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Author: Javier Bicicleting

Días pasados por agua

Días pasados por agua

Fue hace un mes cuando dejé Makassar y a mi pasaporte en inmigración, que hoy ya vuelvo a tener en mis manos.

Mañana  sale un barco hacia Jakarta,y mi idea siempre fue llegar a tiempo para cogerlo aunque  eso me haya costado duros días en la bicicleta y forzar un poco al cuerpo, pero por lo menos lo recuperaré en los dos días que tarda en llegar el barco a Jakarta.

Tendré tiempo  para dedicar a la lectura, ya que en estos últimos días al llegar la noche mi cuerpo no me daba para alcanzar a leer una página entera.

Días muy lluviosos, y carreteras con bastante trafico, que acompañado de un paisaje bastante monótono, excepto en las zonas montañosas de Tana Toraja, han hecho estos últimos días más duros todavía.

Un agradable olor me ha acompañado estos días: el de la fruta del cacao secándose a la orilla de la carretera.

No me enrollo más y os dejo algunas fotos de los últimos 700 Km.

Tengo la suerte de ser un gran aficionado del ajedrez y que en Indonesia es un juego muy popular. El jugador en esta foto es un autentico maestro…

…y sus partidas causaban pasion entre los allí congregados…

Durante mi viaje por Sulawesi los dias han sido bastante humedos, con mucha lluvia, y gracias a ello he podido apreciar verdes bosques y ríos que su caudal crecía en cuestión de minutos.

Cascadas con tanta fuerza que su ruido era  ensordecedor.

Al principio del día suele estar despejado , aunque a medida que pasan las horas las nubes se forman poco a poco, hasta que a lo lejos se ve venir la tormenta…

…y aunque suele avisar, a veces pilla desprevenido…

Si os parece que voy cargado en la bici, mas de 60kg,…

…este va mas cargado todavía…

…o estos…

No hay nada mejor  que un lago donde poder refrescarse y esconderse del calor.Sin sal como en el mar, y sin la humedad de la costa…

…y estos increibles paisajes que me hacen  olvidar que voy sobre una bici.

A 75 metros bajo tierra.

A 75 metros bajo tierra.

Hace diez años, una compañía minera australiana compró unos terrenos en el norte de Sulawesi a unos escasos 20Km de Manado, capital del norte de Sulawesi, en la que viven más  de medio millón de personas.
El resultado de sus prospecciones  decían que había un yacimiento de oro. La noticia se propagó y la gente se les adelantó en la explotación del aurífero, hoy en día son ellos quienes excavan y horadan la tierra.
El proceso para obtener el oro es una larga cadena que va desde el minero que se sumerge en la tierra 75 metros, al que separa el oro del lodo con el mercurio, y el que arrienda los terrenos para instalar la maquinaria donde se separa el oro. Todos ellos sacan tajada de este rico negocio.
Cientos de cuadrillas se asientan en pequeñas parcelas bien marcadas y mejor vigiladas en la falda de la montaña por la que fluye bordeando el río Talawaan.

Me interesé en la zona porque en Manado me dijeron que el uso del mercurio como procedimiento para conseguir oro está causando un gran impacto negativo ambiental que además afecta a la salud de la población que se abastece de agua del río Talawaan que desemboca en la bahía de Manado.

Durante mi semana de  estancia en Manado, recorrí diariamente en bicicleta los más de 20 kilómetros que hay hasta la montaña.
La gente del pueblo me aconsejaba que debería volver antes del anochecer ya que la zona durante la noche se vuelve en un lugar peligroso por el alto consumo de alcohol.
No me costó mucho encontrar las minas, aunque nadie en Manado sabía de su existencia y me fue muy difícil recabar algo de información.
La primera vez que me acerqué a las minas noté que a medida que me acercaba a la montaña el  tamaño de las iglesias empezaba a crecer y se convertían en imponentes estructuras  que se asemejan a  catedrales y todas ellas en medio de pequeñas aldeas. Cuanto más me acercaba a la montaña más proliferaban los chiringuitos a lo largo de la carretera y cuyo único negocio es la venta de alcohol.
En este primer viaje me paré a hablar con un hombre que  escuchaba música en su todo terreno a la sombra de un árbol, y con muy  buen acento inglés -había vivido varios años en Estados Unidos- me dice que el terreno donde se trabajan las piedras extraídas de la mina es suyo, y que ese mismo día habían conseguido un kilo de oro. El gramo lo venden a 330.000 rupias( unos 30 euros)
Le pregunto si me puede ayudar a visitar alguna de las minas y me responde que es imposible, que tengo que encontrar al  capataz, y que en esos momentos no estaba , pero me cita para que vuelva al día siguiente.
Disgustado me doy media vuelta. En el camino alguien me saluda  y aprovecho para presentarme y ver de que manera puedo conseguir que me ayude para concertar una visita a alguna de las minas. Se llama Andy y sin mayor complicación se ofrece a llevarme a la que él trabaja y que tiene 75 metros de profundidad.
Dejé la bici candada a un árbol.
Desde la carretera no se ve nada, tan solo vegetación espesa, pero después de atravesarla por unos senderos llenos de barro y de subir una colina, empiezan a aparecer entre las palmeras grandes lonas que protegen las minas de la lluvia.
Finalmente llego a la mina de Andy, donde algunos mineros estaban tendidos en el suelo descansando sobre unos plásticos.
Sorprendidos de verme allí, algunos empiezan a hacerme fotos con sus móviles.
Le pregunto a Andy si hay alguien abajo y me dice que sí, que siempre hay alguien cavando.
¿Y puedo bajar yo?- le preguntó
¿Tú? ¡¡Claro!!
Andy muy ilusionado me da unas botas de goma y me ofrece una vieja camiseta.
El baja primero  y yo le sigo.
Como en la mina no hay luz, tenemos que llevar linternas frontales.
Es un agujero de un metro de diámetro que baja en vertical y tienes que ir apoyándote en trozos de madera incrustados entre las rocas de la pared.
La cuerda esta mugrienta y es resbaladiza.
Poco a poco empezamos a descender, cada metro que descendemos sentimos más humedad y más calor.
Miro hacia arriba y ya no se ve luz, abajo veo la luz de la linterna de Andy que desciende con gran agilidad.
A mitad de camino estoy a punto de darme la vuelta y regresar a la superficie, pero me vence la intriga y las ganas de ver el final de este túnel que parece infinito.
El agua ya no gotea, sale a borbotones por las paredes y el calor empieza a ser insoportable, y no hemos hecho ni la mitad del descenso.
Los golpes y temblores en la pared que escuchamos nos avisan de que pronto llegaremos al final. Abajo nos encontramos con tres jóvenes picando piedra. Se asombran al verme llegar e intuyo por sus risotadas que deben de haber hecho algún comentario jocoso sobre mí.

Los últimos 2 metros no los puedo descender ya que abajo no hay espacio para nadie mas.
Mis manos están llenas de barro y me es imposible quitarme el sudor de la cara.
La cámara de fotos acaba  recubierta de barro.
Finalmente, decidimos volver a la superficie, y descubro que la subida es muchísimo más difícil que la bajada. Tengo que subir trepando por las paredes con mucho cuidado de no resbalarme y de no caer por el agujero.

4 días , 450 kilómetros y un perro a la brasa

4 días , 450 kilómetros y un perro a la brasa

Hay días en los que te levantas y decides seguir viajando, seguramente sea porque llevas mucho tiempo en el mismo lugar, una semana, o lo mas probable sea porque tu cuerpo te pide cosas nuevas, cambios, sorpresas,……
Eso fue lo que me paso en Manado.
Al séptimo día de mi estancia en aquella peculiar ciudad, de mayoría cristiana católica y una minoría musulmana que se concentra en un pequeño barrio de antiguos emigrantes del  Yemen;  y el centro de la ciudad lleno de travestidos, me levanté con esas ganas de coger la bici  y aprovechar -al viajar solo, las decisiones se toman al instante- sin discusión alguna, así que monté las alforjas en la bici y emprendí el viaje hacia Gorontalo, a 450 km de distancia.
El día anterior conocí a Aitor, un cicloviajero que lleva recorriendo Asia desde hace año y medio, y que después de un tiempo de estar en contacto con él vía email, nos encontramos en el camino.
Echaba en falta charlar con alguien con la misma “especie”, compartir esas anécdotas que te pasan cuando viajas encima de una bicicleta y poder analizar cosas que normalmente con el paso del tiempo y por no poder compartirlas con nadie, pasan al olvido.
Seguramente el tuvo la culpa de que me entrasen esas  ganas enormes de coger la bicicleta.
Sin madrugar, a mi estilo , empecé a montar en bici sobre las 11 de la mañana, cuando el sol ya no perdonaba, con la mente puesta en el camino y no el destino. No me había puesto metas ni me planteaba los 450 km por etapas.

Donde anocheciera pasaría la noche.

Sin prisas.

El camino, aunque montañoso, tenia grandes trechos de llano, tan añorados en los últimos tiempos, donde la carretera serpenteaba para escaparse de las montañas, abriéndose paso entre plantaciones de cocoteros y aldeas de pescadores.
Por las mañanas reinaba el cielo azul,  pero con puntualidad a eso de las 2, se empezaba a nublar y su consecuente lluvia torrencial, momento que yo aprovechaba  para  encontrar un sitio donde refugiarme, y echar una cabezadita.
En cuanto acababa de llover, seguía pedaleando, ya con el radar puesto para encontrar  algún lugar donde poder refrescarme y lavarme, y quitarme esa capa de sal de la piel acumulada en tantas horas de esfuerzo.
Cuando empezaba a anochecer, buscaba un sitio para comer y reponer fuerzas, e inmediatamente después, un lugar donde montar la tienda. La primera noche la pase en casa de una familia, que me ofrecieron una cama donde dormir. Al despertar e ir al baño en el jardín, noto un olor extraño y fuerte. Miro a mí alrededor y veo como estaban asando un perro. Estaba más tieso que una piedra. El olor era del pelo quemado.

dMe invitaron a quedarme a comer pero me da a mí que el sabor de perro siempre será  desconocido para mí.
Ya pasados 3  días y  390 kilómetros recorridos,  esta vez se me hizo de noche y no paraba de llover, así que monte la tienda rápidamente en un lugar no muy lejos de la calzada. Era una explanada de césped y parecía tranquilo ya que estaba a las afueras de un pueblo. Podía ser la explanada de una iglesia o de un colegio.
Mi sorpresa fue al levantarme y tener a más una decena de personas alrededor  de la tienda observándome. Estaba acampado en medio de algun edificio gubernamental.
Tan solo quedaban 60 kilómetros hasta Gorontalo, 15 km de subida y el resto  bajada y llano y tras tomarme un buen plato de arroz, me puse a pedalear y a contestar al: ¡¡Hey mister!! que me persigue  allá donde voy.
Me tomé con mucha calma la subida y disfrute la bajada como si se tratase de una meta.
En Gorontalo tuve la suerte de no pasar mucho tiempo, ya que esa misma tarde partía el ferry hacia las islas Togean, unas islas de arena blanca, fondos de coral en la mismísima playa, y selva tropical virgen.
Gorontalo es uno de esos sitios a los que le coges manía sin saber por qué y deseas salir de allí lo antes posible.

Ahí van unas de  del camino…

Y otras  fotos de las islas Togean, que espero os hagan escapar un poco del frio…

Idul Adha, la fiesta del cordero

Idul Adha, la fiesta del cordero

Aquí van unas fotos de la celebración musulmana de Idul Adha, también conocida como la fiesta del cordero. Según la creencia musulmana, Abraham tuvo el mismo sueño tres veces, en el que Alá le pedía que para demostrar su fe por Él tenía que sacrificar a su hijo Ismael. Abraham así lo iba a hacer, en la Meca, pero en el momento que lo iba a matar, Alá cambió a su hijo, Ismael, por un cordero. Con este hecho se acabaron los sacrificios humanos.

Hoy es el segundo día más importante del calendario islámico, en el que todo el mundo sacrifica algún animal para compartirlo con los más pobres.

Aquí, en el barrio árabe de Manado, la mayoría de los habitantes son descendientes de mercaderes yemeníes que hace mas de un siglo se establecieron aquí empujados por una guerra civil que se libraba en su país.

Hoy he podido disfrutar una vez más de la hospitalidad musulmana. Han sacrificado 15 búfalos, mientras la gente, formando un corro, cantaba versos del Corán durante el sacrificio de los animales. La calle parecía un río de sangre.

Las fotos más sangrientas mejor no las pongo en el blog, son de muy difícil digestión.

Barcos y oficiales corruptos

Barcos y oficiales corruptos

Uno de los motivos que pueden condicionar un viaje en bicicleta, es la dependencia de otros medios de transporte para desplazarse de isla en isla, además de los visados.

Moverse en Indonesia, y sus 17.000 islas, puede ser un quebradero de cabeza.

Desde que he dejado Flores han pasado más de 7 días, de los cuales la mitad los he pasado encerrado en un barco y la otra mitad esperando al barco.

Ayer, y con mas ganas que nunca, volví a coger la bicicleta, mi compañera de viaje, y recorrí tan feliz los 50 kilómetros que separan Bitung de Manado, ya en el norte de Sulawesi. Con alegría he descubierto que al norte del Ecuador las temperaturas son un poco más bajas y se agradece.

Fue en Maumere, en Flores, donde embarque  hacia Makassar, al sur de Sulawesi, un viaje sencillo y rápido en el que las 17 horas pasaron volando, con un mar tan tranquilo que era difícil darse cuenta de que el barco estaba en navegando.

El viaje prometía ser un infierno ya que el único sitio libre para dormir y dejar las cosas era pegado a los altavoces del karaoke, pero finalmente fue un rincón pegado al restaurante de la tripulación, que aunque atestado de cucarachas al menos estaba bastante lejos del karaoke.

A Makassar llegamos varias horas antes de lo previsto, sobre las 3 de la mañana, cuando la ciudad estaba levemente iluminada por las primeras luces del amanecer, por lo que tuve la oportunidad  de recorrer esta gran ciudad con apariencia desértica y tranquila, donde solo escuchaba la llamada al rezo desde las mezquitas, mientras buscaba un sitio donde alojarme.

Te acuestas y cuando te levantas te encuentras con un lugar completamente diferente. Bullicioso, de sol abrasador y ese sonido tan estridente de las bocinas de los coches y de las motos.

En Makassar tuve la suerte de conocer a Riean, y pasar unos días en su casa, además de ayudarme muy amablemente a conseguir  la renovación de mi visado de turista para otro mes más, o eso espero, porque ahora mismo mi pasaporte se encuentra a 1500 Km. de donde yo estoy.

El trámite para ampliar el visado en Indonesia es bastante complicado, ya que necesitas de alguien que te recomiende y que se haga responsable de ti, y esperar varios días a que los oficiales corruptos se decidan a hacer su trabajo.

En inmigración me dijeron que volviera en 3 días, que el visado ya estaría listo, y al volver me encuentro con un oficial de inmigración, fumándose un cigarro mientras me dice con cara de sorpresa.

-Ay! Perdón, pero hemos tenido un problema y no hemos podido tramitar su visado.

Mi amigo Riean se pone a hablar con él en indonesio, y durante la conversación que mantienen interpreto la palabra “200.000”.

¿Tengo que pagar 200.000 rupias para que me den el visado hoy? pregunto yo.

Y el oficial con muy buen inglés y sonriente me responde que sí y  que en tan solo 20 minutos lo tendría.

El barco salía hacia Manado esa misma noche, al norte de la isla, así que decidí que el pasaporte ya lo recogería cuando volviera por Makassar, en un mes mas o menos, confiado en que este blog no lo lea ningún oficial de inmigración de Indonesia, o por lo menos que no lo entienda.

Tras casi 2 días encerrado en la bodega del barco, sin ventanas, rodeado de gente fumando las 24 horas, niños llorando, música distorsionada de los móviles,… atracamos en Bitung, el puerto más cercano a Manado.

Por fin me iba a montar en la bici después de más de una semana y echarla tanto de menos.

Fue subirse y escuchar la cadena oxidada de tanta lluvia, los frenos ni frenaban, las marchas no cambiaban bien, pero de nuevo volvía sentir la brisa sobre mi cara y escuchar los gritos de la gente de: – ¡Hey mister!.

Por fuera, sonríes; por dentro, casi, casi.

Así que ahora en Manado toca engrasar, limpiar y ajustar.

Me imagino que las ciudades os sonaran tanto a chino como a mí antes de llegar a Indonesia, así que os adjunto este mapa para que veáis el trayecto recorrido.

Y… ¿por qué empezar en Manado y no en Makassar? Porque en el puerto de Makassar es mucho más fácil encontrar barcos a otras islas, y después de Sulawesi mi próximo destino es Sumatra.

Kelimutu

Kelimutu

Ya estaba acostumbrado a la montaña de la isla de Flores con sus días lluviosos y las noches frescas,  pero todavía me quedaba por ver uno de los paisajes más sorprendentes de la isla y decidí empezar el camino desde Bajawa a Moni, donde se encuentra el parque nacional del Kelimutu.

El camino me parecía fácil ya que la mitad del trayecto era bajada, así que decidí hacer los 170 kilómetros de golpe. No os voy a engañar, pero a 20 kilómetros de mi destino, ya casi anocheciendo y  con una incesante lluvia, me subí en un autobús atestado de gente. Aquí no llegan las leyes antitabaco y todo los pasajeros iban dándole al pitillo, la música a todo volumen, aunque  eso no era lo peor de todo, sino escuchar reggaeton por estas latitudes.

Desde el pueblo de Moni, donde me dejó la “disco móvil”, hay 15 kilómetros  hasta los lagos volcánicos, por lo que decidí levantarme a las 3 de la mañana para llegar al amanecer.

De noche y con niebla, emprendí la subida ayudado de mi linterna  frontal, que me prestó un gran servicio para poder avistar  las vacas que se encontraban  durmiendo en medio de la carretera.

La luz de la linterna no alcanzaba más que unos pocos metros, pero eso no era un problema porque la velocidad que llevaba no era mucho más que si fuera andando.

Para mi decepción, la niebla se hizo mucho más espesa en la cima, así que no vi ni amanecer ni por supuesto a los volcanes.  Poco a poco la niebla se fue disipando y empecé a distinguir el color verde turquesa de uno de los lagos.

De repente el horizonte se despejó y se empezaron a ver los dos lagos contrastando sus colores con las paredes amarillentas de los cráteres.


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Flores

Flores

Indonesia es un país que no me deja de sorprender.Un país tan diverso que cada isla podría ser un país diferente.
Ahora estoy en la isla de Flores.
En Java  me encuentro con mayoría musulmana , en Bali hindú , en Lombok y Sumbawa musulmana , y ahora en Flores, católica en el interior y musulmana en la costa.
De paisaje montañoso y mas verde y frondoso que sus islas vecinas , las carreteras no dan tregua y todavía no me he encontrado con mas de 10km seguidos de llano.
En la montaña  puedo disfrutar de un clima mas fresco que bien se agradece cuando se pedalea bajo el sol  o al dormir en la tienda.
Con su gente tan encantadora y hospitalaria, donde nunca me ha faltado un buen te o un vaso de agua ,y nunca me ha faltado un grito de  “hey mister!”, o una invitación a dormir en sus casas.
Este post es de esas personas y de esos pequeños detalles que uno se fija mientras va en la bicicleta,a la velocidad perfecta para observar.

Bajo el sol la costa es preciosa…

pero no mas que cuando el sol se acuesta…

o sus densas selvas…

…con enormes raices cubriendo el suelo…

…y  gente que me da cobijo…

…mientras fuera esta cayendo la del pulpo.

Por fin se despeja y puedo ver un volcán asomarse…

…asi que me paro a hacer una foto y veo que estoy rodeado de flores…

… y más flores…

Ademas tengo un chalet con las mejores vistas…

… ducha ecológica…

…un vecino muy salado…

…y otros que me ven como un bicho raro…

De paisajes tan variados, paso de sabana a bosques con enormes árboles…

…a cráteres…

…a aldeas primitivas…

…pero lo mejor de todo no es eso, sino la gente tan amable, hospitalaria, y alegre que me encuentro por el camino.

Mayores…

…que me dan la bendición…

…y los mas pequeños…

…que son pura felicidad…

La naturaleza se ceba con Indonesia…otra vez

La naturaleza se ceba con Indonesia…otra vez

Acababa de llegar a la isla de Flores tras 9 horas de ferry desde la isla de Sumbawa.
Me estaba esperando el amigo de un amigo que conocí los primeros días en Yakarta y éste me ofreció su casa para alojarme en Lubuan Bajo.
Esa noche en esa parte del pueblo no había luz, y fuimos a dormir a casa de otro amigo suyo en la que sí que había luz.
Mientras charlábamos en la mesa, la televisión estaba encendida y se oía de fondo  algún tipo de culebrón indonesio con pinta horrible.
De repente se corta la emisión para dar la alerta de que un terremoto se había producido frente a las costas de Sumatra y de un posible tsunami. Era un mapa situando las zonas en riesgo de tsunami, acompañada de un pitido ensordecedor.
Al rato me conecto a internet para ver las noticias, y la BBC ya había actualizado que las autoridades no consideraban que hubiese peligro de tsunami y  habían levantado la alerta.
Cuatro días atrás, estaba alojándome en la comisaría de policía cercana a las minas de oro en Sumbawa, los agentes y yo veíamos en la tele las noticias, de las cuales solo me enteraba por las imágenes y de vez en cuando por algún agente que amablemente traducía para mí. Lo que me explicaban era que el volcán Merapi estaba apunto de entrar en erupción y habían ordenado evacuar las zonas vecinas al volcán y que muchos de los habitantes se negaban a abandonar sus casas y sus ganados, y tan solo los más mayores hacían caso a las autoridades.
Pasé varios días incomunicado y cuando puedo conectarme de nuevo,  con asombro  me encuentro en mi correo decenas de mensajes en los que se me pregunta sí el tsunami me había afectado o si estaba cerca del Merapi .
Por suerte para mí  estoy  a miles de kilómetros de distancia de las zonas afectadas, me encuentro perfectamente, pero me da rabia el ver que los efectos de estas catástrofes se podrían haber evitado o al menos que los efectos no se hubiesen cobrado vidas humanas, y sólo sí se hubieran tomado las medidas oportunas.
Hoy el gobierno indonesio dice que el sistema de detección de tsunamis no ha funcionado porque no tienen los medios para mantener un sofisticado sistema que se instaló hace un par de años.

Fiebre del oro

Fiebre del oro

Sumbawa es la isla mas pobre de Indonesia y a mi parecer, con la gente más hospitalaria.
Salgo de Sumbawa con la intención de llegar a Ampang al anochecer, voy hacia la costa norte de  Sumbawa. Durante todo el recorrido toda la gente con la que me encuentro, cuando digo toda es toda, al verme pasar montado en mi bicicleta todos me gritan: ¡¡hey mister!!, parece que compiten entre ellos para ver quien grita más y quien hace el saludo más exagerado.

Los camiones usan sus ensordecedoras bocinas justo cuando me cruzo con ellos, y los conductores sacando medio cuerpo por la cabina  rugen el consabido: ¡¡hey mister!! ¿Necesita ayuda?.

Entre el ligero ruido de la bicicleta solo oigo el murmullo del aire y el ¡¡hey mister!! que me llega de todas las partes, pero de repente empiezo a oír un traqueteo mecánico que llega de las orillas de un río que corre no lejos de la camino. Me pica la curiosidad y me acerco para  ver que puede ser. Cuando estoy llegando a la orilla no puedo dejar de asombrarme al ver un mar lonas de plástico de color naranja, azul, …que cubren todo lo que mi vista abarca.

El ruido lo provocan enormes generadores que están cubiertos por las lonas. Sorprendido por el panorama que estoy contemplando me paro y pregunto al primer hombre que encuentro qué es lo que están haciendo allí y me asombro cuando Sabam me responde que son buscadores de oro.

¡La fiebre del oro ha invadido Sumbawa!

Sabam, me explica que este es solo el final de un largo proceso para arrancar el oro a la montaña.

Sigo pedaleando y no dejo de oír el ruido de los generadores y que ahora se mezcla con uno más ronco como si fuese el de una vieja máquina. Me desvío y me meto por un camino de arena,  no sin dejar de escuchar 100 veces más : ¡¡Hey mister!!

El camino  me lleva a otro sitio donde a lo lejos veo a unas decenas  de personas que se afanan con los montones de piedra y arena que se esparcen por toda la ladera. Son de un pueblo de la isla de Lombok, pero vinieron a Sumbawa en busca de oro hace 3 meses.

Les pregunto de donde han traído la tierra y las piedras de las que intentan sacar oro y me dicen que mas adelante, que de una montaña que hay a unos 20 Km.

¡Es imposible pasarse!- me dicen, explicándome que al final del camino me encontraré con más tenderetes que en un mercadillo.

Y así es. Después de un par de una hora pedaleando bajo un sol abrasador, a mi derecha diviso  una montaña desnuda, como si le hubieran arrancado la piel, llena de motas de color azul y naranja, son las lonas de plástico de los chamizos de los buscadores de oro.

Quiero dejar la bici en algun sitio y visitar aquel paisaje de pelicula pero obviamente no encuentro un sitio para dormir asi que  voy a puesto de la policía  en un pueblo cercano, por si pueden ayudarme a encontrar un lugar, y  muy amablemente me ofrecen un lugar en su cuartelillo donde dormir. Monté la tienda en el portal.

Les pregunto por la montaña y los mineros, y me contestan que es muy peligroso ir, y que si voy a ir uno de ellos me acompañará, pero que tiene que ser después del rezo. Se me olvidaba, hoy es viernes y a las 12 toca el rezo.

Llega la hora de partir y me dicen que se lo han pensado y que no pueden ir, pues la policía no puede entrar allí porque  la montaña esta llena de “gente peligrosa” y los mineros ilegales harian cualquier cosa por defender su trabajo.

Decido hacer el camino solo.  El sendero que conduce a la montaña está muy transitado. Es un trasiego constante de gente yendo y viniendo, y un montón de  motocicletas que van cargados de bolsas llenas de piedras, garrafas con gasolina, …

Paro a uno de ellos para asegurarme que voy en la dirección correcta, y el mismo se ofrece a llevarme. A la entrada de la montaña hay unos tipos que cobran a todos las personas que tienen intención de hurgar en las entrañas de la montaña.

La montaña esta carcomida, parece como si la artillería se hubiese cebado con la montaña o que el ejercito israelí hubiera pasado por allí(aunque  si hubiera sido el ejercito israelí dudo que quedara ni montaña ni mineros)

Miles de mineros pican piedras al aire libre y algunos con medios más sofisticados y con mayor presupuesto han cavado agujeros de hasta 30 metros de profundidad.

A esa profundidad no seria posible trabajar si no fuera por sus generadores, que alimentan los ventiladores que empujan el aire hacia abajo.

Cada uno cerca su parcela de trabajo. Trabajan en grupos reducidos y cada grupo valla con cercas de alambre espino su territorio. Luego, el dinero ganado es repartido entre todos.

Familias enteras han dejado sus hogares en las islas vecinas en busca de un futuro mejor. Un solo un gramo de oro supone más dinero que un mes de trabajado en el campo.

Las piedras arrancadas a la montaña las llevan al borde de un río cercano. A lo largo de más de 20Km se pueden ver a cientos de personas machacando la piedra hasta dejarla molida para después lavar los diminutos trozos con la ayuda de viejas y ruidosas máquinas.

Al final queda una pasta de lodo que mezclan con mercurio y que se filtra con una tela. Lo que queda, si queda algo, son minúsculos granos de oro.

El lodo contaminado con el mercurio va directamente al río. Veo unos niños que chapotean en el agua y a sus madres lavando la ropa.

En algunas partes de Indonesia el uso de mercurio empieza a causar serios trastornos de salud no solo entre las poblaciones que se dedican a buscar oro. Son frecuentes las muertes y nacimientos de niños con malformaciones entre otras muchas cosas.

Aunque su uso este prohibido, las autoridades vuelven la cabeza ante tan grave problema medio ambiental, y la contaminación por este metal pesado que está afectando a miles de personas y que a través de los residuos contaminados  entran en la cadena alimentaria.  El envenenamiento entre estas gentes ya es un hecho.

Como dice mi amigo Juanillo: “que tristeza que esta gente para ganarse la vida tengan que perderla”