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Miña terra galega

Miña terra galega

Cedeira era mi primera parada antes de la recta final hacia Madrid.

Estaba en casa pero mi cabeza seguía de viaje, pues con las alforjas sobre la bici y a tan solo 700 Km. de Madrid, no quería descansar ni relajarme mucho.

Tenía muchas ganas de llegar a Madrid, aparcar la bicicleta y volver a encontrarme con Natalia.

Mi relación ahora con la bicicleta era de amor odio y por primera vez en todo este viaje sentía la necesidad de por un tiempo no saber nada de ella.

Desde que salimos de Bosnia, ha sido casi una continua contrarreloj para llegar a casa, ya que cuanto antes llegáramos, mas tiempo podríamos pasar con la familia antes de continuar en noviembre por África, además de que el dinero ya se había acabado y tocaba pensar en la proxima etapa.

Tan solo me tomé unos días de descanso en Cedeira con mi familia, los suficientes para volver a enamorarme de esta tierra que tanto amo y que con cielos despejados debe ser bastante parecido al paraíso, además de no tener nada que envidiar a muchos de los lugares por los que he pasado desde que salí de Indonesia.

A veces, no hay que irse tan lejos para encontrar los mejores sitios. Tan solo hace falta mirar y saber observar lo que tienes a tu alrededor.

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El camino hacia Cedeira

El camino hacia Cedeira

Y después de tanto tiempo imaginándome lo que sería pedalear por esos lugares de España que en innumerables viajes había hecho desde muy pequeño y esas imágenes que estaban guardadas en mi memoria por fin ya estaban enfrente de mí. Esta vez el viaje sería diferente, ya que iba a aplicar lo aprendido en estos últimos años, además sabiendo que no soy la misma persona que hace  tres años salía hacia Indonesia.

Los últimos kilómetros en España los recorrería solo.

El caluroso mes de verano, julio, es la época en la que más había viajado por España, el “santo verano”, cuando casi desde recién nacido nos íbamos en coche con mi familia desde Madrid a León, atravesando Castilla, y más tarde nos dirigíamos hacia Galicia. Este año las lluvias se habían retrasado un poco, y los cultivos de cereales habían sido cosechados hace poco. Esos pueblos tan familiares, con sus enormes iglesias y sus torres sobresaliendo sobre las pocas casas en las aldeas medio abandonadas…

…hacían el camino más  ameno por las carreteras regionales que me llevaron desde Navarra hasta León, recorriendo la cara sur de sistema Cantábrico. Primero encontrándome con el Ebro, y siguiendo su cauce, pasando por pueblos de los que nunca antes había oído  hablar pero dignos de ser conocidos, como Orbaneja del Castillo, un precioso pueblo en los cañones del Ebro…

Siempre que me fue posible preferí evitar las carreteras y rodé   por caminos rurales, a través de sotos, “fragas” y robledales; rodando por  esos caminos ancestrales  que comunican pueblos y  aldeas…

…donde la abundante fauna de corzos y jabalíes salían corriendo al percatarse de mí presencia. Tranquilos y agradables lugares donde montar mi tienda de campaña, en un país donde la acampada libre esta prohibida. En cada pueblo, aprovechaba para coger agua fresca del caño, agua rica y fresca de manantial, y que bien  agradecía mi cuerpo para mitigar el calor del verano.

– ¿A dónde vas con la bicicleta tan cargada?-, me pregunta un aldeano al ver mi bicicleta mientras lleno una botella de agua en la fuente.

– A León, ya casi al lado- le contesto.

Muy sorprendido me dice muy convencido de sus palabras: – ¡¡Pues no sé yo si llegarás con la bicicleta tan cargada!!

A tan solo 100 Km. de León, en mi camino a Galicia, nadie sabe de donde vengo.

Todo me era muy familiar. El idioma, los productos que venden en las tiendas, pero lo más familiar fue encontrarme con mi familia en un pequeño pueblo al norte de León. Tenía que continuar hacia Galicia, todavía por los campos de Castilla…

…y centrándome más que nunca en el destino, hacía más de 130 Km. diarios. Casi sin darme cuenta estaba bajando el puerto de la Garganta (Asturias)……

… y después de tanto tiempo volvía a encontrarme con mi padre en Vegadeo, que había venido desde Cedeira a mi encuentro…

Entrando en Galicia no solo me esperaba mi padre, también las nubes, y el sol escondido tras ellas… ¡Bienvenido a Galicia!

En vez de ir por la carretera nacional que bordea la costa hasta Ortigueira, decidí ir por caminos…

…y “corredoiras” del interior de la provincia de Lugo donde podías pasarte horas sin ver un coche, y donde no hice más que subir y bajar grandes pendientes por las pistas forestales que atraviesan los montes y respirando bajo sus ramas el aroma de los eucaliptos. En cada alto, un parque eólico me daba la bienvenida…

…y así llegué a Cariño, desde allí me quedaba subir a la garita de Herbeira, en la sierra de la Capelada, donde están los acantilados más altos de Europa, por lo que el camino prometía ser duro.

Una niebla me ocultaba el paisaje que tan bien conocía…

… pero lo poco que veía me dejaba ver la herencia de un clima tan duro en donde el viento no permite nacer mas que unos pocos árboles, y estos quedaban a su merced …

… y tras esas nubes, se escondía un extraordinario panorama (cualquier día, ¡pero no nublado!) …

…y con un cansancio físico enorme y mental llegué a Cedeira, donde me esperaban días de descanso y encuentros familiares…

 

 

 

Detrás del Pirineo

Detrás del Pirineo

Ya solo nos separaba el Pirineo de casa.

Del lado francés, los llamados pirineos atlánticos, la vegetación es densa y verde, y las pequeñas carreteras transcurren bajo la sombra de los frondosos árboles.

A medida que empezamos a subir el puerto de “La Piedra de San Martín”, el clima se volvía más alpino y los verdes pastos sustituían a los árboles…

Fue un día lluvioso y húmedo, y a medida que subíamos la niebla nos encerraba poco a poco…

Casi en la cumbre, y con la intención de cruzar la tan deseada frontera con buen día, decidimos montar la tienda casi en la cima,bajo la niebla que a veces parecía darnos un respiro…

…no así el viento y la humedad que parecía haberse colado hasta en los huesos, y esperar allí al día siguiente para culminar la ascensión que con un poco de suerte esperábamos fuera con la compañía del sol.

Y así fue, ya que por la mañana después de haber sido despertados por nuestros numerosos y ruidosos vecinos…

…miramos a nuestro alrededor y comprobamos que estábamos por encima de las nubes…

…cuando vimos la carretera por la que el día anterior habíamos ascendido…

…y por encima de nosotros tan solo un espléndido cielo azul y un  sol brillante…

…así que con muchas ganas e ilusión recorríamos los últimos kilómetros en tierra francesa antes de cruzar a España, por los espectaculares puertos del Pirineo…

Y fue tan solo la señalización en Francia, la que marcaba el punto más alto del puerto y que ,sin advertir que habíamos cambiado de país,dábamos por hecho que habíamos cruzado la frontera, pues en este lado al norte de Navarra difícilmente encuentras una bandera o un cartel dándote la bienvenida a España, pero bueno, no soy hombre de banderas ni de fronteras, y lo importante es que ahora todo me es mucho más familiar, como en casa.

 

 

Belle France

Belle France

Francia fue una auténtica sorpresa.

Después de nuestra primera decepción en occidente, encontrarnos de nuevo con las montañas, esta vez los  Alpes, que nos trajo bellos paisajes …

…carreteras más tranquilas por las que circular…

…y volver a estar rodeado de naturaleza…

En Italia la gente conduce de forma agresiva y las carreteras casi siempre atestadas de coches carecían, normalmente, de arcén.

Cruzar los Alpes por el ”Il Colle della Maddalena, (Col de Larche en francés) ” …

…nos trajo de nuevo un poco de aire puro, y grandes pendientes.

Después de cruzar ese puerto y la frontera, nos encontramos con un gran país, y con el Mistral, fríos y fuertes vientos del norte que nos acompañaron los primeros 10 días.

Percibimos un gran cambio y disfrutamos de infraestructuras perfectas que hacían el viajar en bicicleta algo muy fácil.

Los conductores franceses han sido sin lugar a duda aquellos que más en consideración han tenido hacia los ciclistas, y las áreas de descanso han sido lugares perfectos en los que descansar, y muchas noches acampar, aquellas en las que sin ningún problema nos han dejado montar la tienda en algún jardín, o invitado a dormir en alguna casa.

El paisaje pintoresco del país galo nos regalaba obras de arte en cada curva…

…y la siguiente curva…

Las zonas rurales de Francia están mucho más desarrolladas que otras zonas rurales en otros países, y es menor la diferencia entre las ciudades y el campo…

…pero el ambiente mucho más relajado y los pueblos que parecían abandonados por su tranquilidad…

…nos han permitido conocer la verdadera Francia, fuera de las grandes ciudades…

…y esos paisajes tantas veces visto por la televisión en el Tour. El país de los viñedos…

Lo antiguo se mezclaba con lo moderno en completa armonía, al igual que la densa vegetación del clima lluvioso del lado norte del Pirineo pedía de vuelta lo que le pertenece…

Y el Pirineo ahora es lo único que nos separa de casa, así que para allí vamos.

 

 

Italia

Italia

Después de acabar por casualidad en el puerto de Split, en Croacia, nos pareció muy tentador la señal que indicaba el ferry con destino Ancona, que estaba justo al otro lado del mar Adriático…

Cambiando nuestra ruta improvisando el momento, decidimos coger el ferry y cruzar a Italia, y así visitar a un amigo que meses antes habíamos conocido en Irán, y que nos había invitado a visitarle en su casa rural en el corazón de Umbría.

Muy tentador recorrer en bicicleta las colinas de Umbría y Toscana.

La idea nos parecía incluso romántica.

Al llegar por la mañana al puerto de Ancona, la primera estampa que teníamos del país italiano era un policía rapado y con perilla, con la camisa tan ajustada que parecía iba a reventar con sus músculos de gimnasio en cualquier momento.

Junto a el,una mujer policía morena y alta, de grandes pechos que parecían querer abrirse paso intentando romper los botones de su ajustadisima camiseta, al igual que sus labios operados llenos de silicona.

Maquillada y con una grandes gafas de sol a la ultima moda, nos pedía el pasaporte y así volvíamos a pisar suelo de la Unión Europea. Estábamos ya en Italia.

Por las calles se veían infinidad de Fiat, y los jardines de las casas que asomaban por las colinas de la provincia de Ancona estaban cuidadas al mínimo detalle, al igual que los campos de cultivo de color amarillento que acompañan al verano y los meses anteriores a la recogida de la cosecha…

Los colinas por las que pasaba la carretera nos rompían las piernas…

…y el sol sobre nosotros era abrasador.

Al mediodía buscábamos una sombra donde descansar y cocinar, y el silencio absoluto de las horas mas calientes del día solo era interrumpido por las campanadas de las iglesias que asomaban entre las edificaciones de los pequeños pueblos colocados sobre las colinas, que a esas horas parecían desiertos.

Fue en Italia donde hemos sufrido el shock de entrar a occidente, con sus parcelas de ”propiedad privada”, la gente con prisa, y el dinero como combustible del motor que mueve la sociedad occidental.

Dinero, algo que nosotros no podemos ofrecer mucho,y esto lo hemos sufrido a la hora de recibir el trato de la gente. Hasta nos han cobrado por un vaso de agua en una cafetería!

El reto era no superar el presupuesto diario de 5 euros por persona, pero lo hemos conseguido, y os aseguro que no  ha sido difícil.

Ahora,entrados en Europa, han desaparecido los pequeños negocios y son las grandes cadenas de distribución los que abastecen a millones de personas.Centros para hacer dinero, donde te das un paseo entre productos , escoges los que crees que necesitas  y finalmente tras hacer cola, pagas a una cajera que mete tu dinero en una caja registradora.Siguiente por favor!

Así es como funciona occidente.

Una maquinaria creada para hacer que las personas trabajen, ganen dinero y lo  gasten, para tener que trabajar mas, gastar mas y volver tener que trabajar mas para gastar mas.

Daros una vuelta por la bonita ciudad de Florencia…

…disfrutando de las maravillas arquitectónicas de la ciudad, pero sin dejar de observar todo a vuestro alrededor seguramente veréis que todo,absolutamente todo, esta enfocado y estudiado para que dejes la mayor cantidad de dinero posible por allí donde vayas.

Pero en Italia hemos podido disfrutar de nuestro primer país en el que hablamos el idioma, una de las cosas mas importantes para llegar a conocer mejor a la gente,y ha sido gente increíble la que hemos conocido en Italia,la mayoria de las veces gracias a la plataforma ”couchsurfing”

 

 

 

 

 

Montenegro. País de montes y cielos negros

Montenegro. País de montes y cielos negros

Inmersos en el verano y su calor, nos adentramos poco a poco en los Balcanes, los países de la antigua Yugoslavia, hoy un cóctel de religiones, grupos étnicos y países.

Macedonia fue el primer país, tan pequeño que en dos días lo habíamos cruzado, cogiendo carreteras secundarias…

…y acampando en el primer sitio a la vista…

El siguiente país Kosovo, tan pequeño también que fueron dos días lo que tardamos en cruzarlo.

Un país muy densamente poblado, y sus habitantes tienen el gusto de construir solo a lo largo de la carreteras, y donde tienen pasión por lavar coches, pues en cada kilómetro hay un ”car-wash”, y donde tienen también la extraña pasión de colgar banderas por doquier …

(Banderas frente a la biblioteca de la universidad)

El siguiente país, Montenegro, también muy pequeño pero que no tardamos tan solo dos días en cruzarlo.

Llegamos a Montenegro, no sin antes subir un gran puerto y acampar en la cima bajo el sol …

…y fue esa mañana donde nubes y lluvias decidieron presentarse para hacernos compañía y seguirnos y aguarnos la existencia…

Sin darnos cuenta el frío había vuelto.

Montenegro fue una gran sorpresa, ya que nos obsequió con carreteras por las  que circulabamos nosotros solos…

…rodeados de la naturaleza casi intacta. Tanto que me recordaba a los montes bajos del Himalaya…

Encontramos agua por todas partes, en forma de cascadas, arroyos, ríos… y su  sonido nos acompañaba todo el día…

…mirases a donde mirases todo era verde…

…y mirásemos a donde mirásemos veíamos que la carretera por la que íbamos, parecía que nunca iba a dejar de subir…

…tanto, que a veces acabábamos en medio de las nubes…

…pero para llegar ahí,  siempre había que subir…

…bajo la lluvia…

La poca gente que habita este país parece vivir en armonía con la naturaleza…

… rodeado de montañas, y son muy pocas casas las que salpican el horizonte …

…aunque lo normal era ver ninguna…

Después de unos largos y duros días de montaña bajo la lluvia, nos fuimos de Montenegro sin ver el sol, y disfrutamos de los primeros rayos de sol en nuestro siguiente país…

…en Bosnia. En Mostar  disfrutamos de la increíble hospitalidad y compañía de un antiguo amigo del colegio. Fue él quien hizo el video:  ”Three years in three minutes”.. ¡Muchas gracias Miki!

 

 

 

 

 

Fronteras

Fronteras

A lo largo de estos últimos años he podido apreciar, mejor que nunca, las transformaciones que consigo traen las fronteras. Esas líneas imaginarias trazadas sobre mapas a lo largo de la historia han ido separando y modelando  a las personas que quedaron a un lado y otro de ellas. Estas fronteras fueron y son principalmente barreras geográficas que antiguamente suponían una defensa natural que actuaban de obstáculo y que evitaban o dificultaban que esas tierras fueran ocupadas o invadidas  por otros grupos de personas que buscaban conquistar tierras y pueblos en busca de más poder y riquezas con la excusa, muchas veces, de propagar una nueva religión con nuevos dioses.

Con el paso del tiempo y el avance de la tecnología esas barreras geográficas se han ido convirtiendo en obstáculos menores, aun así se han mantenido y siguen marcando enormes diferencias a cada lado de ellas. Las fronteras mas antiguas fueron delimitadas por ríos o cordilleras, y las más recientes, que sobre un mapa carecen de sentido alguno, cortan tierras y separan gentes que pertenecen a un mismo grupo.

Imperios, religiones y demás poderes creados por el ser humano las han ido modificando, y muchas de ellas tienen tan poco lógica y respaldo histórico que son el foco de la mayoría de los  conflictos que en la actualidad azotan a la humanidad. Esta entrada al blog la escribo desde Kosovo.

Hoy que vivimos en un mundo global, en que gracias a las telecomunicaciones tenemos la sensación de estar más cerca de cualquier rincón del planeta, esas fronteras son menos fronteras que antes, pero llegar a ellas con esfuerzo v a la velocidad perfecta que te garantiza la bicicleta,  lentamente, y finalmente cruzarlas  te da una interesante y rica visión en el tiempo de lo que hace mucho  fueron esas tierras y en muchos casos resume la situación actual del país.

Existen otras líneas que son invisibles y que no figuran en ningún tratado. Para los viajeros son difíciles de percibir, pero los “forasteros” que viven rodeados por esas líneas las sienten como una pesada losa sobre sus espaldas que les dificultan sus movimientos e incluso expresarse; el “otro” representa miedo, intransigencia y todas las fobias al “extraño”, al no nacido en su comunidad.

Aquí hablo de esas fronteras que más nos han llamado la atención:

La más absurda:

Sin duda una de las fronteras más recientes es la que separa Pakistán y la India. No hace muchos años un mismo país y hoy la misma gente pero en diferentes países. La única diferencia: la religión.

El estado del Punjab fue dividido desde una oficina, por un legislador británico, previo a la independencia del Industán, trazando las fronteras para que ninguno de los dos futuros países fuera beneficiado.

Cruzamos desde Amritsar a Lahore, el trayecto del mundo que más refugiados ha visto pasar y hoy en día una de las fronteras menos transitadas. Cada día al atardecer, al cerrar la frontera los soldados más fuertes y grandes de cada país desfilan ante sus banderas y cada bando dispone de sus “aficionados”, que se reúnen para animar a su “equipo” desde sus respectivas gradas. De un lado gritan: ¡Larga vida a Pakistán!, del otro: ¡Viva la India! Se venden banderitas, palomitas, refrescos, y  videos de la ceremonia.


La más bonita:

Una de las maravillas de nuestro planeta es la gran cordillera del Himalaya. Cruzarla en bicicleta llevó varios días desde la meseta tibetana, atravesando puertos de mas de 5000 metros. A un lado del Himalaya el aire es frío y seco y el paisaje desértico. Al pasar el ultimo puerto completamente nevado, y después de haberme levantado con mi tienda destrozada por una tormenta de nieve, a medida que dejas los siete miles a un lado y empieza a descender, te encuentras con bosques frondosos y cascadas, aire húmedo y cálido, y se disfruta de uno de los mayores descensos del mundo, desde los 5200 metros hasta los 1100, cerca de 70 Km. de bajada.

Un puente hace de frontera, a un lado soldados chinos sujetan sus ametralladoras automáticas, y al otro los soldados nepalíes sujetan sus armas: varas de bambú.

 

La más impactante:

Cruzar el río Aras que separa Armenia e Irán fue impactante, al pasar “al otro lado” percibimos con intensidad el  cambio. Ese río marcaba el límite entre dos culturas tan grandes como imperios.

El imperio persa al sur y el ruso al norte.

Veníamos de Irán, sociedad moldeada por la religión musulmana, y cruzábamos a Armenia, el primer país en adoptar el cristianismo como religión, y uno de los rincones más lejanos del imperio soviético.

Del lado iraní se bebe té, las mujeres van cubiertas completamente, y después de cruzar el puente y despedirnos con pena de Irán, en lado armenio ahora se bebe vodka y vino, las mujeres no tienen que cubrirse y la hospitalidad que veníamos disfrutando desaparece. Ahora ya no hay mezquitas, pero sí iglesias. Todo eso ocurre en un espacio que separa un río de apenas 30 metros de ancho.

¡Por fin, Natalia se pudo quitar el velo y de nuevo mostrar su pelo!

La más difícil (I):

Burocráticamente hablando entrar en Turkmenistán fue una autentica pesadilla. La “Corea del norte” de Asia central, un país blindado por una dictadura, solo nos habían concedido 3 días para cruzar este inmenso y despoblado  país, donde la gasolina y gas son gratis, pero donde se paga un precio muy alto por la libertad, tanto que es inexistente.

El camino hacia el edificio fronterizo transcurre entre alambradas, y allí nos esperaba un soldado que sabía de nuestra llegada…

 

Tres horas de espera para que desde la capital confirmaran que nuestro visado de tránsito de tres días no era falso, y tras sellarnos el pasaporte nos advierten que nos dan dos días para salir del país.

La más difícil (II):

Físicamente hablando pasar de Kirguistán a Tayikistán cruzando por el Pamir, en invierno, fue sin duda el más duro, debido a la altura ( 4120 metros), el frío( -10ºC) y la nieve/hielo que cubría el camino…

 

Llegamos después de que el sol se hubiera despedido hasta el día siguiente y cuando la temperatura bajaba de golpe, pero a pesar de ser una zona militar restringida los soldados nos dejaron dormir en un container para que pudiésemos refugiarnos del frío.

La más fácil:

Despedirse de Turquía y entrar en Grecia nos permitió disfrutar de unas de las pocas cosas buenas que nos ha traído la Unión Europea: la libre circulación de personas.

La más estricta:

Dejamos Pakistán por el paso de Khunjerab, a 5000 metros. Del lado paquistaní parecen tomarse las cosas muy poco en serio, no así del lado chino, donde desmontaron hasta las más minúsculas piezas  de las bicicletas y de una manera ruda y prepotente los soldados chinos humillaban a los paquistaníes que cruzaban a China tratándolos casi como a terroristas.

 

La más agradable (y surrealista):

Tras sellar mi pasaporte a mi salida de la India, cruzo la frontera no sin antes detenerme para que los soldados indios se hicieran unas fotos conmigo.

Me acuerdo del consulado de Bangladesh y de los incidentes que había tenido con el cónsul (aquí la entrada que publiqué en su día...),pero soy muy optimista por los días que me esperan en este desconocido país. Sabía que me encontraría con el país más pobre de Asia, el más densamente poblado del mundo y mucho tráfico en sus carreteras, pero lo que más había oído  era sobre la hospitalidad de los bangladesís.

Ya en Bangladesh y buscando el puesto de inmigración  se me acercan dos soldados y me preguntan si soy español.

Me dicen que les acompañe que su comandante quiere hablar conmigo.

Muy extrañado empujo la bicicleta  guiado por los dos soldados y no tardamos en ver aparecer un militar con un gran bigote y detrás de él decenas de soldados que se dirigen hacia nosotros.

El comandante, me vuelve a preguntar si soy español.

Al confirmárselo  me da la mano mientras un soldado nos hace fotos y el comandante me dice:

– Soy el comandante ‘tal’ y quiero darle la bienvenida a nuestro país. Es un honor tenerle como invitado.

Me pregunta por mi viaje en bici, y sin soltarme la mano y sonriendo a la cámara que nos está haciendo fotos, menciona la copa del mundo de fútbol y me dice que el animaba a España.

No daba crédito a la situación en la que me encontraba.

Estaba anonadado por la bienvenida que estaba recibiendo en este nuevo país.

Un soldado me acerca una libreta y me pide por favor que le firme un autógrafo y que le escriba algo.

“Es la mejor bienvenida que jamás he tenido”, y el soldado lo lee en alto para que lo escuchen los allí presentes.

Finalmente, y con la intención de llegar esa misma noche a Dhaka, a 150km de distancia, me despido.

Había oído maravillas de Bangladesh pero nunca me imaginé una situación así.

Alejándome, feliz después de haber recibido tan increíble acogida, ya por la carretera me doy la vuelta para despedirme por última vez y veo a los soldados allí inmóviles ocupando toda la carretera mientras me ven alejarme…

La más deseada:

Después de un largo y duro invierno, solo teníamos la mente puesta en el Mediterráneo, y su clima.

Asociábamos Turquía a Mediterráneo, aceite de oliva, playas, calorcito y de nuevo hospitalidad musulmana.

Nos encontramos con todo eso menos con calorcito, y esta es la estampa con la que nos topamos tras dejar Georgia y entrar en la cálida Turquía. Nuestros primeros kilómetros en nuestro primer país del Mare Nostrum no eran como hubiéramos deseado…

 

 

Hace un año, más o menos…

Hace un año, más o menos…

Comenzó el mes de abril en la India y los cambios que deja el monzón ya comenzaban a sentirse. Estaba todavía en Calcuta  y por delante tenía un camino que me llevaría desde el este de la India hacía el oeste, a la frontera con Pakistán.

Era consciente de que tendría que soportar un grado de humedad y temperaturas que irían aumentando día a día, pero no me preocupa porque sabía que tenía que sufrirlo para volver a encontrarme con el  Himalaya. Solo pensar en ello hacía que me olvidara de donde estaba y de lo que me quedaba por recorrer.

Tenía ya puesta mi mente en la alta montaña, aunque mi cuerpo estuviera cubierto en sudor y el sol apretara tanto que parecía que estaba dentro de mí. Hacía mucho que soñaba con ese reencuentro  y en volver a recorrer, ocho años más tarde, la carretera de Manali a Leh, donde me esperaban, entre otros, los tres puertos más altos del mundo, en la provincia de Ladakh. El pueblo de Manali está a las puertas del Himalaya, y Leh en la meseta tibetana. Pero para llegar allí tendré que pedalear más de 5000 Km y que los haré con mi nueva bicicleta Orbea.

Empezaba a montar antes del amanecer, tenía que evitar las horas más calurosas del día. Al mediodía buscaba una sombra para disfrutar de una larga y reparadora siesta. Al despertar y casi bostezando tocaba continuar para aprovechar que el sol aprieta menos; los primeros momentos  me dejaban la sensación de que los colores volvían a aparecer y de que podía apreciarlos en todos sus matices sin que la intensa luz del gigante sol me cegara. Aunque los índices de humedad fueran incrementando día a día, el paisaje por el que transitaba era seco y árido.

Me costaba imaginar que con la llegada del monzón, que traerá lluvias torrenciales durante meses, todo lo que me rodea estará anegado. Aun así, intentando tomar todas las precauciones posibles en mi lucha constante contra el sol, a la salida de Varanasi, y a a mitad de camino hacia el Himalaya, sufrí una insolación y mi cuerpo empezaba a flojear a medida que pasaban los días. Era casi imposible recuperar todo el liquido perdido durante el día, incluso bebiendo más de doce litros de agua diarios. Las temperaturas seguían subiendo. Apenas me quedaban 700 Km para empezar a subir y encontrarme con temperaturas más frescas. Al ritmo que iba, recorriendo una media de 120 Km  diarios, en menos de una semana me encontraría con mi tan deseado primer puerto de montaña.

Empezaba a aborrecer la India y  a sus carreteras atestadas de camiones, pero a lo lejos ya percibía las pequeñas colinas que preceden a los primeras montañas que hacen de contrafuertes de la cordillera del Himalaya. Con tanto calor y humedad solo podía disfrutar del espléndido paisaje durante las primeras horas del día. Casi sin darme cuenta me encontré pedaleando de pie y tirando de mi bicicleta por pendientes con un 10% de desnivel. Mi cuerpo no se adaptaba, tenía que acostumbrarlo de nuevo  porque en muchas ocasiones me dio la impresión de que mi caballo de aluminio pesaba mucho más de 70 Kg. Disfruté de las primeras  lluvias, que nunca llegaban de imprevisto.

Todos los días se repetía el mismo ritual en el que la lluvia acompañada de fuertes  ráfagas de viento que azotaban el terreno todavía seco y árido que me rodeaba. La temperatura descendió bruscamente y la presencia de insectos se multiplicó.

Lo que antes era un secarral, ahora era un barrizal. A medida que subía y me alejaba de la planicie india, la llanura por la que transcurren grandes ríos, como el Ganges, las temperaturas se volvían más agradables, y a la hora de encontrar un lugar donde acampar tenía incluso donde elegir.

Las montañas vuelven el terreno en lugares menos habitables, y entre pueblo y pueblo había espacios enormes en los que conseguía estar un tiempo sin divisar a una sola persona, algo inimaginable semanas atrás, en la sobre poblada India. Y así, ya estaba en Manali, donde empieza la famosa carretera que llega hasta Leh. El ejército acababa de abrir la carretera hacía apenas unas semanas y me encontré en los puertos con paredes de hielo con más de cuatro metros de altura por los que pasaba con mi bicicleta y por los que me alejaría de la verdadera India

Hoy, poco más de un año más tarde, nos encontramos en Turquía, y desde entonces mucho ha llovido (o nevado).

Todavía en el continente asiático aunque a tiro de piedra de Europa ya que tan solo nos separa el estrecho de Dardanelos, en el mar de Mármara.

Aquellas imágenes y sensaciones que nos brinda la India me parecen muy lejanas, y aquellas cosas que recuerdo me irritaban, ahora las  recuerdo  con dulzura. La India era lo extremo de la espontaneidad, donde todo es posible y cada momento se convierte en algo extraordinario.

A medida que nos  acercamos a la vieja Europa, el viaje va perdiendo  intensidad en las sensaciones cotidianas y  los encuentros con la gente son más impersonales.

Todo esta demasiado ordenado, planificado, limpio y perfecto.

La gente es mas individual, menos personal, y tenemos la sensación de que las personas son menos personas.

A medida que entramos en el mundo de ”occidente”  notamos como la gente sonríe menos y buscan la felicidad de las maneras más tontas…

Las carreteras son cada vez más transitadas por coches de alta gama y más modernos, pero  a la vez nos encontramos con menos sonrisas.

Vemos menos niños jugando en las calles. Deben de estar en sus casas jugando con los últimos modelos de las videoconsolas que han salido al mercado.

¿Es la felicidad directamente proporcional a la cantidad de dinero que fluye en una  economía?

¿Es positiva la relación  que nos sugiere  el sustantivo ”desarrollo” ? ¿Qué connotaciones tiene lo que nos venden por ”mundo desarrollado”?