Por esto, solo por esto, todo merece la pena
Me propuse volver a restaurar y lentamente mejorar el ritmo perdido, y que mejor destino, como primer objetivo, llegar al Parque Nacional da Chapada Diamantina, a unos 500 Km de distancia…
En el camino tuve una aparatosa caída y aunque iba bastante rápido los daños fueron bastante menos dolorosos y aparatosos que los sufridos en mi última caída en Namibia, que me habían dejado de recuerdo once puntos en el brazo.
Ahora, y exactamente en el mismo lugar, sobre la marca de la última herida, el brazo sangraba sin parar, pero por suerte esta vez no necesitaría puntos y al revés que en Namibia, donde ni siquiera tenía venda, betadine o tiritas y tuve que echar lejía sobre la herida para desinfectarla; en esta ocasión el botiquín sí estaba repleto y recién provisto por lo que pude limpiar la herida y mantenerla aseada hasta que cicatrizó completamente a los pocos días.
Es una de las cosas buenas que le ocurren a uno por tener una madre enfermera.
Por suerte esa parte del brazo no incomoda demasiado para montar en bicicleta y pude seguir sin mayores complicaciones.
Había tardado solo 5 días en llegar desde Salvador pero ya tenía ganas de dejar la bicicleta aparcada por unos días.
En mi mochila metí la tienda de campaña, hornillo, saco de dormir y algo de comida para sobrevivir varios días y me dirigí al “Valle de Pati” en el corazón del Parque Nacional de la Chapada Diamantina con la intención de buscar una mayor conexión con la naturaleza y poner en orden mis pensamientos después de los desbarajustes que había sufrido mi vida en los últimos meses.
Mi amigo el ciclo viajero Albert Sans me había recomendado este lugar y me había dado todas las indicaciones posibles para que pudiese perderme por mi cuenta por valles espléndidos, bosques exuberantes, ríos caudalosos, acantilados enormes que se erigen sobre gargantas angostas y cuevas profundas.
De momento Brasil no me estaba emocionando pero tenía la sensación que ésta parada iba a marcar un antes y un después en mi viaje.
Y así fue como empecé a sorprenderme con los tesoros que almacena esta hermosa región.
A veces cuando más lo necesitas la vida te brinda las mejores oportunidades para darte ese empujoncito que a veces tanto nos hace falta. No suele llegar solo sino que hay que salir a buscarlo.
Necesitaba sentir ese momento en el que observas y te empapas de todo lo que te rodea; y se te pone la piel de gallina y al mismo tiempo te saca una enorme sonrisa y te hace sentir la persona más afortunada del mundo.
Las caminatas por los valles…
…los acantilados y los desfiladeros…
… eran un punto de inflexión en esta etapa del viaje.
Volvía a sentirme como siempre.
Y de esos cuatro días hubo un momento que nunca olvidaré. Quedaban unas pocas horas de sol y me disponía a subir al Morro de Castelo. Llegué al atardecer a una gruta en la parte alta de la montaña desde donde pude observar un increíble paisaje a mi espalda…
… alcancé la cumbre más alta durante la noche con la ayuda de mi linterna y la luz de la luna, y durante el camino hice el mayor ruido posible para advertir de mi presencia a las serpientes despistadas, porque eran muchas las que había visto incluyendo una cascabel.
Y cuando llegué a la cima viví un momento extraordinario; porque fui consciente de que me había convertido en un espectador privilegiado de la sorprendente belleza que se desplegaba ante mís ojos para que la disfrutase y me asombrase. Con todo su esplendor y lleno de matices el paisaje logró estremecerme hasta erizarme la piel y es entonces cuando recordé los momentos difíciles que pasé para llegar hasta aquí, y me dije:
“Por esto, solo por esto, todo merece la pena”