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Author: Javier Bicicleting

Bajo tierra

Bajo tierra

Mi bici se ha vuelto a estropear, y en medio de la selva no me queda más solución que empujarla. ¡Otra vez!
Tras 40 kilómetros arrastrándola llego al pueblo de Shallang, que está cubierto de un manto de polvo negro. La garganta me empieza a picar y no paro de carraspear y toser.
Hay mucho movimiento de camiones,  y por los productos que se exponen en las humildes tiendas parece un lugar próspero,  pero su apariencia es la de un lugar que se asemeja al más puro infierno.
Hay una misión católica, y en ella un misionero salesiano español, el padre Marzo, que me acoge no sin antes llevarse una sorpresa de ver a un español cubierto en polvo empujando una bicicleta, en este pueblo que no sale en ningún mapa. Lleva 60 años en la India y conoce muy bien este lugar. Me habla de las minas y es entonces que decido visitarlas.
Y esta es la historia de uno de los trabajos más duros y peligrosos del mundo.
Mucha gente de los estados vecinos vinieron a ganarse aquí la vida.
Muchos mueren. Las condiciones de trabajo son inhumanas. Mueren intoxicados por los gases, o son aplastados por los desprendimientos o quedan sepultados en una galería que colapsa. Los más quedan abocados a una muerte lenta que aunque tarda en llegar, siempre llega.
Son unas minas de carbón, que parecen madrigueras, en el desconocido estado de Megalaya, en la India entre Buthan y Bangladesh.
¿Te atreves a entrar? …

Para aprovechar al máximo la luz solar y las horas que no están bajo tierra,  empiezan a trabajar a las 3 de la madrugada, y se acuestan al poco de anochecer. Además, en la selva no hay luz ni mucho que hacer en cuanto se hace de noche…

Durante varios días compartí la dura experiencia junto a ellos de vivir bajo tierra. Yo con la libertad de irme en cuanto quisiera.

Aquí hablo de mi primera noche en una de esas minas. Madrigueras infinitas semejantes a un enorme laberinto.

Tardé más de una hora en recorrer poco más de un kilómetro por una galería sin entibar y de poco más de un metro de diámetro hasta que llegué al lugar donde extraen el carbón. Hacía mucho calor y había mucha humedad…

Un lugar no apto para claustrofóbicos  en el que es mejor no pensar en donde te encuentras. Estaba rodeado de piedras en la oscuridad más absoluta, tan solo alumbrado por la luz de la linterna, casi arrastrándome por el barro para poder avanzar sin golpearme la cabeza con el techo.

Ignatius, de la tribu boro, llegó de su pueblo en Assam, hace más de 5 años…

Le conocí fuera de la mina, mientras descargaba un carro lleno de carbón y se ofreció a enseñarme su lugar de trabajo, no sin santiguarse antes de entrar.

El día anterior, un minero había muerto al caerle una roca en la cabeza, y yo no quería entrar sin casco. Ningún minero lleva casco, y el único que encontré fue uno de moto.

Ya dentro del laberinto de galerías no paraba de golpear el casco contra el techo, mientras en cuclillas sufría por intentar no resbalarme. Mis piernas se estaban quedando sin fuerzas y me veía obligado a  parar para descansar, sin poder estirar las piernas…

El suelo era un fangal en el que se veían unas pequeñas y estrechas tablas de madera, que intentaban asemejarse a una vía,  por las que arrastraban las carretillas con el carbón que extraen en el fondo de la mina.

Las paredes temblaban, y entonces sabíamos que alguien se acercaba con sus carros…

Exhausto llegué al final y vi a un minero que estaba picando la pared haciendo retumbar todas las paredes…

Su compañero va y viene por ese túnel de menos de un metro de altura y de suelo embarrado empujando una carretilla que una vez cargada llega a pesar 150 Kg.

Ahora tocaba deshacer el camino con las piernas sin fuerzas, asombrado con la resistencia de los mineros que arrastran sus pesados carros a gran velocidad por barro, agua…

…día tras día.

Entré en la mina bajo las estrellas, y al salir el cielo se empezaba a volver de color naranja, por un valle cubierto por densa vegetación al amanecer.

Los camiones un par de veces a la semana se adentran en la selva y siguen el rastro de la carbonilla que han dejado en sus incontables viajes por los senderos que les llevan a la boca de la mina.

El paso de los camiones cargados con toneladas de mineral han dejado los caminos tiznados. Han cubierto la tierra parduzca  con un manto negro…

Durante la época de los monzones no se trabaja en las minas porque los derrumbamientos son frecuentes, aunque la seguridad no es el motivo principal, sino que los camiones no pueden circular por los intransitables caminos embarrados que se convierten en ríos.

Entre dos personas extraen semanalmente unas 15 toneladas, por cada una de ellas les pagan 10 €.

Es una cantidad considerable de dinero para ser la India.

La guerrilla GNLA (Ejército de Liberación de la Nacion Garo,  en sus siglas en inglés) actúa  en estas fértiles tierras. Se financian a través de la extorsión. Son frecuentes los secuestros y los asaltos a los camiones que transportan el mineral. Uno de los días que visité las minas, los seis camiones que iban delante de nosotros fueron asaltados por hombres armados con machetes y fusiles kalashnikov. Les exigieron el “peaje”.

Durante la celebración del mercado semanal de Shallang, los padres y adultos de las familias más ricas del pueblo abandonan sus casas por temor a que la guerrilla les secuestre.

La presencia militar es mínima, y entre los mercaderes que venden verduras entrel polvo y barro, de vez en cuando se ven soldados armados con fusiles kalashnikovs. Sus rostros están cubiertos con  turbantes que dejan al descubierto sólo los ojos.

Me fascinaba esta historia que he visto repetirse ya en demasiados lugares del planeta.

Es allí donde la tierra es mas rica que la gente vive en peores condiciones.

Y cruzar el Brahmaputra significa calma…

Y cruzar el Brahmaputra significa calma…

Con el zureo de las palomas me levanto y escucho tras la puerta de mi habitación como unos inquilinos rascan su garganta con fuerza para escupir alguna flema.

Estoy en un barato hostal en Dhuburi, donde tengo que hacer noche para coger al día siguiente una barca y atravesar el río Brahmaputra.

Quiero dejar las concurridas carreteras de Assam y sus camiones Tata.

De camino hacia Dhuburi, en medio de un atasco y encerrado entre dos camiones Tata, noté al frenar un suave empujón. El camión que venía detrás de mí  chocaba contra mis alforjas y me hacia avanzar unos pocos centímetros, los justos para que mi transportín delantero quedara atrapado entre las ruedas del camión que estaba delante.

Al verme, dos muchachos vinieron corriendo en mi ayuda mientras le gritaban  al camionero para que no avanzara, y rápidamente conseguimos sacar mi rueda y el transportín sin que sufriera ningún daño mayor. Solo le faltaba eso a mi pobre bici.

Sin duda, quería ir por carreteras más tranquilas, y al otro lado del río mi mapa me indicaba que allí las encontraría.

Por la mañana encuentro una barca atestada de gente que navega bajo la densa niebla que nos cubre cada día…

.

…tarda tres horas en cruzar los más de 10 Km que tiene de anchura el río, sorteando bancos de arena, alguna vez sin fortuna, teniendo el capitán y su ayudante, su hijo de ocho años, que bajarse al agua y empujar la barca ayudado por todos los pasajeros. Utilizamos largas varas de bambú que hincamos en el fondo del río.

Finalmente llegamos a la otra orilla del río, en el estado de Megalaya, y descendemos en una playa  de arena blanca que contrasta con el sucio color del agua…

En la orilla  los búfalos empujan a duras penas sus carros y varios hombres cargan a sus espaldas sacos de harina para subirlos a una barca.

Me toca empujar la bicicleta entre la arena, pero tardo poco en llegar a Phulbari.

Dos policías se me acercan y me preguntan que a dónde me dirijo.

Les digo que voy hacia el este, preferiblemente por la carretera más tranquila.

Me indican dos carreteras, y me alertan que por una de ellas he de tener cuidado con los elefantes salvajes.

– ¿A qué carretera se refieren?

– A la de la derecha.

Y a esa carretera me dirijo.

Es la que conduce a las colinas  Garo, donde hace menos de 200 años los misioneros  cristianos consiguieron convertir al  70% de su población. Hoy en día la mayoría de la población son devotos cristianos donde el saludo en su idioma es: “Alabado sea el Señor”.

Habitadas por la tribu Garo, de descendencia mongola, se instalaron en estas tierras  hace 1.500 años en su camino desde el Tíbet por el río Bramaputra.

Me encuentro de repente en una comunidad de mayoría cristiana después de dejar atrás el estado de Assam de mayoría musulmana..

.

Los rasgos son totalmente diferentes, el idioma, el paisaje y el trato que recibo es excepcional.

La carretera atraviesa bosques tropicales, plantaciones de cocos y de anacardos, entre tierra arcillosa que  su color rojizo aviva el paisaje, y alegres y concurridos mercados…

En sus leves pendientes me toca empujar la bicicleta , hasta que no consiga una nueva patilla para la bicicleta no puedo cambiar de marchas, y agotado, en la primera aldea pregunto por una iglesia o cualquier lugar donde montar la tienda que me proteja de la densa niebla.

La gente de la aldea me ayuda a empujar la bicicleta por un empinado camino de tierra hasta la iglesia católica.

Un hombre mayor me abre la iglesia y me dice que puedo montar la tienda ahí, cerca del altar, pero antes me invita a su casa de adobe y paja, con una hoguera en el centro del patio.

No me bombardean con preguntas, y esta vez soy yo, ayudado por un joven que habla bien inglés, el que les pregunto sobre ellos.

Se hace de noche y sentados alrededor de la hoguera, vecinos y familiares comemos arroz con lentejas, mientras me cuentan historias sobre sus antepasados y yo les cuento sobre mi viaje. El trato que recibo es completamente diferente al resto de la India, y me da la sensación de estar en algún lugar de África.

La niebla poco a poco se apodera de la noche y escucho como las gotas de agua empiezan a caer de las hojas de los cocoteros.

Finalmente, me acompañan a la iglesia donde monto la tienda alumbrado por una lámpara de queroseno.

Al día siguiente me levanto tranquilamente, sin curiosos que me griten para que salga fuera de mi tienda. ¡Es tranquilidad!.

Abro la puerta de la iglesia, y al poco tiempo las mismas personas con las que pasé la tarde anterior me esperan para desayunar.

Nos sentamos alrededor de  la hoguera, mientras olisquea el suelo del patio el cerdo que llevan criando meses para sacrificarlo en Navidad.

Llega el momento de despedirse y el padre de familia me coge del codo mientras me da un fuerte apretón de manos, y me dice en inglés.

– ¡Merry Christmas!

Toda su familia y vecinos se despiden de mí.

Mientras bajo ya sobre la bicicleta por el camino de tierra que lleva a la carretera. Miro hacia atrás para despedirme una vez mas, y allí están, todos agitando sus manos  y deseándome buen viaje.

Y la niebla de nuevo estaba ahí…

Yo no os deseo feliz Navidad, pero si felicidad los 12 meses del año. !!Feliz 365 días al año!!!!

Quién dijo: ¿aburrido?

Quién dijo: ¿aburrido?

Me levanto y la bici ya esta en pie esperándome…

…voy a un lujoso baño…

…y me preparo para empezar un nuevo día sobre la bicicleta. Saliendo del hostal saludo al señor de la tienda de ropa, a tres vecinos y a un “dios”…

Las carreteras son tranquilas…

…y aburridas…

…y al atardecer encuentro un lugar sin nadie a la vista donde acampar…

Al día siguiente, paro a desayunar a 10 Km. de donde había acampado y el hombre del “chai” ya me conocía.

Me paran para hacerme fotos.

– ¿De dónde eres? Me preguntan.

– De España, les respondo.

Y como muchos no saben de fútbol no me sitúan. Excepto varias personas que saben del pulpo Paul, gracias al que ganamos el mundial.

– ¿Estás casado?. ¿Cómo se llama tu padre?. ¿Cuál es tu negocio?. ¿Me puedes firmar un autógrafo?

– ¿Te puedo hacer una foto?…

Una muchedumbre me rodea mientras me tomo un té. Mi bicicleta esta escondida por decenas de curiosos y la pierdo de vista…

…aprietan las manetas de los frenos, cambian de marchas, toquetean el GPS, dan unos toques al cuadro a ver como suena y se aseguran que las ruedas están hinchadas.

– ¿Qué velocidad alcanza la bici?

– ¿Cómo te llamas?

– Javier, les respondo.

Entre la muchedumbre tan solo entiendo como unos a otros se dicen mi nombre, hasta que Javier se convierte en Kabir.

Los niños más pequeños, que suelen ser una minoría, no tienen derecho a  estar ahí y los mayores les dicen que me dejen tranquilo.

Muchas de las personas me miran fijamente sin parpadear, hasta que les saludo y me sonríen mientras mueven la cebeza de un lado a otro.

Si es que no hay en el mundo un lugar más increíble que la India.

Hasta luego Himalaya

Hasta luego Himalaya

Subes una montaña, bajas hacia un río, cruzas un puente  y de nuevo a subir otra montaña por terroríficos caminos…

…solitarias carreteras…

… interminables cuestas…

…hasta bajar a otro río y repetir la misma historia.

Así día tras día, hasta que una parte del cuadro de la bici dijo basta y se partió la patilla que sujeta los cambios traseros.

Pasaron  más de 4 horas esperando en la cuneta de una vieja carretera hasta que pasó un vehículo y pude montar mi bicicleta hasta el pueblo más cercano,  donde me avisaron de que en Sikkim me iba a ser imposible soldar aluminio. ¡Perfecto!

Me dicen que el lugar mas cercano es Siliguri, en la India auténtica, a tan solo 150km de distancia, fuera del Himalaya y sumergida en el auténtico caos de la India. Un mundo aparte.

Rodeado de ruido y contaminación, pero alegre de estar en la increíble India, con su gente…

…tráfico…

…rickshaws…

…y por supuesto, miseria…

Hoy, sin saber a donde ir, tan solo sé que necesito una nueva patilla para la lisiada de mi bicicleta, ya que en vez de soldarla me la han fundido y ahora es irremediable.

Mientras tanto a sobrevivir sin poder cambiar de marchas, así que mejor coger caminos llanos y desgraciadamente olvidarme del Himalaya por un tiempo.

El camino ya lo decidiré mañana. Al fin y al cabo no es el destino lo que me importa, sino el camino.

Y a la vuelta de la esquina: ¡India!

Y a la vuelta de la esquina: ¡India!

Atrás dejaba Kathmandu, sus comodidades y a los grandes amigos que había conocido en las últimas semanas.

Después de dos meses sin bicicleta, me quedaban por recorrer los 600 Km que me separaban de la frontera con el noreste de la India.

Ya pedaleando para buscar la salida de la ciudad hacia el este, a mi izquierda podia ver el Himalaya detrás de una nube marrón que cubria el cielo.

Autobuses peleándose para buscar clientes como si de una carrera se tratase, entre los maldítos camiones Ta Ta, motocicletas y peatones,me hacían sentir como uno mas en la jungla.

Al final llegué a Baktapur y por fin la carretera se empezo a tranquilizar. Me acordaba de los increíbles momentos de las últimas semanas, pero sabía a donde me dirigía…

…y sabía que me esperan muchos y grandes momentos por disfrutar.

Muy pensativo en la bicicleta acabé montando la tienda en un lugar tranquilo detrás una enorme piedra cercana a un río, pero no tardaron en aparecer unos niños.

– Mister, aquí es peligroso dormir. Aquí viven unos fantasmas.

– No te preocupes. Como no soy de aquí a mí me tienen miedo.

Sin darme cuenta estaba rodeado de niños curioseando todas las alforjas y todo aquello que veían. Y escucho como no paran de cambiar las marchas de la bici, algo que se repite en todos los lugares del mundo.

¡Huy!, se está haciendo de noche y los fantasmas cazan niños por la noche, les digo mientras coloco todo aquello que me han descolocado.

A la mañana siguiente allí estaban los niños a las 6 de la mañana, pero ahora con todos sus compañeros de clase, hermanos y alguna que otra madre.

Y otra vez más me tocaba ir contra reloj hacia la frontera. Hace dos días, por asegurarme, decidí mirar mi pasaporte para confirmar la fecha en la que mi visado vencía y me dí cuenta de que estaba  equivocado. Tan solo me quedaba un día y tenia 300 Km por delante. Malas noticias.

Me fue imposible recorrerlos a tiempo y llegue a la frontera un día tarde.  Salí del país sin pasar por inmigracion, hasta que ya en el edificio de control de inmigración de la India, al que habia llegado por un camino sorteando a dos vacas que descansaban tumbadas,  un oficial de me hizo volver a Nepal para que sellara mi pasaporte.

– No me hagas volver a cruzar el puente. ¡Por favor!. ¿Has visto la cantidad de camiones que hay? – Le suplicaba al oficial.

De vuelta a Nepal, usé mis armas de negociador para que me perdonaran la multa.

Sin darme cuenta ya estaba en la India, rodeado de indios y de rickshaws…

…y el aire más puro del mundo…

Olía a especias y a fritanga pero también a ese olor de incienso tan típico de la India. Me tragaba todo el humo de los camiones y disfrutaba leyendo los versos dibujados en ellos: ”Love is foreverer”

Mirase a donde mirase veía  gente, y el aviso de  autobuses y  camiones con sus sirenas de feria eran demasiado estresantes después de tantos meses rodeado de silencio.

No tardé en encontrar la carretera que me llevaría hasta Darjeelling, entre plantaciones de té, sin tráfico y  sin nadie a la vista…

Era otro mundo. No muy lejos podia ver el Kanchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo.

Y después de tres días, que es lo que tardé en recorrer la subida de 80 Km, con mucha calma “shanti, shanti”, y disfrutando de la gente y de los increíbles paisajes de colinas pintadas de verde con infinitas plantaciones de té…

Detrás de ellas, la planicie india y su nube marrón de continaminación que ya parecía quedar muy lejos.

La primera noche dormí en una antigua fábrica de té…

…pero no el resto…

…donde por la noche podía disfrutar de un cielo estrellado con una tímida luna…

Caminando por los Himalayas

Caminando por los Himalayas

Dejé la bicicleta en Kathmandu para perderme varias semanas por el Himalaya. Necesitaba unas vacaciones sin ella, su sillín y su pesada carga.

En el circuito de los Annapurnas me he encontrado con gran variedad de paisajes cada cual mas espectacular.

Bosques tropicales, nieblas y densos bosques…

… paisajes alpinos…

…tundra…

…ártico…

…desértico…

…lagos…

…pueblos tibetanos…

En cada vuelta, en cada valle, el paisaje cambiaba…

A veces daba la sensación de estar por encima de las nubes…

…mientras caminábamos por estrechos senderos, cargados de adrenalina…

El primer día del trekking nos juntamos 3 americanos, un escocés y yo, con los que he compartido momentos increíbles y harán que la vuelta a la bicicleta  sea más dura todavía, aunque ya me muero de ganas de encontrarme de nuevo acampando no muy lejos del asfalto, ducharme en los ríos y escuchar tan sólo el ruido de las cubiertas sobre el asfalto.

Tras dar la vuelta a los Annapurnas, me dirigí hacia el campamento base del Annapurna, todos los días bajo una densa niebla ocultando las montañas e incluso los árboles por los que transcurría el camino…

Llegando al campamento base, a más de 4000 metros de altura, rodeados por la niebla, se puso a nevar durante horas, cubriendo el paisaje de blanco igualando las nubes con el suelo.

– ¡Ojalá por la mañana despeje!

Al abrir los ojos al alba la niebla seguía ahí, frustrando mis deseos de ver las cimas con todo el paisaje nevado. Sabía que trás las nubes se escondía el Annapurna I (8092m), Machapuchare, y muchas cimas más.

Finalmente  el cielo se abrió, apareciendo primero Annapurna Sur con la luna al fondo…

, Machapuchare  tras el valle por el que subían las nubes…

…y mirase a donde mirase, las vistas eran tan increíbles que  parecía encontrarme en un cuadro…

Yo, turista del primer mundo, cargado con tan sólo 15 Kg sobre mis espaldas, termino cuando quiero para volver a la civilización, sus comodidades, la oportunidad de elegir, mientras que en los senderos del Himalaya, seguirán toda la vida con grandes cargas sobre sus espaldas, los porteadores, una casta baja condenada a vivir como mulas el resto de sus días…

Explícales a ellos la crísis que tanto pánico provoca en los países ricos.

¡¡Bienvenido a Nepal!!

¡¡Bienvenido a Nepal!!

Me levanto con una enorme nevada, y la pobre de mi tienda no la ha soportado. Una de las varilla se ha roto y  ha rajado la tela impermeable de la tienda. ¡¡Perfecto!!, es lo que me faltaba.

Lo bueno es que Nepal esta a la vuelta de la esquina, porque  si esto me hubiera pasado hace unas semanas en la provincia de Amdo mientras me moría de frío, o  dentro de unos  meses en el Himalaya indio en pleno invierno, no me hubiera hecho la misma gracia.

Después de cruzar el Himalaya,  bajo una tormenta de nieve, aparece el verde que tanto echaba de menos.

La carretera baja por un valle rodeado de cascadas, muchas de ellas caen sobre la carretera.

En el pueblo próximo a la frontera empiezan a aparecer los famosos camiones Tata,  y ese olor a incienso típico de Nepal y vuelvo a ver, tras muchos meses,  hombres con bigote, algo que no veía desde que salí de España.

En las calles empinadas del pueblo, decenas de camiones maniobran casi sin espacio. Todo el mundo se lo toma con calma mientras las calles están totalmente bloqueadas y todo el mundo usa su bocina.

Todavía pertenece a China pero ya huele a Nepal.

Para salir de China hay que pasar entre dos militares chinos que hacen guardia, firmes ellos agarrando sus armas. Al otro lado del puente ya es Nepal, y aquí los militares van armados con varas de bambú, poniendo orden entre tanto porteador que esperan para cruzar al otro lado, pero me regalan una sonrisa y un “namaste”

Noto un trato más formal que con los dos militares chinos que estaban  firmes como un tronco y que no me habían ni dirigido la mirada.

El asfalto se acaba, y me encuentro con precios realmente bajos comparado con el resto de países.

Lo mejor de todo es que la vida sucede a lo largo de la carretera. Niños jugando, mujeres lavando o cocinando, gente duchándose en las fuentes, hombres tomando té,…..

He pasado de uno de los lugares menos densamente poblados del mundo, a uno de los que más…

A medida que me iba acercando a Kathmandú la carretera se volvía más interesante…

…y más…

…y todavía más…