El retorno del ciclista yihadista
Dejé atrás las tierras altas de Tanzania y los pequeños senderos por los que transitaba…
…a la vez que el aire fresco y limpio tan deseado de las alturas. Demasiado frío para lo que estaba acostumbrado este viajero, pero aun así lo agradecía.
Comencé a bajar el pequeño puerto que me llevaba a un esplendoroso valle, el paisaje que tenía delante era magnífico….
El sendero, a medida que bajaba, se ensanchaba y se me hacía más fácil pedalear sin tener que estar ya pendiente del pedregal ni de las terribles cuestas. Después de tanto rompepiernas disfrutaba por fin de una larga y merecida bajada.
Una vez abajo, el camino trasncurría a los pies de los acantilados que marcaban el comienzo del valle…
En esos acantilados aparecían tímidas algunas cascadas, s que alimentan de agua las zonas inundables y los campos de arroz del valle.
Ahora, las tierras volvían a ser extremadamente fértiles…
…y la gente volvía a tener cosechas más allá que maíz.
Volvían a aparecer aldeas llenas de vida. En una de esas aldeas conocí a Chuck Norris.
Como en mucho lugares del mundo, los padres llaman a sus hijos rememorando algún hecho histórico del año del nacimiento. Hacía 20 años puede ser que llegara la televisión a esta aldea, y por aquel entonces Chuck Norris era la persona que más llamó la atención de sus padres y por ello que decidieron bautizar con ese nombre a sus hijo…
Sin darme cuenta, el camino me condujo a un maizal protegido con una cerca de estacas bajas que parecía haber sido puesto allí por los paisanos para proteger el maíz de los “habitantes” herbívoros de la zona, entre ellos los elefantes.
En medio del maizal vi unas instalaciones precarias y destartaladas y un grupo de soldados en medio de un claro. Era una base militar del ejército tanzano donde para seguir avanzando un soldado hubo de levantar un palo que hacía de barrera de seguridad.
El soldado que hacía de guardia me permitió el paso pero pocos metros más adelante otro soldado, aparentemente de rango más alto, pegó unos gritos mostrando su disconformidad y desaprobando la actitud del centinela y ahora, esta vez si, me dieron el alto y me obligaron a pararme.
Otros soldados que estaban por allí cerca, viendo pasar las horas, dejaron de hacer aquello que no hacían y se unieron como refuerzos.
Me pidieron la documentación y noté sospechas hacia mi persona.
El sol por esas latitudes calentaba más fuerte y al estar parado y sin la presencia de siquiera una leve brisa parecía que me fría la cabeza. Las gotas de sudor comenzaban a empapar todo mi cuerpo.
Mi pasaporte pasaba de unas manos a otras cuando noté como un soldado parecía haber encontrado la prueba definitiva que fundaban todas sus sospechas.
En una de las páginas estaba mi visado de Mauritania y mostraba mi foto con la cabeza afeitada y una barba larga. Además, el visado estaba en grafía árabe.
Recuerdo llevar esa apariencia de talibán a petición de Natalia (por aquel entonces mi pareja)y ante sus miedos de cruzar un país de tan mala fama, decía que prefería causar la impresión de que yo fuera un tipo más duro y peligroso. y con el pelo largo yo tenía cara de buena gente.
– ¿Y esto qué? ?¿Por qué está en árabe?
– Porque es el visado de Mauritania.
-¿Pero, eres árabe?
-¡No!.
-¿Entonces por qué está en árabe?
-Le muestro entonces el visado de Tanzania que está escrito en swahili y le digo que yo no soy swahili.
– Es verdad. Tienes razón. ¿Nos puedes mostrar lo que llevas en la bici?, me dice serio el oficial, mientras sin soltar el pasaporte me vuelve a preguntar si soy árabe.
-Soy español, católico, católico apostólico romano- y le muestro la carta del obispo, la cual no le hizo mucha gracia que fuera sellada y escrita en Nigeria.
Me ordenaron abrir cada una de mis alforjas y enseñar todo su contenido. Una por una fui vaciando todas las alforjas e incluso tuve que vaciar mi neceser.
Continuaron con el registro, puntillosos en extremo, pero sin acercarse demasiado, y me iban preguntando qué es esto y lo otro, entre curiosidad y sospechas.Lo que más impresionó fue sin duda el hornillo de gasolina.
Desde que empecé a viajar era la primera vez que me registraban tan minuciosamente, más incluso que en Nigeria cuando fui confundido con un infiltrado de Boko Haram, o en Turkmenistán cuando echaron a un perro policia sobre mi bicicleta y que acabó agujereando de una mordida mi preciado saco de plumas.
Ahora sospechaban, que era de Al-shabaab, el grupo islamista somalí.
A pesar que la mayoría de acciones del grupo terrorista al Shabaab se han producido en sus países vecinos del norte, compruebo que al igual que en Nigeria, viven con miedo a lo desconocido, y que las alarmantes noticias sobre europeos alistándose en las filas del Estado Islámico no ayuda nada.
A pesar de mis intentos de explicar que mi país no era vecino ni de Irak ni de Somalia,y que el Estado Islámico no controlaba ningún barrio de mi país lo que más ayudo fue mencionar a alguno de los jugadores de la selección española, relacionando el parecido de mi color de piel con algunos jugadores como Fabregas, y no con el de Bin Laden.
One thought on “El retorno del ciclista yihadista”
Fábregas siempre ayuda en los peores momentos!