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Author: Javier Bicicleting

Cielo africano

Cielo africano

Con el calor azotando durante el día, las frescas noches se convierten en el momento idóneo para montar en bici.

La luz de la bicicleta es sustituida por la luz de la luna, mientras las estrellas adornan el cielo sobre la tierra roja…

Entrando en el Sáhara

Entrando en el Sáhara

Salimos de Marrakech mentalizados con que por delante teníamos uno de los mayores retos de todo el viaje.

Una vez  cruzáramos los últimos puertos del Atlas iríamos adentrándonos poco a poco hacia las puertas del Sáhara.

Volvíamos a pasar los días , todavía muy cortos en esta época del año, sobre el asfalto.

Calculábamos, erróneamente, que las nubes y lluvias se quedarían atrás y que una vez cruzado el Atlas, cielos azules y un sol brillante nos acompañaría el resto de días. Ilusos nosotros. ¡Qué equivocados estábamos!…

Elegimos la carretera que iba por la costa, evitando así lo máximo posible las carreteras nacionales.

A un lado de la carretera teníamos el majestuoso Atlántico, el océano que durante los próximos años iremos encontrándonos cada vez que decidamos pedalear por un país costero.

Ahora, el mar estaba bravo y el viento de costado nos frenaba constantemente…

.. pero sabíamos, por muy loco que esté el clima, que tarde o temprano acabaríamos tostandonos bajo el sol. Y así fue, que casi sin darnos cuenta estábamos pedaleando en la hamada del Sáhara, rodeados de arena y piedras. El paisaje solo se alteraba cuando teníamos la suerte de poder ver el mar, aunque fuera a lo lejos…

…aunque lo preferíamos de cerca…

Nuestro aliado de día, el viento,  nos empujaba fuerte hacia el sur, y por las noches, a la hora de montar la tienda de campaña, se convertía en nuestro peor enemigo; no había un lugar que nos protegiese de él, parecía que echaríamos a volar con la tienda como si se tratase de un auténtico parapente…

A excepción de alguna serpiente y las malditas moscas, pocos eran los animales con los que nos íbamos a cruzar.

Pero no podía faltar el rey del desierto, el animal más cotizado y apreciado en estas latitudes tan áridas e inhóspitas, donde solo los más aptos pueden llegar a sobrevivir…

La poca gente que habita en el desierto, allí donde no hay abundancia si no escasez, nunca dudaron en ofrecernos agua y cobijo…

Cuanto más al sur el calor empezaba a apretar, creando espejismos en el desierto…

…aunque a veces no eran espejismos y veíamos mezclarse el océano con el mismísimo Sáhara…

PINCHA AQUÍ PARA LEER MIS PRIMERAS SENSACIONES EN MARRUECOS

y

 PINCHA AQUÍ PARA LEER EL RELATO DE LOS PRIMEROS DÍAS EN EL SÁHARA…

 

 

 

De nuevo 4 ruedas…

De nuevo 4 ruedas…

¿Viajar solo o en compañía?

Para los momentos difíciles y ante los problemas es más fácil estar solo, pero cuando encuentras a la la persona perfecta con quien compartir los buenos y malos momentos, eso es simplemente insuperable.

¡¡Bienvenida Naty!!

 

 

 

…después del Atlas

…después del Atlas

Con el paso de los kilómetros me di cuenta de que el último pueblo (con mercado) lo había dejado 4 días atrás. Me parecía recordarlo como si hubiera sido una gran ciudad, pero no había sido más que un pequeño pueblo que tenía sólo una vía principal que además de polvorienta estaba mal asfaltada y que a lo largo de la calle se esparcían un sinfín de tenderetes en los que se podía comprar desde gallinas hasta pasta de dientes, pasando por una amplia selección de productos “made in China”.

El mercado suele estar cerca de la parada de “grand taxis”, y normalmente atestado de los clásicos mercedes de la serie 200, que son sin duda la especie dominante en las carreteras marroquíes, y mis grandes enemigos a la hora de circular por estas carreteras.

Pero ahora este no era el caso, porque estaba en algún remoto lugar del Atlas pedaleando por alguna carretera apenas transitable por la cantidad de nieve acumulada y que apenas la dejaba ver, y donde las únicas personas que me encontré a lo largo del día seguían siendo los pastores…

Cuanto más me adentraba en el alto Atlas, los paisajes que me encontraba se volvían mucho más áridos…

…y con gente muy humilde, con una dura vida a sus espaldas…

… pero cuanto más humildes son, más generosos y amables se muestran. Nunca me ha faltado un techo cuando lo he necesitado…

No pasaron ni 100 Km. cuando me di cuenta que dejaba atrás el medio Atlas para adentrarme, puerto tras puerto, en el alto Atlas. El paisaje había cambiado por entero.

Poco a poco había subido por valles…

… y por las montañas que hacen de barrera de los vientos húmedos provenientes del norte, y que son los que traen las lluvias. Al mirar atrás,  a lo lejos  veía las montañas nevadas…

…hasta que al coronar el Tizi Nouano, el puerto más alto de Marruecos con casi 3000 m. el panorama que se descubría  ante mí se transformaba completamente…

…entonces supe que me encontraba en la cara sur del alto Atlas, a las puertas del desierto.

No solo me adentraba en un clima más cálido. Ahora me tocaba bajar…

… y cada vez que giraba la cabeza se me ofrecían magníficos paisajes  que eran como un regalo con el que me deleitaba …

…pero sin perder de vista la carretera, porque había otros usuarios de la vía …

Al final me había vuelto a encontrar con el asfalto,  con los “grand taxis” y con todos los “todo terrenos” de Marruecos atiborrados de turistas. En estas fechas de navidad todos los pueblos del sur de Marruecos están plagados de forasteros.

Cuando pasaba por los pueblos los lugareños ya no me saludaban, eran los niños los que salían a mi encuentro y me pedían “dirham”, “boli” y caramelos.

Estaba ya en las gargantas del Dades, y aunque en lo personal estaba un poco defraudado, los paisajes me seguían impresionando. Esta  es la razón por la que tantos  excursionistas deciden pasar por este lugar, y que aunque no sea el más admirable ni el más auténtico, bien merece la pena…

…y casi sin darme cuenta…

Del Atlas medio al alto Atlas

Del Atlas medio al alto Atlas

Acostarse con viento…

…y levantarse con nieve …

…no era lo que más me apetecía para adentrarme en el alto Atlas.

La altura media por la que transitaba era cercana a los 2.000 metros, por lo que no solo el aire era más frío, sino que de tan fino parecía cortarme  la piel.

Dejaba atrás Boumia por la carretera hacia Imilchil.

El viento soplaba fuerte por los valles que tenía que subir hacia el alto Atlas. A veces con lluvia…

…a veces con nieve…

La gente parece mucho más tranquila que en las montañas del Rif.  Ahora son pueblos bereberes los que habitan estas montañas del  Atlas…

…gente pobre, humilde y  muy hospitalaria, que me ofrecían cobijo en las noches más frías. Junto a una estufa pasamos horas intentando entendernos, mientras la mujer cocina, friega, prepara el té y cumple las órdenes de su marido.

Los hijos, ya mayores, no saben leer ni escribir.

Ni en su casa ni en su pueblo hay electricidad.

Aun así, comparten con el viajero su comida y su techo.

Fuera el hielo parece caer del cielo, y cuando este lo permite, las estrellas parecen iluminar las montañas…

A medida que avanzo, voy adentrándome más en el alto Atlas, cada vez más árido y seco, por lo que los cielos suelen estar más despejados, al igual que la carretera…

…y el paisaje solo era alterado  cuando un precioso pueblo aparecía en alguna colina…

…o en la ladera de la montaña…

En las zonas más remotas, no pasaba una hora sin que viera , u oyera, a algún pastor…

…que casi siempre me invitaba a parar para tomar un té…

 

 

 

Ahora sí que sí. ¡Allá vamos Marruecos!

Ahora sí que sí. ¡Allá vamos Marruecos!

El viaje empieza siempre sobre un mapa.  Lo miras y a través de él ves lugares que tu mente solo alcanza a imaginar.
Entonces es ahí cuando empiezas a viajar.

Después de unos meses parado  preparando este siguiente continente y esperando a los meses mas fríos para cruzar el Sáhara, anonadado observaba el mapa de Marruecos, y sobre ese mapa veía pueblos pintorescos sobre las montañas del Rif …

… de calles azules …

… gente con poco, pero con tiempo …

… vehículos que no contaminan …

… y ciudades  milenarias que han mantenido su apariencia, como Fez …

… con sus laberintos de calles y estrechas callejuelas …

… donde se encuentra  la zona urbana peatonal más grande  del mundo. Libre de coches …

… y con espacio tan reducido que cualquier hueco es bueno para abrir un negocio …

… o dos …

Fue después de una semana de pedaleo, en la ciudad de Fez, cuando empecé a encontrarme bien del todo. Volver a la vida de nómada no me estaba siendo nada fácil, pero  esta vez a observar el  mapa con el mismo interés y fuerza que siempre, hizo que me diera cuenta de que mejores días estaban por llegar. Había elegido la ruta  para cruzar el Atlas dirección al Sáhara ¿Y cual era esa  ruta? La que pasaba por las zonas mas remotas del Atlas y por el puerto más alto de Marruecos.

Han sido  pequeños detalles con los que desde un principio me han ido  mostrando que tenía que volver a coger práctica no tan solo físicamente, sino también mentalmente.

Perder la pereza y desacomodarme a las comodidades de estos últimos meses. Eso era lo que necesitaba.

Con el paso de los días volvía a disfrutar como siempre del viajar. Empezaba a coger carreteras más remotas y a la vez más  duras. Y como  más dulce es el destino cuanto más duro es el camino, tenía que añadir que cuanto más avanzaba hacia el sur, no solo los paisajes se volvían mas increíbles, sino la gente me hacía sentir mucho más bienvenido, que es a los que venimos acostumbrados después de viajar por Asia, y es eso sin lugar a duda lo más grande que puedes sentir cuando estás viajando.

Despedirme de la  familia y amigos, de repente encontrarme solo, saliendo  de Tánger por la noche, por el arcén de una autopista en construcción, bajo una lluvia incesante, calado hasta los huesos, la bicicleta parecía pesar más que nunca, sin ningún buen lugar a la vista donde montar la tienda,  sin Natalia en el pelotón. ¡Todo me daba pereza! ¿Pero?…¡si hace dos días estaba yo durmiendo calentito en mi cama!

Todo pintaba horroroso, pero esa noche acabé durmiendo en un “Salón de té”.  Sólo tuve que esperar a que terminara el partido de champions  del Madrid  para poder irme a dormir…

 

 

 

 

 

 

Un poquito de África…

Un poquito de África…

Paseando entre las fotos del disco duro, he conseguido por un instante trasladarme al continente africano…

Allí vuelvo 3 años más tarde. Esta vez en compañía de Natalia, mi compañera de viaje y de vida, y ante nosotros un duro y bonito camino …  (en rojo la ruta completada, y en azul el corto camino que nos queda hasta Sudáfrica…)

El motivo es el mismo. Intentar, con mis fotografías, dar voz a aquellas personas que no han tenido la misma suerte que nosotros, pero que sus historias merecen ser conocidas.

Y como es imposible pasar desapercibido ante las maravillas de nuestro planeta y la bondad encontrada en la gente, no sería justo tan solo mostrar el lado malo de las cosas.

Y los países no lo hacen sus paisajes, sino su gente.

Y son sus historias las que llenan de esperanzas.