Con el zureo de las palomas me levanto y escucho tras la puerta de mi habitación como unos inquilinos rascan su garganta con fuerza para escupir alguna flema.
Estoy en un barato hostal en Dhuburi, donde tengo que hacer noche para coger al día siguiente una barca y atravesar el río Brahmaputra.
Quiero dejar las concurridas carreteras de Assam y sus camiones Tata.
De camino hacia Dhuburi, en medio de un atasco y encerrado entre dos camiones Tata, noté al frenar un suave empujón. El camión que venía detrás de mí chocaba contra mis alforjas y me hacia avanzar unos pocos centímetros, los justos para que mi transportín delantero quedara atrapado entre las ruedas del camión que estaba delante.
Al verme, dos muchachos vinieron corriendo en mi ayuda mientras le gritaban al camionero para que no avanzara, y rápidamente conseguimos sacar mi rueda y el transportín sin que sufriera ningún daño mayor. Solo le faltaba eso a mi pobre bici.
Sin duda, quería ir por carreteras más tranquilas, y al otro lado del río mi mapa me indicaba que allí las encontraría.
Por la mañana encuentro una barca atestada de gente que navega bajo la densa niebla que nos cubre cada día…
.
…tarda tres horas en cruzar los más de 10 Km que tiene de anchura el río, sorteando bancos de arena, alguna vez sin fortuna, teniendo el capitán y su ayudante, su hijo de ocho años, que bajarse al agua y empujar la barca ayudado por todos los pasajeros. Utilizamos largas varas de bambú que hincamos en el fondo del río.
Finalmente llegamos a la otra orilla del río, en el estado de Megalaya, y descendemos en una playa de arena blanca que contrasta con el sucio color del agua…
En la orilla los búfalos empujan a duras penas sus carros y varios hombres cargan a sus espaldas sacos de harina para subirlos a una barca.
Me toca empujar la bicicleta entre la arena, pero tardo poco en llegar a Phulbari.
Dos policías se me acercan y me preguntan que a dónde me dirijo.
Les digo que voy hacia el este, preferiblemente por la carretera más tranquila.
Me indican dos carreteras, y me alertan que por una de ellas he de tener cuidado con los elefantes salvajes.
– ¿A qué carretera se refieren?
– A la de la derecha.
Y a esa carretera me dirijo.
Es la que conduce a las colinas Garo, donde hace menos de 200 años los misioneros cristianos consiguieron convertir al 70% de su población. Hoy en día la mayoría de la población son devotos cristianos donde el saludo en su idioma es: “Alabado sea el Señor”.
Habitadas por la tribu Garo, de descendencia mongola, se instalaron en estas tierras hace 1.500 años en su camino desde el Tíbet por el río Bramaputra.
Me encuentro de repente en una comunidad de mayoría cristiana después de dejar atrás el estado de Assam de mayoría musulmana..
.
Los rasgos son totalmente diferentes, el idioma, el paisaje y el trato que recibo es excepcional.
La carretera atraviesa bosques tropicales, plantaciones de cocos y de anacardos, entre tierra arcillosa que su color rojizo aviva el paisaje, y alegres y concurridos mercados…
En sus leves pendientes me toca empujar la bicicleta , hasta que no consiga una nueva patilla para la bicicleta no puedo cambiar de marchas, y agotado, en la primera aldea pregunto por una iglesia o cualquier lugar donde montar la tienda que me proteja de la densa niebla.
La gente de la aldea me ayuda a empujar la bicicleta por un empinado camino de tierra hasta la iglesia católica.
Un hombre mayor me abre la iglesia y me dice que puedo montar la tienda ahí, cerca del altar, pero antes me invita a su casa de adobe y paja, con una hoguera en el centro del patio.
No me bombardean con preguntas, y esta vez soy yo, ayudado por un joven que habla bien inglés, el que les pregunto sobre ellos.
Se hace de noche y sentados alrededor de la hoguera, vecinos y familiares comemos arroz con lentejas, mientras me cuentan historias sobre sus antepasados y yo les cuento sobre mi viaje. El trato que recibo es completamente diferente al resto de la India, y me da la sensación de estar en algún lugar de África.
La niebla poco a poco se apodera de la noche y escucho como las gotas de agua empiezan a caer de las hojas de los cocoteros.
Finalmente, me acompañan a la iglesia donde monto la tienda alumbrado por una lámpara de queroseno.
Al día siguiente me levanto tranquilamente, sin curiosos que me griten para que salga fuera de mi tienda. ¡Es tranquilidad!.
Abro la puerta de la iglesia, y al poco tiempo las mismas personas con las que pasé la tarde anterior me esperan para desayunar.
Nos sentamos alrededor de la hoguera, mientras olisquea el suelo del patio el cerdo que llevan criando meses para sacrificarlo en Navidad.
Llega el momento de despedirse y el padre de familia me coge del codo mientras me da un fuerte apretón de manos, y me dice en inglés.
– ¡Merry Christmas!
Toda su familia y vecinos se despiden de mí.
Mientras bajo ya sobre la bicicleta por el camino de tierra que lleva a la carretera. Miro hacia atrás para despedirme una vez mas, y allí están, todos agitando sus manos y deseándome buen viaje.
Y la niebla de nuevo estaba ahí…
Yo no os deseo feliz Navidad, pero si felicidad los 12 meses del año. !!Feliz 365 días al año!!!!