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Y al terrorista se le apareció…… ¡El obispo!

Y al terrorista se le apareció…… ¡El obispo!

Llego a la iglesia donde me espera el sacerdote y los feligreses. Después de un exhaustivo control el sacerdote ve finalmente buenos propósitos en mi persona.Accede a alojarme esa noche en la casa de la parroquia,donde de nuevo escoltado bajo la luz de su coche y dos motos más, llegamos bien entrada la noche.

Una vez se fueron todos, el sacerdote me confiesa que piensa que la parroquia no sea un lugar seguro para mi, y que estaba esperando a que se fueran todos para llevarme a un lugar seguro.Nadie sabría donde encontrarme.

Volvemos a poner  rumbo de nuevo ahora tan solo alumbrado por las luces de su coche sin sentir fatiga en el cuerpo gracias a la tensión y nervios del momento.Esquivando charcos y zonas embarradas volvemos al pueblo.

Al verme pasar en la oscuridad pude escuchar algún grito de: ¡Boko Haram! ¡Boko Haram!

Llegamos por fin a un modesto hotel, donde la dueña dice ser una buena católica,y que esa noche puedo pasar ahí la noche sin correr riesgo.

Tumbado ya en la cama peleándome con algunos mosquito al escribir en mi diario “tercer día en Nigeria” tengo la extraña sensación de llevar semanas en este extraño y surrealista país.

Me levanto por la mañana como si el día anterior hubiera sido un sueño, pero al abrir la puerta me encuentro con la dura realidad: Seguía siendo Nigeria.

Afuera uno de los policías que me escoltó la noche anterior,el cual no dejaba de decirme lo seguro que era Nigeria, estaba fuera vigilando con unos prismáticos…

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El sacerdote vino en mi busca  con algo de fruta y me comenta que el obispo ha oído hablar de de mí y quiere conocerme personalmente. Vive en Auchi, y el sacerdote se ofrece a acercarme en coche.

Llegamos a toda velocidad a la ciudad de Auchi, y nos encontramos de frente con una enorme mezquita.

Intento encontrar el porque en esta región de Nigeria, y no en las anteriores, la gente piensa con certeza que soy un terrorista.

Veo posible que hay una visible y no tan minoritaria población musulmana, y eso puede causar temor entre los cristianos.

En la calle principal de Auchi una moto despistada se acerca demasiado y choca contra nuestro coche por la puerta en la que estoy sentado.Puedo ver como la moto se cae al suelo.

El sacerdote no parece inmutarse y sigue de largo. Y al cabo de unos minutos dice: – ¿He sido yo?¿Se ha chocado contra mi coche?

Llegamos finalmente a la casa del obispo donde estaba reunido con otros sacerdotes.

Me invitan a pasar en medio de la reunión y tras darme la bendición, regalarme una Biblia y un rosario, me comenta que me sienta bienvenido, y que me van a ayudar en todo lo posible: ”Porque en esta vida todo es sacrificio hijo, y eso es lo que tú estas haciendo

Conocen de mis problemas cuando me confunden con un militante de Boko Haram, y a todos parece hacerle gracia y justifican los actos de la gente por el miedo.

– Ya, pero uno no puedo tomarse la justicia por su mano, para eso esta la policía , o el ejército, y son ellos justo los que me protegen de la gente”

Me dan el contacto de la parroquia donde tenía pensado hacer noche y me quedo tranquilo al saber que al llegar a Egenedobe no tendré problemas.

Cuando el sol empezaba a dar un respiro y desde el oeste solo me daba en la espalda, al paso por los pueblos intentaba saludar lo máximo posible y sonreír. Si paraba, siempre se acercaba la gente para pedir mi identificación y que mostrara mis alforjas.

– ¿Dónde llevas la pistola?¿Tienes otras armas?¿No tendrás un misil en esa bolsa grande?¡Enséñamela!

Llevaba el crucifijo bien a la vista y el rosario lo llevaba colgado del manillar. No quería pasar ni por árabe ni musulmán…

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Después de haber sido interrogado en un pueblo y habiéndome despedido con sonrisas, tardo poco en ver como el ruido de unas motos se acercan hacia mí.

Un hombre que conduce de forma agresiva me intenta cerrar el paso y me lleva hacia la cuneta. Se coloca delante de mi y derrapa a la vez  con aire provocador me dice que frene.

Vienen armados con palos,y no me extrañaría que estuvieran armados.

Miro a mi alrededor y solo estoy yo con estos cuatro “salvajes” y que por el color y brillo que despiden los ojos de uno de ellos intuyo que va bastante borracho.

Vacío las alforjas mientras les menciono al Obispo y les comento que voy a la Parroquia del Sagrado Corazón.

– ¿Quién te ha dado este mapa? ¿Por qué estas en esta carretera? ¿Cómo la conoces?

Me esta costando más de la cuenta explicarles que soy un turista, un viajero y les digo que estoy en una misión que es llegar en bici a Sudáfrica.

– ¿Eres misionero entonces?

– ¡Sí!. ¡Soy misionero!

Logro salir de esta después de una hora de charla y me alejo lo más rápido posible e intento llegar a Egedonobe, en el banco del río Níger.

No pasan mas de 5 minutos cuando otro número indeterminado de motos se dirigen hacia mí y me hacen parar de nuevo. Ahora son muchos más y empiezan a llegar motos de todos lados. Estoy completamente acorralado ya que en los pueblos cercanos han escuchado que hay un infiltrado de Boko Haram.

Les enseño la Biblia, el rosario, el crucifijo y vuelvo a abrir todas las alforjas. Empiezo primero donde llevo la ropa sucia, el hornillo de cocina (el cual despertó mucha curiosidad).

Al final se presentó un policía, o eso decía ser, y a través de el transmití mi indignación por ser tratado como un terrorista.

Cuando llegué finalmente a Egenodobe ya habían oído hablar de mi y tenían mis referencias.

– Si veis un hombre en bicicleta no es de Boko Haram, ¡Es un misionero!

Pregunto a la entrada del pueblo por la parroquia que me habían indicado, y en el transcurso del recorrido (me iban escoltando dos hombres en moto) iban pregonando a los viandantes que no era de Boko Haram.

Al llegar a la misión tenía mi habitación preparada, y una carta del obispo sobre una hoja en la que mostraba una imagen de Jesucristo explicando mi situación de viajero y buen cristiano y que me ayudasen en todo lo posible…

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Esto, facilitó mucho las cosas a partir de entonces cada vez que me paraban, y aun así, no dejé nunca de sentirme discriminado y no dejé de encontrarme en situaciones delicadas.

El sacerdote me había pedido que fuera a misa,a las 6 de la mañana, y luego me escoltarían a la orilla del río Níger, donde podría coger una barca y atravesar, por fin,el río que meses atrás, en Guinea, había visto por primera vez.

Autopista nigeriana

Autopista nigeriana

Me despido del joven de seguridad, Godswill,que traducido al castellano significa “voluntad de dios”.

Hasta el momento los nigerianos que había conocido estaban siendo gente muy atenta y en comparación con el resto de países africanos, gente con un nivel cultural mucho más alto.

De vuelta sobre el sillín me encontraba con una colina tras otra.Despues de tan solo 12 Km. notaba  las piernas  cargadas.

En el arcén de la carretera pude ver unos casquillos de bala, y me preparo ante el inminente encuentro con la temida autopista.

Llego a una gran rotonda donde unos policías paran a unos coches mientras a mi me saludan, y casi sin darme cuenta estaba ya subiendo una cuesta compartiendo un cachito del trozo de asfalto de “mi primera autopista en África”…

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Sin arcén alguno, cada vez que me adelantaba un tráiler o un coche cerraba los ojos y apretaba los dientes pensando: “por favor que no me pille, por favor que no me pille”

El retrovisor estaba siendo mi mejor aliado, y siempre que veía como por los dos carriles venían dos coches a toda velocidad, y obviamente que no queda sitio para mí, saltaba a la cuneta frenado por la no tan verde vegetación. En muy poco tiempo repetí la misma operación varias veces.

Noté detrás de mí el ruido de una moto que circulaba a la misma velocidad que yo, y  como el hombre de la moto que me sigue no tiene intención de adelantarme. Desconfío. Intento bajar el ritmo y le indico que me adelante, pero el sigue detrás.

Aprovecho una bajada para coger velocidad y dejarlo atrás, pero veo como acelera y sigue pegado a mi rueda.

Me giro y un poco nervioso le sonrío y le saludo.

No me gusta su mirada, y me pregunta qué a dónde voy. Le respondo que allí adelante.

– Where you go? Where you go?

No quiero decirle a donde voy y justo cuando empezaba a preocuparme paso por una explanada donde paran los camiones para arreglar los neumáticos rotos…

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Me paro junto a un grupo de hombres y me pongo a beber agua, hasta que veo como el hombre,después de parar y mirar hacia mi, sigue de largo.

No me ha dado buena sensación y tengo que tener en cuenta que estoy en un transitado cruce de carreteras que une dos de las ciudades más grandes de Nigeria.

Repito: Nigeria.

Sigo por la autopista y mi instinto me dice que debo tener mucho cuidado, no solo por el trafico, que hasta ahora esta siendo la parte mas peligrosa del viaje, sino por evitar un encuentro con gente capaz de arruinarte el viaje.

Al pasar Shagamu decido parar a desayunar un plato de arroz bien aceitoso y picante. La elección es perfecta, la comida me repite a lo largo de todo el día.

Quizás así mantengo alejado a “los malos”.

La mujer sirve la comida bajo una lona que se sujeta con cuatro palos al nivel de la autopista. Se escucha el estridente ruido de los coches que pasan excesivamente acelerados y las bocinas de los trailer que avisan de su llegada.

Me pregunto que hago aquí, y tengo en cuenta que un imprevisto en el viaje por un estúpido accidente sería la peor  manera por la que arrepentirse de haber hecho algo.

Medito la posibilidad de coger un coche y avanzar hasta el pueblo de Ore, a 120 Km. de distancia, donde según tengo entendido la autopista es nueva y no solo hay menos tráfico, sino que existe un perfecto arcén por el que podré circular tranquilamente.

Un grupo de hombres se acerca hacia mi bicicleta y observan el mapa. Justo detrás de ellos en la autopista veo como un coche se incorpora sin mirar.

Una furgoneta cargada de gente viene por el carril lento a toda velocidad.

De repente se oye el estridente ruido del frenazo. El olor a quemado de la goma sobre el asfalto, y el ruido metálico del impacto de la furgoneta contra el coche, que sale disparado por la mediana al otro sentido de la autopista. Un tráiler viene pitando a lo lejos y consigue esquivar a la furgoneta, de donde baja la gente lamentándose y gritando al conductor del otro coche.

Mejor me busco un coche para que me lleve a Ore.

Los hombres que observaban el mapa que llevo en la bicicleta me preguntan:

– ¿De dónde eres?

– Soy de Madrid, y vengo desde España en Bicicleta.

– ¿Con esta bicicleta?

Mientras un hombre comprueba que tengo las ruedas hinchadas.

– ¿Como haces cuando hay mar?

– Cojo un barco.

– Y tu gobierno te paga. ¿No?

– Que va, es personal, nadie me paga nada.

– ¡Ah! ¿Estás haciendo un experimento?

– ¡No, no!, Es un viaje en bicicleta. Turismo.

– ¡Ah! ¿Un safari?

Los hombres resultan ser muy agradables y atentos, y en todo momento se preocupan y me dan consejos de como llegar a Ore…

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“Esta carretera es muy peligrosa. No te preocupes que te ayudamos a buscar un coche seguro con el que llegar”

Los coches no paran. Richard intenta hacerme creer que es un policía secreta, aunque más tarde me confiesa que es un reverendo.

Finalmente una ranchera se para y acepta llevarme a Ore. Esperamos a que lleguen más pasajeros y cuando parece que ya no queda sitio ni para un mosquito en la ranchera, arrancamos. Empieza la aventura.

Antes de irme Richard apunta la matricula del coche y me dice que por favor le avise cuando llegue a Ore. Que hasta entonces estará preocupado,

Da la sensación que el conductor esta conduciendo en un videojuego, y no en la vida real.

Esta en la primera pantalla del juego, en el nivel más fácil.

Nivel I

Esquiva un agujero. Volantazo a la derecha. Volantazo a la izquierda.

Esquiva a un camión, adelante por la derecha, pega otro volantazo para esquivar otro agujero.

Otro coche que circula a la misma velocidad que nosotros (a 130 Km/h), tiene los mismos puntos que nosotros.

Se van adelantando.

Llegamos a un control de policía y paran a nuestro conductor.

No tiene carné de conducir.

La policía le indica que se baje del coche mientras otro policía ocupa su lugar y avanza el coche unos 100metros.

Yo no me entero de nada pero los demás pasajeros parecen no alarmarse. Todo es normal.

Al final nuestro conductor vuelve enfadado gritando algunas palabras que no llego a entender.

¡¡A la policía en Nigeria les encanta el dinero!!

Y así pasamos de pantalla a un nivel más avanzado.

Nivel II

Sigue conduciendo como un temerario y al comenzar un repecho se puede ver como el tráfico es lento.

Por un hueco en la mediana decide conducir en sentido contrario por la autopista. No es el único ya que justo antes de nosotros una furgoneta ha hecho lo mismo.

Ya en dirección contraria por la autopista veo como los coches de frente vienen a gran velocidad dando “la larga” y pitando.

Desde luego vamos más rápido que por nuestro sentido, donde los coches parecen avanzar muy lentamente.

Entonces se pone a llover y la visibilidad se reduce mucho.

Al chico que esta sentado a mi lado, el cual tiene el manillar de mi bicicleta molestándole la cabeza, le pregunto anonadado que qué pasa, si es normal ir en dirección contraria por la autopista.

Me mira y hace un gesto como si no me entendiera, como si fuera todo normal.

Pasamos así a la última pantalla del videojuego.

El embotellamiento había sido por la colisión de dos camiones que ahora están empotrados y volcados fuera de la carretera.

Nivel III

Parece que el tráfico ahora es mas fluido al otro lado de la autopista, en la que tendría que ser nuestra dirección, pero nuestro conductor y la furgoneta de adelante piensan que mejor seguir en dirección contraria.

Nuestro conductor decide que aprovechando que justo ahora no vienen muchos coches de frente, mejor adelantar a la furgoneta que teníamos delante, y así, adelantando en dirección contraria por la autopista, tardamos poco en incorporarnos de nuevo a nuestros carriles de la autopista, donde algunos coches en la otra dirección parecen hacer lo mismo que nuestro conductor.

Finalmente, sano y salvo, llego a Ore, donde la autopista ahora parece estar en perfecto estado y parece un sueño pedalear por ella.

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Ahora solo quedaba buscar un lugar donde pasar la noche.

Verde

Verde

En nuestro primeros días en Benin hemos podido descansar en el pequeño pueblo de Savalou, después de ya varios meses peleándonos con las lluvias y el fuerte sol que a veces entre las nubes se deja colar.

Buscando en las fotos de mi ordenador he ido a parar a la carpeta de “Mali”, donde no hace mucho tiempo atrás y no muchos más kilómetros al norte de donde hemos cruzado de Togo a Benin, dulcemente me ha hecho volver a aquel lugar  que ahora parece pertenecer a un mundo completamente diferente, como sino tuviera nada que ver con esta parte del viaje, África.

Las estrellas callejuelas de casa de barro…

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…nos protegía del fuerte y abrasador viento del norte, proveniente desde el mismísimo corazón del sáhara.

Mezquitas sahelianas construidas con barro…

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…que ahora han sido sustituidas por las cientos de iglesias católicas o evangelistas.

Aunque no ha sido  eso lo que más ha llamado mi atención, sino el gran contraste entre el color ocre del paisaje…

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…y el hora impresionante verde lleno de vida de la vegetación…

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 …

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Fiebre del oro

Fiebre del oro

Bajo un vestido de color azul manchado de barro, Marian luce un buen embarazo de 7 meses…

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Trabaja junto a su sobrino, de apenas 13 años, en una pequeña mina de oro que, ilegalmente, junto a otros familiares y amigos le han robado el sitio a la densa selva para buscar oro en las piedras que se esconden bajo las fértiles tierras de la región occidental de Ghana.

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Ilegal, porque carecen de permisos y no pagan impuestos, mientras las grandes compañías mineras internacionales se han repartido el pastel y han colocado a Ghana como el segundo país productor de oro de África, después de Sudáfrica.

Cuando los británicos pusieron pie en Ghana, no tardaron en darse cuenta de la riqueza que escondía su suelo,  de ahí que bautizaran su nuevo territorio con el nombre de “la costa de oro”. Que se convertiría junto al comercio de esclavos hacia el continente americano en su negocio más rentable.

Nosotros tardamos un poco más, exactamente 2 semanas desde que  cruzamos la frontera por el norte, desde Burkina Fasso. Después de 100 Km. de pedaleo por las incesantes cuestas buscábamos alcanzar lo que parecía un pequeño pueblo en el mapa, y ahí, buscar al pastor, reverendo o sacerdote de la primera iglesia que viéramos para poder montar la tienda.

A penas a 10 Km. a las afueras del pueblo, en las orillas de la carretera se amontonaba basura y plásticos, a los mismos pies de la impenetrable selva, y mientras un incesante y continuo trajín de gente en motos, circulaban en nuestra misma dirección.

Hombres, todos hombres. Ninguna mujer adornaba la típica estampa africana cargando leña sobre su cabeza tan típica a esa hora de la tarde, cuando después de una larga jornada de trabajo en el campo vuelven a sus casas llevando a sus bebes sujetos en sus espaldas, y los hijos mayores caminando a su lado.

A la entrada del pueblo daba la sensación de entrar en una gran ciudad. Mucho movimiento, muchas motos, muchos mecánicos a los lados de la carretera, y en resumen, demasiado movimiento para ser un pueblo normal.

A lo largo de la carretera que hacia de calle principal en su transcurso por el pueblo, varios puestos hacían de improvisadas gasolineras,guardando el combustible en las botellas ya vacías de licor.

Lo que más llamó mi atención fue la cantidad de comida y su variedad que se vendía en los pequeños puestos frente a la mezquita principal, que también llamó mi atención porque estábamos en una zona de mayoría cristiana aunque ahora sobre la mayoría de las cabezas se volvían a ver  taqiyahs.

Fue como un deja vu, al encontrarme de nuevo en mitad de un pueblo nacido de la nada donde el dinero fluía sin corresponder con la apariencia de un pueblo prospero y moderno.

Se corrió la voz de que había oro en la zona y rápidamente miles de personas llegaron en busca de su sueño: el dorado.

Desde rincones tan dispares como Malí o Nigeria para intentar colmar sus sueños destripando el  suelo con rudimentarias herramientas…

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En el improvisado mercado se sorteaba a los vehículos que a toda velocidad pasaban entre los puestos, pudimos encontrar auténticos manjares comparado con el pueblo anterior, como sandía, piña y pinchos de carne. Todo al doble del precio que veníamos pagando –el precio de la prosperidad-.

Una cabaña con tejado de chapas cinc hacía de bar o improvisada discoteca, dentro sonaba música a todo volumen y en la entrada estaban algunos jóvenes bebiendo cerveza intentando mantener el equilibrio.

Decidimos continuar, y buscar refugio en un lugar más tranquilo. Nos plantamos en  una  pequeña explanada que no hace mucho debió de albergar una campera donde se  trituraban  las rocas para extraer el oro.  Montamos la tienda en una zona alejada de la carretera y pasamos la noche escondidos de miradas  curiosas.

En el mapa no aparecía ningún pueblo cercano, pero en el cielo pudimos ver la contaminación lumínica que surgía de en medio de la selva, y el ruido de una fiesta con música Techno que nos traía la brisa de la noche.

Al día siguiente, al continuar nuestro camino, pudimos ver como emergía de la nada un improvisado pueblo de cabañas de madera y plástico que se alzaban sobre la fértil tierra roja que muy poco tiempo atrás era el hogar de árboles milenarios y majestuosos y que ahora servían de leña…

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Había llegado la prosperidad a la zona…

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Casi sin darnos cuenta…

Casi sin darnos cuenta…

Una de las mejores cosas que te ofrece viajar en bicicleta es la velocidad a la que  percibes los cambios.

Cambios tan leves que con la suma de los días se convierten en cambios drásticos, y casi sin darte cuenta te encuentras en un mundo completamente diferente.

Se suma el esfuerzo para llegar a los sitios.

Los sentidos en su máximo esplendor.

El olor a tierra mojada, el fresco del viento que precede una tormenta, el ritmo de la música de la lluvia sobre las hojas, el sudor sobre tu cara, la suciedad que tapa tu piel,la lluvia que te limpia, el hambre después de una larga jornada, la sed ,el saludo de la gente o los niños corriendo asustados al verte llegar.Todo, a la velocidad perfecta.

Con el clima cambia la gente: Sus costumbres, la alimentación, el estado de ánimo.

A medida que nos dirigíamos al sur, casi en línea recta hacia el ecuador, el color ocre del sahel es sustituido por el verde chillón de las hierbas que bajo los árboles florecen con las primeras lluvias…

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El cambio no había llegado por nuestra proximidad al ecuador, sino por las primeras lluvias que en esta parte del mundo crea dos mundos diferentes en un mismo año.

El sahel no ve lluvias la mayor parte del año, pero después de los meses más cálidos, cuando a medio día parece que hay que agacharse para no darte en la cabeza con el sol, las nubes cargadas de lluvia ascienden del sur, trayendo consigo enormes nubes que en el horizonte aparecen como un enorme muro de color grisáceo y negro temeroso…

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Y una vez encima, comienza el espectáculo. Vientos fuertes, rayos, y por fin una tromba de agua que enfría el suelo, mientras nos da un respiro del infernal calor de los trópicos.

Florece la vida.Los insectos se multiplican y el roar de las ranas se escuchan por todos lados.

Nos invaden los mosquitos.Bienvenida la malaria.

Donde antes solo había una escasa y triste vegetación,en forma de arbustos sin hojas, en pocos días la vida vuelve al igual que hace un año atrás, cargada de vida y de color.

Los árboles florecen, la hierba crece por horas, y el color ocre del suelo se convierte en un color anaranjado…

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Los caminos antes de arena y polvo se convierten en un barrizal intransitable…

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…cuand meses atrás no dejábamos de tragar el fino polvo de los secos caminos del sahel…

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Pero por fín lo habíamos dejado atrás al igual que la época seca, y entramos en la zona más cercana del ecuador en la temporada de lluvias.

Mundos opuestos.Mundos antagónicos.

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¡¡Rayos y centellas!!

¡¡Rayos y centellas!!

Íbamos por un tranquilo sendero bordeando el río Volta,  frontera entre Ghana, Costa de Marfil y Burkina Fasso.

La verde vegetación escondía el estrecho camino, que a veces desaparecía bajo charcos y hierba alta…

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Al atardecer se podía escuchar el ruido de los hipopótamos y el sonido de algún que otro trueno muy lejano en el aire.

El cielo todavía despejado nos dejaba frente al temible y ardiente sol tropical.

Fue al atardecer cuando decidimos montar la tienda en una estructura bajo un árbol en el comienzo de la selva.

Mucho calor y mucha humedad nada mas ponerse el sol y fue ahí cuando pudimos ver de nuevo las estrellas…

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Dentro de la tienda, con la espalda empapada en sudor,caímos dormidos y tardamos poco en levantarnos con las primeras gotas y los rayos que ya no solo se veían, sino se oían retumbar sobre nuestras cabezas.

¿Que hacemos?

Comenzamos a contar los segundos entre el rayo y el estruendo, y de repente empezó a caer una tromba de agua sobre la tienda mientras el viento nos agitaba de un lado a otro.

Todavía, los rayos se oían bastante lejos, y casi sin darnos cuenta con cada rayo se iluminaba nuestro pequeño habitáculo.

Los rayos cada vez caían más cerca y la lluvia con más fuerza.

Decidimos salir de la tienda y buscar un lugar más seguro , en la densa selva, bajo las enormes gotas de la lluvia que veíamos en mitad de la noche con cada rayo, que era como si de repente alguien diera a un interruptor y encendiera la luz.

Nos alejamos de los árboles más altos y con la linterna intentábamos no toparnos con alguna serpiente que surgiera del embarrado suelo.

La tormenta parecía estar sobre nosotros y las explosiones se escuchaban simultáneamente con el rayo, haciendo temblar el suelo, mientras nosotros de cuclillas, rodeados de vegetación protegiéndonos de la fuerte lluvia, nos apretábamos las manos al igual que los dientes deseando que el siguiente rayo cayera lejos.

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Tranquilos, esta foto no la hice la noche de la tormenta

¡Miedo, mucho miedo!

Estábamos calados hasta los huesos, y mientras la lluvia parecía amainar, la niebla nos seguía iluminando con cada rayo , aunque la tormenta se escuchara ya desde el otro lado del río, en costa de Marfil o Burkina Fasso, a unos pocos cientos de metros de nosotros.

Al día siguiente el verde paisaje era iluminado por los rayos del sol que se colaban entre las nubes…

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Y desde esa noche nada sería lo mismo. A la hora de acampar no nos meteríamos en la tienda hasta asegurarnos que la tormenta no se dirigiría hacia nosotros…

 

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Un poquito de Guinea

Un poquito de Guinea

Guinea ha sido sin duda uno de los países más duros.

Un país de contrastes donde tan fácil encuentras hostilidad como hospitalidad.

Llamó mi atención que la gente no sonreía tanto, que no es de extrañar por las duras condiciones en las que viven…

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…y más dificil aún era ver a una mujer con muestras de felicidad,pero no imposible…

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Un país tan corrupto que la gran riqueza de todos acaba en las manos de unos pocos.

El resto sufre sin ningún tipo de comodidad. No hay electricidad, ni infraestructuras, ni educación, ni sanidad para muchos.

Uno de los países más pobres del mundo aunque donde mas riqueza se encuentra.Diamantes, petroleo,oro,etc.

La gente aprovecha cada mililitro de gasolina en sus incontables viajes para vender sus productos en el mercado semanal…

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…o la vuelta de estos…

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En muchos pueblos no hay electricidad ,ni hospital,ni escuela, pero si cobertura.

A pesar de tener una tierra rica y fértil, no se come más que aquello que cae de los árboles…

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La mujer vive explotada al servicio del hombre. Este descansa bajo la sombra de un árbol y espera a que caiga un mango, mientras la mujer camina kilómetros con leña cargada sobre su cabeza, o con cubos de agua desde el pozo más cercano…

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El motor de África, el pilar de la sociedad , no es otra que la mujer…

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Y desgraciadamente la falta de educación es el camino a su sumisión…

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Para leer más relatos sobre mi paso por Guinea:

 

Más duro es el camino, más dulce su destino (versión Guinea)

Más duro es el camino, más dulce su destino (versión Guinea)

Todo el día bajo el abrasador sol. El asfalto había desaparecido y aunque llevaba meses sin ver lluvia, mi cuerpo estaba siempre empapado: ¡En sudor!

El polvo del camino se pegaba a mi cuerpo, haciéndome muy difícil recordar el color de mi piel..

…tan solo al acabar el día, cuando con una botella de agua me pegaba la tan deseada ducha y aparecía mi color verdadero.

Empezaban las montañas, que no solo me traía grandes pendientes si no aires más frescos y placenteros.

Las aldeas eran cada vez menos frecuentes, pero de estampas tan africanas que parecía como si los países por los que había pasado, estuvieran en otro continente…

A pesar de ser un país rico en tierra y que disfruta de lluvia la mayor parte del año, la gente no lo ha sabido aprovechar todavía  y en esta temporada del año la dieta se limita a un alimento: el mango.

A base de mangos me fue imposible reponer todas las calorías quemadas, y en poco más de un mes perdí 9 Kg…¡qué no es poco!

Necesitaba un buen lugar donde descansar, y me puse como meta unas famosas cascadas en la región del Fouta Djalon. Allí disfrutaría de mi primer día de descanso en 3 semanas y el agua del río me serviría de refugio del sol la mayor parte del día, a la vez que para cocinar y agua para beber.

El camino era cada día más duro. No solo no había asfalto o un terreno duro y plano por el que circular, sino que era rocoso. Una rueda partida, 4radios rotos y 2 cámaras reventadas. En tan solo una semana se me habían roto más cosas que en los anteriores 3 años.

Con el paso de los días perdía fuerzas a la vez que peso, y veía cada vez más lejano el momento de encontrar un buen río en la montaña donde poder montar la tienda y pasar aunque fuera solo un día de descanso.

Mango para desayunar, para comer y para cenar.

Por fin, las cascadas estarían a tan solo unos 30 Km, y si todo iba bien, lo podría hacer en el mismo día.

Me encontraba a mas de 1000 m. de altitud y por un camino me tocaba descender hacía el río. Rezaba  que ese fuera el camino porque si me equivocaba  no sabría de donde sacaría las fuerzas para volver a subir. Y me equivoqué.

Llevaba la comida justa. Una bolsa de macarrones, un bote de tomate y una bolsa de cacahuetes. Con eso tendría que aguantar tantos días como quisiera descansar.

Finalmente  empecé a bajar por un camino (esta vez el bueno) escarpado y rocoso evitando las piedras más grandes. Atravesé un primer riachuelo donde unas mujeres desnudas se enjabonaban el cuerpo.

Seguí bajando y me encontré con un río más grande. Me bajé de la bicicleta y empujando lo atravesé a la vez que me peleaba con unas fieras moscas que me taladraban piernas y brazos.

Al otro lado seguí un pequeño sendero entre una densa vegetación sin saber exactamente a donde me dirigía, y si al final de este me encontraría por fin con las cascadas.

De entre las verdes hojas vi en un espacio abierto lo que parecían unas escaleras que subían hacía un pequeño puente…

…que requirió del equilibrio del que no puedo presumir (porque no lo tengo) y las fuerzas que no tenía para cruzar con mi cargada bicicleta por un puente tan estrecho y precario…

…pero al otro lado dejé la bicicleta, ya exhausto, y sin ella decidí seguir el transcurso del río para encontrarme por fin con unas vistas que ni mi más optimista imaginación llegaría jamás a  imaginarse.

Ante mi tenía una caída de agua de mas de 100 metros de altura, que bajaban hacia un cañón entre los bosques de la mágica Guinea…

Cuanto más duro es el camino, más dulce es su destino.

Y así, montada la tienda  en mitad de la selva, con  sonido estero del espectáculo que te otorga pasar una noche entre millones de animallilos, pude descansar y dormir como me merecía después de una gran ducha bajo unas cascadas.

Esa armonía se rompió cuando por la mañana me despertaron unos ruidos de pequeñas explosiones y destrucción, no muy lejanos de donde tenía montada la tienda, que era un incendio en el bosque…

Todavía era época seca y mejor quemar el bosque para conseguir carbón antes de que lleguen las lluvias.

Mejor quemar que plantar, parece ser el lema por aquí.

Salí rápidamente de la tienda, desmonté el campamento y con un buen susto me fui a otra parte.

¡¡Mi día de descanso!!

 

 

 

Y por fin…¡selva!

Y por fin…¡selva!

Después de cruzar gran parte del Sahel en Senegal y cruzar el diminuto país de Gambia (aquí el relato de la entrada al país), nos dio la bienvenida  la temporada mas cálida del año. El encuentro con el océano Atlántico fue tan deseado como la llegada de las lluvias, las cuales llevábamos sin ver desde el año pasado, y  todavía nos quedaban un par de meses para volver a sentirla.

La brisa fresca del mar no era lo único que nos regalaba este maravilloso océano, sino abundante pescado para complementar nuestra pobre dieta…

Natalia empezaba un voluntariado en un centro de alfabetización para adultos en Kafountine, en la región de Casamance, y en esos meses decidí continuar mi camino no antes sin pasar un par de semanas de descanso. Mi culo inquieto me pedía movimiento y puse rumbo hacia el sur dejando las comodidades y una vida tranquila, hacia uno de los países más pobres del mundo, Guinea-Bissau, al otro lado de la frontera.

Los días de paz, descanso y  disfrutar de las visitas de amigos y familiares que recibimos en Kafountine fueron sustituidos por largas jornadas bajo un sol abrasador  ahora en soledad y os mentiría si os dijera que no se me hizo duro.

Las comodidades de Senegal desaparecieron una vez cruzada la frontera. No había electricidad y fueron semanas las que tardé en volver a ver una bombilla encendida. En las tiendas difícilmente se encontraba algo que no fuera recarga de saldo para el móvil, mayonesa, y aquello que en temporada te brindan los árboles, que ahora eran  anacardos.

El negocio de las telecomunicaciones ha invadido el continente. Un pueblo puede no tener escuela, luz ni agua, pero sí cobertura. Los más avispados se hacen con un generador y por 100 francos te cargan el móvil en una improvisada caseta…

…y es que  en los países más pobres no falta  imaginación…

…y uno sabe divertirse con poco…

Una breve parada en la capital, Bissau, de aires cálidos y húmedos, donde el único refugio del sol eran las sombras de los gigantes árboles del mango, todavía con sus frutas madurando sobre sus ramas, a la vez que sus raíces levantan las aceras poco a poco, ofreciendo un aire todavía colonial a las avenidas destartaladas y casas de arquitectura portuguesa donde sus techos se empiezan a caer.

Buscaba algo de tranquilidad y naturaleza, y con un poco de suerte un encuentro en la selva con mis queridos amigos los chimpancés.

El asfalto desapareció y el camino de tierra rojiza lo compartía con mujeres trabajadoras, caminando kilómetros cargadas de peso sobre sus cabezas y con bebes a sus espaldas. Verdaderas heroínas…

Me dirigí hacia el sur, a la región forestal de Catanhez, y después de haber cruzado el Sáhara y el Sahel, pude disfrutar de los primeros ríos donde lavar ropa y refrescarme durante las horas más cálidas del día.

La vegetación cuanto más al sur se volvía más verde…

…y aquellos diminutos y escasos rincones donde el hombre todavía no había querido arrasar, aparecían una de las formas de vida más bonitas e impresionantes que la naturaleza nos ha podido brindar: los árboles.

Cientos de años para crecer…

…y unas pocas horas para ser destruidos…

Pero una vez más lo mejor de un país no eran sus paisajes, sino su gente…

 

Aquí os dejo un relato más amplio de mi paso por este maravilloso y desconocido país…(Guinea-Bissau)