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Category: Tajikistan

¿Querías nieve?. ¡Pues toma nieve!

¿Querías nieve?. ¡Pues toma nieve!

Ya hemos cruzado los Pamires, nuestro siguiente destino es la capital de Tayikistán, Dushanbe, donde pasaremos varios días yendo y viniendo a las embajadas de Uzbekistán y Turkmenistán hasta que consigamos los  visados de entrada.

Pensábamos en ello como algo bueno, donde podríamos descansar y poner al día entre otras cosas este blog.

Natalia decidió coger un coche para recorrer los 500 Km hasta Dushanbe para empezar  con los trámites burocráticos y yo volvería a viajar solo por unos días.

En medio del camino tenía el último gran puerto. Y como era el último, quería que fuera lo más duro posible.

Y así fue.

Al desviarme de la carretera principal, en las inmediaciones de Kalaikhum, me despedí del río Panj que venía acompañándome  hacía más de una semana a la vez que me indicaba que a la otra orilla estaba Afganistán…

Dejé la carretera  que está abierta en invierno para dirigirme hacia el puerto de Khaburabad, la gente que encontraba me paraba para informarme que estaba cerrada por la cantidad de nieve que había.

Estaba obcecado y seguía con la mente puesta en el puerto, resultó imposible hacerme cambiar de opinión. Durante el ascenso todos los que me encontré intentaron  disuadirme.

Al pasar el control militar que hay justo antes de empezar la ascensión al Khaburabad, para que me dejasen pasar tuve que decirles a los soldados que me dirigía a una aldea cercana, a Khost  y no a Dushanbe.

La subida comienza en un valle por un camino con una leve pendiente que no tardó mucho en empezar a empinarse más, para acabar convirtiéndose unos cuantos kilómetros más adelante en una pendiente mucho más fuerte y que iba aumentando con el paso de los kilómetros.

Tenía que cubrir un desnivel de más de 2000m en menos de 30 Km; desde los 1000m de altitud en los que cogí el desvío, hasta los 3.300m que me  indicaba mi mapa.

Ya se veían las primeras manchas blancas de nieve esparciéndose por la ladera de la cara norte, donde en los cortos días de invierno apenas les da el sol.

Inocente de mi pensé que seria fácil, que habría poca nieve y que en tan solo cuatro horas más llegaría a coronar el puerto.

Detrás de una curva apareció un angosto cañón, y el camino que empezaba a  subir serpenteando por una pared casi vertical a la vez que se alejaba  del río que corría cada vez más abajo.

El estruendo del agua se dejaba sentir desde lejos…

 

De frente me encuentro con un coche que se vuelve; sus ocupantes han desistido. No han podido cruzar el puerto, me dicen que lo han intentado.  Me aconsejan que no lo intente, que me de media vuelta porque arriba me encontraré con mucha nieve.

Les digo que no se preocupen, que lo lograré.  Tratan de disuadirme de nuevo y cuando comprueban que es imposible convencerme, me aconsejan que por lo menos no acampe arriba, que baje lo máximo posible.

Me enseñan un fusil y me dicen que es para defenderse de los lobos. En eso momento me acordé que el día  anterior, en el pueblo en el que había acampado, me dijeron que  tuviera cuidado con los osos.

A medida que voy subiendo veo sobre la nieve pisadas de lobo, muy parecidas a la de un perro. En ese momento supe que una vez alcanzado  el puerto tendría que descender todo lo que pudiese.

La nieve empezaba a cubrirme por encima de los tobillos, y  me era ya imposible ir montado sobre la bici. Me tuve que bajar y comencé a empujarla …

Tres horas más tarde seguía empujándola  y la nieve en algunos momentos me llegaba a la rodilla.

Era una fina nieve en polvo que se quedaba atascada en los frenos y me bloqueaba las ruedas.

En algunos tramos donde la nieve alcanzaba más espesor, me era imposible empujar  la bicicleta,  se quedaba clavada.

Intenté caminar con la bici en alto, con sus más de 75 Kg.de peso, pero me resultó imposible. Desde la mañana no había probado bocado y las fuerzas flaqueaban.

Desmonté las alforjas  y las desplacé por tramos. Intentaba avanzar allí donde la nieve cubría más.

Me flojeaban las piernas y los brazos de tanto empujar. Cada 50 m. me paraba, estiraba e intentaba descansar un poco.

La sombra empezaba a cubrir todo el valle y la temperatura comenzó a bajar drásticamente. A lo lejos veía el lugar que quería alcanzar. Estaba en la parte donde todavía da el sol.

La nieve llevaba metiéndose un buen rato dentro de mis botas y de tanto frío dejé de sentir los dedos de los pies.

Seguí empujando pero no veía el fin. Miraba el GPS y me desanimaba, ya que apenas había ascendido.

Me preocupaba que la noche me pillara allí en medio, pero en el peor de los casos buscaría un lugar donde montar la tienda y allí había nieve suficiente para derretir.

La luz era de un color cálido allí donde daba el sol, con un color amarillento, que contrastaba con el cielo de color azul oscuro. Y por cálido que fuera el color, mi termómetro marcaba -5ºC y todavía no se había puesto el sol.

Cuando el sol empezó a ocultarse detrás de las lejanas montañas que se divisaban en el horizonte, y el cielo se volvía de color morado alcancé el punto donde los últimos rayos acariciaban la montaña y me indicaban que estaba cerca de la cumbre.

Sin avisar se levantó un fuerte viento  que arrastraba grandes cantidades de nieve en polvo que se clavaban en mi cara como si fuesen alfileres.

Al otro lado de una cornisa vi un edificio en ruinas, completamente cubierto de nieve, que en otra época debió  ser un edificio militar, uno de los muchos construidos en la época del imperio soviético para controlar la frontera con Afganistán. Entre la nieve sobresale alguna torre derruida y varias almenas.

Intento empujar la bicicleta por la cornisa pero la nieve fina me cubre por encima de las rodillas, y con tan poca fuerza y tanto peso me es completamente imposible.

Decido desmontar las alforjas y llevar todo en varias tandas.

Di tres viajes y ya sin fuerzas arrastré las alforjas por la nieve, y la bicicleta sobre mis hombros.

La nieve seguía golpeándome como alfileres y lo único que sentía de mis pies era dolor al caminar.

Una vez dentro del edificio busqué rápidamente entre mis pertenencias mi linterna frontal para montar la tienda lo mas rápido posible para poder refugiarme en ella. El fuerte viento que hacía circulaba libremente por el destartalado edificio y mi cuerpo estaba completamente destemplado.

Al quitarme las botas los calcetines comprobé que estaban completamente calados y la nieve ni se había derretido. Las botas estaban congeladas, y al quitar los calcetines tardaron pocos minutos en quedarse petrificados por el hielo. Pude ver que mis dedos tenían un color morado.

Mi cuenta kilómetros marcaba nueve horas sobre la bicicleta, pero solo 40 Km. recorridos.

Me metí en la tienda y me sumergí en mi cálido saco para recuperar calor. Mientras tanto intenté escapar del lugar donde me encontraba con el libro Viajes con Heródoto, de Kapuscinsky.

El poco agua que tenía estaba congelada, y el botellín lo metí dentro del saco para tener agua por la mañana. Esa noche no tuve fuerzas para derretir nieve y cocinar. Me fui a la cama sin haber probado bocado en todo el día, solo una mazana helada.

En mitad de la noche el viento entraba por el hueco de las ventanas, puertas  y de una parte del techo que estaba caído. Me desperté de sobresaltado.  No pude anclar la tienda, el suelo era hormigón,  y tuve la la sensación de que en cualquier momento se rasgaría, o que iba a salir volando y yo dentro de ella.

Con lo bien que pensaba que iba a dormir, y casi no pegué ojo. Por lo menos no me visitaron los lobos.

Al día siguiente una ventisca me esperaba por la mañana, pero ahora tocaba bajar  y empujar la bici iba a resultar mucho mas fácil.

Que gran despedida de mi último gran puerto….

 Después de unas horas bajando vi un pueblo a lo lejos…

…y a dos personas que montaban a caballo y que me invitaron a tomar té en su casa.

 

 

 

¡Por fin, un baño con agua caliente!

¡Por fin, un baño con agua caliente!

Llevamos más de dos semanas sin ducharnos, sólo hemos encontrado agua helada y unas temperaturas que no invitan a quitarse la ropa ni un solo instante. La  idea de darnos una ducha con agua caliente era como un sueño.

En nuestro camino a Khorog unos paisanos nos hablaron de unos baños de aguas termales en las proximidades de Vrang, a la orilla del río Panj que hace frontera natural con Afganistán.

Existe una leyenda que dice que Fátima, la hija del profeta Mahoma, se baño allí y se quedó embarazada. Hoy en día son muchas las mujeres que se acercan a Ostoni Bibi Fotimai Zakhro, que así se llaman los baños, con la intención de cumplir con este ritual para quedarse embarazadas. Nuestra intención no es comprobar si esas aguas están relacionadas con la fertilidad, lo que nos empuja a visitar “el balneario” es la idea de que nos diera relax y un poquito de  higiene personal.

Para llegar a estas aguas termales, nos tuvimos que desviar 8 Km de la carretera que transcurre en paralelo al río y subir por una pendiente constante del 10%.

Cuando llegamos nos advierten que queda poco tiempo para cerrar y que no nos dará tiempo para disfrutar del deseado baño.

No nos dimos por vencidos, y con pocas fuerzas y ganas para volver a deshacer el camino, decidimos que montaríamos la tienda allí mismo, en medio del camino, enfrente de la misma puerta del muro  por el que aceden los peregrinos. Es el único sitio llano donde poder acampar.

Nuestro plan era que una vez que hubiesen cerrado, saltaríamos el muro, y podríamos disfrutar de las aguas termales para nosotros solos.

Vemos como los encargados del lugar se van después de haber cerrado la puerta, nosotros vigilamos desde fuera. Una vez que les hemos perdido de vista bajamos hasta la explanada que hay frente al edificio y montamos la tienda.

Cuando comienza a ponerse el sol nos decidimos saltar el muro. Llevamos una bolsa con ropa limpia y buen olor, pero una vez dentro vimos como un coche se acercaba.

¡Natalia: vámonos!

Y saltamos el muro, pero ahora  hacia fuera. Nos pusimos cerca de la tienda haciéndonos los despistados, y vimos como tres hombres y dos mujeres se dirigían hacia el edifico; nos miran y vemos en sus caras un gesto de sorpresa. Dan unos cuantos pasos más y vuelven a mirarnos, están extrañados de nuestra presencia y de ver nuestra tienda allí en medio del camino.

Sin ningún reparo empujan y forcejean con la puerta hasta que logran abrirla y entran en las termas, después de ellos apareció más gente.

Nosotros nos quedamos fuera esperando a que se fueran todos. Estábamos impacientes, nos dimos cuenta que no eramos los únicos que queríamos disfrutar   de los baños fuera del horario establecido y eso nos impacientaba.

Se nos hizo eterno el tiempo que estuvimos esperando por nuestro deseado baño. Pasó más de media hora hasta que el último usuario salió y cerró la puerta.

Cuando dejamos de verles y oírles intentamos abrir la puerta, pero no fuimos lo suficientemente hábiles  y no conseguimos abrirla. Tuvimos que saltar el muro de nuevo, era el último obstáculo hacia nuestra tan deseado baño.

Cuando entramos y nos metimos en la pequeña poza nos dimos cuenta que la espera mereció mucho la pena.

A la mañana siguiente, nos despertó el bocinazo de un coche. Eran los primeros bañistas del día y nuestra tienda en medio del camino les estorbaba.

En busca del rio Whakan

En busca del rio Whakan

Después de abandonar Murghab continuamos nuestro camino hacia Khorog.
La temperatura era un poco más agradable. Ahora acampábamos a tan solo -20ºC, lo que nos permitía disfrutar de las noches estrelladas…

Los valles por los que transcurre la carretera me traían recuerdos de otros lugares. Un “déjà vu” de sensaciones, especialmente al ver los colores…

Estamos en una zona desértica donde las precipitaciones son escasas, excepto en las zonas donde el agua mana directamente de la tierra…

Aquí la carretera no se cierra por la acumulación de nieve, son las temperaturas gélidas de los meses fríos de invierno, que llegan a alcanzar los -60ºC, los que hacen que estos caminos no sean transitables.
Recuerdo  antes de emprender este viaje,hace ya mas de dos años  ver en las noticias en aquel  invierno de 2010 ,como fue uno de los mas duros por sus extremas temperaturas, y por grandes tormentas de nieve.Queda para el recuerdo de los habitantes de esta inhóspita y casi virgen región.
Muy bien lo recordaba un pastor que nos ofreció refugio en su casa una de las frías noches.
Cuando le preguntamos por aquel invierno, nos respondió con cara de resignación: – Fue muy duro. Normalmente no suele haber más de 10 cm de nieve, pero aquel invierno fue diferente. Se murieron 50 de mis yaks por culpa del frio-.
La tormenta  bloqueó la carretera durante varias semanas y le fue imposible vender la carne de esos animales en los pueblos más cercanos. Una gran perdida para una familia tan humilde.
Después de pasar esa noche bajo techo, y en muy buena compañía, seguimos dirección oeste por la carretera de los pamires. La hospitalidad de la gente de esta región sobrepasa a cualquiera de mis experiencias anteriores.
Será seguramente eso, que hace que le de mayor encanto a esta región. Y eso es mucho decir.
De nuevo en el camino que nos lleva hacia el oeste nos encontramos con dos opciones para llegar a Khorog. La carretera de los pamires es la opción más fácil,y la unica con asfalto, o una carretera secundaria,por llamarlo de alguna manera,que después de atravesar un puerto de montaña nos llevaría hacia el sur  del Alto Badajshán, y que nos dejará en un corredor por el que discurre el río Wakhan que da nombre al valle y que hace de frontera natural con Afganistán.
La primera opción nos llevaría muchos menos días ya que entre otras cosas esta asfaltada. La segunda, según nos habían dicho, las condiciones serían terribles y mucho más duras.
Elegimos la opción mas dura,a mas remota y sin duda la mas bella.

Aquí nos despedimos de Aitor y Laura que seguirían por la principal.Fue una bonita experiencia compartir con esta gran pareja casi dos semanas de viaje.
Dejamos el confort del asfalto y nos adentramos de nuevo en un mundo sin transformar por el ser humano…

El primer puerto con sus enormes pendientes nos llevo todo el día coronarlo. Las bicicletas se quedaban atascadas en la arena…

 

…cruzamos por ríos helados…

…y al coronar la cima, a casi 4400 metros, nos encontramos con la gran cordillera del Pamir afgano, una bella cordillera con cimas onduladas cubiertas de nieve,  que llevábamos un buen rato viendo detrás de unas colinas que nos tapaban las vistas…

 

Arriba nos encontramos con dos lagos completamente helados y un pesebre abandonado no muy lejos de la orilla. Quedaba menos de una hora de luz y no podíamos dejar pasar la oportunidad de disfrutar de este hospedaje gratuito, así que decidimos plantar la tienda en su interior. Era primordial tener un lugar para protegerse del frío antes de que se pusiese el sol y que las temperaturas bajasen aun más.
Esa noche, el termómetro antes del amanecer marcaba casi los -40ºC.
Fue un día triste. Pensábamos que esa noche sería la ultima en altura que nos daba una última oportunidad de deleitarnos con esos paisajes majestuosos que nos llenaban de sensaciones inexplicables.

Antes de meternos en la tienda, las vistas ante nosotros nos arrancaban una sonrisa y nos hacía mas difícil el retirarnos a nuestra tienda de campaña…

Una vez montada la tienda dentro del establo y después de cocinar, nos metimos directamente en los sacos.
– ¿Escuchas eso?, le pregunto a Natalia.
Escuchamos un ruido acompañado de vibraciones. Sentíamos que no era muy lejos, lo que nos hizo pensar que cerca pasaba algún coche, pero por allí no pasó nadie y la única forma de vida que hay por allí somos nosotros dos.
El suelo seguía vibrando, y no sabíamos de donde podía venir.
Por la mañana, me fui a hacer unas fotos de los lagos helados y entonces me di cuenta de donde venían el ruido y lo que provocaba las vibraciones.

Una gruesa capa de hielo cubría el lago, pero debajo de la gruesa capa de hielo el agua seguía agitándose y formaba olas que chocaban con la capa de hielo que las encerraba y provocaban un fuerte sonido parecido al de un tambor acompañado con vibraciones. A un par de kilómetros de donde habíamos dormido hacía retumbar el suelo.
Y con pena llegaba el momento de despedirse de las alturas. Teníamos que bajar el puerto, y a medida que bajábamos por fin veíamos como se formaban pequeños regueros y arroyos que llevaban agua.El agua ya no estaba helada y daba vida al paisaje.
Por un camino muy vertical, de arena y piedras, descendimos hasta encontrarnos con el río Pamir, y al otro lado de ese río, todavía estrecho, estaba Afganistán.
A unos pocos cientos de metros, en el lado afgano, vimos una caravana de camellos…

La otra orilla pertenece a Afganistán, pero su visita queda para otra ocasión. A unos pocos metros está un sueño, yo ya lo he acariciado en un par de ocasiones y me quedo con la sensación indefinible que me produce el pensar que no podremos disfrutar del código de hospitalidad pastún; pero esto es por lo de ahora.
Tocaba bajar por el valle del río, que descendía con sus aguas remansadas.

Un subir y bajar constante, grandes repechos alfombrados con una arena tan fina que las ruedas se clavaban en ella y nos machacaban las piernas.

La erosión del río formó un angosto cañón…

…que a cada metro nos alejaba  más de la carretera. Nosotros seguimos subiendo pero el río bajaba sin parar…

Al otro lado, el Pamir parecía más majestuoso que nunca por la impresión que da ver la pared casi en vertical de la montaña bajar desde la cima hasta el río, casi 4000 metros más abajo…

Estábamos cansados ya que llevábamos mas de dos semanas pedaleando y sólo habíamos descansado un día, pero aquellas vistas nos hacían disfrutar. Parar a descansar y apreciar el paisaje era como un sueño.

El segundo día por aquel camino, mientras empujábamos las bicis por una pendiente, y tres días sin ver un solo coche, vimos aparecer un SEAT blanco.
Se paran junto a nosotros y de él baja nuestro amigo Stefano, al que venimos encontrando desde China y por el mismo camino él se dirigía a Afganistán.
Un par de horas más tarde, nos esperaban con la comida hecha.
Tenían preparado un exquisito plato con cerdo que acompañamos con vodka.
– ¡Tenemos que comerlo antes de cruzar a Afganistán!, nos dice Stefano sonriendo
Y comimos ese delicioso plato a la vez que disfrutamos de una vista espléndida…


Después tocó descender más de 1000 metros de desnivel para encontrarnos con el valle que forma el río Wakhan que viene de Afganistán, y que a partir de ahí, será ese río el que marque la frontera. Detrás pudimos divisar la cordillera del Hindu Kush,en Pakistán. Estamos en el extremo más occidental de los  Pamires,y detrás de ellos se esconde la cordillera del Hindu Kush, el comienzo del Himalaya. Aquí será la última vez que divise el Himalaya en este viaje…

Dejamos atrás el invierno y nos encontramos con pequeños pueblos que nos dan la bienvenida con el otoño…

…valles abiertos…

…y volvemos a pasar por lugares habitados, donde la gente nos saluda a nuestro paso…

…y después de compartir tiempo junto a ellos, nos cautivan con verdaderas muestras de humanidad…

Sus gentes hacen gala de una hospitalidad extraordinaria y nos invitan constantemente a tomar té en sus casas. Aquí tomar té significa que te van a sacar todo tipo de dulces para que se te abra el estómago antes de sacar algún plato enorme de comida…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bienvenidos a los pamires

Bienvenidos a los pamires

Os presentamos a los pamires…

Después de encontrarnos con otra pareja de ciclistas, Aitor y Laura (aqui su blog)y recibir los cuatro la buena noticia de que los pamires volvían a estar abiertos, decidimos embarcarnos en esta locura/aventura juntos.

Nos esperaba  esta remota e inhóspita región de Asia central donde se encuentran las cimas más altas del mundo  fuera del gran Himalaya.

La carretera por la que vamos a transitar fue construida por el ejercito soviético hace apenas 80 años, con la intención de facilitar el transporte de soldados y de mercancías a esta remota parte del imperio.

La encaramos de frente, desde  Sary Tash, el último pueblo que veríamos en Kirguistán.

Ante nosotros tenemos las imponentes paredes de las montañas por las que cuesta creer que alguien haya sido capaz de construir una carretera. A nuestra izquierda vemos el pico Lenin, y por detrás tímidamente se asoma el pico comunismo.

Bajo esas imponentes montañas los pastos se han secado y los prados donde hace unos meses los nómadas apacentaban sus ganados y montaban sus yurtas están deshabitados.

A medida que vamos avanzando se ve mas claro el valle por el que ascendemos. El seco lecho de un río baja directamente de un glaciar, aparentemente desde la misma dirección en la que vemos el pico Lenin.

En esta árida y seca región la forma de precipitación mas común  -única diría yo- es la nieve…

…donde la temperatura  no suele superar los 0ºC en el tramo más caluroso del día, el deshielo de la nieve o de los glaciares desaparece y los ríos se secan completamente. No hay que dejar volar mucho la imaginación para imaginar  que toda la nieve acumulada durante el invierno se funde y alimenta a estos cauces ahora secos y que bajaron con enormes caudales de agua en la época del deshielo formando torrenteras henchidas de agua bajando con rapidez y anegando los prados.

Sabemos que si nos pilla una gran tormenta de nieve, esa nieve no desaparecerá hasta la próxima primavera, por lo que es indispensable que nos carguemos de comida, no solo para aguantar los muchos días que pasarán hasta que volvamos a encontrar un pueblo, sino para ponernos en el peor de los escenarios posibles en los que tengamos que esperar a que se despeje la carretera de nuevo después de alguna tormenta.

Cruzo los dedos para que, aunque parezca muy raro,  nos pille por lo menos una gran ventisca.

El asfalto desaparece y de frente vemos  la lengua de un glaciar. Nos encontramos con fuerte viento de cara…

…y como estamos a 4000 m, notamos como los músculos se vuelven más pesados y tardamos más en recuperarnos. Es una extraña sensación que la provoca la falta de oxigeno y que nos obliga a controlar la respiración  mientras el corazón sube de pulsaciones de forma casi desbocada.

El paisaje es sencillamente impresionante…

El día se había levantado ventoso y nublado, al mismo tiempo que por el valle empezaba a aparecer nieve sobre el camino, a lo lejos comenzaban a mostrarse ente las finas nubes las primeras manchas de azul celeste, y que finalmente nos dejaron un cielo completamente limpio.

El viento antes  embravecido parecía estar tranquilizándose.

Llegamos a la cima del primer puerto, y por el que abandonábamos Kirguistán para entrar a Tayikistán.

Todo estaba nevado, y el sol en el oeste empezaba a esconderse detrás de las montañas, por lo que intentamos descender un poco por la carretera ya completamente cubierta de nieve. Nos apresuramos en buscar un sitio donde montar la tienda antes de que el sol se despidiera hasta el día siguiente y la temperatura bajara radicalmente.

Después de un pequeño descenso, nos encontramos con el puesto fronterizo de Tayikistán  donde un soldado tayiko, con su traje militar de apariencia soviética, con un kalashnikov colgado del hombro y un gorro con pinta de ser muy cálido  nos levantó una destartalada barrera y nos pidió los pasaportes.

Tuvimos que registrarnos y rellenar formularios en los tres controles de la frontera. Se nos hizo de noche pero en el control de inmigración  nos dejaron un container para que pudiésemos dormir protegidos del frío extremo que hacia fuera. Acababa de ponerse el sol y el termómetro ya marcaba -13ºC.

Al día siguiente todavía nos tocaba bajar lo que habíamos subido en el día anterior, y nos encontramos por primera vez con los increíbles paisajes del Pamir…

…que parecían mantos cubiertos de blanco, con sus ríos helados…

…y la carretera parecía dirigirnos siempre a lugares incluso más bellos…

Cualquier sitio era bueno para acampar. Nuestros días terminaban una vez  dentro de la tienda de campaña,  cuando el termómetro llegó a marcar -30ºC, y la idea de salir fuera nos daba mucha pereza…

Aunque el hambre apretó y en ocasiones  nos obligó a pasar frío mientras cocinábamos…

Era imposible encontrar agua y por las noches teníamos que derretir nieve para poder beber o buscar bajo la capa de hielo…

…de algún río helado…

…pero la naturaleza gracias a sus manantiales a veces nos regalaba el agua que brotaba de la tierra, donde no se congelaba…

Los colores del invierno se nos han quedado grabados en la retina. Significaban frío cuando las nubes heladas parecían desmoronarse sobre el horizonte…

…pero !Qué gusto volver a notar el cambio de estaciones cuanto más nos alejamos del ecuador!…

…y contemplar estos paisajes tan hermosos y salvajes que nos hacen sentir la naturaleza en su estado más puro.

A medida que cruzábamos puertos todo se volvía mas árido, y aun haciendo el mismo frío no había rastro de nieve por ninguna parte…

En esta inhóspita y remota región de Tayikistán, el país más pobre de las antiguas repúblicas soviéticas,  no disponen de electricidad.

A la hora de la llamada al rezo en las mezquitas el almuédano llamaba a los fieles igual que siglos atrás…

Hemos llegado ya a Murgab  y en el mercado…

…toca reponer provisiones porque todavía no hemos hecho ni la mitad del camino.

¿Venís con nosotros?

¿Quién se atreve?

Os aseguramos, que lo mejor está  por llegar.