Una frontera más. Un nuevo país

Una frontera más. Un nuevo país

Brasil era mi primer país en América y a pesar de haber llegado con miedo a lo desconocido y con prejuicios equivocados me encontré con un país amable y hospitalario, de gente cálida y alegre, y desde el primer momento me lo demostraron, y aunque sí es verdad que es más peligroso y pude percibirlo (pero no sufrirlo) en una gran ciudad como Salvador de Bahía, no me encontré con nada diferente a lo que vengo acostumbrado. La gente, sin importar religión, color o dentro de que fronteras se encuentren, es buena.

Las distancias en este inmenso país son enormes y sobre el mapa me daba la sensación de no avanzar, que era lo que me pedía el cuerpo después de los meses de parón que tomé para estar cerca de mi hermana.

Me detuve muy poco en los sitios, solo lo necesario para avituallarme. Pero lo bueno de la bicicleta es que te permite viajar a la velocidad perfecta para observar y entrever la vida de lo que dejas atrás, a cámara lenta.

En algo menos de dos meses había recorrido más de 4000 Km. y poco a poco me iba acercando a la que sería mi primera frontera en este continente.

Paraguay estaba a la vuelta de la esquina y siempre que cambio de país emerge dentro de mí de una agradable sensación.

Recuerdo cuando viajaba con Naty como al cruzar cada frontera chocábamos las cinco como si acabáramos de cruzar una meta. Las fronteras siempre muestran cambios contundentes y yo que acostumbro a ver venir los cambios poco a poco, al sentirlos y vivirlos tan repentinamente, los percibo mucho más.

Quería salir de Brasil por Porto Murtinho, y de ahí subirme en el Aquidabán navegando río abajo hasta Concepción, ya en Paraguay.

El problema era que en esa frontera no había puesto de inmigración del lado brasileño y no podría sellar mi pasaporte, por lo cual la única opción que tenía era entrar en Paraguay ilegalmente y que  que no me vieran los de inmigración, ya que mi  intención era volver a entrar en Brasil y si conseguía entrar sin que me sellaran el pasaporte sería como si nunca hubiera salido del país; el único riesgo era que me pararan en Paraguay y si no tenía los papeles en regla….  ya se me ocurriría algo para alegar.

Llegué a Porto Mourtinho, en el estado de Mato Grosso do Sul, ya entrada la noche y el barco pasaría de madrugada en su recorrido de vuelta al sur , por lo que tenía que cruzar como fuera al otro lado del río.

Era viernes por la noche y pregunté a unas personas que se estaban tomando unas copas en la orilla del río. Me dijeron que ya no había balsas para cruzar pero después de un rato charlando con ellos se ofrecieron a pasarme a la otra orilla en su barca.

Era media noche, a oscuras, sin policía ni inmigración a la vista, y yo iba a pisar, de nuevo, un nuevo país…

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Era mi primera frontera en América.

Monté la tienda en la orilla del río para despertarme con el ruido del barco, el Aquidabán, a su llegada.

Yo, ignorante, pensaba que en Paraguay se hablaba el español, y aunque es idioma oficial y casi todo el mundo lo sabe hablar, el idioma que utilizan normalmente es el guaraní.

Me interesé en aprender el nuevo idioma pero al preguntar como se decía buenas noches, (Pende pyhare porã) desistí.

El Aquidabán es el único medio de trasporte en la remota región del Alto Paraguay y la gente que habita estas tierras depende de este barco para el comercio y su transporte, para vender sus productos en las ciudades al sur o para abastecerse en ellas, siendo el río Paraguay la arteria que da vida a esta región.
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Subí empujando la bicicleta por un tablón estrecho de madera que hacía de rampa mientras yo intentaba mantener el equilibrio para no caerme. Coloqué la bicicleta en la proa junto a unas bidones que estaban llenos de peces vivos y con sus brincos salpicaban de agua la cubierta; busqué cobijo en el interior del barco  donde pudiese dejar mis alforjas y crear mi nido particular en esta travesía que iba a durar más de 30 horas.

Dentro del barco me encontré un “mini mercadillo” que habían establecido varias mujeres que trataban de vender su mercancía antes de llegar a puerto; esa escena me llevó por un momento a África…

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En la cubierta superior, en una esquinita, puse mis alforjas y con el suave cabecear del barco volví dormirme como un bebé al que mecen en su cuna y le cuesta salir de sus sueños.

Un par de horas más tarde me desperté con una canción de Enrique Iglesias que sonaba a todo volumen en la cocina, y cuando pensaba que la música no podía ir a peor reconocí rapidamente la voz del siguiente artista: Camilo Sexto.

Uno de los camarotes estaba ocupado por unos policías que trasladaban a un delincuente  a la cárcel de Concepción…

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No se movía ni una pizca de aire y el agua del río se nos mostraba como una balsa de aceite…

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…y la tranquilidad solo era alterada cada vez que parábamos en alguna aldea a la orilla del río para que se subieran, o bajaran, más pasajeros…

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Recordé los días que pasé en alta mar para llegar a Brasil desde África, cinco semanas de travesía,  donde las olas que me encontré superaron algunos días los 6 metros de altura. Mirase por donde mirase, buscase donde buscase, África, aunque parte del pasado, seguía estando muy presente.

Como aquella vez que crucé el río Congo y acabé pasando una semana en una pequeña caseta  porque el oficial de inmigración se había ido de viaje y con él se llevó  el sello que se utiliza para marcar la entrada/salida en los pasaportes y para poder entrar tuve que esperar a que volviera de sus vacaciones.

Recordaba con melancolía la magia del continente negro pero a la vez agradecía, solo por un instante, que ahora fuese todo mucho más fácil.

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One thought on “Una frontera más. Un nuevo país

  1. me parece impresionante tu viaje en bici ..me encanta la moto ..pero creo q la bici ..es demasiado esfuerzo fisico y eso al cabo de lis dias ..tiene q ser tremendo ¡¡ biquiños y mucho cuidado ahi fuera ¡¡¡

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