¡Pon un poco de Uruguay en tu vida!
En mi búsqueda desesperada del invierno me dirigía hacia Brasil para entrar desde allí en Uruguay. No sé si iba a su encuentro o simplemente estaba escapando de algo. Recorrí la provincia de Misiones sin tomarme un día de descanso y en menos de una semana estaba de vuelta en Brasil. Seguía con mi ritmo intentando encontrarme conmigo mismo, quería sentirme pleno y feliz para poder volver a gozar del viaje, las sensaciones que en ese momento seguía sin encontrar.
Estaba ya en Argentina, compartía lengua materna con la gente que conocía, el clima era perfecto, ni frío ni calor, la gente cálida, amable y hospitalaria, y después de los últimos días de lluvia volvió a salir el sol.
Pero yo no buscaba lo fácil, al contrario, lo fácil me aburría. Veía ya la Patagonia y la cordillera de los Andes sobre el mapa y me impacientaba por llegar a ella.
Después de tantos años de viaje y de tantas aventuras, y desventuras, a veces lo extraordinario pasa desapercibido por ordinario y necesitas más para que algo consiga llamar tu atención.
Esas prisas e impaciencia me cegaban y no me dejaban disfrutar de todo lo que me rodeaba.
Entonces me di cuenta que en el cuadro de la bicicleta apareció, de nuevo, una fisura que yo di por solucionada cuando al salir del Congo pude soldarla en una mina de cobre en el norte de Zambia, pero ahora la fisura resurgía y se agrandaba por momentos y me pareció que no tendría solución.
Una vez más me acompañó la suerte y me di cuenta muy cerca de una taller metalúrgico especializado en soldaduras; ¿Su nombre?, “El suizo“, con ese nombre uno se queda tranquilo y me animó a entrar.
Walter, el dueño del taller se ofreció a solucionar los problemas de mi bicicleta y en menos de una hora yo estaba de nuevo dando pedaladas.
Crucé de nuevo a Brasil por el pueblo de Porto Xavier a orillas del río Uruguay.
Me encontré con el otoño…
…y con gente tan amable e increíblemente hospitalaria como la recordaba. Llevaba fuera de Brasil menos de un mes y ese tiempo me había ayudado, más todavía,a apreciar la calidez de los brasileños.
El domingo de Pascua me levanté y me encontré con unos dulces típicos de la Semana Santa…
…que pienso me los habrían dejado los dueños del terreno en el que yo había plantado la tienda la noche anterior…
Parecía que todo se estaba alineando para darme ese empujoncito que tanto necesitaba.
Y así fue.
Llegó Uruguay.
No sé qué pasó al cruzar esa frontera, pero mi ritmo cambió.
Desde hacía mucho tiempo que tenía ganas de conocer ese país, para ser más exactos desde Calcuta, en la India, cuando se cruzó en mi vida Naty, una uruguaya que se convirtió en compañera de viaje y vida durante más de dos años…
y tuvimos una historia de amor digna de película, y a día de hoy, después de todo lo que hemos vivido juntos sigue siendo una de las personas más importantes en mi vida…
Naty me había hablado tanto de su país que era capaz de imaginarme los sitios con solo sus descripciones. Gracias a ella supe lo que era el mate, el dulce de leche, el Cabo Polonio, los alfajores y lo buena que era la gente en su “paisito“.
Empecé a hacer menos kilómetros y volví a sentirme pleno como siempre. A penas llevaba recorridos 40 Km. cuando un coche me adelantó y se paró unos metros más adelante, sus ocupantes bajaron las ventanillas y me preguntaron si necesitaba algo…
Eran Lu y Andrés, ella presentadora del noticiario del canal regional, y me hicieron una pequeña entrevista que me puso una alfombra roja a lo largo y ancho del país.
Cuando llegué a mi primera ciudad, Melo, era domingo y mediodía, y disfruté con el olor a carne asada que me encontraba en cada esquina. Sabía de lo importante que son los asados para los uruguayos. Y fue así, con un asado, como me recibieron el día que conocí a la familia de Naty en nuestro paso por España. Vi la dedicación y pasión que ponían en cada trozo de carne.
Bajé el ritmo y de nuevo dejé de tener un destino. Simplemente avanzaba sin tener prisa en llegar a ningún sitio.
Me adapté al ritmo uruguayo.
El clima era perfecto. Por primera vez en mucho tiempo pedaleaba con una chaqueta, y al final del día no acababa empapado en sudor.
Así, atravesando el país por las zonas más rurales, compartía caminos con caballos y jinetes…
…me trataban como parte de la familia en las estancias en las que paraba…
…que no lo notaba solo en las sobremesas, sino en las despedidas…
…y nunca mejor dicho, me sentía como en casa…
Me dirigía hacia el Océano Atlántico y tuve la suerte de coincidir con un temporal con un fuerte viento que soplaba en mi espalda…
…y así, viento en popa a toda vela, llegué de nuevo al Océano Atlántico. No podía pedirle más la vida ya que en Uruguay si algo podía salir bien, salía mejor.
Intenté ir por la playa pero tuve que darme la vuelta llevándome uno de los sustos más grandes del viaje al encontrarme con arenas movedizas. Al principio parecía arena sólida y dura, por donde pude rodar sin mucha complicación, pero sin darme cuenta la bicicleta con peso empezó a hundirse y me costó mis gritos y mis esfuerzos primero sacar los pies, luego las alforjas, y finalmente la bicicleta. Nunca en mi vida había visto algo parecido y a día de hoy sigo todo el sin entender que es lo que pasó..
Pero, ¿No había dicho antes que lo fácil me parecía aburrido?
Continuará…
2 thoughts on “¡Pon un poco de Uruguay en tu vida!”
madre mía cuántas cosas vividas..cuantas sensaciones ..me encanta tu viaje,pienso q con la bici tiene ser durísimo..pero tu con la ilusión y el cariño q le pones parece fácil sin serlo ¡¡¡¡ biquiños y bueni sima ruta
Kabiki!! Te mando un besazo grande, acordándome de ti estoy en Myanmar… qué alegría saber que estás bien y contento, siempre adelante!!