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El día más frío y la despedida más calurosa

El día más frío y la despedida más calurosa

El invierno nos entró de golpe. Las temperaturas con las que habíamos tenido que lidiar las últimas semanas empezaron a parecernos benignas, era cuando disfrutábamos de una climatología que no dejó  que el mercurio del termómetro se moviese de la raya que señalaba  0ºC . De repente y sin darnos cuenta “estábamos gozando” de una temperatura máxima durante el día  de -18ºC. La sensación térmica, gracias al viento que nos acuchillaba la cara, fue de unos cuantos grados menos.

Montar en bicicleta en esas condiciones fue extremadamente duro. A pesar de haber sentido el frío extremo de algunas regiones de Asia central, lo que teníamos por delante nos era completamente desconocido. Apenas nos subíamos sobre nuestras bicis dejábamos de sentir las manos y los pies, y que sabíamos que seguían unidos a nuestros cuerpos por el hormigueo doloroso que padecíamos.

Fue increíblemente agotador, y en algunos momentos insoportable, pero tuvimos la suerte de que las primeras nevadas del año nos pillaran en una calurosa habitación de Bukhara, mientras esperábamos a que nuestro visado de Turkmenistán (válido solo del 17 al 19 de diciembre) entrase en vigor.

A través de la ventana veíamos nevar  incesantemente. Durante dos largos días la nieve no dejó de amontonarse y  dibujando la vida completamente de blanco…

Creo que ha sido la única vez que antes de hacer algo ya estaba cansado.

Desde Bukhara nos separaban 96Km hasta la frontera con Turkmenistán, y lo teníamos que recorrer en un solo día.

La misma mañana que nos tocaba salir dejó de nevar. Comenzamos a pedalear por la carretera todavía cubierta con nieve en polvo…

 

…y resultó que era mucho más fácil de lo que pensábamos. Pero poco a poco el escaso tráfico fue compactando la nieve y empezaron a formarse placas de hielo y al mediodía ya era una sola placa bien pulimentada y brillante.

Nos fue imposible recorrer esos 96Km en un solo día, y cuando empezaba a oscurecer intentamos parar a algún camión para que nos acercase a la frontera.

Era ya casi de noche y estábamos en medio de una carretera completamente helada (nosotros casi) y desierta. Decidimos buscar cobijo, y ansiamos más que nunca  disfrutar de la INCREÍBLE HOSPITALIDAD DE LOS UZBEKOS, pero para ello teníamos que encontrar a alguien en medio de la nada, que era donde estábamos.

Cualquiera que nos viese no dudaría en ofrecernos cobijo, ya que a lo largo del día perdimos la cuenta de las personas que nos habían ofrecido su ayuda, pero que habíamos rechazado.

La débil y escasa luz desapareció y la oscuridad cayó de repente sobre nosotros. Nos alumbraban solo las luces de los coches y camiones que al pasar dejaban una nube de polvo blanco tras ellos y que el fuerte viento se encargaba de arrastrar para que azotar con ella nuestras caras.

Cuando se volvía más negro un coche se detuvo a nuestro lado. Se bajaron tres hombres y a la vez que nos hablaban sus bocas desprendían un espeso vaho. Por señas conseguimos hacerles entender que queríamos llegar a la frontera.

En un primer momento nos invitaron a pasar la noche en su casa, pero nosotros insistíamos en que teníamos que llegar a la frontera esa misma noche. Fue entonces cuando uno de ellos sacó un teléfono y nos pidió que esperásemos cinco minutos.

El frío se había instalado en mis pies y hacía bastante rato que no los sentía. Mi cara  era la única parte del cuerpo que no estaba cubierta y el frío  me provocaba una sensación de quemazón.

Recuerdo ese día como uno de los más inclementes y agotadores, y cuando todo parecía que no podía ir a peor,  Alishaer nos dice que una furgoneta viene a recogernos para llevarnos hasta la frontera, que está a unos 40Km.

Le decimos que no podemos pagar un taxi y él nos dice que no es un taxi, que es su coche y que nos llevará hasta la linde con Turkmenistán.

De nuevo comprobamos la hospitalidad y generosidad de los uzbekos. Cuando empezábamos a dar por perdido nuestro visado Alishaer nos sacó del atolladero para plantarnos en tiempo en el control de inmigración. Teníamos una furgoneta para nosotros y esa misma noche llegaríamos a la frontera.

Cuando llegó Hamza, el conductor de la furgoneta, nos hizo una foto junto a Salim, Alishaer y Furkat. Nos abrazamos y nos despedimos, y  Alishaer metió algo en mi bolsillo.

Con asombró comprobé que me había metido un fajo enorme y grueso de billetes de “som” en el bolsillo. Por más que insistí no me dejó rechazarlo (importante saber que el billete más grande en Uzbekistán es el equivalente a 30 céntimos de euro). Él me insistió que era para asegurarse que esa noche no dormiríamos en la tienda de campaña.

Emocionados nos despedimos, y ya una vez en la furgoneta con la calefacción puesta empezamos a sentir de nuevo los pies.

Y una vez en la frontera, todavía teníamos que buscar un sitio para dormir……

 

 

 

 

 

 

Bienvenidos a Uzbekistán

Bienvenidos a Uzbekistán

Queda atrás Dushanbe, la capital de Tayikistán, y mientras damos las últimas pedaladas que nos llevarán a la frontera nos vienen a la memoria las duras etapas de montaña que nos ofreció el Pamir y la cálida acogida de la gente que nos encontramos por el camino.

Ya nos estamos despidiendo de esta etapa y tenemos enfrente una nueva: Uzbekistán.

Y es con pena que decimos adiós, cuando el último soldado tayiko nos sella los pasaportes y nos invita a una taza de té.

Abandonamos Tayikistán para cruzar al siguiente país de los ‘stans’, ahora toca Uzbekistán, un país que ha salido demasiada veces en las noticias y que recientemente fue galardonado con el premio al cuarto país mas corrupto del mundo según la organización “Transparency internacional”.

Hace unos años me enteré por un articulo en El País como el ex presidente del Barça,  Laporta, firmaba sucios contratos con la familia del dictador que desde hace más de 20 años tiene sometida a la gente de este país bajo una cruenta dictadura.

Un país especialmente rico en recursos energéticos pero donde con frecuencia su población sufre cortes de luz y de gas.

– ¿Qué tal es el presidente?. ¿Os gusta?. Le pregunté a una de las muchas familias que nos han acogido en sus casas.

– Nos gusta mucho. Tenemos luz y gas. No nos podemos quejar.

A los pocos minutos de esta conversación, y por quinta vez desde que hemos entrado en la casa, se vuelve a ir la luz . Estamos en Samarcanda, la segunda ciudad del país, y llevan sin gas semanas, a pesar de que el invierno ya ha entrado y las temperaturas son glaciares. Durante el día la temperatura no supera los -15º C.

Hoy Uzbekistán es uno de los pocos lugares donde existe el trabajo forzado y la esclavitud en masa. A pesar de que el gobierno aprobó un decreto el año pasado, debido a la presión internacional, por el que se prohibía el trabajo en el campo a los niños menores de 15 años, cuando hay escasez de mano de obra -barata-, muchos niños son obligados por el gobierno a trabajar en las tareas de recolección en los campos de cultivo de algodón, durante los dos meses que dura la temporada. Trabajan más de once horas diarias. Es un trabajo muy duro, y del que nadie puede librarse, y no  importa la edad.

Es la época de “patha” (algodón) que convirtió a esta antigua república  en tiempos de la URSS en el principal proveedor de algodón a todas las fábricas textiles del imperio  y dio la “oportunidad” a los uzbekos a contribuir a la prosperidad de la unión soviética.

La población es obligada a abandonar sus puestos de trabajo para  satisfacer a unas pocas empresas beneficiadas por este negocio, en el que Uzbekistán es el mayor exportador del mundo.

Al hacerse eco la comunidad internacional de estos hechos, muchas empresas decidieron boicotear el algodón uzbeko.

Estas empresas se limitan a un circulo cercano al del dictador Islam Karimov, entre ellas Zeromax, empresa propiedad de su hija, que durante la época de Laporta como presidente del Barça  había firmado contratos millonarios con la entidad de fútbol de colaboración y con el que sigue manteniendo estrechos vínculos.

Este régimen autoritario y opresivo sigue usando métodos de tortura contra la casi inexistente oposición, y no hay que ir mucho tiempo atrás para acordarse de los famosos incidentes de Andijan, cuando el ejército uzbeko reprimió una manifestación asesinando a mas de 300 personas, conocida ahora  como la masacre de Andijan.

Poco se sabe de este desconocido país, herencia del imperio soviético y donde podemos encontrar a una numerosa colonia de coreanos, más de 200000, que queda como vestigio de la época de las deportaciones de Stalin.

Nos habían avisado ya que Uzbekistán es un estado policial, y fue en inmigración cuando sufrimos por primera vez la opresión y férreo control que el régimen ejerce sobre este país y su población.

Minuciosamente comprobaron las mochilas y las alforjas sin dejar de escudriñar ni un milímetros de nuestro precario equipaje. Hasta utilizaron un perro policía para olfatear nuestras pertenencias,  que tan a conciencia hizo su trabajo que dejó un par de dentelladas de recuerdo en mi saco.

A Natalia le quisieron confiscar algunas medicinas, y nos tuvieron esperando largas horas para presionarnos para que dejásemos algo de “propina”. Allí nos tuvieron hasta que se hizo de noche.

La población vive con miedo a hablar. Es un estado completamente militarizado, y donde casualmente la policía viste de forma muy similar a nuestra guardia civil, y tienen su misma pasión:  pedirte constantemente que te identifiques.

Un país tan rico en recursos y que solo sirve para enriquecer a unas pocas decenas de familias, las allegadas al circulo presidencial.

Como extranjero sufres restricciones y las estrictas regulaciones, como tener que pernoctar obligatoriamente en hoteles, está prohibido alojarse en casas de particulares.

Una noche la policía nos sacó de la tienda de campaña alegando que allí no podíamos dormir, pero un buen hombre, un pastor que por allí vivía, nos invitó a pasar la noche en su casa.

En los hoteles te dan un papel con un registro que debes llevar siempre encima, en cualquier momento la policía te lo puede pedir y si comprueban que no estás registrado, pueden expulsarte del país, o lo más común, a la salida del país  comprueban que tienes tus recibos de estancia en regla y de faltar alguno, tendrás que pagar las correspondiente “mordida” para que hagan la vista gorda y te dejen salir. Utilizan el más puro estilo de Asia central para “sangrar” a todo el que pillen por delante.

Podríamos hablar del desastre ecológico que afecta a todo el país:  desecación del mar de Aral, salinización de los suelos agrícolas, uso desmesurado de pesticidas que ya afecta a la salud de la población, irrigación de cultivos deficiente ….. pero todo esto no puede borrar de nuestra memoria la gran acogida y la hospitalidad que nos brindaron los uzbekos.

 

 

 

 

 

 

 

24 primeras horas en Uzbekistán

24 primeras horas en Uzbekistán

Entablar una conversación con la gente que te vas encontrando por el camino es sin duda una de los aspectos gratificantes del viaje. Las charlas que mantenemos, aunque sean breves, en lenguas extrañas y desconocidas, y que casi siempre van acompañadas con muchos gestos,  nos dejan un poso que será difícil que desaparezca.

Este remoto lugar, en el corazón perdido de Asia como la llamó Colin Thubron, está poblada por diferentes grupos étnicos. Los kazajos, los kirguises, los tayíkos, los uzbekos, los turcomanos, ….. Todos ellos descienden de dos grupos étnicos importantes, los turcos y los persas. Otras minorías que habitan la región son consecuencia del desplazamiento forzoso de pueblos a los que Stalin condenó al destierro.

La región repleta de fronteras artificiales, también diseñadas por Stalin, tiene  el islam como religión común.

No deja de sorprendernos la cordialidad de la gente que nos encontramos, las cálidas acogidas y la generosidad que nos ofrecen. Cuanto más al sur menos vodka, más religión y más hospitalaria es la gente.

Es en esta entrada que quiero relatar tan solo las primeras 24 horas en Uzbekistán, y en las que nuestras expectativas fueron colmadas ya que no alcanzábamos  a imaginar que superarían nuestra previa experiencia en el país tayiko.

Habíamos salido de Tayikistán de día e hicimos nuestra entrada en Uzbekistán ya de noche cerrada después de un exhaustivo y nada rutinario control en la frontera.

No sabíamos donde acampar y las luces de nuestras bicicletas no alcanzaban muy lejos. Nos metimos en todos los baches que tenía la carretera y tropezamos con cuanto pedrusco había. No esquivamos ni un solo agujero.

Al pasar el primer pueblo, o lo que parecía serlo, vimos a dos personas que nos saludaban desde el arcén. Paramos a saludar y sin apenas darles tiempo a que viesen nuestras caras, nos estaban ofreciendo cobijo.

Ya en interior de la casa y alumbrados por la luz de una linterna pudimos ver el rostro de Alí.

Nos agasajó con un breve y cálido ritual de bienvenida. Nos invitó a sentarmos en el suelo alrededor de un mantel en el que depositó enormes trozos de pan. Nos sirvió té, nueces y dulces. Mientras vamos dando cuenta de la comida se suceden los apagones.

Al cabo de la media hora nos dice que se tiene que ir a trabajar, y nos deja en el salón bajo la tenue luz de una linterna.

Al rato fueron apareciendo familiares que venían a saludarnos. Les pica la curiosidad y nos hacen preguntas. Con las cinco palabras que sabemos en ruso y bastante mímica conseguimos explicarnos bastante bien, eso al menos es lo que pensábamos, porque para confirmar lo que ellos entendían que queríamos decirles nos pasaron un teléfono por el que oíamos a  alguien que nos hablaba en inglés y que después nos pedía que se lo pasáramos a uno de nuestros acompañantes y este a su vez decía, a los allí congregados, lo que nosotros habíamos dicho al que estaba al otro lado del teléfono. Esto se repitió varias veces ante la atenta mirada de la familia y amigos allí reunidos.

Al día siguiente la familia entera nos estaba esperando para que compartiésemos con ellos  un delicioso plato de plov, el típico plato uzbeko hecho a base de arroz con trozos de carne junto con zanahorias y cebollas hervidas.  Cuando terminamos de comer nos pidieron que nos quedásemos otro día más.

Salimos con las bicicletas emocionados por la hospitalidad que nos habían brindado, y bajo una lluvia que amenazaba con hacerse más fuerte, seguimos por la carretera dirección a Samarcanda, a unos 300 Km.

Una hora más tarde, la leve lluvia  que nos acompañó desde la mañana se convirtió en un fuerte aguacero, y tuvimos que parar para refugiarnos en el primer sitio que vimos, un edificio abandonado.

No habíamos puesto siquiera los pies de cabra  de nuestras bicis cuando apareció un hombre que nos hacía señas para que le acompañáramos a su casa.

No fue difícil rechazar su oferta, y casi sin darnos cuenta estábamos en un cuarto con estufa y de nuevo en agradable compañía. Otir y sus hijos compartían pan y té con nosotros y nos insistían en que pasásemos allí la noche. Con ese ritmo nunca llegaríamos a Samarcanda.

A través de las ventanas veíamos como el viento y la fuerte lluvia chocaban contra los gruesos arboles haciéndolos tambalear; mientras tanto nosotros mojábamos pan en salsa de tomate.

Dos horas más tarde seguía lloviendo incesantemente pero cogimos las bicis y salimos a pedalear de nuevo. Teníamos que intentar hacer los máximos kilómetros posibles.

En estos meses de invierno los días parecen acabar antes de que empiecen, apenas hay luz y la visibilidad es tan escasa que nunca llega a iluminar lo suficiente.

Con poco más de una hora pedaleando empezó a anochecer. Enfrente de nosotros un pueblo grande, lamentamos la situación, ya que en lugares así es casi imposible encontrar un sitio para acampar.

Paramos un momento y desde un restaurante que está al otro lado de la calle un hombre, que resultó ser el dueño, nos hace señas para que entremos a comer. Le decimos que no, que muchas “espasivas” (gracias), pero insiste en que nos quiere invitar. No fuimos capaces de rechazar su ofrecimiento. Pocas veces te invitan, sin conocerte, a comer gratis en un restaurante.

Ya de nuevo sobre la bicicleta y con pocas ganas, los coches deslumbraban con sus luces en plena noche, y nosotros teníamos que buscar un lugar donde dormir. La tienda no nos tentaba mucho.

Un coche se para y sus ocupantes nos invitan a que pasemos la noche en su casa. Llueve mucho, está oscuro y tenemos mucho frío.

Vamos detrás del coche, un Volga, y les seguimos hasta su casa. Delante de mí va Natalia y veo como otra persona que viene de frente en bicicleta choca con ella. Por su aliento y por la linea recta que no consigue hacer al andar, suponemos que ha bebido más de la cuenta.

Cuando llegamos a la casa empapados y ateridos de frío, y en el salón esta la numerosa familia de Alim, que alegremente nos dan la bienvenida y nos invitan a compartir mesa y viandas.

Fuera hace un día terrible de invierno, pero en el salón nosotros estamos calentitos y sentados al lado de  la estufa observamos la foto que está colgada en la pared, la de una playa caribeña…