Al otro lado del Mekong nos esperaba Laos, un país pobre y rural, donde el tiempo parece haberse detenido hace ya bastante.
Cruzamos el río Mekong desde Chiang Khong, al norte de Tailandia, en una sencilla barca de madera tambaleándose por el peso de las bicicletas.
Tardamos poco en olvidarnos de Tailandia, algo menos que darnos cuenta de que en Laos se circula por la derecha.
Tan solo unos cientos de metros separan estos países y su gente, pero el cambio real no se corresponde con la distancia.
Nuestro primer destino era Luang Prabang, a casi 500km de distancia.
No teníamos ni idea de lo que nos esperaba. Mejor así.
Después de llevar todo el día pedaleando bajo un sol abrasador por caminos de tierra, lo único que pensábamos era en poder pegarnos un buen baño en algún río.
Casi todo el día había trascurrido junto al río Mekong, con un agua no muy apetitosa, pero a esas alturas cualquier río nos valdría.
El mapa nos indicaba que pronto encontraríamos un afluente del río Mekong, el río Tha, y desde ahí tendríamos que seguir río arriba por otro camino de arena.
La luz del día nos avisaba que nos quedaban pocas horas de luz así que empezamos a buscar un lugar donde montar la tienda y ya nos daríamos una ducha con una botella de litro y medio de agua. Como casi siempre, al principio ningún lugar nos parecía idóneo, y finalmente dimos con el río Tha, que baja por un gran valle y por su lado oeste transcurre ese camino de arena y piedras que teníamos que seguir.
Una vez pedaleando por el valle, los sitios aptos para montar la tienda eran inexistentes ya que cada espacio que no fuera precipicio estaba habitado por alguien.
Cada vez quedaban menos horas de luz y los insectos empezaban a florecer por doquier formando masas compactas, y nosotros no veíamos fácil encontrar un lugar idóneo donde plantar las tiendas.
Yo pedaleando delante y Pedro detrás con una alforja agarrada con el brazo ya que se le acababa de partir. Nos cruzamos con una familia en un tractor, nos saludamos eufóricamente, pero de repente la cara de la mujer cambió radicalmente y empezó a gritarnos mientras señalaba detrás de mi, donde estaba Pedro.
Me giro y veo una serpiente de más de dos metros de largo cruzando entre los dos, con la cabeza levantada del suelo y deslizándose rápidamente para cruzar el camino.
No fue de lo más atractivo el cruzarnos con esa criatura mientras teníamos que buscar un lugar donde acampar.
Por fin a última hora y ayudados con la luz de una luna casi llena, encontramos un terreno llano donde parecía no habitar nadie. Ni las serpientes.