Para ir desde el lago Pangong al valle del Nubra teníamos dos opciones, la primera y más segura era deshacer el puerto de Chang La (no muy apetecible, la verdad), y aunque fueran más kilómetros era la única opción fiable, y según habíamos escuchado la única posible. La segunda opción era seguir un camino/carretera de uso militar, solo transitable en invierno, cuando las aguas heladas del río Shyok se pueden cruzar.
Ahora, en época de deshielo, los ríos bajan con caudales enormes; sus cuencas se abastecen del agua de los glaciares del Himalaya y alcanzan su máximo nivel. Su color ahora no es cristalino, sino de un oscuro marrón grisáceo por todo lo que arrastran en su camino.
Nos habían avisado que era imposible llegar al valle Nubra, pero aun así, y desconfiando completamente de lo que una persona local te pueda aconsejar, decidimos seguir el río Shyok y esperar a que estuvieran equivocados… como casi siempre lo suelen estar.
Aunque no pudiéramos pasar, el paisaje que nos regalaba el camino que corría en paralelo a un arroyo de montaña y a los pies de un estrecho desfiladero era merecedor del sufrimiento que tuvimos que pasar con las grandes pendientes para evitar las zonas intransitables y flanqueadas por grandes acantilados …
…..y nos encontramos con paisajes tan agrestes como impresionantes…
No vimos un solo vehículo durante la primera jornada.
El segundo día la carretera continuaba igual de desierta y seguimos sin ver una sola persona. El paisaje se volvió aun más inhóspito y nos daba la sensación de encontrarnos en la luna. Rocas enormes salpicaban el horizonte bajo imponentes cimas sin un solo rastro de vida. No había nada de vegetación a la vista a pesar que el río bajaba cargado de agua. Desapareció el asfalto y continuamos por caminos de piedras…
. … cargándose los músculos de los brazos y espalda, intentando mantener el equilibrio cuando las ruedas acababan entre pedrusco y pedrusco.
No nos quedaba nada de comida y el agua potable se nos estaba acabando. El agua color marrón grisáceo del río no era muy apetecible ni parecía saludable, pero en el peor de los casos era la que nos iba a tocar beber.
Un trecho más adelante no fuimos capaces de distinguir por donde seguía el camino. Perdimos su rastro justo donde debía cruzar el río.
Desde esta orilla no eramos capaces de ver si el camino seguía o simplemente había sido devorado por el agua.
Sin pensármelo me fui hacía el río con la intención de cruzarlo empujando la bicicleta.
– “Creo que deberíamos probar ante sin las bicicletas”, dice Quico, que se ofrece a pasar primero para ver si por lo menos hacemos pie en la parte más profunda.
¡Gracias Quico!, porque sino mi bici hubiera bajado haciendo rafting hasta el Pakistán. El agua bajaba con fuerza y el ruido era ensordecedor.
Quico, se adentró en el río para pasar a la otra orilla, y cuando me doy cuenta el agua ya le cubría por encima de la cintura y el agua bajaba con tanta fuerza que casi se lo llevó. Consiguió cruzar, pero el camino volvía a desaparecer bajo el enorme torrente de agua que lo volvía a cruzar, así que tocaba cruzarlo de nuevo. Esta vez lo hizo nadando.
Desde nuestra orilla y de bastante lejos, Natalia y yo tan solo veíamos a Quico nadando de un lado a otro. Solo le falta ponerse a correr para hacer triatlon, pensábamos Natalia y yo.
Salió del agua y se puso a andar. Le vimos desaparecer un buen rato tras una pared de rocas y nos hizo pensar que estaba buscando alguna manera para cruzar el río con las bicicletas. Había que intentarlo como fuera, porque no teníamos comida y el pueblo mas cercano lo habíamos dejado atrás hace dos días.
Muy a lo lejos escuchamos un motor, aunque no tardó en desaparecer ese ruido que parecía ser un espejismo.
Volvimos a ver a Quico intentando volver nadando por la parte más remansada del río hacia nuestra orilla y al rato mientras se peleaba con la corriente, vimos una excavadora amarilla a lo lejos cruzando por la parte en el que el camino supuestamente se escondía bajo el agua…
Quico finalmente cruzó encima de la escavadora con aires de victoria y agitando los brazos como señal de felicidad.
Natalia y yo no nos podíamos creer lo que estábamos viendo. Ver aparecer una excavadora en medio del Himalaya, después de dos días sin ver a nadie y acercarse hacia nosotros en nuestra ayuda, era como ver en medio del desierto del Sahara un chiringuito de playa donde sirven cerveza fría.
Era una escavadora del ejército y en ella un militar. ¡El ejército indio era nuestra salvación!
Bajó el material que llevaba sobre la pala para que pudiéramos subir nuestras bicicletas…
… y así dejarnos sanos y salvos en la otra orilla del furioso río, no sin antes recibir un fuerte abrazo de agradecimiento.
Quico quiso darle una propina, pero el militar la rechazó.
– Trabajamos para nuestra nación. Dijo feliz y orgulloso este militar nativo de Kerala.
Y así pudimos continuar por ese camino que no salía ni en los mapas más detallados…