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Verde

Verde

En nuestro primeros días en Benin hemos podido descansar en el pequeño pueblo de Savalou, después de ya varios meses peleándonos con las lluvias y el fuerte sol que a veces entre las nubes se deja colar.

Buscando en las fotos de mi ordenador he ido a parar a la carpeta de “Mali”, donde no hace mucho tiempo atrás y no muchos más kilómetros al norte de donde hemos cruzado de Togo a Benin, dulcemente me ha hecho volver a aquel lugar  que ahora parece pertenecer a un mundo completamente diferente, como sino tuviera nada que ver con esta parte del viaje, África.

Las estrellas callejuelas de casa de barro…

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…nos protegía del fuerte y abrasador viento del norte, proveniente desde el mismísimo corazón del sáhara.

Mezquitas sahelianas construidas con barro…

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…que ahora han sido sustituidas por las cientos de iglesias católicas o evangelistas.

Aunque no ha sido  eso lo que más ha llamado mi atención, sino el gran contraste entre el color ocre del paisaje…

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…y el hora impresionante verde lleno de vida de la vegetación…

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 …

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Fiebre del oro

Fiebre del oro

Bajo un vestido de color azul manchado de barro, Marian luce un buen embarazo de 7 meses…

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Trabaja junto a su sobrino, de apenas 13 años, en una pequeña mina de oro que, ilegalmente, junto a otros familiares y amigos le han robado el sitio a la densa selva para buscar oro en las piedras que se esconden bajo las fértiles tierras de la región occidental de Ghana.

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Ilegal, porque carecen de permisos y no pagan impuestos, mientras las grandes compañías mineras internacionales se han repartido el pastel y han colocado a Ghana como el segundo país productor de oro de África, después de Sudáfrica.

Cuando los británicos pusieron pie en Ghana, no tardaron en darse cuenta de la riqueza que escondía su suelo,  de ahí que bautizaran su nuevo territorio con el nombre de “la costa de oro”. Que se convertiría junto al comercio de esclavos hacia el continente americano en su negocio más rentable.

Nosotros tardamos un poco más, exactamente 2 semanas desde que  cruzamos la frontera por el norte, desde Burkina Fasso. Después de 100 Km. de pedaleo por las incesantes cuestas buscábamos alcanzar lo que parecía un pequeño pueblo en el mapa, y ahí, buscar al pastor, reverendo o sacerdote de la primera iglesia que viéramos para poder montar la tienda.

A penas a 10 Km. a las afueras del pueblo, en las orillas de la carretera se amontonaba basura y plásticos, a los mismos pies de la impenetrable selva, y mientras un incesante y continuo trajín de gente en motos, circulaban en nuestra misma dirección.

Hombres, todos hombres. Ninguna mujer adornaba la típica estampa africana cargando leña sobre su cabeza tan típica a esa hora de la tarde, cuando después de una larga jornada de trabajo en el campo vuelven a sus casas llevando a sus bebes sujetos en sus espaldas, y los hijos mayores caminando a su lado.

A la entrada del pueblo daba la sensación de entrar en una gran ciudad. Mucho movimiento, muchas motos, muchos mecánicos a los lados de la carretera, y en resumen, demasiado movimiento para ser un pueblo normal.

A lo largo de la carretera que hacia de calle principal en su transcurso por el pueblo, varios puestos hacían de improvisadas gasolineras,guardando el combustible en las botellas ya vacías de licor.

Lo que más llamó mi atención fue la cantidad de comida y su variedad que se vendía en los pequeños puestos frente a la mezquita principal, que también llamó mi atención porque estábamos en una zona de mayoría cristiana aunque ahora sobre la mayoría de las cabezas se volvían a ver  taqiyahs.

Fue como un deja vu, al encontrarme de nuevo en mitad de un pueblo nacido de la nada donde el dinero fluía sin corresponder con la apariencia de un pueblo prospero y moderno.

Se corrió la voz de que había oro en la zona y rápidamente miles de personas llegaron en busca de su sueño: el dorado.

Desde rincones tan dispares como Malí o Nigeria para intentar colmar sus sueños destripando el  suelo con rudimentarias herramientas…

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En el improvisado mercado se sorteaba a los vehículos que a toda velocidad pasaban entre los puestos, pudimos encontrar auténticos manjares comparado con el pueblo anterior, como sandía, piña y pinchos de carne. Todo al doble del precio que veníamos pagando –el precio de la prosperidad-.

Una cabaña con tejado de chapas cinc hacía de bar o improvisada discoteca, dentro sonaba música a todo volumen y en la entrada estaban algunos jóvenes bebiendo cerveza intentando mantener el equilibrio.

Decidimos continuar, y buscar refugio en un lugar más tranquilo. Nos plantamos en  una  pequeña explanada que no hace mucho debió de albergar una campera donde se  trituraban  las rocas para extraer el oro.  Montamos la tienda en una zona alejada de la carretera y pasamos la noche escondidos de miradas  curiosas.

En el mapa no aparecía ningún pueblo cercano, pero en el cielo pudimos ver la contaminación lumínica que surgía de en medio de la selva, y el ruido de una fiesta con música Techno que nos traía la brisa de la noche.

Al día siguiente, al continuar nuestro camino, pudimos ver como emergía de la nada un improvisado pueblo de cabañas de madera y plástico que se alzaban sobre la fértil tierra roja que muy poco tiempo atrás era el hogar de árboles milenarios y majestuosos y que ahora servían de leña…

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Había llegado la prosperidad a la zona…

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Casi sin darnos cuenta…

Casi sin darnos cuenta…

Una de las mejores cosas que te ofrece viajar en bicicleta es la velocidad a la que  percibes los cambios.

Cambios tan leves que con la suma de los días se convierten en cambios drásticos, y casi sin darte cuenta te encuentras en un mundo completamente diferente.

Se suma el esfuerzo para llegar a los sitios.

Los sentidos en su máximo esplendor.

El olor a tierra mojada, el fresco del viento que precede una tormenta, el ritmo de la música de la lluvia sobre las hojas, el sudor sobre tu cara, la suciedad que tapa tu piel,la lluvia que te limpia, el hambre después de una larga jornada, la sed ,el saludo de la gente o los niños corriendo asustados al verte llegar.Todo, a la velocidad perfecta.

Con el clima cambia la gente: Sus costumbres, la alimentación, el estado de ánimo.

A medida que nos dirigíamos al sur, casi en línea recta hacia el ecuador, el color ocre del sahel es sustituido por el verde chillón de las hierbas que bajo los árboles florecen con las primeras lluvias…

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El cambio no había llegado por nuestra proximidad al ecuador, sino por las primeras lluvias que en esta parte del mundo crea dos mundos diferentes en un mismo año.

El sahel no ve lluvias la mayor parte del año, pero después de los meses más cálidos, cuando a medio día parece que hay que agacharse para no darte en la cabeza con el sol, las nubes cargadas de lluvia ascienden del sur, trayendo consigo enormes nubes que en el horizonte aparecen como un enorme muro de color grisáceo y negro temeroso…

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Y una vez encima, comienza el espectáculo. Vientos fuertes, rayos, y por fin una tromba de agua que enfría el suelo, mientras nos da un respiro del infernal calor de los trópicos.

Florece la vida.Los insectos se multiplican y el roar de las ranas se escuchan por todos lados.

Nos invaden los mosquitos.Bienvenida la malaria.

Donde antes solo había una escasa y triste vegetación,en forma de arbustos sin hojas, en pocos días la vida vuelve al igual que hace un año atrás, cargada de vida y de color.

Los árboles florecen, la hierba crece por horas, y el color ocre del suelo se convierte en un color anaranjado…

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Los caminos antes de arena y polvo se convierten en un barrizal intransitable…

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…cuand meses atrás no dejábamos de tragar el fino polvo de los secos caminos del sahel…

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Pero por fín lo habíamos dejado atrás al igual que la época seca, y entramos en la zona más cercana del ecuador en la temporada de lluvias.

Mundos opuestos.Mundos antagónicos.

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¡¡Rayos y centellas!!

¡¡Rayos y centellas!!

Íbamos por un tranquilo sendero bordeando el río Volta,  frontera entre Ghana, Costa de Marfil y Burkina Fasso.

La verde vegetación escondía el estrecho camino, que a veces desaparecía bajo charcos y hierba alta…

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Al atardecer se podía escuchar el ruido de los hipopótamos y el sonido de algún que otro trueno muy lejano en el aire.

El cielo todavía despejado nos dejaba frente al temible y ardiente sol tropical.

Fue al atardecer cuando decidimos montar la tienda en una estructura bajo un árbol en el comienzo de la selva.

Mucho calor y mucha humedad nada mas ponerse el sol y fue ahí cuando pudimos ver de nuevo las estrellas…

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Dentro de la tienda, con la espalda empapada en sudor,caímos dormidos y tardamos poco en levantarnos con las primeras gotas y los rayos que ya no solo se veían, sino se oían retumbar sobre nuestras cabezas.

¿Que hacemos?

Comenzamos a contar los segundos entre el rayo y el estruendo, y de repente empezó a caer una tromba de agua sobre la tienda mientras el viento nos agitaba de un lado a otro.

Todavía, los rayos se oían bastante lejos, y casi sin darnos cuenta con cada rayo se iluminaba nuestro pequeño habitáculo.

Los rayos cada vez caían más cerca y la lluvia con más fuerza.

Decidimos salir de la tienda y buscar un lugar más seguro , en la densa selva, bajo las enormes gotas de la lluvia que veíamos en mitad de la noche con cada rayo, que era como si de repente alguien diera a un interruptor y encendiera la luz.

Nos alejamos de los árboles más altos y con la linterna intentábamos no toparnos con alguna serpiente que surgiera del embarrado suelo.

La tormenta parecía estar sobre nosotros y las explosiones se escuchaban simultáneamente con el rayo, haciendo temblar el suelo, mientras nosotros de cuclillas, rodeados de vegetación protegiéndonos de la fuerte lluvia, nos apretábamos las manos al igual que los dientes deseando que el siguiente rayo cayera lejos.

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Tranquilos, esta foto no la hice la noche de la tormenta

¡Miedo, mucho miedo!

Estábamos calados hasta los huesos, y mientras la lluvia parecía amainar, la niebla nos seguía iluminando con cada rayo , aunque la tormenta se escuchara ya desde el otro lado del río, en costa de Marfil o Burkina Fasso, a unos pocos cientos de metros de nosotros.

Al día siguiente el verde paisaje era iluminado por los rayos del sol que se colaban entre las nubes…

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Y desde esa noche nada sería lo mismo. A la hora de acampar no nos meteríamos en la tienda hasta asegurarnos que la tormenta no se dirigiría hacia nosotros…

 

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Un poquito de Guinea

Un poquito de Guinea

Guinea ha sido sin duda uno de los países más duros.

Un país de contrastes donde tan fácil encuentras hostilidad como hospitalidad.

Llamó mi atención que la gente no sonreía tanto, que no es de extrañar por las duras condiciones en las que viven…

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…y más dificil aún era ver a una mujer con muestras de felicidad,pero no imposible…

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Un país tan corrupto que la gran riqueza de todos acaba en las manos de unos pocos.

El resto sufre sin ningún tipo de comodidad. No hay electricidad, ni infraestructuras, ni educación, ni sanidad para muchos.

Uno de los países más pobres del mundo aunque donde mas riqueza se encuentra.Diamantes, petroleo,oro,etc.

La gente aprovecha cada mililitro de gasolina en sus incontables viajes para vender sus productos en el mercado semanal…

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…o la vuelta de estos…

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En muchos pueblos no hay electricidad ,ni hospital,ni escuela, pero si cobertura.

A pesar de tener una tierra rica y fértil, no se come más que aquello que cae de los árboles…

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La mujer vive explotada al servicio del hombre. Este descansa bajo la sombra de un árbol y espera a que caiga un mango, mientras la mujer camina kilómetros con leña cargada sobre su cabeza, o con cubos de agua desde el pozo más cercano…

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El motor de África, el pilar de la sociedad , no es otra que la mujer…

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Y desgraciadamente la falta de educación es el camino a su sumisión…

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Para leer más relatos sobre mi paso por Guinea:

 

Más duro es el camino, más dulce su destino (versión Guinea)

Más duro es el camino, más dulce su destino (versión Guinea)

Todo el día bajo el abrasador sol. El asfalto había desaparecido y aunque llevaba meses sin ver lluvia, mi cuerpo estaba siempre empapado: ¡En sudor!

El polvo del camino se pegaba a mi cuerpo, haciéndome muy difícil recordar el color de mi piel..

…tan solo al acabar el día, cuando con una botella de agua me pegaba la tan deseada ducha y aparecía mi color verdadero.

Empezaban las montañas, que no solo me traía grandes pendientes si no aires más frescos y placenteros.

Las aldeas eran cada vez menos frecuentes, pero de estampas tan africanas que parecía como si los países por los que había pasado, estuvieran en otro continente…

A pesar de ser un país rico en tierra y que disfruta de lluvia la mayor parte del año, la gente no lo ha sabido aprovechar todavía  y en esta temporada del año la dieta se limita a un alimento: el mango.

A base de mangos me fue imposible reponer todas las calorías quemadas, y en poco más de un mes perdí 9 Kg…¡qué no es poco!

Necesitaba un buen lugar donde descansar, y me puse como meta unas famosas cascadas en la región del Fouta Djalon. Allí disfrutaría de mi primer día de descanso en 3 semanas y el agua del río me serviría de refugio del sol la mayor parte del día, a la vez que para cocinar y agua para beber.

El camino era cada día más duro. No solo no había asfalto o un terreno duro y plano por el que circular, sino que era rocoso. Una rueda partida, 4radios rotos y 2 cámaras reventadas. En tan solo una semana se me habían roto más cosas que en los anteriores 3 años.

Con el paso de los días perdía fuerzas a la vez que peso, y veía cada vez más lejano el momento de encontrar un buen río en la montaña donde poder montar la tienda y pasar aunque fuera solo un día de descanso.

Mango para desayunar, para comer y para cenar.

Por fin, las cascadas estarían a tan solo unos 30 Km, y si todo iba bien, lo podría hacer en el mismo día.

Me encontraba a mas de 1000 m. de altitud y por un camino me tocaba descender hacía el río. Rezaba  que ese fuera el camino porque si me equivocaba  no sabría de donde sacaría las fuerzas para volver a subir. Y me equivoqué.

Llevaba la comida justa. Una bolsa de macarrones, un bote de tomate y una bolsa de cacahuetes. Con eso tendría que aguantar tantos días como quisiera descansar.

Finalmente  empecé a bajar por un camino (esta vez el bueno) escarpado y rocoso evitando las piedras más grandes. Atravesé un primer riachuelo donde unas mujeres desnudas se enjabonaban el cuerpo.

Seguí bajando y me encontré con un río más grande. Me bajé de la bicicleta y empujando lo atravesé a la vez que me peleaba con unas fieras moscas que me taladraban piernas y brazos.

Al otro lado seguí un pequeño sendero entre una densa vegetación sin saber exactamente a donde me dirigía, y si al final de este me encontraría por fin con las cascadas.

De entre las verdes hojas vi en un espacio abierto lo que parecían unas escaleras que subían hacía un pequeño puente…

…que requirió del equilibrio del que no puedo presumir (porque no lo tengo) y las fuerzas que no tenía para cruzar con mi cargada bicicleta por un puente tan estrecho y precario…

…pero al otro lado dejé la bicicleta, ya exhausto, y sin ella decidí seguir el transcurso del río para encontrarme por fin con unas vistas que ni mi más optimista imaginación llegaría jamás a  imaginarse.

Ante mi tenía una caída de agua de mas de 100 metros de altura, que bajaban hacia un cañón entre los bosques de la mágica Guinea…

Cuanto más duro es el camino, más dulce es su destino.

Y así, montada la tienda  en mitad de la selva, con  sonido estero del espectáculo que te otorga pasar una noche entre millones de animallilos, pude descansar y dormir como me merecía después de una gran ducha bajo unas cascadas.

Esa armonía se rompió cuando por la mañana me despertaron unos ruidos de pequeñas explosiones y destrucción, no muy lejanos de donde tenía montada la tienda, que era un incendio en el bosque…

Todavía era época seca y mejor quemar el bosque para conseguir carbón antes de que lleguen las lluvias.

Mejor quemar que plantar, parece ser el lema por aquí.

Salí rápidamente de la tienda, desmonté el campamento y con un buen susto me fui a otra parte.

¡¡Mi día de descanso!!

 

 

 

Y por fin…¡selva!

Y por fin…¡selva!

Después de cruzar gran parte del Sahel en Senegal y cruzar el diminuto país de Gambia (aquí el relato de la entrada al país), nos dio la bienvenida  la temporada mas cálida del año. El encuentro con el océano Atlántico fue tan deseado como la llegada de las lluvias, las cuales llevábamos sin ver desde el año pasado, y  todavía nos quedaban un par de meses para volver a sentirla.

La brisa fresca del mar no era lo único que nos regalaba este maravilloso océano, sino abundante pescado para complementar nuestra pobre dieta…

Natalia empezaba un voluntariado en un centro de alfabetización para adultos en Kafountine, en la región de Casamance, y en esos meses decidí continuar mi camino no antes sin pasar un par de semanas de descanso. Mi culo inquieto me pedía movimiento y puse rumbo hacia el sur dejando las comodidades y una vida tranquila, hacia uno de los países más pobres del mundo, Guinea-Bissau, al otro lado de la frontera.

Los días de paz, descanso y  disfrutar de las visitas de amigos y familiares que recibimos en Kafountine fueron sustituidos por largas jornadas bajo un sol abrasador  ahora en soledad y os mentiría si os dijera que no se me hizo duro.

Las comodidades de Senegal desaparecieron una vez cruzada la frontera. No había electricidad y fueron semanas las que tardé en volver a ver una bombilla encendida. En las tiendas difícilmente se encontraba algo que no fuera recarga de saldo para el móvil, mayonesa, y aquello que en temporada te brindan los árboles, que ahora eran  anacardos.

El negocio de las telecomunicaciones ha invadido el continente. Un pueblo puede no tener escuela, luz ni agua, pero sí cobertura. Los más avispados se hacen con un generador y por 100 francos te cargan el móvil en una improvisada caseta…

…y es que  en los países más pobres no falta  imaginación…

…y uno sabe divertirse con poco…

Una breve parada en la capital, Bissau, de aires cálidos y húmedos, donde el único refugio del sol eran las sombras de los gigantes árboles del mango, todavía con sus frutas madurando sobre sus ramas, a la vez que sus raíces levantan las aceras poco a poco, ofreciendo un aire todavía colonial a las avenidas destartaladas y casas de arquitectura portuguesa donde sus techos se empiezan a caer.

Buscaba algo de tranquilidad y naturaleza, y con un poco de suerte un encuentro en la selva con mis queridos amigos los chimpancés.

El asfalto desapareció y el camino de tierra rojiza lo compartía con mujeres trabajadoras, caminando kilómetros cargadas de peso sobre sus cabezas y con bebes a sus espaldas. Verdaderas heroínas…

Me dirigí hacia el sur, a la región forestal de Catanhez, y después de haber cruzado el Sáhara y el Sahel, pude disfrutar de los primeros ríos donde lavar ropa y refrescarme durante las horas más cálidas del día.

La vegetación cuanto más al sur se volvía más verde…

…y aquellos diminutos y escasos rincones donde el hombre todavía no había querido arrasar, aparecían una de las formas de vida más bonitas e impresionantes que la naturaleza nos ha podido brindar: los árboles.

Cientos de años para crecer…

…y unas pocas horas para ser destruidos…

Pero una vez más lo mejor de un país no eran sus paisajes, sino su gente…

 

Aquí os dejo un relato más amplio de mi paso por este maravilloso y desconocido país…(Guinea-Bissau)

 

 

 

 

 

¡Llegó el calor!

¡Llegó el calor!

Llegamos a Senegal con ganas de dejar atrás el desierto.

El paisaje aunque admirable y a la vez inhóspito desde hacía algún tiempo se había convertido en monótono.

El panorama se nos ofrecía sin vegetación y que estaba expuestos al  viento que parecía soplar más fuerte en este paisaje sin sombras, y  aunque algunos baobabs  que empezamos a ver a las orillas de la carretera, eran insuficientes para protegernos..

Acabábamos de entrar desde Mauritania, cruzando el río Senegal por la presa de Diama, evitando así el famoso puesto fronterizo de Rosso. En el camino nos cruzamos con los primeros animales salvajes…

Desde el norte de Senegal queríamos llegar al sur, y en el mapa habíamos encontrado lo que parecía ser una pista de tierra que a lo largo de 200 Km. atravesaba el Sahel.

Parecía ser un camino tranquilo, y lo que nos encontramos fue con remotas aldeas  esparcidas por las  tierras infértiles que preceden al Sáhara, la sabana africana, conectadas por estrechos caminos de arena que solían desaparecer entre arbustos, acacias y baobabs.

La vida de las personas  que habitan estas tierras depende del agua de los pocos pozos que hay en la región. Pozos de mas de 70 m. de profundidad que proporcionana agua turbia y caliente, pero por lo menos es agua.

Los Fula, el grupo étnico nómada más numeroso del mundo, habitan las tierras del Sahel desde Mauritania hasta Sudán.

Sobreviven en estos  territorios tan hostiles donde a finales de febrero la temperatura supera los 40º C, y son unas pocas y lluvias al año de las que dependen la vida de sus animales y de sus futuras cosechas.

Las aldeas eran algunas más pequeñas…

… otras más grandes…

…pero siempre llenas de niños…

Durante el día solíamos ver animales buscando algo que llevarse al estómago, mientras los pastores solían estar escondidos bajo alguna sombra.

Las tareas son compartidas por toda la familia…


.. de ahí que el “seguro de vida africano” suela ser una familia numerosa. Más manos que trabajan dan más posibilidades para conseguir comida.

Al atardecer florecía la vida. El sol decidía darnos un descanso y los pozos se llenaban de gente para llevar agua a sus aldeas o dar de beber a sus sufridos animales…

Era sin duda la mejor hora del día…

Hora de llenar las botellas de agua, buscar un sitio donde acampar, asearse un poco, comer, montar la tienda y disfrutar un cielo estrellado antes de dormir, hasta que de nuevo el sol decidiera que el descanso se había terminado. Aunque no siempre era el sol nuestro despertador…

 

 

 

 

 

Entrando en el Sáhara

Entrando en el Sáhara

Salimos de Marrakech mentalizados con que por delante teníamos uno de los mayores retos de todo el viaje.

Una vez  cruzáramos los últimos puertos del Atlas iríamos adentrándonos poco a poco hacia las puertas del Sáhara.

Volvíamos a pasar los días , todavía muy cortos en esta época del año, sobre el asfalto.

Calculábamos, erróneamente, que las nubes y lluvias se quedarían atrás y que una vez cruzado el Atlas, cielos azules y un sol brillante nos acompañaría el resto de días. Ilusos nosotros. ¡Qué equivocados estábamos!…

Elegimos la carretera que iba por la costa, evitando así lo máximo posible las carreteras nacionales.

A un lado de la carretera teníamos el majestuoso Atlántico, el océano que durante los próximos años iremos encontrándonos cada vez que decidamos pedalear por un país costero.

Ahora, el mar estaba bravo y el viento de costado nos frenaba constantemente…

.. pero sabíamos, por muy loco que esté el clima, que tarde o temprano acabaríamos tostandonos bajo el sol. Y así fue, que casi sin darnos cuenta estábamos pedaleando en la hamada del Sáhara, rodeados de arena y piedras. El paisaje solo se alteraba cuando teníamos la suerte de poder ver el mar, aunque fuera a lo lejos…

…aunque lo preferíamos de cerca…

Nuestro aliado de día, el viento,  nos empujaba fuerte hacia el sur, y por las noches, a la hora de montar la tienda de campaña, se convertía en nuestro peor enemigo; no había un lugar que nos protegiese de él, parecía que echaríamos a volar con la tienda como si se tratase de un auténtico parapente…

A excepción de alguna serpiente y las malditas moscas, pocos eran los animales con los que nos íbamos a cruzar.

Pero no podía faltar el rey del desierto, el animal más cotizado y apreciado en estas latitudes tan áridas e inhóspitas, donde solo los más aptos pueden llegar a sobrevivir…

La poca gente que habita en el desierto, allí donde no hay abundancia si no escasez, nunca dudaron en ofrecernos agua y cobijo…

Cuanto más al sur el calor empezaba a apretar, creando espejismos en el desierto…

…aunque a veces no eran espejismos y veíamos mezclarse el océano con el mismísimo Sáhara…

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y

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