenas de  familias que todavía siguen durmiendo  sobre cartones.

Cruzo el puente de acero  Howrah que atraviesa el rio Hoogly sin más direcciones que guiándome hacia el oeste, justo donde empieza a alumbrar el sol. Luego enciendo el GPS y sin darme cuenta ya estaba fuera de Calcuta.

Entonces el amarillo artificial de la ciudad…

…es sustituido por el amarillo natural de los campos de arroz…

… atrás también dejo el ruido caótico de coches,buses, rickshaws y camiones,  y ahora comparto la carretera con dioses …

Es la verdadera India. La India rural, donde la mayoría de sus habitantes siguen ganándose la vida de la manera más sencilla. Trabajando el campo.

Ajenos a la globalización, millones de personas trabajan su pedazo de tierra, que es lo que les da de comer…

Es el día a día lo que rige sus vidas de una manera más humana que la vida ratonera de las ciudades.

A medida que dejo Calcuta para adentrarme en el interior, de camino al estado de Jharkand, la temperatura va en ascenso y llega a superar los 40 grados. El aire seco corta la piel.

El cielo está quemado por la luz del sol, y los campos sin vegetación. Son muchos los meses sin ver llover.

Es la época que precede a las lluvias, con temperaturas extremas en la que poco a poco aumentará la humedad y haga que estalle definitivamente el deseado monzón.

El agua escasea y es cuando falta cuando te das cuenta de su importancia. Los arrozales no son más que tierra y polvo.

Tras varios meses de época seca el agua ya no fluye por los ríos, que ahora se han convertido en secarrales, y son los pozos de las aldeas de donde mana la vida…

Veo pobreza pero no miseria. Una vida más humana, más sencilla y más feliz.

La gente mucho más amable y sonriente.

Pero hay cosas que son lo mismo, ya sea campo o ciudad…