Estuve o no estuve (en Paraguay)
Atracamos en el puerto de Concepción antes del amanecer pero yo seguí durmiendo hasta que el calor del sol me sacó de mis sueños. Ya no había nadie en el barco y en la proa, antes llena de mercancías, ahora estaba solo mi bicicleta.
Armé las alforjas y empujando la bici sobre unos estrechos tablones desembarqué y acabé en un descampado de tierra que hacía de muelle.
Las calles de la ciudad son un entramado de calles paralelas y perpendiculares; no veo a nadie caminando, son las calles vacías y solitarias de cualquier domingo caluroso en un país cristiano.
No llevaba recorrido ni un kilómetro cuando me encontré un hotel, que también era karaoke, y paré a preguntar el precio de la habitación, al cambio eran 5 €, ¡y tenía aire acondicionado!.
Me permití ese lujo y además aproveché para lavar toda mi ropa, poner a punto la bicicleta, cocinar a gusto en la habitación y disfrutar haciendo absolutamente nada.
El último mes en Brasil había resultado caluroso y húmedo, particularmente desde que entré en la región de Pantanal, y disfrutar de un lujo como es una máquina que respira aire caliente y expulsa aire frío era algo con lo que soñaba desde hacía tiempo.
El clima húmedo tropical acompañado de temperaturas sofocantes me habían destrozado, y sumado a la impaciencia porque llegase el ansiado invierno los días estaban acabando conmigo. Solo tenía en mi cabeza avanzar para dejar el calor y los trópicos atrás. Estaba ya cansado de encontrarme con paisajes muy similares y el desánimo empezaba a apoderarse de mí.
Llegué a Sudáfrica con ese mismo cansancio pero en ese mismo país, ya fuera de los trópicos, me encontré con paisajes completamente diferentes y me hizo olvidar por un tiempo lo mucho que necesitaba esos cambios.
Pero el barco desde África me había devuelto al corazón del trópico, a Salvador de Bahía, y eso era justo lo que no quería.
Sabía que me quedaba poco para por fin alejarme del clima tropical. Concepción estaba a tan solo 30 Km. del trópico de Capricornio, y mi aliciente no era solo cruzarlo, sino llegar lo antes posible a los Andes, a la Patagonia, o a cualquier sitio que pudiera enamorar de nuevo mi retina.
La falta de estímulos no era porque el paisaje no fuera admirable, que desde luego sí lo era, pero después de tantos años viajando me surgen algunos inconvenientes porque tengo la impresión de que no encuentro algo que provoque mi atención.
Paraguay fue uno de los países donde más lo sufrí, no solo porque es un país “en el que no hay nada que ver“, sino porque ya podía ver en el mapa el cono sur del continente con el que tanto tiempo había soñado.
Crucé los 600 Km. que me separaban de Ciudad del Este, que hace frontera con Brasil, en apenas 5 días.
Estaba abrumado y hastiado, avanzaba con la mente puesta en llegar y pasaba todo ante mis ojos sin verlo, estaba condenado a no disfrutar y el tedio hacía mella en mi ánimo.
Pero, todo es parte del viaje. No se puede estar todos los días igual de entusiasmado y estos dilemas te dejan en el mundo real, y parece que todo se desmorona.
Hice una parada en lo que decían era uno de los lugares más bonitos de Paraguay: la laguna Blanca. Para mí una pequeña laguna como cualquier otra, en un día además con mucho calor y humedad, y donde en otro momento hubiera parado varios días pero que no tardé ni un solo día en volver a montar todo sobre la bicicleta y seguir rumbo a Brasil.
Con esta mentalidad estaba condenado a no disfrutar del país, pero no podía ni quería exigirme más. Era lo que era y me sentía como me sentía.
Desde hacia tiempo venia hablando con Albert Sans, un amigo ciclo viajero que también andaba por Paraguay. Pensaba que nunca le alcanzaría ya que llegó más de año antes que yo a Brasil, también en un barco a vela pero desde las islas Canarias, y ahora por fin le tenía muy cerca.
En las antípodas de mi ritmo actual de viaje, él había tardado en hacer más de un año lo que yo había hecho en poco más de dos meses.
Me ilusionaba coincidir con otro viajero y compartir kilómetros con él, y aunque sabíamos que no duraríamos mucho por nuestros ritmos tan diferentes,hablamos para encontrarnos dentro de una semana en las cataratas de Iguazú.
Llegué a Ciudad del Este y salí tal y como entré, sin sellar mi pasaporte en una de las fronteras más transitadas que he estado nunca, y la más rápida que he cruzado también.
Y yo me fui con la misma sensación que debería sentir mi pasaporte, sin quedar constancia de nuestro paso por Paraguay, me fui con esa sensación: la de no haber estado.