Viajar como un paria en la India
Un 6 de diciembre entraba en la India desde Nepal. La primera impresión no fue muy fuerte ya que llevaba 2 meses en el subcontinente indio, y aunque Nepal sea un país mucho menos impactante que la India, había muchas similitudes entre ambos ellos que hicieron de mi entrada en la India algo placentero.
Llegaba con muchas ganas, no era la primera vez que lo visitaba sino la tercera, y las ocasiones anteriores las recordaba como experiencias inolvidables. Lo recordaba como un verdadero viaje, donde cada día era completamente diferente al anterior, como un lugar donde todo era posible y a lo largo del día te sucedían tantas cosas que te costaba recordar lo que era de ayer o era de hoy.
Me acordaba de grandes sensaciones con el olfato. Olor a masala, incienso y también el olor de las cloacas y las aguas residuales, todo ello impregnado con un índice altísimo de humedad ya que siempre lo había visitado en época del monzón.
Recordaba mucha vida en las calles. Cosas extraordinarias que con el paso del tiempo se convertían en algo cotidiano. Cosas que al principio me llamaban enormemente la atención con el paso del tiempo dejaban de hacerlo, pero que inconscientemente mi mente no dejaba de percibirlo.
El simple hecho de ver vacas por las calles en medio de un tráfico infernal con los vehículos intentando sortearlas utilizando sus estridentes bocinas que parecían sacadas de atracciones de feria, no era menos peculiar el gesto con el que parecían responder moviendo la cabeza de un lado a otro para decir que sí.
Podría recordarlo incluso como si estuviese viéndolo en una película. Una película surrealista, pero a la vez parodia y con toques de humor. De cuentos de princesas, bailarinas o dioses con cabezas de elefante.
Los personajes que en ella aparecían eran pintorescos.
La música era una parte muy importante del guión al igual que los colores de los escenarios.
Lo recordaba como un país en el que viajar resulta muy fácil. El transporte público llegaba a cualquier lado desde cualquier lado y los precios eran muy baratos.
Había trenes a cualquier destino, y en casi todos los lugares de interés turístico había alojamiento barato y decente donde era muy fácil conocer a otros viajeros y si querías podías aislarte y vivir en una burbuja ajeno a la realidad.
Desde luego, sabía que la percepción que iba a tener de la India al recorrerla en bicicleta iba a ser muy distinta, pero los recuerdos que estaban ahí y muy vivos; tan solo tenia ganas de volver a entrar en la India para volver a sentirme zarandeado por ese vértigo que producen esas sensaciones que solo te puede ofrecer este país, del que se dice que todo es posible.
El primer cambio que noté al cruzar desde Nepal fue encontrarme de nuevo con la miseria extrema de la India. En medio de un pequeño pueblo nada mas cruzar la frontera estaba rodeado de niños sucios y descalzos pidiéndome dinero, algo que hasta entonces no me había ocurrido desde que comencé este viaje.
Al recorrer la calle principal del pueblo en busca de un cajero donde hacerme con unas rupias antes de emprender mi camino hacia el Sikkim, tuve que sortear una infinidad de rickshaws, camiones Tata o peatones que surgían de cualquier lado.
Olía a fritanga de los puestos de samosas, a incienso de los pequeños templos en los que adoran a sus cientos de mieles de dioses, a humo de camiones, a cigarros biri, a aguas residuales estancadas en cualquier rincón del pueblo, a masala, y en esa época del año cuando justo había terminado el monzón, una leve brisa del norte traía un aire fresco de entre las plantaciones de arroz.
Estaba en el estado de Bengala occidental.
Ahora mi medio de transporte no era ni el tren ni el autobús, sino una simple bicicleta, el medio de transporte de los parias de la India, el de las castas más bajas.
La India, un país donde por cultura no se tiene nada de inquietudes ya que en esta vida en la que nos hemos reencarnado hemos nacido para hacer lo que ya estaba escrito, salirse de las normas que la religión y sociedad han dictaminado es algo inimaginable, era algo que hacia muy difícil a sus gentes entender que yo haya abandonado mi vida de bienestar para viajar sin rumbo en un simple bicicleta, y no en moto u otro transporte de gente con dinero.
Si viajaba en bicicleta era porque no tenia dinero para hacerlo en otro medio de transporte, y si viajaba solo era porque mi familia y amigos me habían abandonado, rechazado y castigado con la condena más aborrecible que es la soledad, por algo que yo había hecho. Para ellos el estar solo no es una elección propia.
Yo no llevaba collares ni anillos de oro para diferenciarme de las castas mas bajas, y muchas veces sentí la hostilidad por ser considerado de casta baja.
En un país superpoblado era casi imposible disponer de un espacio donde no fuera observado por decenas de curiosos donde la pregunta estrella que se repetía, día tras día, era cuanto valía mi bicicleta, el por qué viajaba solo, por qué no tenía amigos, y por qué no viajaba en moto. Ninguna de mis respuestas fue satisfactoria.
Tuve la suerte de adentrarme en los estados del nordeste de la india, los estados tribales, donde otras religiones habían borrado muchos de los prejuicios de una sociedad extremadamente cerrada y conservadora como es la India.
Misioneros cristianos llegaron al estado de Megalaya, al otro lado del río Bramaputra, a principios del siglo pasado para evangelizar a sus poblaciones indígenas. Trajeron sus cosas buenas y sus cosas malas.
Los rasgos de la gente eran diferentes. Sus orígenes provienen de pueblos del Tíbet, que tras cruzar la cordillera del Himalaya y descender por el río Bramaputra se asentaron en las colinas de Garo y Kasi. Sus rasgos eran mongoles y su cultura y costumbres cambiaban las escenas del día a día.
Me sentía invitado y respetado, y ahí tuve la suerte de conocer al Padre Marzo, un misionero salesiano navarro que lleva más de 60 años en la India y que me acogió en su misión durante bastantes días, donde me mostró los problemas que azotan la zona, y gracias a él pude hacer un interesante reportaje sobre unas minas de carbón y las consecuencias de vivir en una tierra rica en recursos, pero llena de pobreza e injusticias.
Al salir del estado de Megalaya, adentrándome en el estado de Tripura, de nuevo hinduista, volví a encontrarme con el problema de las castas. Al estar mi cara cubierto de polvo negro de los camiones que llevaban el carbón parecía un vagabundo, y un policía vino corriendo hacia mí con caña de bambú en mano con intención de azotarme, pero tuve la suerte de que se diera cuenta que era un extranjero y por ello solo me llevé una leve reprimenda .
En la India me he encontrado con la gente mas antipática del continente, parece que les cuesta sonreír y ser amables.
Al contrario que mis primeros viajes a la India en los que me trasladé en transporte público de aldea en aldea, de hostal en hostal y viviendo en una burbuja; está vez me sumergí en las capas más profundas de su sociedad, aquellas a las que un turista normal suele ser ajeno.
La oportunidad que me brinda acabar en una pequeña aldea en medio de Bihar o de Uttar Pradesh donde no hay ni autobuses ni trenes que los conecte con ese mundo emergente de las ciudades de la India, con sus estrellas de cricquet y películas de bollywood, me encontré con gente mas humana.
Allí donde había un poco más de riqueza, y a la vez desigualdad, es donde las castas se manifiestan y están más presentes.
El paria que labra la tierra, y el gordo con anillos de oro que apoyado en su moto bajo la sombra de un árbol me llama con un tono de desprecio para que me acerque.
Tiene los dedos llenos de anillos de oro, una tripa que no le permite verse los pies y una arrogancia que no le deja ver mas allá de su nariz.
No me pregunta ni como me llamo, ni de donde vengo. Me pregunta cuanto vale mi bicicleta y si estoy haciendo unas fotos, qué cuánto vale mi cámara.
El paria me trata mucho mejor que el arrogante de casta alta y aunque ninguno de los dos suele ser muy hospitalario, ya que el viajero errante solo transmite interrogantes e inseguridad, me ofrece un trato mucho más cordial.
Aunque haya sido mucho más duro viajar en bicicleta que en transporte público, este medio de transporte me ha dado la oportunidad de adentrarme en una sociedad tan cerrada que normalmente solo te permite alcanzar a ver sus capas mas superficiales, pero aun así todavía me quedan muchas más capas por conocer.
Adentrarse en ella ha traído decepciones, pero conocimiento de lo que el ser humano es capaz de hacer y aprender lo estúpido que es el ser humano.
Viajar en la India es como viajar en el tiempo. Gran parte de su población vive anclada en el pasado.
La diferencia entre un estado a otro es abismal, al igual que de las ciudades a las zonas rurales.
Pero seguramente lo que peor impresión y mal sabor de boca me ha dejado de la India es la manera de conducir de la gente.
Dicen que la manera de conducir refleja la forma de ser de las personas.
En la India, la manera de conducir es agresiva y sin ningún tipo de consideración por el resto de personas.
Desgraciadamente, esa manera de conducir refleja muy bien la manera de tratarse entre unos y otros, muchas veces, sin ningún tipo de respeto y consideracion.
Aun asi no me voy con un mal sabor de boca de la India, ya que este país me ha dado la oportunidad una vez más de viajar al pasado, con su vibrante historia, y un desconcertante futuro.
La historia de esta civilizacion milenaria, la unica civilización antigua que sigue viva hoy en día, esta impregnada de cosas que a lo largo de siglos ha ido aceptando pero siempre manteniendo sus costumbres.
El amor de la la India por preservar la historia y resquicios del pasado no solo se plasma en como ha conservardo las cosas mas vanales de una de sus últimas épocas como colonia del imperio británico.
Y me quedo también con la gente que me he encontrado por el camino y ha hecho que confíe un poco mas es este país y en su futuro. Es la gente que se ha volcado conmigo y me ha ayudado en todo lo que han podido, y aunque sea un pequeño porcentaje, en cantidad no han sido pocos.
Estas líneas las escribo desde Pakistán, donde el trato de la gente es justo lo contrario. Adoran a los viajeros ya que el islam se extendió gracias a ellos, y no hay día en que no me sienta bienvenido e invitado en este maravilloso país con su increíble hospitalidad.
Lo siento, pero no he podido evitar la comparación.
8 thoughts on “Viajar como un paria en la India”
Muy, muy buen post. Ya había leído en otros sitios esa manera de ser y existir en la india. Esto lo confirma. Salu2
Unos cardan la lana y otros se llevan la fama, dice el refrán….
Debes haber pasado momentos duros, pero veo que tu balance siempre es positivo. Has visto la realidad pero con una gran bondad. Gracias por contarlo.
eres mejor todavía con la palabra que con la cámara. Hasta el final, no he echado de menos las fotos que nos “regalas”.
Por cierto, lo de la mala educación y vida sin empatizar, se extiende por aquí. desde hace 4 meses voy al trabajo en bici (20 km.) cruzándome con poca gente…Estoy por el día en que uno me devuelva el saludo.
Un paria de Majadahonda patrocinado por Orbea, ole!
Por fin alguien que no se queda con la India superficial del pseudo misticismo de postal del hippy-yoga trail, felicidades Javier
Muy muy buena descipción!!!!me he sumergido y he podido imaginar lo que vas contando….Gracias!
Good analysis of India.