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Mamá en África

Mamá en África

Uno de los mayores inconvenientes en un viaje así es el pasar tanto tiempo lejos de las personas que más quieres: La familia.

Son años los que, lejos de aquellas personas con las que has compartido media vida, sigues creciendo y viviendo sin poder compartirlo con ellos.

Me siento muy afortunado de haber  nacido en una familia en la siempre he recibido amor incondicional, y es gracias a ellos, y  todo el apoyo y ánimo que siempre he recibido, que  hacen posible que pueda seguir adelante. Estamos muy lejos pero a la vez los siento muy cerca.

Dentro de todas esas personas hay una muy especial y pilar principal en mi vida: Mi madre.

Una madre por su hijo iría a cualquier lugar del mundo para visitarle. Quiso venir a verme con cada malaria, con cada tifus, en la espera en Nigeria, en cada momento que se pensaba que su hijo lo estaba pasando mal, aunque no fuera así.

Recibir a mi  madre en cualquiera de esos lugares no hubiera ayudado, sino todo lo contrario, pero con Tanzania y Zanzibar a la vuelta de la esquina no podíamos tener mejor excusa para volver a vernos.

Tenía por delante poco más de 800 Km. hasta en lugar de encuentro, de los cuales más de la mitad pude hacerlos por caminos y pistas de tierra sin apenas tráfico…

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…pero que  desgraciadamente días mas tarde tuve que volver a encontrarme con la infernal carretera principal.

Al cruzar un parque natural un cartel me daba la bienvenida a la vez que me avisaba de la presencia de animales salvajes…

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Alejado un poco del arcén vigilaba con atención las altas hierbas que bordeaban la carretera, no fuera que algun oportunista felino saltara a por un tipo montado en bicicleta.

Los herbívoros salían despavoridos por mi presencia. Me sentía como un león.

Paré a hacer una foto a una jirafa que me observaba curiosa.

Detrás de mi noté el ruido de la hierba con el movimiento de algún animal.

Me giré y me encontré con varios elefantes ocultos entre la maleza, y uno de ellos se dirigía corriendo y barritando hacia mí con las orejas abiertas en señal de amenaza, mientras me enseñaba los colmillos…

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Hice una foto con el pulso tembloroso y salí tan rápido como te lo permite una bicicleta que pesa 75 Kg.

Las siguientes horas atravesando el parque transcurrieron entre risas y felicidad.

Era la primera vez que tenía  en frente a un animal tan majestuoso.

Ya estaba más cerca de encontrarme con mi madre, y los 10 días que pasamos juntos volaron rápidamente.

Fue curioso, e incluso gracioso, compartir África con ella. Estaba más impresionada y feliz de ver a su hijo que encontrarse con leones o elefantes, o experimentar ese caos vivo que define gran parte del continente. Y verla allí, aquí, en África, me parecía surrealista y estaba feliz que pudiera ver lo admirable y maravilloso que era el continente por el que había viajado su hijo, lejos de los prejuicios que se tienen antes de pisar esta tierra.

Cuando era pequeño lo más lejos que íbamos de viaje era a su pueblecito Valdealcón, en León, o al pueblo de mi padre Cedeira, en Galicia.

Ahora, y con la excusa de ir a ver a su hijo, ya hemos visto juntos Vietnam,Turquía, Marruecos y Tanzania.

Porque al final esto de tener un hijo nómada va a ser algo bueno y no solo porque ver  un hijo feliz es lo que más quiere ver una madre.

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De vuelta al ruedo

De vuelta al ruedo

Esos dos maravillosos meses varado en la orilla del lago se esfumaron en el mismísimo instante en el que volvía a encontrarme sobre la bicicleta pedaleando puerto arriba seguido por dos perros que en ese tiempo me habían aceptado como su dueño y decidieron seguirme por más de 15 kilómetros.

Volvía a sentir la necesidad de estar en movimiento, de seguir conociendo y buscando ,  de mover mi hogar día tras día.De aprender, conocer y compartir.De viajar.

Tardé poco en volver a apreciar de la calidez y hospitalidad de la mayoría de las gentes que habitan África, cuando al caer la noche y bajo una incomoda pero refrescante lluvia un hombre me invitó a pasar la noche en su muy humilde hogar.Un pequeño cubículo de hormigón y techos de zinc con tan solo dos cuartos, el de los padres y el salón que hacia de cuarto para los hijos.No tenían nada pero me ofrecieron todo…

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Esa noche tuve que compartir cama con el hijo mayor.Fue una situación un tanto incomoda para una persona que acostumbra a pasar noches y días en solitario, más si el compañero de cama es un negro de casi dos metros de altura.

El lago pasaba lentamente a mi derecha, con las montañas Livingstone del lado tanzano…

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Su color azul invitaba a bañarse pero el asfalto hacia el norte parecía susurrarme que no parara.

Me encontraba fuerte mentalmente como físicamente, a pesar de haber castigado un poco al hígado con ron y cerveza las ultimas semanas, y desgraciadamente si noté que había perdido mi tan trabajada resistencia al sillín.

Me dirigía hacia Tanzania, el que sería mi primer país de  África del este, y en algunos tramos se me unían los paisanos que viajaban en mi misma dirección haciendo un agradable y social pelotón.

Volvía, con el paso de los días, a encontrarme con la rutina de avanzar lentamente sobre el mapa, de vivir sobre la bicicleta,de saludar a todo aquel que me cruzara por el camino ,de buscar un sitio donde acampar,  y por las noches,bajo las estrellas, volvía a sentirme en casa…

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Después del parón en el Lago Malawi , aires frescos corrían por mi mente y volvía a apreciar aquellas cosas a las que me había acostumbrado y dejado de apreciar, como los típicos paisajes de aldeas tropicales africanas…

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Abandoné tan rápido como pude la comodidad del asfalto y sin darme cuenta volvía a estar perdido por caminos de tierra…

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…entre aldeas…

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…y como en toda África,niños por todos lados…

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Quería llegar a la costa sin hacer kilómetros por la terrible carretera atestada de camiones proveniente de varios rincones del continente,incluidas las minas de cobre del Congo, hacia el importante puerto de Dar es Salaam.

Me perdí por plantaciones….

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….en bosques sin salida…

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….montañas…

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….donde los aldeanos se preguntaban ,¿que hace este tipo y aquí?…

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…y disfrutaba de la increíble  hospitalidad de los tanzanos, donde cada saludo era un “karibu”, – bienvenido.

Me habían hablado mal de este país, y me encontré justamente  con todo lo contrario.Al preguntar en las aldeas o casas en mitad del campo por un lugar donde montar la tienda, siempre me ofrecían un humilde cuarto donde pasar la noche protegido del frío de estas tierras altas por las que estaba atravesando el país.

Era la primera vez que por el idioma nos era imposible entendernos.El el resto de países de África la lengua colonial , y ahora oficial,suele ser hablado por la mayoría de la gente, mientras que en Tanzania raro era quién hablara inglés.

A diferencia también de otros países ,no son decenas o cientos de lenguas las que se hablan en todo el país, sino una sola, el swahili, lo que me motivaba para esforzarme y aprender un idioma que no dejara de hablarse en la siguiente aldea.

Y sin poder entendernos nos entendíamos perfectamente,gracias a la calidez y hospitalidad de los tanzanos no se me hizo nada duro volver a viajar solo, ya que al final y al cabo,no viajo solo…

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Estaba feliz.Me volvía a sentir pleno, más aun sabiendo que en apenas unas semanas volvería  a ver a mi madre, que  desde hace años guarda la buena costumbre de ir a visitar a su hijo coincidiendo con algún lugar apto para una persona que no esta acostumbrada a viajar, y en vez del Congo o Nigeria ,tuvimos la suerte de tener a la vuelta de la esquina a Zanzibar.

Merecido destino

Merecido destino

Ciertos destinos se presentan como un merecido descanso,y si  el camino hasta él esta lleno de obstáculos y dificultades hace que la satisfacción y felicidad al llegar  se multiplique, y pasar una temporada de reposo y holganza esta siempre más que justificada.

A lo largo de estos años  han sido pocos estos destinos donde por una pequeña temporada la bicicleta ha estado apartada de mi vida diaria.

Mi primer gran merecido destino fue Kathmandú.Después de varios solitarios meses  en la meseta tibetana soñaba con alcanzar la capital de Nepal donde poder descansar, socializarme y esperar a mi nueva tienda de campaña ya que la anterior pasó a mejor vida en una tormenta de nieve en el ultimo gran puerto del Himalaya.

Aparqué la bici unas semanas y me fui a caminar por el Himalaya, no sin antes disfrutar de la vida de una de las capitales más agradables en las que jamás he estado.

El siguiente merecido destino fue Calcuta. No fueron físicos los obstáculos  que me encontré para llegar a esta famosa ciudad al este de la India.Las enormes trabas burocráticas que me encontré para poder salir de Bangladesh,y anteriormente para entrar,hizo que por un tiempo me pareciera imposible alcanzar esta ciudad al otro lado de la frontera. Estaba en un callejón sin salida que todavía sigo sin creerme como conseguí salir de allí.

En Calcuta no solo me encontré  con una ciudad vibrante donde esperar a la nueva bicicleta que Orbea me había enviado.Gracias a la espera debido al desastroso ritmo al que trabajan en aduanas , el amor se cruzó  en mi camino al conocer a Natalia,la que sería  mi compañera de viaje y de vida por los siguientes más de dos años.

El siguiente tan deseado destino fue Madrid , donde tardé en llegar tres años desde que comencé en Indonesia. Dormiría en la que fue mi casa durante tantos años y pude disfrutar de familia y amigos antes de volver aponer rumbo hacia el sur , una vez que pasaran los meses más calurosos para cruzar el desierto del Sáhara.

A medida que pasaban los años estos merecidos destinos estaban más distanciados  unos del otro, pero al encontrarme en África con tantas dificultades(fronteras cerradas por el ébola,visados caducados,pasaporte sin páginas,malaria,fiebre tifoidea,anemia,etc…) alcanzar un lugar tranquilo y fácil donde recuperarme de tanta calamidad se presentaba como un sueño.

Y con el lago Malawi a la vuelta de la esquina se convirtía el candidato  ideal donde dejar que le salieran telarañas a la bicicleta.

Y así fue.

Todavía tomando  el tratamiento para la fiebre tifoidea llegué al lago Malawi…

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….y casi sin darme cuenta pasé dos maravillosos meses en este increíble lugar donde pude,por un tiempo justo, disfrutar de una rutina, amigos y un hogar…

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Cuando se alinean los astros

Cuando se alinean los astros

Llegaba sin fuerzas a Lusaka. Literalmente estaba “hecho mierda”.

Los días que pasé en la capital los dediqué a descansar y a visitar el hospital público donde, de maravilla, me hicieron todo tipo de pruebas para confirmar mi recuperación de la malaria.Una experiencia completamente diferente a mi ultima visita a un hospital en Ghana.

Me faltaba energía e incluso con el descanso de varios días no noté ningún tipo de mejoría, que lo asociaba a la anemia que me había dejado la malaria.

Decidí poner rumbo hacia el este, a Malawi,sin prisa, hasta que en el tercer día de ruta mi cuerpo pareció decir basta.

Tuve que tumbarme a un lado de la carretera antes de caer redondo en el suelo.Fiebre,flojera incluso la vista nublada.Podría ser el sol, la anemia,la maldita recuperación de la malaria,etc. Pero los síntomas  ,ya muy familiares, hacían que me temiera lo peor.

Era muy poco el tráfico que circulaba por la destartalada carretera pero a mi primer intento un camión paró.Se dirigía hacia Chipata, la ciudad más grande del este de Zambia, y muy amablemente me ayudó a subir la bicicleta en el remolque.

Llegamos a Chipata entrada a noche y muy cerca de una gasolinera monté la tienda.A la mañana siguiente ya buscaría un lugar mejor donde alojarme.

En el hospital público me llevé una gran sorpresa.Al igual que con las pruebas en Lusaka en ningún momento me pidieron documentación y las visitas medicas y pruebas fueron sin coste alguno, al igual que la medicación.

Me trató una medico ucraniana, y quedé maravillado con la sanidad publica de uno de los  países más pobres del mundo.

Desgraciadamente mis sospechas eran ciertas.Tenía de nuevo la fiebre tifoidea.

En un abrir y cerrar de ojos estaba tomando la medicación.

Descansé los primeros cinco días de tratamiento en un pequeño camping pero veía ya tan cerca el lago Malawi que no pude resistirme a poner rumbo  hacia uno de los sitios que más me han enamorado en todos estos años viajando.Allí ya podría descansar el tiempo necesario, en un entorno insuperable.Soñaba con ese momento.

Al quinto día de empezar el tratamiento las fuerzas parecieron volver,al igual que  los astros parecían querer alinearse para facilitarme el camino con un fuerte viento  a favor.

Me encontraba mucho mejor y por ello estaba lleno de felicidad.Cantaba en alto por el solitario camino y saludaba a mi paso a todas las personas con entusiasmo.

Me sentía de nuevo pleno y feliz y después de tanto tiempo veía la luz al final del tunel.

No solo eso, paré en una pequeña aldea a rellenar mi botella de agua en un pozo cuando un paisano se acercó para preguntarme si había visto a “mi amiga”

¿Que amiga?-le pregunté sorprendido.

Muchas veces la gente piensa que todos los blancos nos conocemos y somos amigos.

En esa pequeña aldea vivía una voluntaria americana que quedó sorprendida al verme pasar en bicicleta por su remota aldea aunque más sorprendido quedé yo cuando la vi aparecer.

Había hecho tan solo 20km.Los suficientes como para dar el día por terminado.

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Un pequeño viaje en el tiempo

Un pequeño viaje en el tiempo

Me despedí de Sheila y Sylvia con mucha pena pero con la certeza de que algún día volvería a verlas.

Unas mujeres excepcionales con las que tuve la suerte de cruzarme en el camino, y de las que aprendí una gran lección.

Dejar un mundo mejor a nuestras futuras generaciones es solo cuestión de voluntad.

Seguía encontrandome muy flojo por la malaria que me había traído puesta desde el Congo aunque gracias a la medicación y los cuidados de mis dos nuevas madres noté rápidamente la mejoría.

Hice cálculos y esa picadura de mosquito debió de ser en aquella fatídica noche en el tren bala del Congo, ya que fue la única  que no dormí bajo una mosquitera.

Desde que empecé a viajar esta era mi cuarta malaria, y cada una de ellas la había recibido con menos alegría y más frustración que la anterior.

El camino que tenía por delante hasta la capital, Lusaka, se presentaba tan fácil como aburrido.Una carretera en perfecto estado, no mucho tráfico y etapas bastante llanas.Perfecto para recuperarse poco a poco sin forzar mucho a la vez que a lo largo del camino me fue fácil encontrar abundante comida y frutas.
Con el paso de los días no notaba físicamente  una clara mejoría ,sino todo lo contrario,y eso me tenía preocupado.En cuanto llegara a la capital iría directo al hospital a hacerme pruebas, pero hasta entonces quería saborear un camino tan fácil y sencillo.
Una tarde mientras descansaba en un pequeño merendero , vi a una familia con rasgos asiáticos.Intuía que podían ser de algún país de Asia central.

Me acerqué a saludar.

-¡Hola!¿Qué tal? ¿Os puedo preguntar de donde sois?

-Si, claro,de Tayikistán.

-¿Y de dónde?

-Es un país en mitad de Asia…

-Si, si, lo conozco perfectamente. Estuve allí hace un par de años.

-¡¿En serio?!

Se les iluminaron  los ojos mientras le comentaba mi experiencia en su país.

-No es porque seáis de allí, pero es de mis países favoritos, y su gente, la más hospitalaria que he conocido nunca,- dije  en tono de agradecimiento.

Al escuchar estas palabras se les llenó la cara de felicidad y de orgullo, pues para el pueblo tayiko no hay mayor virtud que saber tratar a los invitados.

Hay un dicho en Tayikistán que reza:”Mehmon otangdan ulug”,y viene a significar algo así como, “al invitado hay que respetarlo más que a un padre”

Eran el Dr.Dilshood , su mujer y su hija.

Me invitaron a quedarme en su casa cuando pasara por  Kitwe, a tan solo un día de distancia.

Durante y después de la caída de la Unión Soviética, los países alineados socialistas continuaron colaborando en sanidad o  educación, y por ello que no sea raro encontrarse médicos cubanos o en este caso, Tayiko,de las antiguas repúblicas soviéticas.

Para darme más ánimos y fuerza hasta llegar a su casa ,después de haber rechazado la invitación de ir en coche con ellos,me dijeron que me esperarían al día siguiente con un plato de “plov”,el típico plato tayiko y uzbeko, muy parecido a la paella pero con carne.Delicioso.Más aun si lo comparamos con las inexistentes delicatessen africanas.

Al llegar a su humilde pero acogedora casa dejé la bicicleta dentro del salón  y nos montamos en el coche.Al igual que en toda Asia central no era  excepción su pasión por llevar las lunas tintadas.Se lo comenté y se rió.

Me llevaron a un supermercado para que escogiera lo que quisiera y a pesar de negarme tuve que terminar cogiendo algo.

Me asombraba estar en un supermercado donde había todo tipo de comida, y el aire acondicionado me trasladaba a otra región del mundo.Venía de estar en países donde tener electricidad era algo inimaginable, y ahora era algo normal.

El Dr.Dilshood Insistía que tenía que cuidar mi salud y la fruta era lo mejor para eso.Cogió una caja de melocotones.

Con la comida sobre un mantelito de dibujos de frutas cenamos todos sentados en el suelo. Terminamos  la noche bebiendo te mientras charlábamos.Con ella ,desgraciadamente, no pude hablar nada ya que mi ruso era tan básico como su inglés.

Al despedirme a la mañana siguiente  tenían preparado para que me llevase una bolsa con comida para todo el día,incluidas unas deliciosas “samsa”, empanada típica de su país.

Por un día viajé en el tiempo.Me transporté muchos miles de kilómetros atrás, a una parte del camino que hasta hacía un día quedaba muy lejana.Habían conseguido por un momento que me olvidara donde de verdad estaba.Añoré por unos instantes esa fascinante región de la remota Asia central.Salí a la calle y regresé.

Estaba de vuelta en mi querida África.

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Te lo cuento pero no es un cuento.

Te lo cuento pero no es un cuento.

Ocho años habían pasado desde que recién comenzado mi segundo gran viaje por Africa aparecí casi por casualidad por la finca donde conocí y compartí unos maravillosos días con Sheila, Sylvia,Dominique y Billy. Por aquel entonces apenas tenía 24 años.

Nunca me imaginé que aquellos días perdurarían tanto en mi memoria, y menos todavía que acabaría volviendo a visitarlas años más tarde en bicicleta.

Avanzaba por el Congo y solía imaginarme llegando por sorpresa sabiendo que posiblemente ni se acordaran de mi.

Me había enterado por otro viajero que Billy había muerto y lo devastada y triste que estaba Sheila por la pérdida de su hijo adoptivo.

Dos días escasos fue lo que tardé desde que crucé la frontera dejando atrás el Congo hasta que tomé el desvío entre bosques tropicales por un sendero indicado por un viejo y oxidado cartel.

Recordaba bastante bien el camino y me acordaba perfectamente del lugar donde monté la tienda la última vez.Que bonito es recordar momentos puntuales y tan especiales gracias a los sentidos.

Me encontré todo tal y como lo recordaba.

Espesa, frondosa y caótica la vegetación que envolvía la humilde casa bajo unos imponente árboles que escondían  ruidos de animales salvajes por todas partes.

Cuando me acerqué a la casa me recibió un perro gigante, al que no conocía,  con roncos ladridos a la vez que movía la cola de felicidad.

Sylvia no tardó en aparecer detrás de una puerta y se acercó curiosamente a ver quién era ese tipo con la bicicleta llena de bultos.

No tardó en reconocerme y nos pusimos un poco al día mientras entrabamos en la casa. En una mesa Sheila esperaba a su hija y compañera de partida de Scrubble a que regresara a la partida y seguir con el juego que yo había interrumpido.

Noté a Sheila mucho más mayor y vagamente se acordaba de mí. No era de extrañar pues tenía ya más de 90 años.

Si, mama, claro que te acuerdas. Es Javier, que estuvo aquí  cuando Dominique – le decía Sylvia a su madre.

Sheila era tan excepcional como la vida que había vivido.

Terminada la II Guerra Mundial y después de haber luchado en el frente británico su padre vendió todas sus propiedades.En un camión junto a toda su familia pusieron rumbo  hacia el sur para instalarse en la colonia británica de Rodesia del Norte, hoy conocida como Zambia.

Desde entonces pertenece a este continente, al igual que su hija Sylvia.

Un viaje inolvidable a lo largo de esta zona del mundo por aquel entonces bastante intacta, atravesando regiones como el desierto del Sáhara o la selva del Congo en una experiencia  muy diferente a la que pueda ser hoy en día.Según cuenta, las carreteras estaban muy bien.

Sheila recordaba el Congo como un país maravilloso donde años más tarde cuando era más mayor iban a pasar algunos fines de semana junto a su marido.

Un Congo completamente diferente al que yo acababa de cruzar.

Queríaa preguntarle por la muerte de  Billy pero no sabía cómo sacar el tema.Fue Sheila la que mencionó si no echaba de menos no haber sido recibido por Billy. ”Su Billy”

Sus palabras estaban llenas de tristeza.

Claro que eché de menos no volver a verle, a pesar que no llegué a tener mucho relación con el. Billy era un poco impredecible.

Dominique era diferente. Mucho más social y por aquel  entonces ya era un poco vándalo. Con él, en cambio,nos hicimos muy buenos amigos.

Tampoco estaba en la casa desde hacía años. Se fue a los meses de mi paso por allí aunque seguían estando en contacto con él.

Dominique fue abandonado por su madre de muy pequeño, y madre e hija decidieron cuidar de él hasta que se hiciera mayor.

Billy se quedó huérfano casi recién nacido cuando mataron a su madre.

Unos aldeanos llevaron a Billy a casa de Sheila para que cuidara de él y no dudaron en adoptarle y cuidarle como a un hijo.

Todo normal en esta peculiar familia si no fuera porque Billy es un hipopótamo y Dominique un chimpancé.

Cuando descubrí este lugar tan maravilloso  Billy tenía 18 años y pesaba dos toneladas, y a pesar de su nombre no era macho sino hembra, pero se dieron cuenta demasiado tarde cuando ya le habían puesto nombre.

Billy solo permitía acercarse a  Sheila, a la cual reconocía  como su madre.

Por aquel entonces Billy pasaba las horas del día tumbado bajo la sombra de un árbol con su gran masa expandida por el suelo…

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…y por la noche se acercaba al río Kafue  pero siempre estaba de vuelta por las mañanas, a la espera de que Sheila le sirviera sus dos litros de leche caliente que lleva recibiendo desde que era pequeña.

Mañana le voy a dar leche fría y verás como la muy “señorita” no la quiere,-me dijo Sheila.

Y así fue, a la mañana siguiente cuando la enorme cabeza de Billy se asomaba por la puerta movió la cabeza en señal de protesta porque no había calentado la leche.Los pelos del bigote de Billy hacía del cuerpo de Sheila algo insignificante y diminuto.

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De un viejo álbum me mostraron unas fotografías en las que se veía el proceso de crecimiento de Billy, la que meses después de su llegada había crecido tanto que al pasar por las puertas rompía las paredes o dejó hecho añicos el sofá donde solía dormir.

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Nunca entendió porque lo sacaron de la casa.

Sospechan que envenenaron a Billy unos ladrones ya que coincidió con que les robaron la bomba de agua en el río días mas tarde.

Dominique era un chimpancé de un año de edad que fue rechazado por su madre, y mientras se adaptaba vivía  en la casa con ellas. Dormía en el sofá de la casa…

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…y por las mañanas después del desayuno asistía al centro educacional donde aprendía a convivir con los demás chimpancés.

Saltaba por los árboles con plena agilidad.Yo me preocupaba no  se fuera a hacer daño.¡Pero si era un chimpancé!

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Ahora Dominique vivía junto a un grupo de chimpancés en semilibertad,y tuve la suerte de volver a verle en el bosque, aunque por supuesto no se acordaba de mi.

Ahora estaba mucho más tranquilo, ya que el macho alfa del grupo le había ya dado un par de guantazos bien dados avisándole que ya no era una cría, y el que allí mandaba era el.

Acabé quedándome muchos más días de lo esperado ya que me pilló la malaria el día de mi rencuentro con Dominique, pero eso ya es otra historia.

 

 

Sheyla y su difunto marido David fundaron Chimfunshi,  el mayor refugio de primates del mundo.

En el año 1983  unos habitantes de una aldea próxima les entregaron a Pal un chimpancé que había sido confiscado a unos furtivos que cazaban en la R.D del Congo. Sin experiencia, pero con mucho mimo y cuidados lograron que Pal que presentaba síntomas de mal nutrición y con heridas en la cara sobreviviese. Este es el comienzo de la historia del orfanato y refugio para chimpancés de Chimfunshi, uno de los más grandes del mundo.


En los años venideros se convirtió en el refugio de otras muchas especies de animales. Acogen principalmente a monos y chimpancés  confiscados a furtivos que los cazan para vender como carne en los mercados del oeste y del centro de África. Los más jóvenes son vendidos como mascotas y en muchas ocasiones sus cabezas y manos son utilizados como objetos de decoración o como trofeos.

Otros han llegado de zoológicos de todo el mundo o recuperados por asociaciones de defensa de los animales. Un ejemplo es el de Karla de 25 años y proveniente de México y que fue amaestrada para bailar sobre zancos y durante el  espectáculo fumaba y bebía en el escenario. Otro caso de crueldad es el de Milla, que fue utilizada como atracción en un complejo turístico de Tanzania y cuando ingresó en Chimfunshi era adicta al tabaco y al alcohol. 

La finca consta de tres zonas. La de acogida, en donde los chimpancés se habitúan a  convivir en grupo; la de vida, donde se encuentran los grupos en espacios abiertos, pero siempre cercados por una valla, y la de confinamiento, donde están los chimpancés mas problemáticos que son incapaces de adaptarse a ningún grupo. Estos suelen ser los que han tenido las experiencias más duras antes de que fueran trasladados a Chimfunshi.

Se estima que en África se cazan más de 4000 chimpancés al año. Durante las cacerías los furtivos abaten a los adultos que tratan de proteger a  sus crías. De cada cinco crías capturadas sólo sobreviven una o dos. Lo que significa que sacrifican 50 adultos para conseguir un par de crías que luego serán vendidas para exhibirlas en espectáculos de ferias.

A comienzos del siglo 20 más de 5.000.000 de chimpancés habitaban el oeste y el centro de África, hoy quedan apenas 150.000. Han sido desplazados de 4 países de los 25 que habitaban. 

 

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El Congo llega a su fin…

El Congo llega a su fin…

En mi día de descanso había conseguido hablar con el bueno de Clement  al que la policía había liberado diez días después de su detención  pero con las comunicaciones cortadas no nos fue posible comunicarnos hasta este mismo día.

Hice también los  apaños suficientes para que la bicicleta aguantara los poco más de 140km que me separaban hasta encontrarme de nuevo con el asfalto.

Miraba el mapa emocionado al ver tan cerca la linea roja sobre la carretera que suele,no siempre, significar asfalto.

Tenía todo a mi favor para salir eufórico de Lubudi.

En mitad  de la noche había escuchado llegar a la estación del pueblo al ruidoso tren.Habían tardado unas 35 horas en recorrer los 28km que yo a penas tardé  un par de horas en recorrer con mi averiada bicicleta hacía ya dos días.

Al salir por la mañana pasé por la estación para saludar a mis amigos del viaje.

Jean en su camino al funeral de su hermana seguía ahí, con cara de resignado, y me dio un fuerte apretón de manos junto con otras decenas de personas que se habrían subido en esa misma estación y a las que no conocía.

¡Blanco dame dinero!,-decían algunos.

La salida del pueblo fue horrorosa por al barro de la lluvia que había caído durante toda la noche anterior ,pero a medida que avanzaba por el camino encontraba partes de tierra firme por donde poder pedalear bastante rápido.

Hasta aquí ya no llegaba ningún camión aunque me encontré con pruebas  de que en un pasado si que lo hacían…

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..pero otros sitios hacia que el transporte estrella fueran las bicicletas…

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A medida que avanzaba el día unas imponente nubes se formaban a mis espaldas en el norte…

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…sobre el mismísimo ecuador, y que con el paso de las horas parecían seguir mi misma dirección hacia el trópico de capricornio.

Hacia un calor infernal pero con la velocidad gozaba de un aire  fresco sobre la cara, que desaparecía al detenerme y en un abrir y cerrar de ojos comenzaban a caerme gotas de sudor por todo el cuerpo.En la camiseta solo quedaban las marcas de sal.

Era un día mágico.Había tardado 40 días en cruzar la parte más dura del Zaire, y ahora con la vista puesta en el asfalto corría por mi cuerpo una bonita sensación de haberlo conseguido.¡De verdad que lo había superado!

En los mercados de los pueblos solo había  poco más que harina de mandioca…

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…y como un espejismo era ver…

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…pero ya veía más cerca que nunca Lubumbashi, o la frontera con Zambia, donde sabía que me encontraría con un país más civilizado y moderno, con todo tipo de lujos, como electricidad.

En mis pensamientos soñaba con comerme una chocolatina o algo que no fuera fufu de mandioca.

Al mismo tiempo era imposible que no me recorriera por todo el cuerpo  una bonita sensación de melancolía al recordar el camino recorrido y  toda la gente que había conocido por el camino.Me acordaba de esos días donde pasaba horas empujando la bicicleta sobre el barro o arena y que sobre el mapa no parecía avanzar.

Y  si.El Zaire había sido  duro.

Mi presencia en las aldeas debía ser como ver pasar un extraterrestre.Era siempre el centro de atención…

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…y me fue casi imposible disfrutar de privacidad.

Para acampar  muchas veces prefería un lugar refugiado de las miradas de decenas, o cientos de personas, que no dejaban de gritarme.¡blanco!¡blanco!_DSC2662

Con el paso de los días y el cansancio físico acumulado la paciencia, aguante o tolerancia era inversamente proporcional  hacia cierto tipo de cosas.

Una cosa  reconozco pudo conmigo fue aceptar la manera de dirigirse hacia mi con el termino “blanco” y la constante demanda de cosas: Regálame la bicicleta. Regálame la cámara. Regálame esto. Regálame lo otro.Dame lo que sea.Dame dinero. Cómprame cerveza.Cómprame tabaco.

Y esto solía ser,tristemente, la mayoría de la gente.No era nada nuevo ya que en África hasta el momento estaba siendo la norma, pero en el Zaire se había acentuado.

Aun así me gusta saber que aquello que perdura en mis pensamientos fue la hospitalidad de aquella gente que me trató como uno más, sin importarle mi color de piel o lo que ello les pueda significar.Muchos piensan que todos los “blancos” del planeta(en esto entran Indios,chinos, japoneses,esquimales u occidentales)  somos millonarios y el dinero nos sale por las orejas.

¡Pero si no tengo dinero!,-les decía.

Pero tu gobierno te esta pagando y cuando vuelvas y hagas una película te darán millones.Sino, ¿quien querría hacer esto?,-recibí por respuesta en más de una ocasión.

El original peinado de las mujeres congoleñas, a diferencia del resto de países de África,  no llevan pelucas imitando los peinados de las “mujeres blancas”…

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…y en las pequeñas aldeas la infinidad de niños la llenaban de vida…

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…y en la carretera  sábados y domingos la gente de camino a las iglesias vestía sus mejores galas…

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Me encontré finalmente con el asfalto y ya echaba de menos todo eso.

¿Dónde estaban ya los pequeños restaurantes de carretera?…

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…con un buen plato de termitas…

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La carretera era ahora un goteo constante de camiones viniendo o dirigiéndose hacia las minas.Me encontraba en una zona muy rica en minerales como el cobalto, uranio(de aquí salió el uranio de las bombas de Hiroshima y Nagasaki) y por supuesto el bronce, de ahí el original nombre de la región: el “cinturón de bronce”

Fue en esta región donde vi los primeros pozos de agua en todo el país, que habían sido construidos por la Cooperación alemana.

Tardé otros tres aburridos días en llegar a Lubumbashi donde me quedé en un centro de niños de la calle gestionado por los Salesianos.

Les parecía fascinante que yo fuera español.”¡Igual que Ronaldo!¡Igual que Messi! ¿Son amigos tuyos?”

Puse rumbo finalmente hacia Zambia a solo 100km de distancia.Un hilera infinita de camiones hacían cola durante semanas para cruzar aduanas, y que raro, al cruzar la frontera todo el mundo parecía ir en dirección contraria.

Dejaba después de muchos meses la África francófona , y ahora no solo hablaban inglés, también conducían por la izquierda.

Me costaba creer que pudiera sacarme el visado en la frontera,¡y me dieron recibo! ¡y había electricidad!¡y todo era fácil!

Incluso había un cajero  donde pude darme cuenta que mi tarjeta llevaba bloqueada  más de tres meses ya que la habían duplicado y sustraído mi dinero.

Acaba una aventura y empieza la siguiente.

El tren bala (Versión Congo)

El tren bala (Versión Congo)

Al igual que un empleado que llega tarde a coger el tren para ir a trabajar, nervioso empecé a empujar la bicicleta hacia la estación.

Me imaginaba la escena en la que por unos minutos llegaba tarde y veía el tren alejarse.

Con más entusiasmo que nunca empujaba la bicicleta por el camino de piedras con la rueda deshinchada .Parecía que se me fuera la vida en ello pero me fascinaba la idea de montarme en ese tren.

Llegué al pueblo de la estación y pregunté si ya había pasado el tren a unas personas que estaban sentadas bajo la sombra de un árbol.

Nadie sabía responderme y me parecía muy raro porque el paso de un tren por ese pueblo debía ser el evento del año.

Iba preguntando de persona a persona.Al igual que cuando pregunto por direcciones formulo la pregunta para que la respuesta no sea un sí o un no.

Si preguntas, ¿el tren se ha ido ya? Seguramente te responderán que sí.

Si preguntas , ¿es por ese camino? La respuesta será seguramente  sí.

La pregunta ha de ser, ¿cuál es el camino? Y la respuesta aunque seguramente sea si, eliminas cualquier duda o incertidumbre a la hora de tomar una decisión.

Vi a un hombre  al otro lado de la calle en lo que parecía ser la única tienda del pueblo. Me tranquilizó diciendo que el tren no había llegado aún pero estaba a punto de hacerlo.

Me llevó hasta la estación y me pidió  dinero por  ahora ser mi amigo.

En la estación había un grupo de mujeres con unos taburetes vendiendo cacahuetes, plátanos y por supuesto fufu de mañoca.

Una hora más tarde seguía esperando al tren a pesar de que habían pasada más de cuatro horas desde que lo había visto y escuchado entrando en la estación anterior ,a tan solo 12km de distancia.

Muy a lo lejos se podía sentir la vibración sobre las vías y aunque era en línea recta no podía ver aun ningún tren a lo lejos.

Pude finalmente escuchar el tren avisando de la entrada en la estación.

La gente cruzaba las vías sin parecer importarles la llegada del tre, al igual que unas cabras no dejaban de pastar las hierbas que rodeaban la estación.

No parecían tenerle ningún temor a esa mole ruidosa de acero que se acercaba más lento que la velocidad de una persona que camina con muletas.

Llegó a los arcenes y la gente se bajaba de los vagones con el tren todavía en marcha.

Me dirigí al maquinista para explicarle mi problema a ver si existiera la posibilidad de subir mi bicicleta en el tren.

Por supuesto no había ningún problema. Aunque hubiera sido un tractor hubieran encontrado la manera de hacerlo.

En el último vagón iban un hombre y dos de sus mujeres junto a sus bebes acostados sobre sacos de harina de mañoca…

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La bici entraba perfectamente, y una vez colocada me fui a comer mi plato de fufu de mañoca antes de partir.

No había terminado el plato cuando  el tren arrancó y rápidamente saqué dinero para pagar sin poder terminarme el plato. De entre tanta gente yo era el único que parecía tener prisa.

El tren estaba avanzando para descolgar los vagones ya que tenía que volver a la estación anterior para recoger la otra mitad, que los habían descolgado debido a que la locomotora no tenía potencia  suficiente para llevar todos a la vez.

Calculaba que si tardaba el mismo tiempo en hacer el mismo trayecto serían mínimo 6 horas las que tendría que esperar hasta que volviera para engancharnos y continuar hacia la próxima estación.

Preguntaba  a la gente y todos decían que no, que mucho más rápido. No debía preocuparme. En una hora como mucho.

No estaba muy equivocado cuando el tren apareció con el resto de vagones justo al atardecer, 7 horas más tarde.

Se estaba haciendo de noche y mi mejor opción era dormir en ese vagón con la esperanza de por la mañana haber alcanzado  mi destino,Lubudi, a 45km de distancia.

La locomotora descolgó los vagones y se fueron a reparar “algo” a “nosedonde” . Volverían como mucho en un par de horas.

Me metí en el vagón y me rocié de repelente de mosquitos ya que aquello estaba plagado.  El zumbido de todos ellos juntos era ensordecedor y tenían una predisposición a volar muy cerca de la oreja.

Busqué un hueco al final del conteiner entre dos sacos de harina de mañoca y saqué mi saco sabana…

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No tardé mucho en dormirme. Casi el mismo tiempo en levantarme con el llanto de los bebes.

Me despertaba cada poco tiempo con la esperanza de encontrarnos ya en movimiento, pero amaneció y ahí seguíamos varados en la misma estación.

En la estación  se escuchaba música y gritos de gente borracha.

Era la primera vez que veía electricidad en más de un mes, que pertenecía a la red ferroviaria.

Finalmente un ajetreo me despertó al engancharnos  la locomotora que ya estaba, por fin, de regreso.

La mitad de los vagones se quedaban ahí, lo que significaba que en algún momento tocaría volver a por ellos.

Arrancamos a una velocidad tan lenta que podría haber tenido una conversación tranquilamente con un peatón.

Tenía curiosidad de ver la velocidad que llevábamos y encendí el GPS. 3 km/h

Aun así, calculaba que en las 12 horas que quedaban de sol  podríamos alcanzar mi destino.

Dentro del conteiner junto a Jean y sus dos mujeres, estaba Laurent, un hombre que iba al funeral de su hermana y llevaba de travesía más de una semana en la que había recorrido tan solo 80km de los 200km que le separaban del pueblo de su difunta hermana.

Dos horas más tarde, tuvimos que dar media vuelta ya que venía un tren en la otra dirección y solo había una vía. Tuvimos que deshacer los 6 km que tanto nos había costado recorrer.

Y vuelta a empezar.

Ahora ya parecíamos avanzar. En los llanos alcanzábamos una velocidad considerable de 20 o 30 km por hora, que con el estado de las vías parecía que íbamos a descarrilar en cualquier momento.

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En aquellos tramos que había algo de pendiente, volvíamos a los 3 km/h.

En las subidas podía estirar la mano y tocar las ramas de los árboles como entretenimiento.

De repente el tren comenzaba a ir marcha atrás.

Se había ido la luz y  por gravedad descendíamos de nuevo.

La primera vez la luz se fue solo una hora, la segunda vez fueron un par de horas, y nos refugiamos todos los hombres en la sombra de la selva durante las horas más calurosas, ya que el vagón era un auténtico horno…

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Las mujeres y los niños se quedaban dentro.

En las horas compartiendo aquel vagón conocí historias interesantes, que bien muestran y resumen fácilmente muchas cosas que llevaba viendo en el país.

Laurent que se dirigía  al funeral de su hermana llevaba metido en ese tren más de una semana.Parecía tranquilo.El tiempo no era un factor por el que merecía la pena perder los nervios.No tenía otra opción.Eso era parte de sus vidas.En total calculaba tardar unas tres semanas en llegar a su destino.

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Era un hombre culto perteneciente a los Testigos de Jehová. Tenía un amplio conocimiento de lo que pasa en el mundo. Un hombre bondadoso y de corazón enorme.

Tenía una sola mujer y tres hijos. Según decía ,si hubiera tenido más no podría haberle dado a todos las mismas oportunidades.

Luego estaba Jean. Viajaba con sus dos mujeres y 3 de sus 6 hijos. La primera mujer le había “dado” cinco hijos de los cuales tres eran trillizos. La segunda solo un varón.

Mencionaba delante de todos a su mujer favorita por haberle “dado” más hijos.

Ella, su primera mujer, no vacilaba en tirarme los trastos y decirme que me amaba. Que la llevara a Europa. Que se había enamorado de mí.

“Je t´aime”

Lo decía tan en serio que parecía broma.

Yo no sabía que contestar. El marido se reía pero parecía algo molesto.

Cuando llegaran le iba a dar una buena paliza me comentó  Jean.

-¿Pero la vas a pegar? ¿En serio? ¿A tu mujer? ¿A la madre de tus hijos?

-Por supuesto. A veces no sabe comportarse.

-En mi país pensamos a aquellos que pegan a las mujeres son unos cobardes y lo peor de la sociedad,-dije en tono ofendido, a lo cual Laurent que estaba escuchando toda la conversación se puso de mi lado y me comentó “que los Testigos de Jehová excomulgan a aquellos que pegan a sus mujeres”

Jean en vez de ofenderse se lo tomaba a risa. Desde luego él no lo veía como algo cobarde, sino como algo normal.

Eran ya las 4 de la tarde .Llevaba  29 horas metido en el tren y habíamos recorrido tan solo 27km.

El tren paró en una pequeña estación donde decenas de mujeres tenían montados sus puestos de comida.

Con que supieran que el tren estaba en la estación anterior les daba tiempo a preparar cualquier cosa. Podrían haber preparado un cocido dejando los garbanzos en remojo toda la noche y aun así el tren todavía no habría llegado.

Decidí bajarme ahí ya que el tren ahora tenía que volver a por el resto de vagones.

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¡No te vayas, quédate!-me decían otros viajero.- Ahora va a ir mucho más rápido. En un par de horas está de vuelta y esta noche llegamos a Lubudi

Por supuesto que no les hice caso.

Me despedí de Laurent con un fuerte abrazo y me miró con pena.

La idea de recorrer el mundo solo y sobre una bicicleta era algo que hasta ahora nadie alcanzaba a entender los motivos.

Pero yo me sentía en ese momento la persona más afortunada del mundo.

Un borracho agresivamente intentó atracarme  en el pueblo, pero varios pasajeros, que ya eran mis amigos, salieron en  mi defensa, especialmente la primera mujer de Jean, que se puso a gritar y dar palmadas al aire en modo recriminando y enzarzándose con el atracador.

Decidí sacar la cinta americana y forrar la cubierta de la bicicleta e irme lo más rápido posible  para recorrer los siguientes 28km.Esperaba que el borracho no se hiciera con una moto y fuera a mi encuentro por los inhóspitos y solitarios caminos.

Tenía menos de 3 horas de luz y muchas ganas de llegar.

Sobre la bicicleta me sentía pletórico.La vegetación era espesa y el color de la tierra roja.Seguía en el Congo.

Con el viento que preceden las tormentas comenzó a refrescar y con las primeras gotas me impregné del olor de la tierra húmeda.

Caían rayos y el estruendo retumbaba detrás de los árboles y el agua convertía el camino en una pista resbaladiza.Aquello sería una barrera para cualquier camión.Con esas pendientes y los acantilados ningún camión se atrevería a pasar por ahí.Pero nunca se sabe.Estamos en el Congo y aquí la gente esta acostumbrada a encontrar soluciones.Y al parecer siempre hay una.

Pero como más tarde me comentaron, tendrían que esperar hasta que llegara de nuevo la temporada seca.

Y yo llegué a Lubudi bien entrada la noche.

Me tome el siguiente día de descanso y el tren todavía no había llegado.

 

 

¡Colonizadnos de nuevo por favor!

¡Colonizadnos de nuevo por favor!

Según me habían comentado ya había superado el tramo de “carretera” en peor estado , aunque las lluvias habían comenzado de nuevo, y sí,a pesar de eso esta vez tenían razón…

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No había recorrido ni 30km cuando a lo lejos vi el edificio más bonito que que había visto en toda el África subsahariana exceptuando aquellos en Etiopía y algunas fortalezas en las costas del África occidental.

Una iglesia aparecía a lo lejos del camino a la vez que las nubes negras de la tormenta que me acababa de empapar  se alejaban con unos tímidos rayos del sol colándose entre las nubes al atardecer, haciendo más bonito todavía este monumental edificio…

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En África una de las cosas que más he echado en falta son edificios antiguos y arquitectura diferente.La mayoría de las veces las bonitas y sencillas casas de adobe con techos de paja y hojas secas son remplazados por horrorosas construcciones de hormigón y techos de metal,lo que podría calificarse como arquitectura moderna africana a lo largo y ancho de todo el continente,haciendo casi todos los pueblos replicas uno del otro.

Suele ser el color de las compañías de móvil de cada país lo que adorna las tiendas y casas, junto a logotipos de Coca-cola.

No solo es feo visualmente estas edificaciones,sino que durante el día esos techos de zinc convierten las casas en un horno, por la noche la temperatura en el interior no parece bajar, cuando llueve el ruido de las gotas sobre el metal hace un ruido espantoso y  cuando un pájaro se posa sobre él es como si estuvieras debajo de un tablado de flamenco con sonido metálico.

Decidí parar en esa iglesia que no parecía abandonada ya que la maleza parecía crecer bajo control, y me preguntaba cómo allí, en mitad de la nada, habían decidido construir semejante iglesia.No se podría llenar ni aunque asistieran todos los habitantes de las aldeas cercanas, más teniendo en cuenta que en cada aldea hay innumerables sectas y casi más iglesias que casas.En el Congo estaba viendo más densidad de profetas que en Ghana.Y ya es decir.

Me llevé la maravillosa sorpresa de encontrarme en esa vieja misión, la segunda más antigua del país,a un misionero indonesio de la isla de Flores.

A pesar de los bonito e inmenso del edificio seguía sin ver electricidad y el agua de la misión era de la lluvia.

Indonesia había sido mi primer país en esta vuelta al mundo hace ya casi cinco años, y llevaba desde entonces  cargando en el corazón y en mis alforjas maravillosos recuerdos no solo de sus paisajes, sino de sus gentes.

Él no  estaba solo allí  para llevar la palabra de Dios.

Trabajaba muy duramente en proyectos de desarrollo  enseñando a sacar provecho a las tierras, en lo cual los indonesios son expertos.

Con un pequeño arrollo y algo de desnivel había creado pequeñas piscifactorías y terrazas de arrozales.Había creado una mini -Indonesia allí,en mitad del Congo. Conversar con él  me trajo grandes recuerdos  y hasta melancolía, y disfruté con su gran y buen sentido del humor…

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Me preguntaba si habrían liberado ya a Clement,el buen hombre que habían retenido por dejarme acampar en su terreno, pero con las comunicaciones todavía cortadas me era imposible saber de él.

Continué mi camino hacia el sur por pistas en mucho mejor condición  sin apenas más tráfico que algunas bicicletas…

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Pero, ¿Dónde estaban todos los camiones? Tardé un par de días en llegar a un tramo dónde posiblemente estaban todos atascados.

Los camiones sobrecargados de mercancia y pasajeros intentaban con ramas hacer el camino transitable, donde algunos camiones estaban sumergidos en el barro…

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Al verme llegar ,un hombre se acercó corriendo y en un muy buen francés empezó a gritarme:

-¡Volver por favor!

-¿Volver quién?,-le digo sorprendido

-Vosotros, los belgas. Colonizadnos de nuevo ,¡por favor!

-Pero yo no soy belga, soy español.

-Da lo mismo. El hombre blanco. ¡Míranos! Vivimos peor que nuestros ancestros pero la gente no se queja porque los que nos roban son negros pero era mucho mejor cuando nos robabais vosotros los blancos.

¡Llevamos aquí más de tres semanas! Hay camiones que llevan un mes. El agua que tenemos es la de los ríos que están sucios, nuestros hijos se ponen enfermos. Hay muchos mosquitos. Si queremos ir a un hospital tardamos semanas en llegar. ¡Mira!¡mira! ¡Esta es la carretera principal del país!¿Te lo puedes creer?

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Las palabras de este hombre no me dejaron indiferente. Sin darme cuenta había normalizado todo, pero tenía razón. ¡Eso era inhumano!

Nunca había visto nada parecido.

Cómo un mero testigo lo único que podía hacer era desearles suerte. Se apoderó de mí una agónica gran sensación de impotencia.

Me hizo prometerle que le mostraría al mundo las condiciones en las que vivían.

Yo continúe mi camino empujando la bicicleta por el barro…

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…y no dejaba de encontrarme a lo largo de unos pocos kilómetros camiones atascados en ese infierno. Algunos habían avanzado 200 metros en dos semanas…

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No es solo el estado de las carreteras, o que la policía no cobra sueldo y el dinero lo sacan robando a la gente, o que no hay colegios públicos y aquellos privados que hay son tan caros que la gente no tiene acceso a ellos, o que no hay electricidad ni pozos de agua.Hubiera entendido esto si fuera en algún país donde no hay riqueza, y es justo en el país donde más hay que la gente tiene menos.

Había visto algún cartel donde decía que la mejora de la carretera había sido financiada por la Unión Europea.¿Dónde había ido a parar ese dinero?

Pero lo que más me sorprendía era que la policía cobraba peaje por usar esta carretera.

Me volví a encontrar con el Río Congo más de mil kilómetros más que tarde que la ultima vez que  lo crucé hacía ya más de un mes.

Allí estaba a lo lejos…

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A pesar de estar cerca de su nacimiento seguía siendo  majestuoso…

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Las montañas por donde transitaba la carretera eran de afilados pedruscos…

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… que acabaron por romper mi maltrecha cubierta. Llegué empujando la bicicleta hasta Mukulakulu, donde confié en un zapatero que cosiera la cubierta por cuarta vez.

“Con esto llegas a Sudáfrica. No te preocupes, ya verás. Está perfectamente cosido”

Por la mañana me desperté con el ruido de una locomotora. Era el famoso tren congoleño que llevaba avisando de la entrada a la estación más de dos horas.

Subí un pequeño puerto y por el valle podía ver el tren moverse a una velocidad ridícula, cuando de repente  escuché una pequeña explosión.El apaño que el zapatero había hecho en la cubierta había aguantado exactamente 6,9 kilómetros.

Miré el mapa y vi que en el siguiente pueblo había una estación de tren. Se me ocurrió una idea brillante.

Me preocupé por si llegaría a tiempo para poder coger el tren hasta el siguiente gran pueblo a 45 km de distancia. Sin arreglar el reventón empujé la bicicleta los 5 km que me separaban de la estación.

Tenía ganas de ver y montarme ese tren que circula por las vías que llevaba viendo semanas…

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Pero esa historia merece un capítulo por si solo, que podría ser el guión de una película de humor, o de terror, dependiendo de si vives en el Congo o solo estas de paso, como era mi caso.