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Primavera turca

Primavera turca

Pensábamos que el día en el que por fin dejaríamos atrás el invierno no iba a llegar nunca.

A Turquía la asociábamos con queso, aceite de oliva, Mediterráneo y calor, pero en un país tan extenso, mientras en una punta hace calor, en el extremo más oriental  -fue por donde entramos por un pequeño paso fronterizo desde Georgia- una gran ventisca nos dio la bienvenida  subiendo el primer puerto…

Nos vimos obligados a subir con las bicicletas en un camión y cuando empezábamos  a sentirnos calentitos en el interior de la cabina,  un operario de un quitanieves nos obligó a dar media vuelta. Acababan de cerrar el paso …

…hasta que terminara la tormenta y pudieran despejar la carretera.

Estamos ya muy cansados de tanto frío y de tanta nieve, nos da la impresión que se quieren convertir en nuestros fieles compañeros de camino y no dejan de perseguirnos desde el pasado mes de septiembre…

Teníamos la mente puesta a miles de kilómetros de distancia, en la costa mediterránea, y esto fue gran un error porque sabemos que al viajar en bicicleta es mejor concentrarse en el camino y no en el destino. Al final fueron más de mil kilómetros recorridos y en muchas ocasiones con mucho frío…

… por inmensas carreteras  heladas y solitarias…

Al ser el país con la gasolina más cara del mundo, la gente se lo piensa dos veces a la hora de coger el coche.

A mitad de camino, unos mil Km desde nuestra  entrada en Turquía, estábamos ya por el centro de este inmenso país. Ahí nos esperaba la Capadocia, donde queríamos tomarnos nuestros primeros días de descanso.

Capadocia, nombre que por solo escucharlo hace volar la imaginación.

Mala suerte la nuestra la de llegar en semana santa al valle de Gorem, donde hace siglos miles de personas vivían en cuevas excavadas en extraños pináculos ….

Nos encontramos con hordas de turistas que viajaban en lujosos autobuses, sobre sus cabezas lucían gorras blancas, crema solar cubriendo sus caras y la cámaras fotográficas  colgadas de sus cuellos. Nos sentimos unos turistas más entre tantos y por ende sufrimos el incremento de los precios que de repente se convirtieron en euros y no en liras turcas.

Lo mejor eran los lugares donde podíamos pasar la noche protegidos. Las noches todavía eran frías …

…y no nos hacían falta lujosos y caros hoteles, pues disfrutábamos de los mejores paisajes de toda la Capadocia…

Al salir corriendo de la tienda por la mañana para … (ya sabéis …) vemos que por encima de nuestras cabezas hay decenas de globos aerostáticos que surcan el cielo. ¿Dónde vamos ahora a encontrar un poco de intimidad? Hay cientos de cámaras apuntándonos y sus portadores  saludándonos desde lo alto.

Decepcionados con lo que nos habíamos encontrado, decidimos continuar rápido hacia el Mediterráneo, todavía nos quedan más de 700 Km, pero después de los muchos meses que llevábamos con el frío metido en nuestros huesos, nos imaginábamos disfrutando de un baño en aguas cristalinas y esto era lo que nos daba fuerzas para vencer el fuerte viento que tuvimos en contra y que alguna vez nos tiró de la bicicleta o nos sacó de la carretera.

Días duros y aburridos, en los que la monotonía del paisaje desapareció junto con las últimas montañas que tuvimos que pasar antes de llegar al mar. Los montes Tauro.

Montes con extrañas formaciones rocosas entre bosques de pinos, donde la nieve y niebla volverían a esperarnos agazapadas en sus cumbres.

A medida que descendíamos, la nevada se convertía en una intensa lluvia y la humedad aumentaba al igual que la temperatura. Fueron casi 80 Km de bajada donde el  olor del bosque era cada vez más fuerte, y cuando estábamos apenas a trescientos metros sobre el nivel del mar, por entre las nubes se colaron unos dorados rayos de sol. La última hora había llovido a raudales pero el calor nos permitió seguir sobre las bicicletas y de disfrutar de esa increíble bajada aunque fuésemos calados hasta los huesos, y eso que nos era difícil mantener los ojos abiertos por toda la cantidad de agua que se nos venía encima.

Sentimos el olor que te regala la cercanía al mar mezclado con la humedad que impregnaba el ambiente y que empapaba nuestros cuerpos. La ropa se secó en poco tiempo. Por fin hacía calor. Habíamos bajado desde los casi 2000 metros de altitud hasta los 300, y decidimos montar la tienda en un pequeño prado entre arboles frutales desde el que podíamos disfrutar de las primeras vistas al mar que tímidamente nos dejaba entrever el Mediterráneo a lo lejos.

Estábamos a tan sólo quince Km, y dejamos el tan deseado encuentro con él hasta el día siguiente. La última vez que lo ví fue en la costa de Bangladesh, hace mas de 16 meses. ¡Qué lejos recuerdo Bangladesh!

 

 

 

 

 

Odisea

Odisea

Al final de este relato, muchos os preguntaréis como fui capaz de meterme en tal berenjenal, pero ni yo mismo os lo sabría decir.  Sea seguramente porque al mirar un mapa son las carreteras que me parecen mas bonitas, y casi siempre mas duras, las que hacen que vuele mi imaginación y sean esos trayectos, los que nunca dejan de depararme sorpresas. Y esto fue lo que me encontré. Una gran sorpresa.

Había perdido el miedo a los puertos cerrados al trafico debido a la nieve,y no tan solo eso, ya que causaban en mi gran interés  Libre de trafico y los peligros que eso conlleva, te encuentras de repente en un mundo inhóspito lejos del ser humano y tan solo rodeado por la naturaleza. Y ha sido esa naturaleza en su estado más salvaje la que había conseguido que ni las máquinas más potentes osaran a adentrarse en ese mundo.

Lo bueno que tiene una bicicleta es que allí donde sea intransitable, puedes levantarla, cargar con ella y seguir avanzando. Aunque esta pese unos 75 Kg con todo el material.

Escuchando a los lugareños de Yeghenadzorl, algunos me dijeron: “casi no hay nieve”. Hay un poco de hielo me dijo otro. Otros me aseguraban que como máximo me encontraría con 4 Km. intransitables debido a la nevadas de los últimos días.

Fue una gran tormenta la del 16 de enero, que dejó sepultada está carretera junto con una decena de todo tipo de vehículos que están bloqueados por la nieve a día de hoy.

Contando con mis anteriores experiencias con este tipo de cosas, eso de hacer lo que te dicen (lo que no debes de hacer), calculaba que me llevaría subir el puerto de Selim un día, y bajarlo otro. Natalia mas lista ella, y cansada del eterno invierno en el que estamos, se negó a hacerlo y quedamos en encontrarnos en otro lugar. Volvía a viajar en solitario.

Día 1

La jornada anterior intenté apurar lo máximo posible para dormir lo más cerca del puerto, para alcanzar la parte cerrada por nieve cuanto antes al día   siguiente, y así tomarme con calma el día evitando posibles imprevistos. En un puerto con nieve mejor no ser muy confiado, mas todavía estando a finales de invierno en esta región montañosa de Armenia, conocida como la pequeña Siberia. El cielo estaba completamente despejado y el sol apretaba más que nunca, lo que provocó que mi reserva de agua disminuyese antes de lo previsto. El día anterior, sin darme cuenta, se me debió caer la botella donde guardo la gasolina para cocinar, por lo que me iba a ser imposible derretir nieve.

De comida llevaba cosas ligeras que no requerían el hornillo. Manzanas, pan y queso en suficiente cantidad como para aguantar dos días, ya que no quería cargar con mucho peso.

En un momento de la subida, casi sin darme cuenta, al tomar una curva cuando todavía estaba a 1700m, la nieve escondía de repente y completamente el asfalto creando formas parecidas a olas blancas formadas por el viento.

Dependiendo de lo protegida que estaba la carretera del viento, me encontraba con más o menos cantidad de nieve, a esta altura era nieve en polvo donde la bicicleta se quedaba completamente clavada.

Desmonté las alforjas delanteras y la más grande trasera, y en dos turnos cargaba con todo. Primero estas alforjas, y luego volvía a por la bicicleta ahora un poco más ligera, ya que si no me sería completamente imposible empujarla sobre la nieve.

Verdaderamente agotador. En cada zancada mis piernas se hundían hasta las rodillas. Para avanzar escasos 500 metros me llevaba cerca de una hora. Primero llevaba unas alforjas, luego volvía a por la bici y  la cargaba  a mi espalda…

Era el primer día y  yo estaba lleno de energía y me daba todo igual. Ni me paraba a pensar lo que tenía por delante.

A medida que iba subiendo de altura, la nieve se  congelaba y formaba capas gruesas de hielo. Yo buscaba las partes más expuestas al viento porque eran más sólidas al estar libres de nieve en polvo.aun así requería de un gran esfuerzo y cada poco tenia que parar a descansar…

…y más descansar…

Un factor importante estaba a  mi favor. El tiempo. El cielo era azul oscuro y apenas había pequeñas nubes de formación asomando sobre las cimas de las montañas, que ante mí, majestuosamente se perfilaban en el horizonte.

Cuando el sol empezaba a esconderse detrás de las montañas en el oeste, iba siendo hora de buscar un sitio para dormir. A lo lejos vi un cartel que me indicaba que un poco más adelante me encontraría con un caravasar construido a comienzo del siglo XIV para prestar a refugio a las caravanas de este tramo de la ruta de la seda. ¡Perfecto! Esta noche duermo protegido.

El problema es que las puertas del caravasar estaban completamente sepultadas por la nieve y era imposible entrar,además de la gran cantidad de pisadas de lobo visibles  no incitaban mucho a quedarse ahí…

..así que decidí seguir un poco más.

Ya a 2.300m de altitud,  apenas me quedaban 130m de ascensión, veo en la última recta de la carreta para alcanzar el paso  lo que a lo lejos parece un quita nieves. ¡Genial!- pienso que seguramente están trabajando para despejar por completo la carretera de la gran tormenta que fue la razón de que este cerrada, desde el 16 de enero, y que tal vez tenga la suerte de encontrarme con la carretera despejada en la cima.

Dejo para mañana el ultimo tramo de ascensión ya que estoy fatigado. La última recta me ha llevado casi 2 horas para completar apenas unos 800 metros.

El cielo tiene aires amenazadores, pero aun así puedo disfrutar de una maravillosa vista del camino que he recorrido hasta el momento…

Monto la tienda en un lugar protegido, y descanso después de una increíblemente dura jornada. Un día más y todo habrá terminado.

 

Día 2

He dormido fatal debido al fuerte viento, y antes del amanecer escuchaba como los copos de nieve caían sobre mi tienda. Me asomo y el cielo azul del día anterior había sido sustituido por nubes bajas de color gris, y copos blancos transportados por el viento.

No me preocupo porque me queda casi nada para llegar al paso, y soy optimista de encontrarme con el quita nieves y la carretera despejada para la bajada.

No tengo las misma fuerzas del día anterior. Me duelen los brazos de levantar tanto peso. La primera curva cubierta de nieve en polvo me ha llevado más de lo previsto, y avanzando un poco más me encuentro con lo que pensaba sería el quita nieves y la carretera despejada…

¡Empieza la marcha!

No deja de nevar, sopla un fuerte viento racheado. La carretera ha desaparecido completamente y consumo la poca fuerza que me queda levantando la bicicleta. Me cuesta avanzar más que nunca…

Llego  finalmente  a lo que pensaba sería la cima, y que ya solo sería bajada.

El la cima me encuentro dos camiones del ejército atrapados entre la nieve…

A pesar de la que esta cayendo, puedo divisar a lo lejos que no es una bajada. Delante de mí tengo una altiplanicie que está llena de colinas y por las torres de electricidad puedo ver que la carretera vuelve a ascender muy a lo lejos. Solo veo el blanco en el horizonte. !Tierra trágame!! ¡Nieve trágame!

Pienso que tiene que haber algo que no está bien. En el pueblo anterior, Aghnjadzor, me dijeron que como mucho tendría 4 Km de nieve, y aunque solo en el día anterior hice 8 Km. ¡El siguiente paso que diviso a lo lejos debe de estar por lo menos a 20 Km! ¡En el caso de que pueda hacerlo, me llevará una eternidad!

Decido continuar como hasta entonces. Avanzo primero con las alforjas unos 200m, buscando la nieve más dura, y luego regreso para llevar la bicicleta…

Ha dejado de nevar, y no soy capaz de ver de donde vienen las nubes, pero mire a donde mire solo veo nubes negras.

El fuerte viento, aunque está a mi favor, crea un ambiente estresante e infernal. Un zumbido constante.

Me empiezo a sentir un poco vulnerable. Estoy en medio de la nada, y cuanto más avanzo más parece que me adentro en algo sin salida, sin saber muy bien si seré capaz de llegar a ningún lado.

El esfuerzo requerido para avanzar con la bicicleta y el equipaje sobre la nieve es sobrehumano, pero sin saber como saco las fuerzas de donde no las tengo.

Tengo la mente en modo robot. No pienso más que en los puntos que fijo para dejar la tanda de las alforjas para luego volver a por la bicicleta.

El cansancio es más mental que físico, por el mero de hecho de no saber cuando llegará el fin de esta pesadilla. No sé si serán 5 días o tan solo 2.

Escaso de comida y agua. Los botellines los dejo en una cornisa de nieve para que se llenen con el goteo, y en alguno de los coches abandonados tras la tormenta, que no tendrían tiempo ni para cerrarlo con llave, busco agua pero que suele estar helada. Lo que hay es vodka, que no me interesa, y tomo prestado algo para comer. En el camión militar un bote helado con una especie de pisto, el cual lo devoro como si llevara meses sin comer, en el siguiente coche una botella de agua helada, la cual  me meto en un bolsillo interior para que se derrita, no sin antes haberme asegurado que no es vodka.

Llevo ya 8 horas empujando la bicicleta y mi GPS me indica que he avanzado 4 kilómetros, lo que hace una media de 0,5 Km/h.

Llevo horas viendo a lo lejos un pueblo abandonado y sepultado bajo la nieve pero que nunca parece estar más cerca.

Me doy cuenta que no es solo que las nubes sean oscuras, sino que está anocheciendo y mejor montar la tienda como es debido.

En la mismísima ‘’carretera’’ …

…anclo la tienda sobre la nieve mientras ahora el granizo me azota la cara.

Por la noche no puedo conciliar el sueño. ¿Y si no puedo? Ya he pasado el punto de no retorno.

No sé los kilómetros que me quedan en esas condiciones y mientras desde dentro de la tienda, calentito en mi saco, escucho como se ha levantado ventisca y los copos de nieve se amontonan sobre el techo de la tienda, me entra la angustia porque con mas nieve la cosas se ponen mas difíciles, y existe la gran posibilidad de que no pueda avanzar, quedándome igual de atrapado que los vehículos. En el peor de los casos, podría dejar la bicicleta y coger solo las cosas mas esenciales.

¿Qué coño estaba haciendo yo allí? ¿Por qué me metí en este berenjenal?

Día 3

Casi no he pegado ojo y estoy muerto de hambre. Estoy agotado. Después del esfuerzo del día anterior en el que encima no tuve nada para cenar y hoy tampoco tenía nada para desayunar.

Antes del amanecer, mientras sigue nevando, desmonto la tienda, que está calada y que hace que pese mucho más.

Hay niebla, pero al rato las nubes parecen levantarse un poco, pero no sin dejar de nevar.

Mirase a donde mirase solo veía que todo a mi alrededor estaba cubierto por un grueso manto blanco…

Es precioso estar rodeado de ese paisaje, aunque preferiría estar tomándome una cerveza en una playita del Mediterráneo.

Es el tercer día sin dirigir palabra a nadie. Sin ver a nadie. La única señal que me indica que no soy la única forma de vida, son las grandes cantidades de pisadas de lobo sobre la nieve, y de algún gran felino…

Al igual que ayer, pongo mi mente en modo robot y desempeño mi labor de cargar alforjas, dejar alforjas, volver a por bici, cargar con bici. Cargar alforjas, volver a por bici… así desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde que es cuando anochece.

Me imagino un buen plato de pasta caliente, y un vaso de agua fría en vaso de pinta, porque es lo único que puedo hacer: ¡Imaginármelo!

No tengo ni agua, y tengo que masticar nieve.

A lo largo del camino me sigo encontrando con vehículos atrapados por la nieve…

…incluso quita nieves atrapados por la nieve…

Parece que donde no te lleva un camión militar, un coche o un quita nieves, te lleva una simple bicicleta…

Eso para los que ponen excusas para no ir en bici a trabajar.

Sigo exhausto, con el estómago vacío desde hace más de un día, y solo ingiero agua masticando nieve.¡Delicioso!

Cada vez que alcanzo la cima de una colina frente a mí solo veo más colinas, todas igual de cargadas con nieve.

He decidido dormir el algún vehículo atrapado por la nieve, ya que la tienda esta completamente empapada de la noche anterior.

Quedan dos horas para anochecer y a lo lejos veo otro camión atrapado por la nieve, y decido que cuando llegue allí, seguramente en un par de horas, lo tomaré prestado para pasar la noche.

Llego primero con las alforjas, arrastrándolas sobre la nieve y cayéndome cada vez que una de mis piernas se hundía un poco mas.

Veo que ese camión no esta atrapado por la nieve, sino que es un quita nieves y que detrás de el la carretera esta despejada !Me cuesta creerlo!…

Agotado y sin fuerzas rompo a llorar no sé si de alivio o de alegría, o porque acabo de superar uno de momentos mas difíciles de mi vida.

Gracias al fuerte viento que hoy ha soplado a mi favor, me ha sido posible recorrer estos últimos 7 Km. Mejor tener a la naturaleza de tu lado.

En los tramos que tenia que volver a por la bicicleta, la nieve arrastrada por el viento golpeaba mi cara con tal fuerza que me era imposible mirar de frente.

Nunca me había encontrado en una situación así, en el que en cualquier momento si las cosas se complican un poco, puede ser tu despedida.

Pero allí estaba yo, y solo tenía que regresar a por la bicicleta, y levantarla los últimos 200 m. A partir de ahí todo sería mucho más fácil, y de nuevo volvía a estar entre humanos.

Era ya casi de noche. Enciendo las luces y mi intención era alejarme lo máximo posible de allí, y si fuera posible llegar a Martuni en la orilla del lago Sevan.

Ahora en llano podía ir sobre la bicicleta…

Con la noche ya encima, nevando, todavía muerto de sed y de hambre, al pasar un pequeño pueblo veo a unos hombres fuera de una casa.

Les explico de donde vengo, y me dicen que a 20 Km. hay un hotel.No se ofrecen a darme ni agua(ni vodka).Los armenios no brillan por su amabilidad y hospitalidad.

¿Dónde queda la hospitalidad de los iraníes?

Ahora, recuperándome en un modesto hotelillo, con tal dolor en el cuerpo no puedo  apoyar la planta de los pies del dolor, ni cerrar la mano con fuerza.

Mirando hacia atrás ha sido una experiencia única  de las que si no te matan te hacen mas fuertes, la cual no la borraría pero sin duda nunca la repetiría.

 

El día más frío y la despedida más calurosa

El día más frío y la despedida más calurosa

El invierno nos entró de golpe. Las temperaturas con las que habíamos tenido que lidiar las últimas semanas empezaron a parecernos benignas, era cuando disfrutábamos de una climatología que no dejó  que el mercurio del termómetro se moviese de la raya que señalaba  0ºC . De repente y sin darnos cuenta “estábamos gozando” de una temperatura máxima durante el día  de -18ºC. La sensación térmica, gracias al viento que nos acuchillaba la cara, fue de unos cuantos grados menos.

Montar en bicicleta en esas condiciones fue extremadamente duro. A pesar de haber sentido el frío extremo de algunas regiones de Asia central, lo que teníamos por delante nos era completamente desconocido. Apenas nos subíamos sobre nuestras bicis dejábamos de sentir las manos y los pies, y que sabíamos que seguían unidos a nuestros cuerpos por el hormigueo doloroso que padecíamos.

Fue increíblemente agotador, y en algunos momentos insoportable, pero tuvimos la suerte de que las primeras nevadas del año nos pillaran en una calurosa habitación de Bukhara, mientras esperábamos a que nuestro visado de Turkmenistán (válido solo del 17 al 19 de diciembre) entrase en vigor.

A través de la ventana veíamos nevar  incesantemente. Durante dos largos días la nieve no dejó de amontonarse y  dibujando la vida completamente de blanco…

Creo que ha sido la única vez que antes de hacer algo ya estaba cansado.

Desde Bukhara nos separaban 96Km hasta la frontera con Turkmenistán, y lo teníamos que recorrer en un solo día.

La misma mañana que nos tocaba salir dejó de nevar. Comenzamos a pedalear por la carretera todavía cubierta con nieve en polvo…

 

…y resultó que era mucho más fácil de lo que pensábamos. Pero poco a poco el escaso tráfico fue compactando la nieve y empezaron a formarse placas de hielo y al mediodía ya era una sola placa bien pulimentada y brillante.

Nos fue imposible recorrer esos 96Km en un solo día, y cuando empezaba a oscurecer intentamos parar a algún camión para que nos acercase a la frontera.

Era ya casi de noche y estábamos en medio de una carretera completamente helada (nosotros casi) y desierta. Decidimos buscar cobijo, y ansiamos más que nunca  disfrutar de la INCREÍBLE HOSPITALIDAD DE LOS UZBEKOS, pero para ello teníamos que encontrar a alguien en medio de la nada, que era donde estábamos.

Cualquiera que nos viese no dudaría en ofrecernos cobijo, ya que a lo largo del día perdimos la cuenta de las personas que nos habían ofrecido su ayuda, pero que habíamos rechazado.

La débil y escasa luz desapareció y la oscuridad cayó de repente sobre nosotros. Nos alumbraban solo las luces de los coches y camiones que al pasar dejaban una nube de polvo blanco tras ellos y que el fuerte viento se encargaba de arrastrar para que azotar con ella nuestras caras.

Cuando se volvía más negro un coche se detuvo a nuestro lado. Se bajaron tres hombres y a la vez que nos hablaban sus bocas desprendían un espeso vaho. Por señas conseguimos hacerles entender que queríamos llegar a la frontera.

En un primer momento nos invitaron a pasar la noche en su casa, pero nosotros insistíamos en que teníamos que llegar a la frontera esa misma noche. Fue entonces cuando uno de ellos sacó un teléfono y nos pidió que esperásemos cinco minutos.

El frío se había instalado en mis pies y hacía bastante rato que no los sentía. Mi cara  era la única parte del cuerpo que no estaba cubierta y el frío  me provocaba una sensación de quemazón.

Recuerdo ese día como uno de los más inclementes y agotadores, y cuando todo parecía que no podía ir a peor,  Alishaer nos dice que una furgoneta viene a recogernos para llevarnos hasta la frontera, que está a unos 40Km.

Le decimos que no podemos pagar un taxi y él nos dice que no es un taxi, que es su coche y que nos llevará hasta la linde con Turkmenistán.

De nuevo comprobamos la hospitalidad y generosidad de los uzbekos. Cuando empezábamos a dar por perdido nuestro visado Alishaer nos sacó del atolladero para plantarnos en tiempo en el control de inmigración. Teníamos una furgoneta para nosotros y esa misma noche llegaríamos a la frontera.

Cuando llegó Hamza, el conductor de la furgoneta, nos hizo una foto junto a Salim, Alishaer y Furkat. Nos abrazamos y nos despedimos, y  Alishaer metió algo en mi bolsillo.

Con asombró comprobé que me había metido un fajo enorme y grueso de billetes de “som” en el bolsillo. Por más que insistí no me dejó rechazarlo (importante saber que el billete más grande en Uzbekistán es el equivalente a 30 céntimos de euro). Él me insistió que era para asegurarse que esa noche no dormiríamos en la tienda de campaña.

Emocionados nos despedimos, y ya una vez en la furgoneta con la calefacción puesta empezamos a sentir de nuevo los pies.

Y una vez en la frontera, todavía teníamos que buscar un sitio para dormir……

 

 

 

 

 

 

Bienvenidos a Uzbekistán

Bienvenidos a Uzbekistán

Queda atrás Dushanbe, la capital de Tayikistán, y mientras damos las últimas pedaladas que nos llevarán a la frontera nos vienen a la memoria las duras etapas de montaña que nos ofreció el Pamir y la cálida acogida de la gente que nos encontramos por el camino.

Ya nos estamos despidiendo de esta etapa y tenemos enfrente una nueva: Uzbekistán.

Y es con pena que decimos adiós, cuando el último soldado tayiko nos sella los pasaportes y nos invita a una taza de té.

Abandonamos Tayikistán para cruzar al siguiente país de los ‘stans’, ahora toca Uzbekistán, un país que ha salido demasiada veces en las noticias y que recientemente fue galardonado con el premio al cuarto país mas corrupto del mundo según la organización “Transparency internacional”.

Hace unos años me enteré por un articulo en El País como el ex presidente del Barça,  Laporta, firmaba sucios contratos con la familia del dictador que desde hace más de 20 años tiene sometida a la gente de este país bajo una cruenta dictadura.

Un país especialmente rico en recursos energéticos pero donde con frecuencia su población sufre cortes de luz y de gas.

– ¿Qué tal es el presidente?. ¿Os gusta?. Le pregunté a una de las muchas familias que nos han acogido en sus casas.

– Nos gusta mucho. Tenemos luz y gas. No nos podemos quejar.

A los pocos minutos de esta conversación, y por quinta vez desde que hemos entrado en la casa, se vuelve a ir la luz . Estamos en Samarcanda, la segunda ciudad del país, y llevan sin gas semanas, a pesar de que el invierno ya ha entrado y las temperaturas son glaciares. Durante el día la temperatura no supera los -15º C.

Hoy Uzbekistán es uno de los pocos lugares donde existe el trabajo forzado y la esclavitud en masa. A pesar de que el gobierno aprobó un decreto el año pasado, debido a la presión internacional, por el que se prohibía el trabajo en el campo a los niños menores de 15 años, cuando hay escasez de mano de obra -barata-, muchos niños son obligados por el gobierno a trabajar en las tareas de recolección en los campos de cultivo de algodón, durante los dos meses que dura la temporada. Trabajan más de once horas diarias. Es un trabajo muy duro, y del que nadie puede librarse, y no  importa la edad.

Es la época de “patha” (algodón) que convirtió a esta antigua república  en tiempos de la URSS en el principal proveedor de algodón a todas las fábricas textiles del imperio  y dio la “oportunidad” a los uzbekos a contribuir a la prosperidad de la unión soviética.

La población es obligada a abandonar sus puestos de trabajo para  satisfacer a unas pocas empresas beneficiadas por este negocio, en el que Uzbekistán es el mayor exportador del mundo.

Al hacerse eco la comunidad internacional de estos hechos, muchas empresas decidieron boicotear el algodón uzbeko.

Estas empresas se limitan a un circulo cercano al del dictador Islam Karimov, entre ellas Zeromax, empresa propiedad de su hija, que durante la época de Laporta como presidente del Barça  había firmado contratos millonarios con la entidad de fútbol de colaboración y con el que sigue manteniendo estrechos vínculos.

Este régimen autoritario y opresivo sigue usando métodos de tortura contra la casi inexistente oposición, y no hay que ir mucho tiempo atrás para acordarse de los famosos incidentes de Andijan, cuando el ejército uzbeko reprimió una manifestación asesinando a mas de 300 personas, conocida ahora  como la masacre de Andijan.

Poco se sabe de este desconocido país, herencia del imperio soviético y donde podemos encontrar a una numerosa colonia de coreanos, más de 200000, que queda como vestigio de la época de las deportaciones de Stalin.

Nos habían avisado ya que Uzbekistán es un estado policial, y fue en inmigración cuando sufrimos por primera vez la opresión y férreo control que el régimen ejerce sobre este país y su población.

Minuciosamente comprobaron las mochilas y las alforjas sin dejar de escudriñar ni un milímetros de nuestro precario equipaje. Hasta utilizaron un perro policía para olfatear nuestras pertenencias,  que tan a conciencia hizo su trabajo que dejó un par de dentelladas de recuerdo en mi saco.

A Natalia le quisieron confiscar algunas medicinas, y nos tuvieron esperando largas horas para presionarnos para que dejásemos algo de “propina”. Allí nos tuvieron hasta que se hizo de noche.

La población vive con miedo a hablar. Es un estado completamente militarizado, y donde casualmente la policía viste de forma muy similar a nuestra guardia civil, y tienen su misma pasión:  pedirte constantemente que te identifiques.

Un país tan rico en recursos y que solo sirve para enriquecer a unas pocas decenas de familias, las allegadas al circulo presidencial.

Como extranjero sufres restricciones y las estrictas regulaciones, como tener que pernoctar obligatoriamente en hoteles, está prohibido alojarse en casas de particulares.

Una noche la policía nos sacó de la tienda de campaña alegando que allí no podíamos dormir, pero un buen hombre, un pastor que por allí vivía, nos invitó a pasar la noche en su casa.

En los hoteles te dan un papel con un registro que debes llevar siempre encima, en cualquier momento la policía te lo puede pedir y si comprueban que no estás registrado, pueden expulsarte del país, o lo más común, a la salida del país  comprueban que tienes tus recibos de estancia en regla y de faltar alguno, tendrás que pagar las correspondiente “mordida” para que hagan la vista gorda y te dejen salir. Utilizan el más puro estilo de Asia central para “sangrar” a todo el que pillen por delante.

Podríamos hablar del desastre ecológico que afecta a todo el país:  desecación del mar de Aral, salinización de los suelos agrícolas, uso desmesurado de pesticidas que ya afecta a la salud de la población, irrigación de cultivos deficiente ….. pero todo esto no puede borrar de nuestra memoria la gran acogida y la hospitalidad que nos brindaron los uzbekos.

 

 

 

 

 

 

 

24 primeras horas en Uzbekistán

24 primeras horas en Uzbekistán

Entablar una conversación con la gente que te vas encontrando por el camino es sin duda una de los aspectos gratificantes del viaje. Las charlas que mantenemos, aunque sean breves, en lenguas extrañas y desconocidas, y que casi siempre van acompañadas con muchos gestos,  nos dejan un poso que será difícil que desaparezca.

Este remoto lugar, en el corazón perdido de Asia como la llamó Colin Thubron, está poblada por diferentes grupos étnicos. Los kazajos, los kirguises, los tayíkos, los uzbekos, los turcomanos, ….. Todos ellos descienden de dos grupos étnicos importantes, los turcos y los persas. Otras minorías que habitan la región son consecuencia del desplazamiento forzoso de pueblos a los que Stalin condenó al destierro.

La región repleta de fronteras artificiales, también diseñadas por Stalin, tiene  el islam como religión común.

No deja de sorprendernos la cordialidad de la gente que nos encontramos, las cálidas acogidas y la generosidad que nos ofrecen. Cuanto más al sur menos vodka, más religión y más hospitalaria es la gente.

Es en esta entrada que quiero relatar tan solo las primeras 24 horas en Uzbekistán, y en las que nuestras expectativas fueron colmadas ya que no alcanzábamos  a imaginar que superarían nuestra previa experiencia en el país tayiko.

Habíamos salido de Tayikistán de día e hicimos nuestra entrada en Uzbekistán ya de noche cerrada después de un exhaustivo y nada rutinario control en la frontera.

No sabíamos donde acampar y las luces de nuestras bicicletas no alcanzaban muy lejos. Nos metimos en todos los baches que tenía la carretera y tropezamos con cuanto pedrusco había. No esquivamos ni un solo agujero.

Al pasar el primer pueblo, o lo que parecía serlo, vimos a dos personas que nos saludaban desde el arcén. Paramos a saludar y sin apenas darles tiempo a que viesen nuestras caras, nos estaban ofreciendo cobijo.

Ya en interior de la casa y alumbrados por la luz de una linterna pudimos ver el rostro de Alí.

Nos agasajó con un breve y cálido ritual de bienvenida. Nos invitó a sentarmos en el suelo alrededor de un mantel en el que depositó enormes trozos de pan. Nos sirvió té, nueces y dulces. Mientras vamos dando cuenta de la comida se suceden los apagones.

Al cabo de la media hora nos dice que se tiene que ir a trabajar, y nos deja en el salón bajo la tenue luz de una linterna.

Al rato fueron apareciendo familiares que venían a saludarnos. Les pica la curiosidad y nos hacen preguntas. Con las cinco palabras que sabemos en ruso y bastante mímica conseguimos explicarnos bastante bien, eso al menos es lo que pensábamos, porque para confirmar lo que ellos entendían que queríamos decirles nos pasaron un teléfono por el que oíamos a  alguien que nos hablaba en inglés y que después nos pedía que se lo pasáramos a uno de nuestros acompañantes y este a su vez decía, a los allí congregados, lo que nosotros habíamos dicho al que estaba al otro lado del teléfono. Esto se repitió varias veces ante la atenta mirada de la familia y amigos allí reunidos.

Al día siguiente la familia entera nos estaba esperando para que compartiésemos con ellos  un delicioso plato de plov, el típico plato uzbeko hecho a base de arroz con trozos de carne junto con zanahorias y cebollas hervidas.  Cuando terminamos de comer nos pidieron que nos quedásemos otro día más.

Salimos con las bicicletas emocionados por la hospitalidad que nos habían brindado, y bajo una lluvia que amenazaba con hacerse más fuerte, seguimos por la carretera dirección a Samarcanda, a unos 300 Km.

Una hora más tarde, la leve lluvia  que nos acompañó desde la mañana se convirtió en un fuerte aguacero, y tuvimos que parar para refugiarnos en el primer sitio que vimos, un edificio abandonado.

No habíamos puesto siquiera los pies de cabra  de nuestras bicis cuando apareció un hombre que nos hacía señas para que le acompañáramos a su casa.

No fue difícil rechazar su oferta, y casi sin darnos cuenta estábamos en un cuarto con estufa y de nuevo en agradable compañía. Otir y sus hijos compartían pan y té con nosotros y nos insistían en que pasásemos allí la noche. Con ese ritmo nunca llegaríamos a Samarcanda.

A través de las ventanas veíamos como el viento y la fuerte lluvia chocaban contra los gruesos arboles haciéndolos tambalear; mientras tanto nosotros mojábamos pan en salsa de tomate.

Dos horas más tarde seguía lloviendo incesantemente pero cogimos las bicis y salimos a pedalear de nuevo. Teníamos que intentar hacer los máximos kilómetros posibles.

En estos meses de invierno los días parecen acabar antes de que empiecen, apenas hay luz y la visibilidad es tan escasa que nunca llega a iluminar lo suficiente.

Con poco más de una hora pedaleando empezó a anochecer. Enfrente de nosotros un pueblo grande, lamentamos la situación, ya que en lugares así es casi imposible encontrar un sitio para acampar.

Paramos un momento y desde un restaurante que está al otro lado de la calle un hombre, que resultó ser el dueño, nos hace señas para que entremos a comer. Le decimos que no, que muchas “espasivas” (gracias), pero insiste en que nos quiere invitar. No fuimos capaces de rechazar su ofrecimiento. Pocas veces te invitan, sin conocerte, a comer gratis en un restaurante.

Ya de nuevo sobre la bicicleta y con pocas ganas, los coches deslumbraban con sus luces en plena noche, y nosotros teníamos que buscar un lugar donde dormir. La tienda no nos tentaba mucho.

Un coche se para y sus ocupantes nos invitan a que pasemos la noche en su casa. Llueve mucho, está oscuro y tenemos mucho frío.

Vamos detrás del coche, un Volga, y les seguimos hasta su casa. Delante de mí va Natalia y veo como otra persona que viene de frente en bicicleta choca con ella. Por su aliento y por la linea recta que no consigue hacer al andar, suponemos que ha bebido más de la cuenta.

Cuando llegamos a la casa empapados y ateridos de frío, y en el salón esta la numerosa familia de Alim, que alegremente nos dan la bienvenida y nos invitan a compartir mesa y viandas.

Fuera hace un día terrible de invierno, pero en el salón nosotros estamos calentitos y sentados al lado de  la estufa observamos la foto que está colgada en la pared, la de una playa caribeña…

 

 

 

 

Carreteras y caminos

Carreteras y caminos

Viajando en bicicleta el paisaje que nos acompaña y la vista mas común y que más se repite a lo largo de los días, es la de  los caminos por los que transitamos. Unas veces tenemos la suerte de que estén asfaltados, y otras son tan malos que dan ganas de tirar la bicicleta barranco abajo.

Dar la vuelta en una curva  o mirar atrás para ver lo que has recorrido, nos da una increíble perspectiva del lugar por el que hemos pasado o vamos a pasar.

Este es un pequeño homenaje a esas carreteras y caminos …

¿Querías nieve?. ¡Pues toma nieve!

¿Querías nieve?. ¡Pues toma nieve!

Ya hemos cruzado los Pamires, nuestro siguiente destino es la capital de Tayikistán, Dushanbe, donde pasaremos varios días yendo y viniendo a las embajadas de Uzbekistán y Turkmenistán hasta que consigamos los  visados de entrada.

Pensábamos en ello como algo bueno, donde podríamos descansar y poner al día entre otras cosas este blog.

Natalia decidió coger un coche para recorrer los 500 Km hasta Dushanbe para empezar  con los trámites burocráticos y yo volvería a viajar solo por unos días.

En medio del camino tenía el último gran puerto. Y como era el último, quería que fuera lo más duro posible.

Y así fue.

Al desviarme de la carretera principal, en las inmediaciones de Kalaikhum, me despedí del río Panj que venía acompañándome  hacía más de una semana a la vez que me indicaba que a la otra orilla estaba Afganistán…

Dejé la carretera  que está abierta en invierno para dirigirme hacia el puerto de Khaburabad, la gente que encontraba me paraba para informarme que estaba cerrada por la cantidad de nieve que había.

Estaba obcecado y seguía con la mente puesta en el puerto, resultó imposible hacerme cambiar de opinión. Durante el ascenso todos los que me encontré intentaron  disuadirme.

Al pasar el control militar que hay justo antes de empezar la ascensión al Khaburabad, para que me dejasen pasar tuve que decirles a los soldados que me dirigía a una aldea cercana, a Khost  y no a Dushanbe.

La subida comienza en un valle por un camino con una leve pendiente que no tardó mucho en empezar a empinarse más, para acabar convirtiéndose unos cuantos kilómetros más adelante en una pendiente mucho más fuerte y que iba aumentando con el paso de los kilómetros.

Tenía que cubrir un desnivel de más de 2000m en menos de 30 Km; desde los 1000m de altitud en los que cogí el desvío, hasta los 3.300m que me  indicaba mi mapa.

Ya se veían las primeras manchas blancas de nieve esparciéndose por la ladera de la cara norte, donde en los cortos días de invierno apenas les da el sol.

Inocente de mi pensé que seria fácil, que habría poca nieve y que en tan solo cuatro horas más llegaría a coronar el puerto.

Detrás de una curva apareció un angosto cañón, y el camino que empezaba a  subir serpenteando por una pared casi vertical a la vez que se alejaba  del río que corría cada vez más abajo.

El estruendo del agua se dejaba sentir desde lejos…

 

De frente me encuentro con un coche que se vuelve; sus ocupantes han desistido. No han podido cruzar el puerto, me dicen que lo han intentado.  Me aconsejan que no lo intente, que me de media vuelta porque arriba me encontraré con mucha nieve.

Les digo que no se preocupen, que lo lograré.  Tratan de disuadirme de nuevo y cuando comprueban que es imposible convencerme, me aconsejan que por lo menos no acampe arriba, que baje lo máximo posible.

Me enseñan un fusil y me dicen que es para defenderse de los lobos. En eso momento me acordé que el día  anterior, en el pueblo en el que había acampado, me dijeron que  tuviera cuidado con los osos.

A medida que voy subiendo veo sobre la nieve pisadas de lobo, muy parecidas a la de un perro. En ese momento supe que una vez alcanzado  el puerto tendría que descender todo lo que pudiese.

La nieve empezaba a cubrirme por encima de los tobillos, y  me era ya imposible ir montado sobre la bici. Me tuve que bajar y comencé a empujarla …

Tres horas más tarde seguía empujándola  y la nieve en algunos momentos me llegaba a la rodilla.

Era una fina nieve en polvo que se quedaba atascada en los frenos y me bloqueaba las ruedas.

En algunos tramos donde la nieve alcanzaba más espesor, me era imposible empujar  la bicicleta,  se quedaba clavada.

Intenté caminar con la bici en alto, con sus más de 75 Kg.de peso, pero me resultó imposible. Desde la mañana no había probado bocado y las fuerzas flaqueaban.

Desmonté las alforjas  y las desplacé por tramos. Intentaba avanzar allí donde la nieve cubría más.

Me flojeaban las piernas y los brazos de tanto empujar. Cada 50 m. me paraba, estiraba e intentaba descansar un poco.

La sombra empezaba a cubrir todo el valle y la temperatura comenzó a bajar drásticamente. A lo lejos veía el lugar que quería alcanzar. Estaba en la parte donde todavía da el sol.

La nieve llevaba metiéndose un buen rato dentro de mis botas y de tanto frío dejé de sentir los dedos de los pies.

Seguí empujando pero no veía el fin. Miraba el GPS y me desanimaba, ya que apenas había ascendido.

Me preocupaba que la noche me pillara allí en medio, pero en el peor de los casos buscaría un lugar donde montar la tienda y allí había nieve suficiente para derretir.

La luz era de un color cálido allí donde daba el sol, con un color amarillento, que contrastaba con el cielo de color azul oscuro. Y por cálido que fuera el color, mi termómetro marcaba -5ºC y todavía no se había puesto el sol.

Cuando el sol empezó a ocultarse detrás de las lejanas montañas que se divisaban en el horizonte, y el cielo se volvía de color morado alcancé el punto donde los últimos rayos acariciaban la montaña y me indicaban que estaba cerca de la cumbre.

Sin avisar se levantó un fuerte viento  que arrastraba grandes cantidades de nieve en polvo que se clavaban en mi cara como si fuesen alfileres.

Al otro lado de una cornisa vi un edificio en ruinas, completamente cubierto de nieve, que en otra época debió  ser un edificio militar, uno de los muchos construidos en la época del imperio soviético para controlar la frontera con Afganistán. Entre la nieve sobresale alguna torre derruida y varias almenas.

Intento empujar la bicicleta por la cornisa pero la nieve fina me cubre por encima de las rodillas, y con tan poca fuerza y tanto peso me es completamente imposible.

Decido desmontar las alforjas y llevar todo en varias tandas.

Di tres viajes y ya sin fuerzas arrastré las alforjas por la nieve, y la bicicleta sobre mis hombros.

La nieve seguía golpeándome como alfileres y lo único que sentía de mis pies era dolor al caminar.

Una vez dentro del edificio busqué rápidamente entre mis pertenencias mi linterna frontal para montar la tienda lo mas rápido posible para poder refugiarme en ella. El fuerte viento que hacía circulaba libremente por el destartalado edificio y mi cuerpo estaba completamente destemplado.

Al quitarme las botas los calcetines comprobé que estaban completamente calados y la nieve ni se había derretido. Las botas estaban congeladas, y al quitar los calcetines tardaron pocos minutos en quedarse petrificados por el hielo. Pude ver que mis dedos tenían un color morado.

Mi cuenta kilómetros marcaba nueve horas sobre la bicicleta, pero solo 40 Km. recorridos.

Me metí en la tienda y me sumergí en mi cálido saco para recuperar calor. Mientras tanto intenté escapar del lugar donde me encontraba con el libro Viajes con Heródoto, de Kapuscinsky.

El poco agua que tenía estaba congelada, y el botellín lo metí dentro del saco para tener agua por la mañana. Esa noche no tuve fuerzas para derretir nieve y cocinar. Me fui a la cama sin haber probado bocado en todo el día, solo una mazana helada.

En mitad de la noche el viento entraba por el hueco de las ventanas, puertas  y de una parte del techo que estaba caído. Me desperté de sobresaltado.  No pude anclar la tienda, el suelo era hormigón,  y tuve la la sensación de que en cualquier momento se rasgaría, o que iba a salir volando y yo dentro de ella.

Con lo bien que pensaba que iba a dormir, y casi no pegué ojo. Por lo menos no me visitaron los lobos.

Al día siguiente una ventisca me esperaba por la mañana, pero ahora tocaba bajar  y empujar la bici iba a resultar mucho mas fácil.

Que gran despedida de mi último gran puerto….

 Después de unas horas bajando vi un pueblo a lo lejos…

…y a dos personas que montaban a caballo y que me invitaron a tomar té en su casa.