Parte 2:Un poquito de agua porfavor.
El día se presentaba muy duro. El mapa nos indicaba que había que atravesar un sistema montañoso por caminos de tierra hasta volver a cruzarnos con el río Mekong.
Calculábamos hacer en dos días los 150km que nos separaban de Pak Beng, pero al final del primer día a duras penas el cuenta kilómetros llegaba a marcar los 50km.
En vez de evitar las montañas el camino se precipitaba en un loco recorrido por todas las cimas, donde casi siempre había alguna aldea.
Al ver una bajada temblábamos, y resoplábamos con angustia, porque sabíamos que tendríamos que subir de nuevo todos esos metros que descendíamos.
Con pendientes de más del 20% tardábamos muy poco en bajarnos de las bicicletas y empezar a empujarlas.
La vegetación empezó a ser más escasa y apenas vimos fuentes donde llenar nuestras botellas de agua.
Nos encontramos humo por todas partes provocado por la quema de rastrojos y que a su vez provocó algún incendio que afectó algún bosque. El cielo se tornó color naranja …
y mientras nos caía una espesa lluvia de cenizas, nosotros intentábamos apañamos para llegar con las bicis a lo alto de la montaña, el ansiado final de la cuesta donde esperábamos encontrar algún pozo o fuente donde poder rellenar nuestras botellines.
Estábamos sin agua desde hace más de una hora y rodeados de un secarral y no corría ni una brizna de brisa que nos refrescara un poco. Nuestros cuerpos estaban chorreando de sudor y teníamos que seguir empujando las bicicletas. Sólo pensábamos en descubrir alguna aldea donde conseguir agua.
Casi desfallecidos llegamos a la cima, y a lo lejos divisamos una aldea sobre la ladera de una colina, por lo árido del paisaje podría ser que nos encontrásemos perfectamente en algún monte al sur de Etiopía.
Ya sentados sobre la bicicleta y dejándonos llevar por la leve pendiente hacia aquel oasis, el viento refrescaba nuestros cuerpos y nos provocaban escalofríos.
A medida que nos acercábamos a la aldea nos daba la impresión de que estaba abandonada. Pero poco a poco empezamos a ver a la gente asomándose por las ventanas de sus cabañas de bambú viendo a dos extraños sufriendo sobre sus bicicletas por mero placer. O tienen un sexto sentido o alguien les ha avisado de que llegábamos.
Los mas pequeños del pueblo cargaban garrafas de agua vacias caminando hacia la fuente mas cercana.
Con gestos les pedimos un poco de agua y una niña se nos acercó ofreciéndonos una garrafa de agua para que llenásemos nuestras botellas. A pesar de que el agua sabía a arena y que estaba tan caliente como el aire que respirábamos, nos supo mejor que un vaso de gazpacho con hielo a la sombra en una calurosa tarde de agosto en Madrid.
Las fuerzas empezaban a fallar y mejor encontrar un lugar donde dormir.
Entonces apareció un buen hombre llamado Phan y nos ofreció dormir en su casa…