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Author: Javier Bicicleting

Islam, ramadán, Pakistán

Islam, ramadán, Pakistán

No es que en la India traten a la mujer de una manera más justa, pero no deja de impactar que nada mas cruzar la frontera la mitad de la población ande escondida en sus casas o esté bajo burkas…

La religión es la excusa perfecta para someter al más débil, en este caso la mujer…

El constatar de nuevo esta realidad ha sido la parte más triste del viaje.

Pakistán, como país islámico, lo considero un auténtico paraíso para viajar, ya que su religión predica la hospitalidad, y aquí se toman la religión de una manera muy seria.

Cruzamos desde la India en el ecuador del ramadán, cuando las noches estaban alumbradas por la luna llena, lo que significaba que todavía quedaban dos semanas para que se acabase ese infierno, y más si viajas en bicicleta en época de verano, cuando los días son más largos y el calor aprieta más fuerte y nos toca hacer la dieta del ramadán.

Beber en público no está bien visto, y al atardecer cuando las familias se reúnen para rezar…

 …

…y celebrar el fin de otro día, en el que se ha cumplido el compromiso con Dios de hacer ayuno desde el amanecer hasta el atardecer, algo tan simple como beber un poco de agua se convertía en un autentico placer…

El mes del ramadán no consiste tan solo en ayunar, sino también en mostrar generosidad. Se reza por los demás, se ayuda al que más lo necesita, y toda esa espiritualidad se se siente durante todo el día, y más cuando eres un invitado en su país.

Aun así, lo mejor de todo fue celebrar el fin del ramadán con la fiesta de Eid Mubarak, un día festivo donde las familias se reúnen en las mezquitas…

…y por nuestra parte celebramos que ya no tocaba comer a escondidas, y que podíamos pegarle un buen trago a la botella de agua cuando el sol estaba justo encima de nuestras cabezas.

Desgraciadamente en Pakistán hemos perdido demasiados días tramitando visados, lo que nos ha mermado mucho el tiempo que queríamos dedicar a recorrer el país. Finalmente, el norte y sus montañas ha sido el lugar elegido en nuestro camino a China.

En Pakistán se encuentran posiblemente las montañas más bellas del mundo y donde puedes ver que sus glaciares bajan casi hasta la carretera…..

 

…pero siguen estando llenos de colores…

La carretera del Karakorum, que teníamos que recorrer para atravesar de nuevo el Himalaya, hasta llegar a China, no sería un camino de rosas. Nos acompañó el mal tiempo que nos privó de las vistas de las cimas de las montañas…

La carretera discurre por uno de los márgenes del río, pero en el 2010 un desprendimiento lo bloqueó y se formó un lago que hoy sepulta la carretera bajo sus aguas a lo largo de más de 20Km…

…y ahora el único modo de salvar ese obstáculo es atravesarlo en barca…

 

Con escolta de camino a Gilgit

Con escolta de camino a Gilgit

Mientras esperábamos a conseguir, en Islamabad, los visados de China, Kyrgyzstan y Tajikistan, justo 5 días antes de Eid Mubarak, el día que los musulmanes celebran el fin del ramadán, un grupo de hombres armados bajaron de un autobús a 25 chiítas y los fusilaron a plena luz del día. Unas horas más tarde los talibanes de Pakistán se hacían responsables de los hechos.

Esto ocurría en la carretera del Karakorum, a pocos kilómetros de Gilgit, de mayoría chiíta.

Y a Gilgit nos dirigíamos nosotros en nuestro camino hacia China, pero el ejército pakistaní cortó la carretera y declaró un toque de queda para evitar mayores derramamientos de sangre.

En su gran mayoría la población de Pakistán pertenecen a la rama sufí, aunque hay regiones donde los chiítas y otras ramas del islam son mayoría, como por ejemplo Gilgit, que pertenece a la región de Gilgit-Baltistan.

La  carretera estuvo cortada mas de 10 días, lo que alargó nuestra espera en Islamabad.

Finalmente, el día 24 de septiembre, el ejército tras garantizar la seguridad de la carretera, volvió a abrir el tráfico, pero ahora todos los vehículos viajarían con extrema precaución.

A la ya tensa situación, en la que por la noche los vehículos estaban obligados a viajar en convoy, escoltados por el ejército, ahora en cada vehículo, ya fuera de día o de noche, viajaría con un soldado, además de la escolta con patrullas permanentes que proporcionaban desde las afueras de Islamabad, en el distrito donde supuestamente asesinaron a Bin Laden, hasta la entrada en Gilgit, 600 Km más adelante.

Se notaba tensión, y lo pudimos comprobar cuando al autobús, en el que nos obligaron a viajar,  le reventó  una rueda  y la expresión de las caras de los viajeros mostraban algo más que sorpresa. Se asomaban por la ventana y al comprobar que la explosión era provocada por el reventón de un neumático empezaron a decirnos que no pasaba nada y todo el mundo nos decía que nos nos preocupáramos.

Cada vez que bajábamos nos acompañaba un soldado, que era nuestra escolta…

 

Tras varios pinchazos, infinitos controles y largas esperas por los convoyes, llegamos después de 24 horas de viaje a Gilgit.

Eran las once de la noche y la ciudad estaba completamente a oscuras y con la sola presencia de las fuerzas de seguridad.

El autobús nos dejó en las afueras, y en hostal donde queríamos alojarnos estaba a 6 Km, en pleno centro, y los militares no nos dejaron continuar.

Insistimos en que nos dieran alguna opción, por si nos pudieran escoltar por las oscuras calles de la ciudad, pero nos dijeron que no era posible.

Como siempre, tan hospitalarios y preocupados por satisfacer siempre al invitado, nos buscaron una solución.

Nos subieron en un autobús lleno de soldados , en la que en cada asiento se asomaba la mira de un kalashnikov.

Entre varios soldados y yo empujamos rápidamente la bicicleta de Natalia por la puerta, un soldado le dio su fusil a Natalia para que lo sujetara.

Como si se hubiera olvidado de él, ya sentados en el autobús, Natalia estaba sentada con la ametralladora sobre sus piernas.

Nos dicen que ahora estamos completamente a salvo. Solo hace falta mirar a nuestro alrededor donde con cada cabeza se asoma una metralleta.

El autobús paraba a recoger a los soldados que hacían guardia en las calles lo que hacía que después de cada parada quedase menos sitio en el autobús.

De repente, nos indican  que tenemos que bajarnos,que ya estamos en el hostal donde nos queremos alojar.

La calle esta totalmente oscura y solo la alumbra las luces del autobús.

Con prisas bajamos las bicicleta y las alforjas. Se despiden rápidamente y con el autobús ya en marcha tirando la ultima alforja nos señalan un callejón en la oscuridad, donde supuestamente esta nuestro hostal.

El autobús se aleja y nos quedamos solos  en medio de la más plena oscuridad.Sin negar que estábamos un poco acojonados.

Hemos pasado de sentirnos las personas más protegidas del planeta, a las más desamparadas. Los prejuicios y la imagen que los medios de comunicación hacen de este país están haciendo sus efectos.

Empujamos las bicicletas y con la luz de ellas nos dirigimos, entre ladridos de perros, hacia el callejón. Nos abren un portalón y en medio de la oscuridad alguien nos invita a entrar en lo que será nuestro refugio. Nos dan de cenar y comprobamos que los lugares no son tan peligrosos como nos hacen ver.

Al día siguiente y ya con la luz del sol pudimos pasear por sus calles desiertas y con todos los comercios cerrados…

Sin la presencia militar, que era más que notoria, la impresión que tuvimos era la de estar paseando por un pueblo deshabitado, pero había algo que nos hacía sentir la presencia de la gente.

Al día siguiente por la noche mientras cocinábamos en el jardín del hostal, escuchábamos ráfagas de tiros que sonaban no muy lejos.

Bienvenido a Pakistán

Bienvenido a Pakistán

A pesar de que fue hace poco más de 60 años que la India y el Pakistán dejaron de ser un mismo país, hoy son dos grandes enemigos con varias guerras entre ellos.
El único paso fronterizo entre la India y Pakistán está en Whaga, a medio camino entre Amritsar y Lahore, en pleno corazón del Punjab,  el que  ha sido el camino que más refugiados y desplazados por una guerra  jamás ha visto pasar.
Hoy en día, al cerrar la frontera cada tarde,  se realiza una extraña celebración, en el que cientos o miles de personas, se reúnen para animar cada uno a su equipo: su país.
Soldados de cada país se enzarzan en un ridícula ceremonia en la que al bajar la bandera y cerrarse de un portazo los portalones que separan las dos naciones, se dan la mano, y así se despiden hasta el día siguiente que harán exactamente lo mismo. Es difícil saber si están de broma o demasiado en serio.
Los espectadores del lado indio gritan: ¡Vida la India!, en el lado pakistaní solo se ven hombres y gritan: – ¡Larga vida a Pakistán! ¡Alá es grande!
En el lado indio la afluencia es mucho mayor. Hay puestos de comida rápida y refrescos,  vendedores ambulantes que intentan vender banderas de la India, DVD,s de la ceremonia, palomitas y cualquier cosa a la que alcance tu imaginación.
Luego,para volver a Amritsar hay que sufrir un atasco por las miles de personas que allí se han desplazado. Y si en la India hacen falta dos indios para crear atasco, imaginaros cuando hay miles.
Al día siguiente tuvimos que regresar a la frontera, esta vez con las bicicletas, pero no para ver la ceremonia, sino para cruzar a Pakistán.
Costaba reconocer el paso fronterizo ya que ahora estaba desierto, solo se veían las caras de los pocos soldados que allí había, los de inmigración, y la gran fotografía de Gandhi que te daba la bienvenida en la India.
Al otro lado, en Pakistán ,era la foto de su fundador, Muhammad Ali Jinnah.
En el lado pakistaní nos reciben con los brazos abiertos, nos hacen sentir bienvenidos, y nos miman por ser de los pocos extranjeros que se aventuran  a entrar en su increíble y maravilloso  país, además de practicar uno de los pilares de su religión,  el islam, que es la hospitalidad.
Saben que la reputación de Pakistán es fatídica gracias a los medios de comunicación, pero por estadística, por ejemplo, los Estados Unidos son un país mucho mas peligroso donde viajar, en el que las muertes por armas de fuego son 5 veces más que las muertes relacionadas por terrorismo en Pakistán, aun así, los medios de comunicación  nos hacen creer todo lo contrario.
Y así es , una vez en Pakistán todo el mundo para a saludarnos, a invitarnos a sus casas y a darnos la bienvenida a Pakistán.
Si quieres colaborar, un empujoncito…

Si quieres colaborar, un empujoncito…

Después de dos años y más de 23000 kilómetros recorridos, el viaje en bicicleta continúa según lo previsto aunque un poco más lento de los esperado debido a problemas burocráticos y por ser incapaz de dejar de ver algunos sitios.

Actualmente me encuentro en Kashgar, China, después de cruzar el Himalaya por cuarta vez, dejando atrás Pakistán para adentrarme en la ruta de la seda, que continuaré por las antiguas repúblicas soviéticas, en los meses más frios del año.

Calcúlo que no llegaré/pasaré  por Madrid en menos de un año, todo dependiendo de mi situación económica, que sobre mi bicicleta no pinta del todo bien.

Para  dar la oportunidad a aquellos que quieran  colaborar con el proyecto, he puesto en venta ampliaciones de fotos para financiar el viaje y poder seguir adelante.

Las fotos ampliadas serán envíadas a la dirección que me indiques, y de esta manera me ayudarás a hacer muchos más kilómetros.

Os agradezco vuestra ayuda y gracias a vosotros espero poder seguir con este proyecto mucho tiempo más.

Para más información o comprar una foto ampliada pincha sobre la fotografía.

Si quieres comprar una foto


Darra, el mercado del plomo talibán

Darra, el mercado del plomo talibán

Hay kalashnikov con cachas de madera en los escaparates, talleres fresadores de granadas y toda variopinta clase de armas imitadas en Darra.  En este pueblo pakistaní fronterizo con Afganistán está uno de los mayores supermercados de armas del mundo. Todo un polvorín que se sofistica día a día y al alcance de varias guerrillas islamistas que hostigan al ejército pakistaní y a las tropas de la OTAN.
Al ruido de las armas es continuo en Darra. Sólo el canto del muecín marca el descanso en el tiroteo, la jornada de trabajo.
En Darra, este pueblo de Pakistán en la frontera con Afganistán, las armas son un modo de vida. Es el supermercado del plomo, un polvorín al alcance de los terroristas más peligrosos del globo.
Me dirijo a Darra desde Peshawar en la parte trasera de un coche, por caminos polvorientos,compartiendo asiento con un hombre de negocios pakistaní que me dice vivir en Kuwait.Eufemismo que convenimos para llamar a un traficante de armas que viaja a Darra a por unas cuantas cajas con las que hacer negocios.
Por la ventana observo bestias tirar de carros, mujeres con burka acompañados por familiares esperando en la cuneta de la carretera.
Hay quien puede confundir Darra con uno de esos tipismos asiáticos para turistas. No es Darra lugar para turistas a pesar de sus escaparates con anticuados kalashnikov con cachas de madera. Eso sí que es un show para turistas o cazadores de extrañezas. Cierto que todo comenzó con la extraordinaria habilidad de estos artesanos del acero, la fresadora y el plomo de la frontera noroeste de Pakistán. Al lado siempre han tenido un buen cliente. Los pastunes afganos, uno de los pueblos más belicosos de la tierra.

Pero aquí, como en toda esta región estratégica, la huella de la vieja guerra rusoafgana de los años 80 no dejó las cosas iguales. En 1988 explotó el polvorín de Ojhri en Rawalpindi, no lejos de la capital Islamabad. Allí guardaba el servicio secreto pakistaní y la CIA su arsenal para armar a los muyaidines en su guerra santa contra los comunistas de la URSS.
Tras la tragedia, los artesanos de Darra se acercaron a compran los restos como chatarra. Allí adquirieron material y conocimientos que supieron aprovechar. La frontera no ha dejado de ser un coladero de todo tipo de material en dirección a Afganistán. Hoy las cosas son aún más peligrosas que en los años 80.
En Darra se hacen los míticos fusiles de asalto kalashnikov, pero también sistemas más sofisticados de armas, perfectos para la guerra de guerrillas que mantienen los islamistas contra la coalición internacional en Afganistán.
Por supuesto que los guerreros barbudos no bajan hasta Darra a por sus cajas de armamento. Esos hombres de negocios se encargan de trasvasar el
armamento más allá de Peshawar,ciudad Pakistaní cercana a la frontera afgana. En cualquier caso, la zona, como tantas tras del extenso Pakistán, está realmente en manos de una organización integrista llamada Lashkar-e-Jhangvi, a la que los servicios secretos occidentales vinculan con Al Qaeda.
No es casualidad que esta ruta hacia Afganistán desde los puertos pakistaníes, vital para abastecer a las fuerzas de la OTAN, sea presa de ataques continuos integristas. La mancha integrista y rebelde contra el estado pakistaní se extiende.
Sólo el muecín consigue hacer callar el estrépito de las armas automáticas que se prueban sin control alguno en las afueras de la ciudad.
Tenderetes con kalashnikov,  misiles stinger (mortíferos artilugios tierra-aire de invención norteamericana) escondidos en las trastiendas. Y uno ve a las mujeres tapadas por burkas y la miseria, digna pero miseria en las calles, y se pregunta a dónde va a parar tanta guerra y tantos fajos de billetes que se intercambian en Darra, el supermercado de las armas.
Viajar como un paria en la India

Viajar como un paria en la India

Un 6 de diciembre entraba en la India desde Nepal. La primera impresión no fue muy fuerte ya que llevaba 2 meses en el subcontinente indio, y aunque Nepal sea un país mucho menos impactante que la India, había muchas similitudes entre ambos ellos que hicieron de mi entrada en la India algo placentero.
Llegaba con muchas ganas, no era la primera vez que lo visitaba sino la tercera, y las ocasiones anteriores las recordaba como experiencias inolvidables. Lo recordaba como un verdadero viaje, donde cada día era completamente diferente al anterior, como un lugar donde todo era posible y a lo largo del día te sucedían tantas cosas que te costaba recordar lo que era de ayer o era de hoy.
Me acordaba de grandes sensaciones con el olfato. Olor a masala, incienso y también el olor de las cloacas y las aguas residuales, todo ello impregnado con un índice  altísimo de  humedad ya que siempre lo había visitado en época del monzón.
Recordaba mucha vida en las calles. Cosas extraordinarias que con el paso del tiempo se convertían en algo cotidiano. Cosas que al principio me llamaban enormemente la atención con el paso del tiempo dejaban de hacerlo, pero que inconscientemente mi mente no dejaba de percibirlo.
El simple hecho de ver vacas por las calles en medio de un tráfico infernal con los vehículos intentando sortearlas utilizando  sus estridentes bocinas que parecían sacadas de atracciones de feria, no era menos peculiar el gesto con el que parecían responder moviendo la cabeza de un lado a otro para decir que sí.
Podría recordarlo incluso como si estuviese viéndolo en una película. Una película surrealista, pero a la vez parodia y con toques de humor. De cuentos de princesas, bailarinas o dioses con cabezas de elefante.
Los personajes que en ella aparecían eran pintorescos.
La música era una parte muy importante del guión al igual que los colores de los escenarios.
Lo recordaba como un país en el que viajar resulta muy fácil. El transporte público llegaba a cualquier lado desde cualquier lado y los precios eran muy baratos.
Había trenes a cualquier destino, y en casi todos los lugares de interés turístico había alojamiento barato y decente donde era muy fácil conocer a otros viajeros y si querías podías aislarte y vivir en una burbuja ajeno a la realidad.
Desde luego, sabía que la percepción que iba a tener de la India al recorrerla en bicicleta iba a ser muy distinta, pero los recuerdos que estaban ahí y muy vivos; tan solo tenia ganas de volver a entrar en la India para volver a sentirme zarandeado por ese vértigo que  producen esas sensaciones que solo te puede ofrecer este país, del que se dice que todo es posible.
El primer cambio que noté al cruzar desde Nepal fue encontrarme de nuevo con la miseria extrema de la India. En medio de un pequeño pueblo nada mas cruzar la frontera estaba rodeado de niños sucios y descalzos pidiéndome dinero, algo que hasta entonces no me había ocurrido desde que comencé este viaje.
Al recorrer la calle principal del pueblo en busca de un cajero donde hacerme con unas rupias antes de emprender mi camino hacia el Sikkim, tuve que sortear una infinidad de rickshaws, camiones Tata o peatones que surgían de cualquier lado.
Olía a fritanga de los puestos de samosas, a incienso de los pequeños templos en los que adoran a sus cientos de mieles de dioses, a humo de camiones, a cigarros biri, a aguas residuales estancadas en cualquier rincón del pueblo, a masala, y en esa época del año cuando justo había terminado el monzón, una leve brisa del norte traía un aire fresco de entre las plantaciones de arroz.
Estaba en el estado de Bengala occidental.
Ahora mi medio de transporte no era ni el tren ni el autobús, sino una simple bicicleta, el medio de transporte de los parias de la India, el de las castas más bajas.
La India, un país donde por cultura no se tiene nada de inquietudes ya que en esta vida en la que nos hemos reencarnado hemos nacido para hacer lo que ya estaba escrito, salirse de las normas que la religión y sociedad han dictaminado es algo inimaginable, era algo que hacia muy difícil a sus gentes entender que yo haya abandonado mi vida de bienestar para viajar sin rumbo en un simple bicicleta, y no en moto u otro transporte de gente con dinero.
Si viajaba en bicicleta era porque no tenia dinero para hacerlo en otro medio de transporte, y si viajaba solo era porque mi familia y amigos me habían abandonado, rechazado y castigado con la condena más aborrecible que es la soledad, por algo que yo había hecho. Para ellos el estar solo  no es una elección propia.
Yo no llevaba collares ni anillos de oro para diferenciarme de las castas mas bajas, y muchas veces sentí la hostilidad por ser considerado de casta baja.
En un país superpoblado era casi imposible disponer de un espacio donde  no fuera observado por decenas de curiosos donde la pregunta estrella que se repetía, día tras día, era cuanto valía mi bicicleta, el por qué viajaba solo, por qué no tenía amigos, y por qué no viajaba en moto. Ninguna de mis respuestas fue satisfactoria.
Tuve la suerte de adentrarme en los estados del nordeste de la india, los estados tribales, donde otras religiones habían borrado muchos de los prejuicios de una sociedad extremadamente cerrada y conservadora como es la India.
Misioneros cristianos llegaron al estado de Megalaya, al otro lado del río Bramaputra, a principios del siglo pasado para evangelizar a sus poblaciones indígenas. Trajeron sus cosas buenas  y sus cosas malas.
Los rasgos de la gente eran diferentes. Sus orígenes provienen de pueblos del Tíbet, que tras cruzar la cordillera del Himalaya y descender por el río Bramaputra se asentaron en las colinas de Garo y Kasi. Sus rasgos eran mongoles  y su cultura y costumbres cambiaban las escenas del día a día.
Me sentía invitado y respetado, y ahí tuve la suerte de conocer al Padre Marzo, un misionero salesiano navarro que lleva más de 60 años en la India y que me acogió en su misión durante bastantes días, donde me mostró los problemas que azotan la zona, y gracias a él pude hacer un interesante reportaje sobre unas minas de carbón y las consecuencias de vivir en una tierra rica en recursos, pero llena de pobreza e injusticias.
Al salir del estado de Megalaya, adentrándome en el estado de Tripura, de nuevo hinduista, volví a encontrarme con el problema de las castas. Al estar mi cara cubierto de polvo negro de los camiones que llevaban el carbón parecía un vagabundo, y un policía vino corriendo hacia mí con caña de bambú en mano con intención de azotarme, pero tuve la suerte de que se diera cuenta que era un extranjero y por ello  solo me llevé una leve reprimenda .
En la India me he encontrado con la gente mas antipática del continente, parece que les cuesta sonreír y ser amables.
Al contrario que mis primeros viajes a la India en los que me trasladé en transporte público de aldea en aldea, de hostal en hostal y viviendo en una burbuja; está vez me sumergí en las capas más profundas de su sociedad, aquellas a las que un turista normal suele ser ajeno.
La oportunidad que me brinda acabar en una pequeña aldea en medio de Bihar o de Uttar Pradesh  donde no hay ni autobuses ni trenes que los conecte con ese mundo emergente de las ciudades de la India, con sus estrellas de cricquet y películas de bollywood, me encontré con gente mas humana.
Allí donde había un poco más de riqueza, y a la vez desigualdad, es donde las castas se manifiestan y están más presentes.
El paria que labra la tierra, y el gordo con anillos de oro que apoyado en su moto bajo la sombra de un árbol me llama con un tono de desprecio para que me acerque.
Tiene los dedos llenos de anillos de oro, una tripa que no le permite verse los pies y una arrogancia que no le deja ver mas allá de su nariz.
No me pregunta ni como me llamo, ni de donde vengo. Me pregunta cuanto vale mi bicicleta y si estoy haciendo unas fotos, qué cuánto vale mi cámara.
El paria me trata mucho mejor que el arrogante de casta alta y aunque ninguno de los dos suele ser muy hospitalario, ya que el viajero errante solo transmite interrogantes e inseguridad, me ofrece un trato mucho más cordial.
Aunque haya sido mucho más duro viajar en bicicleta que en transporte público, este medio de transporte me ha dado la oportunidad de adentrarme en una sociedad tan cerrada que normalmente solo te permite alcanzar a ver sus capas mas superficiales, pero aun así todavía me quedan muchas más capas por conocer.
Adentrarse en ella ha traído decepciones, pero conocimiento de lo que el ser humano es capaz de hacer y aprender lo estúpido que es el ser humano.
Viajar en la India es como viajar en el tiempo. Gran parte de su población vive anclada en el pasado.
La diferencia entre un estado a otro es abismal, al igual que de las ciudades a las zonas rurales.
Pero seguramente lo que peor impresión y mal sabor de boca me ha dejado de la India es la manera de conducir de la gente.
Dicen que la manera de conducir refleja la forma de ser de las personas.
En la India, la manera de conducir es agresiva y sin ningún tipo de consideración por el resto de personas.
Desgraciadamente, esa manera de conducir refleja muy bien la manera de tratarse entre unos y otros, muchas veces, sin ningún tipo de respeto y consideracion.

Aun asi no me voy con un mal sabor de boca de la India, ya que este país me ha dado la oportunidad una vez más de viajar al pasado, con su vibrante historia,  y un desconcertante futuro.

La historia de esta civilizacion milenaria, la unica civilización antigua que sigue viva hoy en día, esta impregnada de cosas que a lo largo de siglos ha ido aceptando pero siempre manteniendo sus costumbres.

El amor de la la India por preservar la historia y resquicios del pasado no solo se plasma en como ha conservardo las cosas mas vanales de una de sus últimas épocas como colonia del imperio  británico.

Y me quedo también con la gente que me he encontrado por el camino y ha hecho que confíe un poco mas es este país y en su futuro. Es la gente que se ha volcado conmigo y me ha ayudado en todo lo que han podido, y aunque sea un pequeño porcentaje, en cantidad no han sido pocos.

Estas líneas las escribo desde Pakistán, donde el trato de la gente es justo lo contrario. Adoran a los viajeros ya que el islam se extendió gracias a ellos, y no hay día en que no me sienta bienvenido  e invitado en este maravilloso país con su increíble hospitalidad.

Lo siento, pero no he podido evitar la comparación.

Galería de fotos segunda parte de la India.

Dejando atrás el Himalaya

Dejando atrás el Himalaya

Y aquí se acaba una de las etapas más bonitas del viaje.

En Ladakh nos hemos encontrado con esos aires limpios y puros que tanto se echan de menos en el resto de la India.

Espacios abiertos donde fácilmente puedes montar tu hotel de 1000 estrellas…

…y no dormir tan solo en uno de 5 estrellas…

… ríos con agua cristalina donde lavarse y cielos estrellados para pasar horas observándolos…

Gente increiblemente amable, y una religion antigua y fascinante como el budismo…

Para abandonar Ladakh todavia quedaba recorrer la carretera hasta Srinagar, la capital de Cachemira, una de las zonas más militarizadas del mundo en disputa entre dos potencias nucleares, la India y el Pakistán,  y gracias a ello hemos tragado polvo y humo como campeones con  los incesantes pasos de  convois militares, pero una vez más, el ejército Indio nos ha vuelto a sorprender con su hospitalidad.

A medida que avanzamos hacia el oeste el paisaje iba cambiando muy lentamente, a la velocidad que te permite observar yendo en bicicleta, con un muy fuerte viento en contra que nos ha acompañado todos los días.

Con cada puerto superado de las tierras áridas y desérticas de Ladakh…

…se covertían en algo más verde…

…un cambio fácil de apreciar con el paso de los días.

Cruzábamos pueblos medievales, donde el tiempo parece haberse detenido hace siglos…

…con muestras de su identidad moldeadas por su religión, el budismo…

Cuanto mas al oeste y alejándonos del altiplano, no solo cambiaba el paisaje, también su religión. El islam se abre paso y los rasgos de la gente dejaban de ser rasgos mongoles. Las migraciones del oeste, de oriente medio, trajeron nuevos pueblos y con ello, su cultura y religión…

Nos cruzamos con el pueblo balti, musulmanes de la rama chiita, mucho mas moderada que el islam suní, que llego a esta zona aislada del Himalaya por estudiantes del islam provenientes de la antigua Persia, hoy en día Irán.

Su enorme hospitalidad  nos ha cautivado.

Rápidamente a la misma velocidad que el verde aparecia cubriendo las montañas se nos aparecía gente con rasgos muy poco típicos de las montañas  y que habitaban cabañas improvisadas de plástico…

Eras gitanos de la provincia de Jammu que vienen a trabajar como pastores en los verdes prados que se abren justo en las puertas de Cachemira, tan solo los meses menos fríos del año…

Y casi sin darnos cuenta, después de  superar el último puerto, el paso de Zogila…

…el paisaje cambió drasticamente y vivimos uno de los cambios geográficos mas grandes del mundo.

A un lado todavía en la meseta tibetana la tierra solo da hierba,al otro, el paisaje es alpino y todo vuelve a estar lleno de vida…

Hace mas humedad y al bajar por fin después de 2 meses siempre a mas de 3000 metros de altura los pulmones se nos llenaban de oxigeno y las pedaladas eran mucho mas fáciles. Tanto que los últimos 60 kilómetros para llegar a Srinagar, con un fuerte viento en contra, nuestra velocidad era de 30km/hora.

Y ahora nos despedimos del Himalaya hasta dentro de unas semanas, cuando lo volvamos a cruzar de sur a norte pero esta vez en Pakistán.

Salvados por el ejército

Salvados por el ejército

Para ir desde el lago Pangong al valle del Nubra teníamos dos opciones, la primera y más segura era deshacer el puerto de Chang La (no muy apetecible, la verdad), y aunque fueran más kilómetros era la única opción fiable, y según habíamos escuchado la única posible. La segunda opción  era seguir un camino/carretera de uso militar, solo transitable en invierno, cuando las aguas heladas del río Shyok se pueden cruzar.

Ahora, en época de deshielo, los ríos bajan con caudales enormes; sus cuencas  se abastecen del agua de los glaciares del Himalaya y alcanzan su máximo nivel. Su color ahora no es cristalino, sino de un oscuro marrón grisáceo por todo lo que arrastran en su camino.

Nos habían avisado que era imposible llegar al valle Nubra, pero aun así, y desconfiando completamente de lo que una persona local te pueda aconsejar, decidimos seguir el río Shyok y esperar a que estuvieran equivocados… como casi siempre lo suelen estar.

Aunque no pudiéramos pasar, el paisaje que nos regalaba el camino que corría en paralelo a un arroyo de montaña y a los pies de un estrecho desfiladero era merecedor del sufrimiento que tuvimos que pasar con las grandes pendientes para evitar las zonas intransitables y flanqueadas por grandes acantilados …

…..y nos encontramos con paisajes tan agrestes como impresionantes…

No vimos un solo vehículo durante la primera jornada.

El segundo día la carretera continuaba igual de desierta y seguimos sin ver una sola persona. El paisaje se volvió aun más inhóspito y nos daba la sensación de encontrarnos en la luna. Rocas enormes salpicaban el horizonte bajo imponentes cimas sin un solo rastro de vida. No había nada de vegetación a la vista a pesar que el río bajaba cargado de agua. Desapareció el asfalto y continuamos por caminos de piedras…

. … cargándose los músculos de los brazos y espalda, intentando mantener el equilibrio cuando las ruedas acababan entre pedrusco y pedrusco.

No nos quedaba nada de comida y el agua potable se nos estaba acabando. El agua color marrón grisáceo del río no era muy apetecible ni parecía saludable, pero en el peor de los casos era la que nos iba a tocar beber.

Un trecho más adelante no fuimos capaces de distinguir por donde seguía el camino. Perdimos su rastro justo donde debía cruzar el río.

Desde esta orilla no eramos capaces de ver si el camino seguía o simplemente había sido devorado por el agua.

Sin pensármelo me fui hacía el río con la intención de cruzarlo empujando la bicicleta.

– “Creo que deberíamos probar ante sin las bicicletas”, dice Quico, que se ofrece a pasar primero para ver si por lo menos hacemos pie en la parte más profunda.

¡Gracias Quico!, porque sino mi bici hubiera bajado haciendo rafting hasta el Pakistán. El agua bajaba con fuerza y el ruido era ensordecedor.

Quico, se adentró en el río para pasar a la otra orilla, y cuando me doy cuenta el agua ya le cubría por encima de la cintura y el agua bajaba con tanta fuerza que casi se lo llevó. Consiguió cruzar, pero el camino volvía a desaparecer bajo el enorme torrente de agua que lo volvía a cruzar, así que tocaba cruzarlo  de nuevo. Esta vez lo hizo nadando.

Desde nuestra orilla y de bastante lejos, Natalia y yo tan solo veíamos a Quico nadando de un lado a otro. Solo le falta ponerse a correr para hacer triatlon, pensábamos Natalia y yo.

Salió del agua y se puso a andar. Le vimos desaparecer un buen rato tras una pared de rocas y nos hizo pensar que estaba buscando alguna manera para cruzar el río con las bicicletas. Había que intentarlo como fuera, porque no teníamos comida y el pueblo mas cercano  lo habíamos dejado atrás hace dos días.

Muy a lo lejos escuchamos un motor, aunque no tardó en desaparecer ese ruido que parecía  ser un espejismo.

Volvimos a ver  a Quico intentando volver nadando por la parte más remansada  del río hacia nuestra orilla y al rato mientras se peleaba con la corriente, vimos una excavadora amarilla a lo lejos cruzando por la parte en el que el camino supuestamente se escondía bajo el agua…

Quico finalmente cruzó encima de la escavadora con aires de victoria  y agitando los brazos como señal de felicidad.

Natalia y yo no nos podíamos creer lo que estábamos viendo. Ver aparecer una excavadora en medio del Himalaya, después de dos días sin ver a nadie y acercarse hacia nosotros en nuestra ayuda, era como ver en medio del desierto del Sahara un chiringuito de playa donde sirven cerveza fría.

Era una escavadora del ejército y en ella un militar. ¡El ejército indio era nuestra salvación!

Bajó el material que llevaba sobre la pala para que pudiéramos subir nuestras bicicletas…

… y así dejarnos sanos y salvos en la otra orilla del furioso río, no sin antes recibir un fuerte abrazo de agradecimiento.

Quico quiso darle una propina, pero el militar la rechazó.

– Trabajamos para nuestra nación. Dijo feliz y orgulloso este militar nativo de Kerala.

Y así pudimos continuar por ese camino que no salía  ni en los mapas más detallados…

Más duro es el camino, más dulce su destino

Más duro es el camino, más dulce su destino

Comparado con el día anterior,  la jornada hasta el lago Pangong tenía pinta de ser un camino de rosas…

El esfuerzo sufrido pasó factura y Kiko estuvo vomitando todo el día, además de tener los tres las piernas agarrotadas y el culo resentido.

Y una vez más llegamos a nuestro destino, el lago Pangong, después de anochecer.

Montamos la tienda y durante la noche el fuerte y frío viento no dejó de azotarla, pero al levantarnos pudimos disfrutar de las increíbles vistas y nos vimos recompensados por el sobrehumano esfuerzo de los últimos días. ¡Sí que mereció la pena!