Fronteras
A lo largo de estos últimos años he podido apreciar, mejor que nunca, las transformaciones que consigo traen las fronteras. Esas líneas imaginarias trazadas sobre mapas a lo largo de la historia han ido separando y modelando a las personas que quedaron a un lado y otro de ellas. Estas fronteras fueron y son principalmente barreras geográficas que antiguamente suponían una defensa natural que actuaban de obstáculo y que evitaban o dificultaban que esas tierras fueran ocupadas o invadidas por otros grupos de personas que buscaban conquistar tierras y pueblos en busca de más poder y riquezas con la excusa, muchas veces, de propagar una nueva religión con nuevos dioses.
Con el paso del tiempo y el avance de la tecnología esas barreras geográficas se han ido convirtiendo en obstáculos menores, aun así se han mantenido y siguen marcando enormes diferencias a cada lado de ellas. Las fronteras mas antiguas fueron delimitadas por ríos o cordilleras, y las más recientes, que sobre un mapa carecen de sentido alguno, cortan tierras y separan gentes que pertenecen a un mismo grupo.
Imperios, religiones y demás poderes creados por el ser humano las han ido modificando, y muchas de ellas tienen tan poco lógica y respaldo histórico que son el foco de la mayoría de los conflictos que en la actualidad azotan a la humanidad. Esta entrada al blog la escribo desde Kosovo.
Hoy que vivimos en un mundo global, en que gracias a las telecomunicaciones tenemos la sensación de estar más cerca de cualquier rincón del planeta, esas fronteras son menos fronteras que antes, pero llegar a ellas con esfuerzo v a la velocidad perfecta que te garantiza la bicicleta, lentamente, y finalmente cruzarlas te da una interesante y rica visión en el tiempo de lo que hace mucho fueron esas tierras y en muchos casos resume la situación actual del país.
Existen otras líneas que son invisibles y que no figuran en ningún tratado. Para los viajeros son difíciles de percibir, pero los “forasteros” que viven rodeados por esas líneas las sienten como una pesada losa sobre sus espaldas que les dificultan sus movimientos e incluso expresarse; el “otro” representa miedo, intransigencia y todas las fobias al “extraño”, al no nacido en su comunidad.
Aquí hablo de esas fronteras que más nos han llamado la atención:
La más absurda:
Sin duda una de las fronteras más recientes es la que separa Pakistán y la India. No hace muchos años un mismo país y hoy la misma gente pero en diferentes países. La única diferencia: la religión.
El estado del Punjab fue dividido desde una oficina, por un legislador británico, previo a la independencia del Industán, trazando las fronteras para que ninguno de los dos futuros países fuera beneficiado.
Cruzamos desde Amritsar a Lahore, el trayecto del mundo que más refugiados ha visto pasar y hoy en día una de las fronteras menos transitadas. Cada día al atardecer, al cerrar la frontera los soldados más fuertes y grandes de cada país desfilan ante sus banderas y cada bando dispone de sus “aficionados”, que se reúnen para animar a su “equipo” desde sus respectivas gradas. De un lado gritan: ¡Larga vida a Pakistán!, del otro: ¡Viva la India! Se venden banderitas, palomitas, refrescos, y videos de la ceremonia.
La más bonita:
Una de las maravillas de nuestro planeta es la gran cordillera del Himalaya. Cruzarla en bicicleta llevó varios días desde la meseta tibetana, atravesando puertos de mas de 5000 metros. A un lado del Himalaya el aire es frío y seco y el paisaje desértico. Al pasar el ultimo puerto completamente nevado, y después de haberme levantado con mi tienda destrozada por una tormenta de nieve, a medida que dejas los siete miles a un lado y empieza a descender, te encuentras con bosques frondosos y cascadas, aire húmedo y cálido, y se disfruta de uno de los mayores descensos del mundo, desde los 5200 metros hasta los 1100, cerca de 70 Km. de bajada.
Un puente hace de frontera, a un lado soldados chinos sujetan sus ametralladoras automáticas, y al otro los soldados nepalíes sujetan sus armas: varas de bambú.
La más impactante:
Cruzar el río Aras que separa Armenia e Irán fue impactante, al pasar “al otro lado” percibimos con intensidad el cambio. Ese río marcaba el límite entre dos culturas tan grandes como imperios.
El imperio persa al sur y el ruso al norte.
Veníamos de Irán, sociedad moldeada por la religión musulmana, y cruzábamos a Armenia, el primer país en adoptar el cristianismo como religión, y uno de los rincones más lejanos del imperio soviético.
Del lado iraní se bebe té, las mujeres van cubiertas completamente, y después de cruzar el puente y despedirnos con pena de Irán, en lado armenio ahora se bebe vodka y vino, las mujeres no tienen que cubrirse y la hospitalidad que veníamos disfrutando desaparece. Ahora ya no hay mezquitas, pero sí iglesias. Todo eso ocurre en un espacio que separa un río de apenas 30 metros de ancho.
¡Por fin, Natalia se pudo quitar el velo y de nuevo mostrar su pelo!
La más difícil (I):
Burocráticamente hablando entrar en Turkmenistán fue una autentica pesadilla. La “Corea del norte” de Asia central, un país blindado por una dictadura, solo nos habían concedido 3 días para cruzar este inmenso y despoblado país, donde la gasolina y gas son gratis, pero donde se paga un precio muy alto por la libertad, tanto que es inexistente.
El camino hacia el edificio fronterizo transcurre entre alambradas, y allí nos esperaba un soldado que sabía de nuestra llegada…
Tres horas de espera para que desde la capital confirmaran que nuestro visado de tránsito de tres días no era falso, y tras sellarnos el pasaporte nos advierten que nos dan dos días para salir del país.
La más difícil (II):
Físicamente hablando pasar de Kirguistán a Tayikistán cruzando por el Pamir, en invierno, fue sin duda el más duro, debido a la altura ( 4120 metros), el frío( -10ºC) y la nieve/hielo que cubría el camino…
Llegamos después de que el sol se hubiera despedido hasta el día siguiente y cuando la temperatura bajaba de golpe, pero a pesar de ser una zona militar restringida los soldados nos dejaron dormir en un container para que pudiésemos refugiarnos del frío.
La más fácil:
Despedirse de Turquía y entrar en Grecia nos permitió disfrutar de unas de las pocas cosas buenas que nos ha traído la Unión Europea: la libre circulación de personas.
La más estricta:
Dejamos Pakistán por el paso de Khunjerab, a 5000 metros. Del lado paquistaní parecen tomarse las cosas muy poco en serio, no así del lado chino, donde desmontaron hasta las más minúsculas piezas de las bicicletas y de una manera ruda y prepotente los soldados chinos humillaban a los paquistaníes que cruzaban a China tratándolos casi como a terroristas.
La más agradable (y surrealista):
Tras sellar mi pasaporte a mi salida de la India, cruzo la frontera no sin antes detenerme para que los soldados indios se hicieran unas fotos conmigo.
Me acuerdo del consulado de Bangladesh y de los incidentes que había tenido con el cónsul (aquí la entrada que publiqué en su día...),pero soy muy optimista por los días que me esperan en este desconocido país. Sabía que me encontraría con el país más pobre de Asia, el más densamente poblado del mundo y mucho tráfico en sus carreteras, pero lo que más había oído era sobre la hospitalidad de los bangladesís.
Ya en Bangladesh y buscando el puesto de inmigración se me acercan dos soldados y me preguntan si soy español.
Me dicen que les acompañe que su comandante quiere hablar conmigo.
Muy extrañado empujo la bicicleta guiado por los dos soldados y no tardamos en ver aparecer un militar con un gran bigote y detrás de él decenas de soldados que se dirigen hacia nosotros.
El comandante, me vuelve a preguntar si soy español.
Al confirmárselo me da la mano mientras un soldado nos hace fotos y el comandante me dice:
– Soy el comandante ‘tal’ y quiero darle la bienvenida a nuestro país. Es un honor tenerle como invitado.
Me pregunta por mi viaje en bici, y sin soltarme la mano y sonriendo a la cámara que nos está haciendo fotos, menciona la copa del mundo de fútbol y me dice que el animaba a España.
No daba crédito a la situación en la que me encontraba.
Estaba anonadado por la bienvenida que estaba recibiendo en este nuevo país.
Un soldado me acerca una libreta y me pide por favor que le firme un autógrafo y que le escriba algo.
“Es la mejor bienvenida que jamás he tenido”, y el soldado lo lee en alto para que lo escuchen los allí presentes.
Finalmente, y con la intención de llegar esa misma noche a Dhaka, a 150km de distancia, me despido.
Había oído maravillas de Bangladesh pero nunca me imaginé una situación así.
Alejándome, feliz después de haber recibido tan increíble acogida, ya por la carretera me doy la vuelta para despedirme por última vez y veo a los soldados allí inmóviles ocupando toda la carretera mientras me ven alejarme…
La más deseada:
Después de un largo y duro invierno, solo teníamos la mente puesta en el Mediterráneo, y su clima.
Asociábamos Turquía a Mediterráneo, aceite de oliva, playas, calorcito y de nuevo hospitalidad musulmana.
Nos encontramos con todo eso menos con calorcito, y esta es la estampa con la que nos topamos tras dejar Georgia y entrar en la cálida Turquía. Nuestros primeros kilómetros en nuestro primer país del Mare Nostrum no eran como hubiéramos deseado…
Hace un año, más o menos…
Comenzó el mes de abril en la India y los cambios que deja el monzón ya comenzaban a sentirse. Estaba todavía en Calcuta y por delante tenía un camino que me llevaría desde el este de la India hacía el oeste, a la frontera con Pakistán.
Era consciente de que tendría que soportar un grado de humedad y temperaturas que irían aumentando día a día, pero no me preocupa porque sabía que tenía que sufrirlo para volver a encontrarme con el Himalaya. Solo pensar en ello hacía que me olvidara de donde estaba y de lo que me quedaba por recorrer.
Tenía ya puesta mi mente en la alta montaña, aunque mi cuerpo estuviera cubierto en sudor y el sol apretara tanto que parecía que estaba dentro de mí. Hacía mucho que soñaba con ese reencuentro y en volver a recorrer, ocho años más tarde, la carretera de Manali a Leh, donde me esperaban, entre otros, los tres puertos más altos del mundo, en la provincia de Ladakh. El pueblo de Manali está a las puertas del Himalaya, y Leh en la meseta tibetana. Pero para llegar allí tendré que pedalear más de 5000 Km y que los haré con mi nueva bicicleta Orbea.
Empezaba a montar antes del amanecer, tenía que evitar las horas más calurosas del día. Al mediodía buscaba una sombra para disfrutar de una larga y reparadora siesta. Al despertar y casi bostezando tocaba continuar para aprovechar que el sol aprieta menos; los primeros momentos me dejaban la sensación de que los colores volvían a aparecer y de que podía apreciarlos en todos sus matices sin que la intensa luz del gigante sol me cegara. Aunque los índices de humedad fueran incrementando día a día, el paisaje por el que transitaba era seco y árido.
Me costaba imaginar que con la llegada del monzón, que traerá lluvias torrenciales durante meses, todo lo que me rodea estará anegado. Aun así, intentando tomar todas las precauciones posibles en mi lucha constante contra el sol, a la salida de Varanasi, y a a mitad de camino hacia el Himalaya, sufrí una insolación y mi cuerpo empezaba a flojear a medida que pasaban los días. Era casi imposible recuperar todo el liquido perdido durante el día, incluso bebiendo más de doce litros de agua diarios. Las temperaturas seguían subiendo. Apenas me quedaban 700 Km para empezar a subir y encontrarme con temperaturas más frescas. Al ritmo que iba, recorriendo una media de 120 Km diarios, en menos de una semana me encontraría con mi tan deseado primer puerto de montaña.
Empezaba a aborrecer la India y a sus carreteras atestadas de camiones, pero a lo lejos ya percibía las pequeñas colinas que preceden a los primeras montañas que hacen de contrafuertes de la cordillera del Himalaya. Con tanto calor y humedad solo podía disfrutar del espléndido paisaje durante las primeras horas del día. Casi sin darme cuenta me encontré pedaleando de pie y tirando de mi bicicleta por pendientes con un 10% de desnivel. Mi cuerpo no se adaptaba, tenía que acostumbrarlo de nuevo porque en muchas ocasiones me dio la impresión de que mi caballo de aluminio pesaba mucho más de 70 Kg. Disfruté de las primeras lluvias, que nunca llegaban de imprevisto.
Todos los días se repetía el mismo ritual en el que la lluvia acompañada de fuertes ráfagas de viento que azotaban el terreno todavía seco y árido que me rodeaba. La temperatura descendió bruscamente y la presencia de insectos se multiplicó.
Lo que antes era un secarral, ahora era un barrizal. A medida que subía y me alejaba de la planicie india, la llanura por la que transcurren grandes ríos, como el Ganges, las temperaturas se volvían más agradables, y a la hora de encontrar un lugar donde acampar tenía incluso donde elegir.
Las montañas vuelven el terreno en lugares menos habitables, y entre pueblo y pueblo había espacios enormes en los que conseguía estar un tiempo sin divisar a una sola persona, algo inimaginable semanas atrás, en la sobre poblada India. Y así, ya estaba en Manali, donde empieza la famosa carretera que llega hasta Leh. El ejército acababa de abrir la carretera hacía apenas unas semanas y me encontré en los puertos con paredes de hielo con más de cuatro metros de altura por los que pasaba con mi bicicleta y por los que me alejaría de la verdadera India
Hoy, poco más de un año más tarde, nos encontramos en Turquía, y desde entonces mucho ha llovido (o nevado).
Todavía en el continente asiático aunque a tiro de piedra de Europa ya que tan solo nos separa el estrecho de Dardanelos, en el mar de Mármara.
Aquellas imágenes y sensaciones que nos brinda la India me parecen muy lejanas, y aquellas cosas que recuerdo me irritaban, ahora las recuerdo con dulzura. La India era lo extremo de la espontaneidad, donde todo es posible y cada momento se convierte en algo extraordinario.
A medida que nos acercamos a la vieja Europa, el viaje va perdiendo intensidad en las sensaciones cotidianas y los encuentros con la gente son más impersonales.
Todo esta demasiado ordenado, planificado, limpio y perfecto.
La gente es mas individual, menos personal, y tenemos la sensación de que las personas son menos personas.
A medida que entramos en el mundo de ”occidente” notamos como la gente sonríe menos y buscan la felicidad de las maneras más tontas…
Las carreteras son cada vez más transitadas por coches de alta gama y más modernos, pero a la vez nos encontramos con menos sonrisas.
Vemos menos niños jugando en las calles. Deben de estar en sus casas jugando con los últimos modelos de las videoconsolas que han salido al mercado.
¿Es la felicidad directamente proporcional a la cantidad de dinero que fluye en una economía?
¿Es positiva la relación que nos sugiere el sustantivo ”desarrollo” ? ¿Qué connotaciones tiene lo que nos venden por ”mundo desarrollado”?
Primavera turca
Pensábamos que el día en el que por fin dejaríamos atrás el invierno no iba a llegar nunca.
A Turquía la asociábamos con queso, aceite de oliva, Mediterráneo y calor, pero en un país tan extenso, mientras en una punta hace calor, en el extremo más oriental -fue por donde entramos por un pequeño paso fronterizo desde Georgia- una gran ventisca nos dio la bienvenida subiendo el primer puerto…
Nos vimos obligados a subir con las bicicletas en un camión y cuando empezábamos a sentirnos calentitos en el interior de la cabina, un operario de un quitanieves nos obligó a dar media vuelta. Acababan de cerrar el paso …
…hasta que terminara la tormenta y pudieran despejar la carretera.
Estamos ya muy cansados de tanto frío y de tanta nieve, nos da la impresión que se quieren convertir en nuestros fieles compañeros de camino y no dejan de perseguirnos desde el pasado mes de septiembre…
Teníamos la mente puesta a miles de kilómetros de distancia, en la costa mediterránea, y esto fue gran un error porque sabemos que al viajar en bicicleta es mejor concentrarse en el camino y no en el destino. Al final fueron más de mil kilómetros recorridos y en muchas ocasiones con mucho frío…
… por inmensas carreteras heladas y solitarias…
Al ser el país con la gasolina más cara del mundo, la gente se lo piensa dos veces a la hora de coger el coche.
A mitad de camino, unos mil Km desde nuestra entrada en Turquía, estábamos ya por el centro de este inmenso país. Ahí nos esperaba la Capadocia, donde queríamos tomarnos nuestros primeros días de descanso.
Capadocia, nombre que por solo escucharlo hace volar la imaginación.
Mala suerte la nuestra la de llegar en semana santa al valle de Gorem, donde hace siglos miles de personas vivían en cuevas excavadas en extraños pináculos ….
…
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Nos encontramos con hordas de turistas que viajaban en lujosos autobuses, sobre sus cabezas lucían gorras blancas, crema solar cubriendo sus caras y la cámaras fotográficas colgadas de sus cuellos. Nos sentimos unos turistas más entre tantos y por ende sufrimos el incremento de los precios que de repente se convirtieron en euros y no en liras turcas.
Lo mejor eran los lugares donde podíamos pasar la noche protegidos. Las noches todavía eran frías …
…
…y no nos hacían falta lujosos y caros hoteles, pues disfrutábamos de los mejores paisajes de toda la Capadocia…
Al salir corriendo de la tienda por la mañana para … (ya sabéis …) vemos que por encima de nuestras cabezas hay decenas de globos aerostáticos que surcan el cielo. ¿Dónde vamos ahora a encontrar un poco de intimidad? Hay cientos de cámaras apuntándonos y sus portadores saludándonos desde lo alto.
Decepcionados con lo que nos habíamos encontrado, decidimos continuar rápido hacia el Mediterráneo, todavía nos quedan más de 700 Km, pero después de los muchos meses que llevábamos con el frío metido en nuestros huesos, nos imaginábamos disfrutando de un baño en aguas cristalinas y esto era lo que nos daba fuerzas para vencer el fuerte viento que tuvimos en contra y que alguna vez nos tiró de la bicicleta o nos sacó de la carretera.
Días duros y aburridos, en los que la monotonía del paisaje desapareció junto con las últimas montañas que tuvimos que pasar antes de llegar al mar. Los montes Tauro.
Montes con extrañas formaciones rocosas entre bosques de pinos, donde la nieve y niebla volverían a esperarnos agazapadas en sus cumbres.
A medida que descendíamos, la nevada se convertía en una intensa lluvia y la humedad aumentaba al igual que la temperatura. Fueron casi 80 Km de bajada donde el olor del bosque era cada vez más fuerte, y cuando estábamos apenas a trescientos metros sobre el nivel del mar, por entre las nubes se colaron unos dorados rayos de sol. La última hora había llovido a raudales pero el calor nos permitió seguir sobre las bicicletas y de disfrutar de esa increíble bajada aunque fuésemos calados hasta los huesos, y eso que nos era difícil mantener los ojos abiertos por toda la cantidad de agua que se nos venía encima.
Sentimos el olor que te regala la cercanía al mar mezclado con la humedad que impregnaba el ambiente y que empapaba nuestros cuerpos. La ropa se secó en poco tiempo. Por fin hacía calor. Habíamos bajado desde los casi 2000 metros de altitud hasta los 300, y decidimos montar la tienda en un pequeño prado entre arboles frutales desde el que podíamos disfrutar de las primeras vistas al mar que tímidamente nos dejaba entrever el Mediterráneo a lo lejos.
Estábamos a tan sólo quince Km, y dejamos el tan deseado encuentro con él hasta el día siguiente. La última vez que lo ví fue en la costa de Bangladesh, hace mas de 16 meses. ¡Qué lejos recuerdo Bangladesh!
Odisea
Al final de este relato, muchos os preguntaréis como fui capaz de meterme en tal berenjenal, pero ni yo mismo os lo sabría decir. Sea seguramente porque al mirar un mapa son las carreteras que me parecen mas bonitas, y casi siempre mas duras, las que hacen que vuele mi imaginación y sean esos trayectos, los que nunca dejan de depararme sorpresas. Y esto fue lo que me encontré. Una gran sorpresa.
Había perdido el miedo a los puertos cerrados al trafico debido a la nieve,y no tan solo eso, ya que causaban en mi gran interés Libre de trafico y los peligros que eso conlleva, te encuentras de repente en un mundo inhóspito lejos del ser humano y tan solo rodeado por la naturaleza. Y ha sido esa naturaleza en su estado más salvaje la que había conseguido que ni las máquinas más potentes osaran a adentrarse en ese mundo.
Lo bueno que tiene una bicicleta es que allí donde sea intransitable, puedes levantarla, cargar con ella y seguir avanzando. Aunque esta pese unos 75 Kg con todo el material.
Escuchando a los lugareños de Yeghenadzorl, algunos me dijeron: “casi no hay nieve”. Hay un poco de hielo me dijo otro. Otros me aseguraban que como máximo me encontraría con 4 Km. intransitables debido a la nevadas de los últimos días.
Fue una gran tormenta la del 16 de enero, que dejó sepultada está carretera junto con una decena de todo tipo de vehículos que están bloqueados por la nieve a día de hoy.
Contando con mis anteriores experiencias con este tipo de cosas, eso de hacer lo que te dicen (lo que no debes de hacer), calculaba que me llevaría subir el puerto de Selim un día, y bajarlo otro. Natalia mas lista ella, y cansada del eterno invierno en el que estamos, se negó a hacerlo y quedamos en encontrarnos en otro lugar. Volvía a viajar en solitario.
Día 1
La jornada anterior intenté apurar lo máximo posible para dormir lo más cerca del puerto, para alcanzar la parte cerrada por nieve cuanto antes al día siguiente, y así tomarme con calma el día evitando posibles imprevistos. En un puerto con nieve mejor no ser muy confiado, mas todavía estando a finales de invierno en esta región montañosa de Armenia, conocida como la pequeña Siberia. El cielo estaba completamente despejado y el sol apretaba más que nunca, lo que provocó que mi reserva de agua disminuyese antes de lo previsto. El día anterior, sin darme cuenta, se me debió caer la botella donde guardo la gasolina para cocinar, por lo que me iba a ser imposible derretir nieve.
De comida llevaba cosas ligeras que no requerían el hornillo. Manzanas, pan y queso en suficiente cantidad como para aguantar dos días, ya que no quería cargar con mucho peso.
En un momento de la subida, casi sin darme cuenta, al tomar una curva cuando todavía estaba a 1700m, la nieve escondía de repente y completamente el asfalto creando formas parecidas a olas blancas formadas por el viento.
Dependiendo de lo protegida que estaba la carretera del viento, me encontraba con más o menos cantidad de nieve, a esta altura era nieve en polvo donde la bicicleta se quedaba completamente clavada.
Desmonté las alforjas delanteras y la más grande trasera, y en dos turnos cargaba con todo. Primero estas alforjas, y luego volvía a por la bicicleta ahora un poco más ligera, ya que si no me sería completamente imposible empujarla sobre la nieve.
Verdaderamente agotador. En cada zancada mis piernas se hundían hasta las rodillas. Para avanzar escasos 500 metros me llevaba cerca de una hora. Primero llevaba unas alforjas, luego volvía a por la bici y la cargaba a mi espalda…
Era el primer día y yo estaba lleno de energía y me daba todo igual. Ni me paraba a pensar lo que tenía por delante.
A medida que iba subiendo de altura, la nieve se congelaba y formaba capas gruesas de hielo. Yo buscaba las partes más expuestas al viento porque eran más sólidas al estar libres de nieve en polvo.aun así requería de un gran esfuerzo y cada poco tenia que parar a descansar…
…y más descansar…
Un factor importante estaba a mi favor. El tiempo. El cielo era azul oscuro y apenas había pequeñas nubes de formación asomando sobre las cimas de las montañas, que ante mí, majestuosamente se perfilaban en el horizonte.
Cuando el sol empezaba a esconderse detrás de las montañas en el oeste, iba siendo hora de buscar un sitio para dormir. A lo lejos vi un cartel que me indicaba que un poco más adelante me encontraría con un caravasar construido a comienzo del siglo XIV para prestar a refugio a las caravanas de este tramo de la ruta de la seda. ¡Perfecto! Esta noche duermo protegido.
El problema es que las puertas del caravasar estaban completamente sepultadas por la nieve y era imposible entrar,además de la gran cantidad de pisadas de lobo visibles no incitaban mucho a quedarse ahí…
..así que decidí seguir un poco más.
Ya a 2.300m de altitud, apenas me quedaban 130m de ascensión, veo en la última recta de la carreta para alcanzar el paso lo que a lo lejos parece un quita nieves. ¡Genial!- pienso que seguramente están trabajando para despejar por completo la carretera de la gran tormenta que fue la razón de que este cerrada, desde el 16 de enero, y que tal vez tenga la suerte de encontrarme con la carretera despejada en la cima.
Dejo para mañana el ultimo tramo de ascensión ya que estoy fatigado. La última recta me ha llevado casi 2 horas para completar apenas unos 800 metros.
El cielo tiene aires amenazadores, pero aun así puedo disfrutar de una maravillosa vista del camino que he recorrido hasta el momento…
Monto la tienda en un lugar protegido, y descanso después de una increíblemente dura jornada. Un día más y todo habrá terminado.
Día 2
He dormido fatal debido al fuerte viento, y antes del amanecer escuchaba como los copos de nieve caían sobre mi tienda. Me asomo y el cielo azul del día anterior había sido sustituido por nubes bajas de color gris, y copos blancos transportados por el viento.
No me preocupo porque me queda casi nada para llegar al paso, y soy optimista de encontrarme con el quita nieves y la carretera despejada para la bajada.
No tengo las misma fuerzas del día anterior. Me duelen los brazos de levantar tanto peso. La primera curva cubierta de nieve en polvo me ha llevado más de lo previsto, y avanzando un poco más me encuentro con lo que pensaba sería el quita nieves y la carretera despejada…
¡Empieza la marcha!
No deja de nevar, sopla un fuerte viento racheado. La carretera ha desaparecido completamente y consumo la poca fuerza que me queda levantando la bicicleta. Me cuesta avanzar más que nunca…
Llego finalmente a lo que pensaba sería la cima, y que ya solo sería bajada.
El la cima me encuentro dos camiones del ejército atrapados entre la nieve…
A pesar de la que esta cayendo, puedo divisar a lo lejos que no es una bajada. Delante de mí tengo una altiplanicie que está llena de colinas y por las torres de electricidad puedo ver que la carretera vuelve a ascender muy a lo lejos. Solo veo el blanco en el horizonte. !Tierra trágame!! ¡Nieve trágame!
Pienso que tiene que haber algo que no está bien. En el pueblo anterior, Aghnjadzor, me dijeron que como mucho tendría 4 Km de nieve, y aunque solo en el día anterior hice 8 Km. ¡El siguiente paso que diviso a lo lejos debe de estar por lo menos a 20 Km! ¡En el caso de que pueda hacerlo, me llevará una eternidad!
Decido continuar como hasta entonces. Avanzo primero con las alforjas unos 200m, buscando la nieve más dura, y luego regreso para llevar la bicicleta…
Ha dejado de nevar, y no soy capaz de ver de donde vienen las nubes, pero mire a donde mire solo veo nubes negras.
El fuerte viento, aunque está a mi favor, crea un ambiente estresante e infernal. Un zumbido constante.
Me empiezo a sentir un poco vulnerable. Estoy en medio de la nada, y cuanto más avanzo más parece que me adentro en algo sin salida, sin saber muy bien si seré capaz de llegar a ningún lado.
El esfuerzo requerido para avanzar con la bicicleta y el equipaje sobre la nieve es sobrehumano, pero sin saber como saco las fuerzas de donde no las tengo.
Tengo la mente en modo robot. No pienso más que en los puntos que fijo para dejar la tanda de las alforjas para luego volver a por la bicicleta.
El cansancio es más mental que físico, por el mero de hecho de no saber cuando llegará el fin de esta pesadilla. No sé si serán 5 días o tan solo 2.
Escaso de comida y agua. Los botellines los dejo en una cornisa de nieve para que se llenen con el goteo, y en alguno de los coches abandonados tras la tormenta, que no tendrían tiempo ni para cerrarlo con llave, busco agua pero que suele estar helada. Lo que hay es vodka, que no me interesa, y tomo prestado algo para comer. En el camión militar un bote helado con una especie de pisto, el cual lo devoro como si llevara meses sin comer, en el siguiente coche una botella de agua helada, la cual me meto en un bolsillo interior para que se derrita, no sin antes haberme asegurado que no es vodka.
Llevo ya 8 horas empujando la bicicleta y mi GPS me indica que he avanzado 4 kilómetros, lo que hace una media de 0,5 Km/h.
Llevo horas viendo a lo lejos un pueblo abandonado y sepultado bajo la nieve pero que nunca parece estar más cerca.
Me doy cuenta que no es solo que las nubes sean oscuras, sino que está anocheciendo y mejor montar la tienda como es debido.
En la mismísima ‘’carretera’’ …
…anclo la tienda sobre la nieve mientras ahora el granizo me azota la cara.
Por la noche no puedo conciliar el sueño. ¿Y si no puedo? Ya he pasado el punto de no retorno.
No sé los kilómetros que me quedan en esas condiciones y mientras desde dentro de la tienda, calentito en mi saco, escucho como se ha levantado ventisca y los copos de nieve se amontonan sobre el techo de la tienda, me entra la angustia porque con mas nieve la cosas se ponen mas difíciles, y existe la gran posibilidad de que no pueda avanzar, quedándome igual de atrapado que los vehículos. En el peor de los casos, podría dejar la bicicleta y coger solo las cosas mas esenciales.
¿Qué coño estaba haciendo yo allí? ¿Por qué me metí en este berenjenal?
Día 3
Casi no he pegado ojo y estoy muerto de hambre. Estoy agotado. Después del esfuerzo del día anterior en el que encima no tuve nada para cenar y hoy tampoco tenía nada para desayunar.
Antes del amanecer, mientras sigue nevando, desmonto la tienda, que está calada y que hace que pese mucho más.
Hay niebla, pero al rato las nubes parecen levantarse un poco, pero no sin dejar de nevar.
Mirase a donde mirase solo veía que todo a mi alrededor estaba cubierto por un grueso manto blanco…
Es precioso estar rodeado de ese paisaje, aunque preferiría estar tomándome una cerveza en una playita del Mediterráneo.
Es el tercer día sin dirigir palabra a nadie. Sin ver a nadie. La única señal que me indica que no soy la única forma de vida, son las grandes cantidades de pisadas de lobo sobre la nieve, y de algún gran felino…
Al igual que ayer, pongo mi mente en modo robot y desempeño mi labor de cargar alforjas, dejar alforjas, volver a por bici, cargar con bici. Cargar alforjas, volver a por bici… así desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde que es cuando anochece.
Me imagino un buen plato de pasta caliente, y un vaso de agua fría en vaso de pinta, porque es lo único que puedo hacer: ¡Imaginármelo!
No tengo ni agua, y tengo que masticar nieve.
A lo largo del camino me sigo encontrando con vehículos atrapados por la nieve…
…incluso quita nieves atrapados por la nieve…
Parece que donde no te lleva un camión militar, un coche o un quita nieves, te lleva una simple bicicleta…
Eso para los que ponen excusas para no ir en bici a trabajar.
Sigo exhausto, con el estómago vacío desde hace más de un día, y solo ingiero agua masticando nieve.¡Delicioso!
Cada vez que alcanzo la cima de una colina frente a mí solo veo más colinas, todas igual de cargadas con nieve.
He decidido dormir el algún vehículo atrapado por la nieve, ya que la tienda esta completamente empapada de la noche anterior.
Quedan dos horas para anochecer y a lo lejos veo otro camión atrapado por la nieve, y decido que cuando llegue allí, seguramente en un par de horas, lo tomaré prestado para pasar la noche.
Llego primero con las alforjas, arrastrándolas sobre la nieve y cayéndome cada vez que una de mis piernas se hundía un poco mas.
Veo que ese camión no esta atrapado por la nieve, sino que es un quita nieves y que detrás de el la carretera esta despejada !Me cuesta creerlo!…
Agotado y sin fuerzas rompo a llorar no sé si de alivio o de alegría, o porque acabo de superar uno de momentos mas difíciles de mi vida.
Gracias al fuerte viento que hoy ha soplado a mi favor, me ha sido posible recorrer estos últimos 7 Km. Mejor tener a la naturaleza de tu lado.
En los tramos que tenia que volver a por la bicicleta, la nieve arrastrada por el viento golpeaba mi cara con tal fuerza que me era imposible mirar de frente.
Nunca me había encontrado en una situación así, en el que en cualquier momento si las cosas se complican un poco, puede ser tu despedida.
Pero allí estaba yo, y solo tenía que regresar a por la bicicleta, y levantarla los últimos 200 m. A partir de ahí todo sería mucho más fácil, y de nuevo volvía a estar entre humanos.
Era ya casi de noche. Enciendo las luces y mi intención era alejarme lo máximo posible de allí, y si fuera posible llegar a Martuni en la orilla del lago Sevan.
Ahora en llano podía ir sobre la bicicleta…
Con la noche ya encima, nevando, todavía muerto de sed y de hambre, al pasar un pequeño pueblo veo a unos hombres fuera de una casa.
Les explico de donde vengo, y me dicen que a 20 Km. hay un hotel.No se ofrecen a darme ni agua(ni vodka).Los armenios no brillan por su amabilidad y hospitalidad.
¿Dónde queda la hospitalidad de los iraníes?
Ahora, recuperándome en un modesto hotelillo, con tal dolor en el cuerpo no puedo apoyar la planta de los pies del dolor, ni cerrar la mano con fuerza.
Mirando hacia atrás ha sido una experiencia única de las que si no te matan te hacen mas fuertes, la cual no la borraría pero sin duda nunca la repetiría.
El día más frío y la despedida más calurosa
El invierno nos entró de golpe. Las temperaturas con las que habíamos tenido que lidiar las últimas semanas empezaron a parecernos benignas, era cuando disfrutábamos de una climatología que no dejó que el mercurio del termómetro se moviese de la raya que señalaba 0ºC . De repente y sin darnos cuenta “estábamos gozando” de una temperatura máxima durante el día de -18ºC. La sensación térmica, gracias al viento que nos acuchillaba la cara, fue de unos cuantos grados menos.
Montar en bicicleta en esas condiciones fue extremadamente duro. A pesar de haber sentido el frío extremo de algunas regiones de Asia central, lo que teníamos por delante nos era completamente desconocido. Apenas nos subíamos sobre nuestras bicis dejábamos de sentir las manos y los pies, y que sabíamos que seguían unidos a nuestros cuerpos por el hormigueo doloroso que padecíamos.
Fue increíblemente agotador, y en algunos momentos insoportable, pero tuvimos la suerte de que las primeras nevadas del año nos pillaran en una calurosa habitación de Bukhara, mientras esperábamos a que nuestro visado de Turkmenistán (válido solo del 17 al 19 de diciembre) entrase en vigor.
A través de la ventana veíamos nevar incesantemente. Durante dos largos días la nieve no dejó de amontonarse y dibujando la vida completamente de blanco…
Creo que ha sido la única vez que antes de hacer algo ya estaba cansado.
Desde Bukhara nos separaban 96Km hasta la frontera con Turkmenistán, y lo teníamos que recorrer en un solo día.
La misma mañana que nos tocaba salir dejó de nevar. Comenzamos a pedalear por la carretera todavía cubierta con nieve en polvo…
…y resultó que era mucho más fácil de lo que pensábamos. Pero poco a poco el escaso tráfico fue compactando la nieve y empezaron a formarse placas de hielo y al mediodía ya era una sola placa bien pulimentada y brillante.
Nos fue imposible recorrer esos 96Km en un solo día, y cuando empezaba a oscurecer intentamos parar a algún camión para que nos acercase a la frontera.
Era ya casi de noche y estábamos en medio de una carretera completamente helada (nosotros casi) y desierta. Decidimos buscar cobijo, y ansiamos más que nunca disfrutar de la INCREÍBLE HOSPITALIDAD DE LOS UZBEKOS, pero para ello teníamos que encontrar a alguien en medio de la nada, que era donde estábamos.
Cualquiera que nos viese no dudaría en ofrecernos cobijo, ya que a lo largo del día perdimos la cuenta de las personas que nos habían ofrecido su ayuda, pero que habíamos rechazado.
La débil y escasa luz desapareció y la oscuridad cayó de repente sobre nosotros. Nos alumbraban solo las luces de los coches y camiones que al pasar dejaban una nube de polvo blanco tras ellos y que el fuerte viento se encargaba de arrastrar para que azotar con ella nuestras caras.
Cuando se volvía más negro un coche se detuvo a nuestro lado. Se bajaron tres hombres y a la vez que nos hablaban sus bocas desprendían un espeso vaho. Por señas conseguimos hacerles entender que queríamos llegar a la frontera.
En un primer momento nos invitaron a pasar la noche en su casa, pero nosotros insistíamos en que teníamos que llegar a la frontera esa misma noche. Fue entonces cuando uno de ellos sacó un teléfono y nos pidió que esperásemos cinco minutos.
El frío se había instalado en mis pies y hacía bastante rato que no los sentía. Mi cara era la única parte del cuerpo que no estaba cubierta y el frío me provocaba una sensación de quemazón.
Recuerdo ese día como uno de los más inclementes y agotadores, y cuando todo parecía que no podía ir a peor, Alishaer nos dice que una furgoneta viene a recogernos para llevarnos hasta la frontera, que está a unos 40Km.
Le decimos que no podemos pagar un taxi y él nos dice que no es un taxi, que es su coche y que nos llevará hasta la linde con Turkmenistán.
De nuevo comprobamos la hospitalidad y generosidad de los uzbekos. Cuando empezábamos a dar por perdido nuestro visado Alishaer nos sacó del atolladero para plantarnos en tiempo en el control de inmigración. Teníamos una furgoneta para nosotros y esa misma noche llegaríamos a la frontera.
Cuando llegó Hamza, el conductor de la furgoneta, nos hizo una foto junto a Salim, Alishaer y Furkat. Nos abrazamos y nos despedimos, y Alishaer metió algo en mi bolsillo.
Con asombró comprobé que me había metido un fajo enorme y grueso de billetes de “som” en el bolsillo. Por más que insistí no me dejó rechazarlo (importante saber que el billete más grande en Uzbekistán es el equivalente a 30 céntimos de euro). Él me insistió que era para asegurarse que esa noche no dormiríamos en la tienda de campaña.
Emocionados nos despedimos, y ya una vez en la furgoneta con la calefacción puesta empezamos a sentir de nuevo los pies.
Y una vez en la frontera, todavía teníamos que buscar un sitio para dormir……
No somos los únicos… We are not the only one…
Happy new year!! ¡¡Feliz año nuevo!!
Bienvenidos a Uzbekistán
Queda atrás Dushanbe, la capital de Tayikistán, y mientras damos las últimas pedaladas que nos llevarán a la frontera nos vienen a la memoria las duras etapas de montaña que nos ofreció el Pamir y la cálida acogida de la gente que nos encontramos por el camino.
Ya nos estamos despidiendo de esta etapa y tenemos enfrente una nueva: Uzbekistán.
Y es con pena que decimos adiós, cuando el último soldado tayiko nos sella los pasaportes y nos invita a una taza de té.
Abandonamos Tayikistán para cruzar al siguiente país de los ‘stans’, ahora toca Uzbekistán, un país que ha salido demasiada veces en las noticias y que recientemente fue galardonado con el premio al cuarto país mas corrupto del mundo según la organización “Transparency internacional”.
Hace unos años me enteré por un articulo en El País como el ex presidente del Barça, Laporta, firmaba sucios contratos con la familia del dictador que desde hace más de 20 años tiene sometida a la gente de este país bajo una cruenta dictadura.
Un país especialmente rico en recursos energéticos pero donde con frecuencia su población sufre cortes de luz y de gas.
– ¿Qué tal es el presidente?. ¿Os gusta?. Le pregunté a una de las muchas familias que nos han acogido en sus casas.
– Nos gusta mucho. Tenemos luz y gas. No nos podemos quejar.
A los pocos minutos de esta conversación, y por quinta vez desde que hemos entrado en la casa, se vuelve a ir la luz . Estamos en Samarcanda, la segunda ciudad del país, y llevan sin gas semanas, a pesar de que el invierno ya ha entrado y las temperaturas son glaciares. Durante el día la temperatura no supera los -15º C.
Hoy Uzbekistán es uno de los pocos lugares donde existe el trabajo forzado y la esclavitud en masa. A pesar de que el gobierno aprobó un decreto el año pasado, debido a la presión internacional, por el que se prohibía el trabajo en el campo a los niños menores de 15 años, cuando hay escasez de mano de obra -barata-, muchos niños son obligados por el gobierno a trabajar en las tareas de recolección en los campos de cultivo de algodón, durante los dos meses que dura la temporada. Trabajan más de once horas diarias. Es un trabajo muy duro, y del que nadie puede librarse, y no importa la edad.
Es la época de “patha” (algodón) que convirtió a esta antigua república en tiempos de la URSS en el principal proveedor de algodón a todas las fábricas textiles del imperio y dio la “oportunidad” a los uzbekos a contribuir a la prosperidad de la unión soviética.
La población es obligada a abandonar sus puestos de trabajo para satisfacer a unas pocas empresas beneficiadas por este negocio, en el que Uzbekistán es el mayor exportador del mundo.
Al hacerse eco la comunidad internacional de estos hechos, muchas empresas decidieron boicotear el algodón uzbeko.
Estas empresas se limitan a un circulo cercano al del dictador Islam Karimov, entre ellas Zeromax, empresa propiedad de su hija, que durante la época de Laporta como presidente del Barça había firmado contratos millonarios con la entidad de fútbol de colaboración y con el que sigue manteniendo estrechos vínculos.
Este régimen autoritario y opresivo sigue usando métodos de tortura contra la casi inexistente oposición, y no hay que ir mucho tiempo atrás para acordarse de los famosos incidentes de Andijan, cuando el ejército uzbeko reprimió una manifestación asesinando a mas de 300 personas, conocida ahora como la masacre de Andijan.
Poco se sabe de este desconocido país, herencia del imperio soviético y donde podemos encontrar a una numerosa colonia de coreanos, más de 200000, que queda como vestigio de la época de las deportaciones de Stalin.
Nos habían avisado ya que Uzbekistán es un estado policial, y fue en inmigración cuando sufrimos por primera vez la opresión y férreo control que el régimen ejerce sobre este país y su población.
Minuciosamente comprobaron las mochilas y las alforjas sin dejar de escudriñar ni un milímetros de nuestro precario equipaje. Hasta utilizaron un perro policía para olfatear nuestras pertenencias, que tan a conciencia hizo su trabajo que dejó un par de dentelladas de recuerdo en mi saco.
A Natalia le quisieron confiscar algunas medicinas, y nos tuvieron esperando largas horas para presionarnos para que dejásemos algo de “propina”. Allí nos tuvieron hasta que se hizo de noche.
La población vive con miedo a hablar. Es un estado completamente militarizado, y donde casualmente la policía viste de forma muy similar a nuestra guardia civil, y tienen su misma pasión: pedirte constantemente que te identifiques.
Un país tan rico en recursos y que solo sirve para enriquecer a unas pocas decenas de familias, las allegadas al circulo presidencial.
Como extranjero sufres restricciones y las estrictas regulaciones, como tener que pernoctar obligatoriamente en hoteles, está prohibido alojarse en casas de particulares.
Una noche la policía nos sacó de la tienda de campaña alegando que allí no podíamos dormir, pero un buen hombre, un pastor que por allí vivía, nos invitó a pasar la noche en su casa.
En los hoteles te dan un papel con un registro que debes llevar siempre encima, en cualquier momento la policía te lo puede pedir y si comprueban que no estás registrado, pueden expulsarte del país, o lo más común, a la salida del país comprueban que tienes tus recibos de estancia en regla y de faltar alguno, tendrás que pagar las correspondiente “mordida” para que hagan la vista gorda y te dejen salir. Utilizan el más puro estilo de Asia central para “sangrar” a todo el que pillen por delante.
Podríamos hablar del desastre ecológico que afecta a todo el país: desecación del mar de Aral, salinización de los suelos agrícolas, uso desmesurado de pesticidas que ya afecta a la salud de la población, irrigación de cultivos deficiente ….. pero todo esto no puede borrar de nuestra memoria la gran acogida y la hospitalidad que nos brindaron los uzbekos.