Encuentro con los rebeldes en el Congo. 1-12-2008
Un mail desde Rutshuru (R.D del Congo)
Kisoro -Uganda
No sabéis la pereza que me da escribir este mail, ya que por mucho que os cuente, no os podéis ni imaginar lo vivido la última semana.
Desde Uganda decidí volver al Congo, pero esta vez a la zona controlada por rebeldes. No estaba seguro y tenia algo de miedo, pero conseguí el contacto de alguien cercano al líder rebelde Laurent Nkunda.
Me plante en la frontera de Uganda con el Congo y el oficial en el puesto de inmigración de Uganda se me quedó mirando con cara de extraño y debiendo preguntarse ¿Qué se le habrá perdido a este ahí?
Una vez atrás la frontera de Uganda se me empezaron a poner de corbata. Tenía tiempo para dar la vuelta. No sé porque pero seguí adelante, y sin darme cuenta estaba ya en la República Democrática del Congo, en Kivu Norte.
Ahí estaban los primeros rebeldes a los que vi, armados hasta los dientes. Con sus lanza granadas y ametralladoras en bandolera. Los kalashnikov parecían hasta de juguete.
Mi contacto en el Congo me llevó a un mercado muy, muy agitado, pero no tan agitado como el camino que llega hasta allí, con rebeldes a los lados del camino y como ya os he dicho antes armados hasta los dientes. Muchos de ellos son todavía unos crios.
Mi estancia en el mercado no fue para nada fuera de lo normal, y parecía una visita cualquiera como en cualquier otro mercado africano.
Mi medio de transporte durante todo el trayecto fue una motocicleta de fabricación china, en la que íbamos en todo momento tres personas. Mi amigo congolés, cualquier conductor y yo.
De vuelta a la aldea en la que me estaba quedando, entre densa vegetación y bajo los pies de un volcán inactivo, me encerré en la habitación y no quería ni pensar en donde estaba.
Por las calles se veían muchos rebeldes y cada cual mas armado.
Un rebelde es un sucedáneo de humano, algo entre animal y bestia. Son incultos, son don nadie, pero una vez que pertenecen a un grupo y van armados, se sienten superiores. Han alcanzado algo. Posiblemente sea su sueño. Son unos payasos, para resumir.
Voy a dar una vuelta por la noche y a cenar, pero no tardo mucho en volver a mi habitación y encerrarme. Hablo con mi amigo congolés y le pregunto si será posible ver a Laurent Nkunda, a lo cual el me contesta que no habrá problema. Mañana va a dar un mitin en una aldea muy cercana.
Esa noche me costo horas dormir, y cuando me levante parecía como si todo fuera un sueño, pero no, es real y detrás de mi puerta se encontraba el Congo.
Finalmente me ducho con un cazo de agua fría, buscamos una moto y nos dirigimos al mitin del líder rebelde. ¡¡ EL GENERAL!!. Atravesamos caminos de arena roja entre bananareos y cabañas de barro.
El mitin se retraso horas y horas, y la cantidad de gente crecía por instantes. Era un mar de cabezas negras, y todo ese mar estaba rodeado por rebeldes.
Por fin apareció Laurent Nkunda, el general, como si del Mesías se tratara.
Bajo de su coche con las lunas tintadas, con una túnica blanca y se quedo parado manteniendo una posición estática, como diciendo: “mirarme todos, he venido a salvaros y mirar que guapo soy’.
¡¡ Otro payaso!!
La gente le dedicaba bailes, canciones, etc.
Finalmente cogió un megáfono y se puso a dar un sermón, del cual no me entere ni del Nodo.
Lo mejor de todo es que rompió a llover y estuvo un buen rato sin parar. Ojalá le hubiera caído un rayo encima.
Empezaba a anochecer y mejor era que encontráramos una moto para volver.
De nuevo lo mismo por la noche, horas para conciliar el sueño, y cuando me doy cuenta ya había amanecido.
Encontramos otra moto, pero esta vez a Rutshuru, pueblo donde tienen el cuartel general los rebeldes, los cuales se lo arrebataron al gobierno hace tan solo unas semanas, cometiendo una masacre de civiles.
Era domingo y las iglesias estaban a rebosar, y en una de esas iglesias, en la católica para ser exacto, estaba el nuevo gobernador, con el cual tendría que hablar para que me permitiera entrar en el hospital y hacer fotos.
Rechazó rotundamente mi propuesta y me dijo que me pasara por su oficina en lunes. Se dio la vuelta y ni me dedicó un hasta luego.
Decidí ir a un campo de refugiados no muy lejos de allí, quiero decir que siempre los tres sobre una moto.
No he visto nada más lamentable y triste en mi vida. Un océano de cabañas de paja y de plásticos se extendían a la largo del paisaje, tanto que no alcanzaba a ver el final de ése océano.
Darse un paseo por entre las cabañas es una forma muy fácil de conocer las historias. Todos tienen fe en ti, confían en que tú podrás hacer algo por ellos. Son almas perdidas. Muchos han perdido a todos sus familiares, no tiene nada, bueno, sí, fe en Dios. ¿Pero dónde esta Dios? Si existe y permite que todo esto pase, es porque es un canalla.
En el suelo de una cabaña me encuentro a un niño tirado en el suelo. No consigo arrancarle una sonrisa. Su mirada esta vacía. Me explica un señor que lleva muchos días sin comer. Los rebeldes asesinaron a sus padres y no le queda nada.
En el campo de refugiados todos son familia. Se cuidan unos a otros. Están todos juntos, en el mismo carro. Es ahí cuando se demuestra que cuanto menos tienes más das.
Ha sido un día duro y decido volver a la aldea, de nuevo por caminos de arena roja entre bananeros y rebeldes a los lados de la carretera.
Por la noche mientras cenaba, me encuentro a un grupo de cuatro rebeldes borrachos. Apestaban a alcohol y tenían con ellos las ametralladoras.
Mantenemos una conversación cordial, pero uno de ellos a veces era amable y otra agresivo. En una de estas que estaba amable nos levantamos y nos fuimos.
Es lunes, y mi intención era de regresar a Uganda, pero no antes sin ver el hospital de Rutshuru.
Cogemos otra moto, nos montamos los tres y empezamos el camino.
Hoy que es lunes se ve mucho más movimiento y los rebeldes van más armados que nunca. Seguramente no muy lejos de allí, hayan tenido lugar algunos enfrentamientos.
Al atravesar uno de los poblados que nos encontramos por el camino, el conductor de la moto se pone a pitar para que le abra hueco una muchedumbre que se agolpaba en medio del sendero. Aquí en vez de reducir la velocidad, aceleran. Sin darse cuenta se le cruza una mujer en el camino, a la cual arrolla y la mujer queda tendida en el suelo con la pierna sangrando. Mi amigo congolés yo fuimos a socorrer a la mujer, y cuando miro para atrás veo como toda la muchedumbre esta apaleando al conductor de la moto. Si no lo llega a sacar la policía de allí, lo matan.
No voy a entrar en detalles de como siguió la historia.
Encontramos otra moto y continuamos nuestro camino hacia Rutshuru.
El destino era la oficina del gobernador.
Era como la primera escena de El Padrino, donde todos le piden favores a Corleone. Allí estaba yo pidiéndole que por favor me autorizase a hacer unas fotos en el hospital. Se hizo de rogar un poco, pero finalmente accedió.
Que deciros del hospital. Todo lo que os diga es poco.
Enfermos de cólera, niños, mujeres y hombres mutilados.
Llevaba tan solo cuatro días en el Congo y ya no me acordaba que existe un mundo bonito. Tengo la suerte de que con mi pasaporte y mi dinero, alcanzar ese mundo bonito es fácil y sencillo, pero hay muchas personas que viven atrapadas en ese infierno.
Infierno es la palabra más apropiada para definir la vida de la gente que he conocido en estos últimos días.
Estoy convencido de que estos cuatro días cambiarán mi vida.
Haber visto todo esto y no hacer nada, seria convertirme en cómplice y eso es algo que no quiero.